viernes, 21 de noviembre de 2014

Capitulo 7: Laberinto de Corredores

- Arriba -dijo una voz seca-. Y sígueme.

Tardó unos segundos en identificar que era Minho. El corredor se había dado la vuelta y Jane recogió su saco de mala gana. No había amanecido aún. Tras dejar sus respectivas pertenencias en la Hacienda fueron hacia otro pequeño edificio que tenía un aspecto mucho más maltrecho que los demás.

Cuando Minho entró primero, la puerta dejó escapar un profundo gemido que le provocó un escalofrío. Pero el joven no pareció advertirlo. Se acercó a los armarios, abriéndolos y sacando de él un par de camisetas; una de color azul pálido, prácticamente igual a la que el corredor llevaba puesta, y otra canela. Quizá en mejores tiempos fuese blanca.

- Ropa de corredores -aclaró él, tendiéndole la pieza-. Obligatoria.

Se vistió allí mismo, poniéndosela encima de la camisa, dado que dudaba de que Minho le diese "intimidad". Después miró a su compañero significativamente.

-Te va un poco grande -rebuscó entre la ropa, sin extraer nada-. Es la más pequeña que tenemos, no hay más. Mm... Podrías hacer algo...

Sin previo aviso empezó a remeterle la camiseta por dentro del pantalón. Jane se atragantó con su propia saliva, el corazón se le aceleró a un ritmo desenfrenado, martilleándole las costillas. Estaba por jurar que sus latidos podrían ser escuchados por todo el recinto de un momento a otro. Azorada, se apartó, brusca, soltándole un manotazo en las manos.

-Sé hacerlo por mí misma, gracias -masculló, intentando sonar indiferente. Minho arqueó las cejas, sorprendido.

-Eh… Es la costumbre. No pretendía...

-¿Te estás quedando conmigo? Sabías exactamente lo que hacías.

El corredor frunció el ceño.

-Pocas veces bromeo, y ésta no es una de ellas. Para tu información, suelo ser famoso por mis ironías y sarcasmos.

-Vaya, eso explica muchas cosas, claro que sí -espetó. Minho encajó la mandíbula y la contempló. Sus ojos ardían, furiosos.

-Te lo diré de otra forma. Chuck y los otros clarianos también han pasado por la prueba de los corredores. No has sido la única persona a la que he tenido que remeter la camiseta -sacó una especie de arnés con tres hebillas y mochila incorporada-. No podrás evitar que te toque -hizo tintinear lo que llevaba-. Así que cálmate y deja de comportarte como si tuvieras ocho años. No voy a comerte.

La joven se rindió. No valía la pena ponerse nerviosa. Minho pasó los arneses por su cabeza y fue apretando y cerrando hebillas, siempre preguntándole si le hacía daño o si necesitaba que aflojara alguna parte. Jane respondía negando. El chico se colocó detrás para cerrarle la última hebilla, que se resistió bastante. Soltó un gruñido y el aliento le rozó la nuca, estremeciéndola.

-¿Qué es eso? –inquirió, señalando algo blanco amontonado en una de las estanterías. El chico siguió el dedo y abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó menor.

-Bueno, eso… es para los chicos –el tono de su voz descendió en un susurro, como si le avergonzara decirlo-. Gallumbos.

-Ah.

No sabía qué decir, la conversación se tornaba embarazosa por momentos. Leyéndole los pensamientos Minho se dirigió a la puerta, apoyándose en el marco, aguardándola. Luego se dirigieron hacia la cocina, donde recogieron unos bocatas que Fritanga les había preparado el día anterior y anduvieron a la entrada. Los muros seguían cerrados pero bastó unos segundos para que se abrieran, puntuales. El joven miró el reloj de su muñeca.

-Ni un minuto más ni un minuto menos, como siempre. Vamos. Comienza tu primer día en el Laberinto.

Ella asintió. Justo cuando avanzaba hacia la separación, una voz la detuvo. Era Chuck, despeinado y con los ojos medio entornados por el sueño, que la llamaba por el nombre.

-Quería desearte suerte.

-Gracias. Es un detalle.

-Y… vuelve, ¿vale? –pidió.

Jane sonrió.

-Por supuesto.

Lo abrazó y se sintió mejor.

-¿Sabes? No eras solamente tú la que necesitaba un abrazo. Como nadie me ha abrazado desde que tengo uso de memoria…

-Te entiendo y puede que todos aquí lo necesiten. Pero no voy a ir abrazando a todo el mundo.

-Y menos al idiota de Gally.

-Y menos al idiota de Gally –repitió, burlona. De mala gana, se despidió. El otro chico revisaba el interior de su bolsa, comprobando que estuviese todo. En el instante en que Jane entró en su campo de visión, cerró la cremallera y se levantó.

-Has acabado, supongo –dijo. La joven asintió-. Antes de cruzar los muros, escúchame con atención: Pégate a mí. Y ni se te ocurra irte a explorar por ahí, porque puede ser lo último que hagas en tu vida. Para nada es un paseo turístico. Si ves un Lacerador… más vale que corras. No mires atrás y olvídate de mí, yo haré lo mismo. No suelen salir de día, y puede que ésta charla no sirva para nada, pero nunca se sabe.

Seguía teniendo curiosidad sobre el aspecto de los Laceradores, esos bichos que inspiraban tanto temor. Aunque no sentía un miedo atroz, debía ser precavida. Algo le decía que aquellas bestias eran muy peligrosas.

-Vamos –ordenó, y echó a correr. Jane aceleró el paso hasta posicionarse unos metros por detrás. Al pasar la entrada, el aire se tornó más frío, más… inhumano. Mientras corrían observó las sucias paredes con interés: de ellas colgaban frondosas lianas y enredaderas de aspecto tétrico. Vadearon pasillos, algunos largos, otros cortos. Algunos eran tan anchos que se podría pasar estirado mientras que otros, a duras penas cabía un cuerpo recto. Jane ya estaba perdida, pero consideró que su compañero sabía lo que hacía.

Tras un par de horas corriendo sin parar y cuando la chica pensó que no podría dar un paso más, Minho se detuvo al inicio de un callejón sin salida. Dejó la mochila en el suelo y sólo entonces ella se percató de que sostenía un trozo de papel en el que iba dibujando. Después, lo guardó.

-¿Por qué paramos? –preguntó, nerviosa. Minho se cruzó de brazos.

-Te advertí que el Laberinto era grande y que tendríamos mucho tiempo para hablar.

Oh, no.

-Podríamos haber hablado en un sitio… no sé, menos expuesto.

-¿Y arriesgarme a que salgas corriendo? No, gracias. Además, me conozco este sitio de memoria. Estamos a salvo.

-¿Para qué llevas un papel si ya sabes cómo funciona todo?

-No me cambies de tema.

Jane resopló.

-¿Y de qué quieres hablar? Si es por lo que te dije, no voy a retractarme.

-Ni yo voy a intentar exculparme por algo que no he dicho con mala intención.

-Claro, porque mentirme a alguien a la cara no es “mala intención”.

El chico entrecerró los ojos.

-Si me hubieses escuchado desde el principio te darías cuenta de lo sumamente estúpida que suenas. Dije que confiaba en tus capacidades, en ti, y aún sigo creyendo lo mismo. De quien no me fío ni un pelo es de Gally. Insistí a Alby en que no te pusiera con los constructores porque Gally no es precisamente una mente brillante ni una buena persona. Y tú te has montado mil paranoias como si todo el mundo estuviera en tu contra. Te equivocas de parte a parte, pingaja.

Si Jane hubiese podido desaparecer, lo habría hecho en menos de lo que dura un parpadeo. Ladeó la cabeza, confusa en cierto modo, pero deseando que no viera el arrepentimiento que la corroía por dentro.

-¿No vas a decir nada? –inquirió el joven. Ella se mordió el labio inferior.

-¿Qué… puedo decir?

-Di al menos que lo sientes.

-Lo siento.

-No eres sincera.

Jane respiró hondo y se armó de paciencia.

-Perdóname. Todo esto es una… clonc. Me siento fatal. Hay algo en mí que no está bien, lo reconozco, quizá sea el estrés de estar en un sitio desconocido sin saber por qué. Sois todos hombres y yo soy la única chica. La verdad… es que os habéis portado muy bien conmigo, la gran mayoría. No merecéis mi comportamiento.

Minho la contempló. Daba la impresión de que se divertía, algo que la molestaba enormemente. Sus ojos rasgados y risueños, lucían relajados.

-¿Ves como no es tan difícil expresar lo que sientes? Deberías intentarlo con más frecuencia.

-Seguro que eres el rey de la expresividad y el sentimiento –ironizó. Él recogió la mochila y se la cargó a la espalda.

-No –confesó-. Tengo el mismo problema que tú –se miraron. Jane sintió que sin pretenderlo, Minho y ella habían acabado acercándose un poco más el uno al otro. Cualquier pasado resentimiento o recelo entre los dos, se había evaporado. El joven carraspeó, cohibido.

-Basta de tanta palabrería. Hay un Laberinto que recorrer y poco tiempo que perder.

Con una leve sonrisa en sus rostros, volvieron a ponerse en marcha. El corredor le explicó el funcionamiento del espacio. Cada día era distinto, pues las paredes se movían de noche, cambiando la estructura. Jane recordó los horribles chirridos antes de dormirse y ató cabos.

-Hacemos mapas, siempre, sin excepción. Corremos tan rápido como podemos, memorizando, dibujando antes de que se cierren las puertas al atardecer. Ése es nuestro trabajo.

-¿Para encontrar una salida?

-Exacto.

La agitación la inundó. Quería ser corredora, quería ayudar a la gente a salir de allí. Haría cualquier cosa para conseguirlo.

-También será el mío.

-Wow, wow, wow… -levantó las manos en el aire-. No tan rápido, verducha. Tienes buen fondo, las piernas largas y un cuerpo prácticamente del diez, pero ello no te convertirá en lo que yo soy ni de broma.

-¿Entonces? ¿Tengo que esperar a probarme en lo demás?

-Tu inteligencia me sorprende.

-Idiota.

-No más que tú.

Volvieron a sonreír, animados. Minho habló otra vez.

-Cuando acabe el día, juzgaré si tienes madera para esto. Aún quedan muchas horas, así que haz tu mayor esfuerzo y no me decepciones.

Jane asintió. A mediodía pararon a comerse los bocatas de Fritanga. El corredor le enseñó la importancia de racionar el agua, siendo éste un bien escaso ahí fuera. Tras la pausa siguieron durante tres horas más.

-Recorres cada pasillo y lo memorizas bien. Cuando tengas un mapa mental, lo apuntas en la hoja. No hay que ir haciendo líneas por todos los cruces que te encuentras. No acabaríamos nunca.

-Entendido.

Minho miró el reloj.

-Es casi la hora. Tenemos que volver. ¿Una carrera?

Las comisuras de la chica se curvaron hacia arriba.

-Si te gano, no llores.

-Eso está por ver.

***

La carrera la ganó Minho. Era de esperar, pues el corredor sabía por dónde ir. Jane recordaba vagamente los giros hechos, pero más de una vez se había perdido en los pasillos hasta que la figura borrosa de su compañero aparecía corriendo como una exhalación. Parecía como si la estuviese guiando, sin perderla de vista. Cuando perdía el rumbo, Minho aparecía de la nada con una sonrisa socarrona y desaparecía. Al final visualizó las puertas, aliviada, hasta que vio al joven de pie entre ellas. Había perdido.

-No llores, ¿vale? –se jactó. Jane entrecerró los ojos, armándose de paciencia.

-Yo no lloro.

-Todo el mundo llora. Yo también.

-Cualquiera lo diría –se acercó a él y le apuntó con el índice el ojo derecho-. Apuesto a que si te meto el dedo en el ojo, lloras como un bebé.

El otro, mofándose, le cogió la mano con la suya propia.

-¿Te has enfadado, pingaja?

-No.

El corredor desplazó el puño de la chica detrás de su espalda, inmovilizándola y aproximándose a una distancia que de amistosa tenía poca.

-¿Y si yo ahora decido romperte el brazo? ¿Entonces llorarás? –su aliento silbó sobre los labios de ella que abrió los ojos de par en par, sorprendida por la repentina cercanía. Minho pareció despertar de un sueño y se percató de la situación en la que se encontraban, porque se apartó como si le hubiesen dado un calambrazo. Por cuarta vez, se miraron, salvo que era otro tipo de mirada, una mirada de desconocimiento mutuo. Ambos dieron gracias a la llegada de Newt.

-Buenas tardes. ¿Qué estabais haciendo? Os he visto llegar y quedaros quietos.

El corredor abrió y cerró la boca varias veces.

-Ah… estábamos…

-El mapa.

-¿Qué? –dijo Newt.

-Que… estábamos mirando el mapa. Me estaba enseñando a trazar las líneas en movimiento para no… hacer de más con las prisas.

-Sí, eso –corroboró el asiático. Newt arqueó una ceja, pero no dijo nada. Le hizo un gesto a Jane para que se fuera.

- Busca a Chuck, querrá verte viva. También te convendría una ducha. Ya. Venga.

La chica asintió y se fue tras un breve vistazo a los chicos. Minho y Newt se quedaron solos. En el momento en que el primero intentó marcharse, el segundo lo paró.

-Espera –murmuró-. Nunca. Nunca se ha dado el caso de que alguien tuviera que enseñar a alguien a dibujar un mapa recto en movimiento, porque es imposible. Así que no asumas que me chupo el dedo. Si no quieres decírmelo, perfecto, no insistiré. Pero odio que me mientan.

-Vete con tus lecciones a otra parte, cara fuco. –espetó, cortante. El chico se alejó un par de pasos.

-De acuerdo. Haz lo que quieras –se dio la vuelta-. Por cierto, ¿es corredora?

Minho rumió la respuesta unos segundos.
-Sí. Es corredora.

viernes, 14 de noviembre de 2014

Capitulo 6: Complicaciones

-Eh. Cuando golpees con el martillo, procura no perforar la madera antes de conseguir clavar el clavo, ¿quieres? –espetó Gally, de mala gana. Ambos se hallaban ante una gran tabla vieja. Jane tenía un martillo en una mano que sujetaba a duras penas, y en la otra un clavo de hierro oxidado y torcido por los repetidos golpes fallidos. Era la décima vez que la muchacha intentaba terminar, y la décima en la que casi se machaca los dedos. Jane resopló, exasperada.

-Si me dieras uno más pequeño a lo mejor podría. Éste cacharro es demasiado grande para mí.

-Discúlpame princesa.  La próxima vez le pediremos a la Caja un martillo más pequeño. Bien acolchado. ¿Deseas una cama rosada y mullida también? Están muy de moda por éstos lares.

Jane apretó el mango del utensilio con fuerza. Odiaba su actitud y su manera de tratarla. En realidad, lo odiaba todo de él. Newt tomó parte en la conversación justo a tiempo de evitar una desgracia.

-Gally, para ya, foder –ordenó-. No nos apetece tener un clariano menos.

Gally se carcajeó.

-¡Ni que la pingaja fuera a salir corriendo al Laberinto por unas pocas malas palabras!

-No lo decía por ella, lo decía por ti. Si sigues humillándola, acabará buscando un lugar mejor y más fácil para colocar ese clavo –señaló-. Y ese lugar podría ser tu fuca cabeza.

El constructor la miró, refunfuñando.

-Me temo que disiento –musitó-. En fin. Cuando acabes, lleva la tabla al cobertizo y vuelve. Hay una cosa que necesitamos que hagas. Tenemos problemas.

A Jane le picó la curiosidad al oírlo.

-¿Qué es?

-Ya lo verás. Tú ve y trae tu culo flaco aquí cuanto antes.

Un poco desconfiada, la muchacha fue a dejar la tabla donde se le había dicho, a pesar de no haber terminado su trabajo. No estaba dispuesta a seguir golpeando en vano. Buscó a Gally hasta que lo encontró rodeado de los otros constructores y de Newt, que poseía una expresión de seriedad absoluta. Se aproximó rápidamente. Se percató de que el chico le sacaba media cabeza y se regocijó al ver que no era tan bajita después de todo.

-Ten cuidado, ¿de acuerdo? –recomendó. Jane oteó la escalera de madera situada en el extremo izquierdo de la Hacienda y ató cabos.

-Precisamos de una persona que suba algunas tablas al tejado. Últimamente hemos sufrido goteras y no dejan dormir a los Clarianos. La mitad de nosotros tiene vértigo, mientras que la otra mitad somos excesivamente grandes para la escalera –explicó Gally.

-¿Y pretendes que yo me suba ahí? Mírame –se repasó con las manos-. Soy de todo menos poca cosa.

-Eres muy delgada. Lo suficiente. Así que haz el favor de cumplir.

A regañadientes, caminó a la escalera y alcanzó un par de peldaños, que crujieron alarmantemente. Jane estiró los brazos para que un chico de melena rubia se los cargara con las tablas. Se tambaleó por el peso, pero se mantuvo firme. Venía el trabajo más difícil: subir. Lo hizo despacio, apoyando las rodillas a modo de soporte ya que sus brazos no servían. Una gota de sudor le resbaló por la sien, continuando por su mejilla hasta llegar la barbilla donde se precipitó al vacío. El esfuerzo ocasionaba que el calor fuera casi insoportable.

-¿Cómo vas por ahí arriba, verducha? ¿Te ves capaz de llegar hasta arriba? –se mofó Gally. Aquello la irritó.

-Imbécil… -susurró para sí.

-¿Cómo dices?

Soltó las tablas en el tejado. Los brazos le parecían mucho más ligeros y un gran alivio la invadió. Dirigió su vista al constructor, molesta.

-¡Que. Eres. Un. Imbécil! –deletreó-. ¡Ya tienes tus  estúpidas vigas ahí, así que mueve tu culo gordo y haz el trabajo que te toca!

Las risas llenaron el lugar a la par que Gally las acallaba con una mirada furtiva. Poderosa por haber motivado todo aquello, empezó a bajar de la escalera. Se detuvo a la mitad, pues un fuerte chirrido le decía que algo no iba bien. Se contempló las manos, firmemente agarradas y luego los pies. No había nada que delatara alguna anomalía. En el momento en que reanudó su marcha, supo que era demasiado tarde. El peldaño debajo de ella venció y a duras penas se sostuvo con las extremidades superiores.

-¡Ayuda! –Chilló, desesperada-. ¡Que alguien me ayude!

-¡Te lo mereces por bocazas! –dijo alguien, no obstante nadie lo coreó. Por encima de su hombro vio que ninguno de los constructores se movía. Newt. ¿Dónde estaba Newt? No aguantaría mucho más allí colgando.

-¡Suéltate, Jane! ¡Suéltate! –Ordenó la persona que más deseaba ver en aquellos momentos-. ¡Chuck y yo te recogeremos!

-¡¿Estáis locos?! –Profirió la muchacha-. ¡Estoy demasiado alta como para que podáis cogerme!

-¡Tú hazlo, foder! ¡Confía en nosotros, maldita sea!

Aunque hubiese querido seguir arriba, sus manos no resistieron más. El viento la atacó en el descenso y ansió gritar, aterrada, pero no salió ni un solo sonido de su garganta. Se preparó para el impacto, temiendo lo peor. Sin embargo, un entramado de brazos la aferró fuertemente al final, evitando la colisión. Un par de gruñidos escaparon de la boca de los chicos mientras la dejaban en el suelo. Jane abrió los ojos, perpleja. Newt le examinó las manos y la cara, en busca de rozaduras.

-Solo tiene las palmas rojas, tranquilos. Está entera.

La chica levantó la cabeza en busca de Chuck, agradecida con su amigo. Pero no era el crío quien había ayudado, sino Minho. Hasta ese momento, no se había percatado de que el atardecer caía en el Claro. Localizó al otro corredor, Ben, a solo unos pasos de ellos, atónito. Faltaría poco más de una hora para que las puertas se cerraran.

-¿Qué hace él aquí? –espetó Jane-. ¿Cuál es el punto de todo esto?

Newt se mojó los labios antes de hablar.

-Bueno, Chuck no habría sido capaz de aguantarte. Mide menos que tú y es más… flojo. Y si desde un principio te hubiese dicho quién era, seguramente aún te tendríamos ahí arriba negándote a saltar.

Minho, mordiéndose el labio inferior les dio la espalda y se largó. Una punzada de culpabilidad hostigó a la joven, que sacudió la cabeza para deshacerse del sentimiento. Newt le dijo lo que le rondaba por la cabeza.

-No deberías ser tan dura con él. El cara fuco es un impulsivo de narices, pero no es mala persona.

-Ya lo veremos –dijo. Caminó hacia Gally y lo empujó por el pecho con fuerza-. Eres el tío más idiota y asqueroso que he conocido en toda mi vida. ¿Querías que me rompiera los sesos? Bien, la próxima vez utiliza a alguien que no sea yo, porque si vuelves a tomarme el pelo de esta forma, te mataré. ¿Me oyes? ¡Te abriré en canal!

-¡Te escogimos precisamente porque pensábamos que no te ocurriría nada! –Gritó el constructor-. ¡Si me sigues insultando, te meteré en el Trullo antes de que cante un gallo!

-¡Inténtalo si te atreves!

-¡Creo que la conversación debe tocar fondo ya! –Newt se interpuso colocando las manos en los hombros de ambos-. Gally, vuelve a provocarla y te juro por Alby que serás tú el que acabe en el Trullo. ¡Jane, para de picarte por todo! Estás arruinando todo buen concepto que tuviera de ti.

La joven de deshizo de su agarre con brusquedad. No dijo nada, pero tampoco hacía falta.

***

-Jane… de verdad te digo que deberías comer algo –aconsejó Chuck-. Mañana te toca con los corredores… y si no estás al cien por cien, el Laberinto se te hará demasiado grande. Y no, no lo digo por que seas una chica. A cualquiera le pasaría.

Ella hizo oídos sordos. Siguió dándole vueltas a la piel que poco a poco iba desprendiéndose del pollo frito. Apenas había tocado su plato y Chuck ya estaba por acabar.

-No tengo hambre.

-Haz por tener, por favor –le quitó el tenedor de las manos y pinchó un poco de su ración-. Ya verás que fácil, di: AH.

La chica ladeó la cabeza con una mueca divertida pintada en el rostro. El niño se había convertido en la única persona que le sacaba una sonrisa de verdad.

-¿Estás de broma? Quítame eso de la cara –dijo, bromeando.

-Bueeeeno, al menos pareces más animada que antes –dejó el tenedor en la bandeja-. Newt me lo ha contado todo.

-Dirás, que has estado escuchando a escondidas en nuestro armario, pingajo –insinuó Jeff. Clint se rió y ambos chocaron los puños, en señal de complicidad. Chuck frunció el ceño.

-Vale, sí, escuché a escondidas. Pero lo escuché al fin y al cabo. El caso es que… Jane, creo que sería genial que parases de enfrentarte al mundo con uñas y dientes.

-¿Quién dice que esté haciendo tal cosa?

Jeff levantó la mano de improviso y la dirigió hacia la joven, deteniéndose a escasos centímetros. Ella saltó hacia atrás y se encogió, impresionada.

-Mírate –indicó-. Te asustas por todo, como si tuvieras miedo de algo.

-O de alguien –añadió Clint. Jane supo que tenían razón. No estaba segura de por qué, pero se había dedicado a escapar del contacto de la gente desde su llegada al Claro.

-Tal vez necesite un poco de ayuda…

-¿Por qué no practicas con Chuck? –Sugirió el guardián de los Mediqueros-. Él no es un hombre, técnicamente. Podrías empezar abrazándolo.

-¡EH! –se quejó-. ¡Sin ofender, cara fucos!

-Acaso es mentira, ¿Chuckie?

-No pero… a ver… argggh, ¡qué más da! –se levantó rápido-. Venga, Jane. Inténtalo.

-¡¿Aquí?! –protestó, echando un vistazo a su alrededor-. ¡¿Ahora?!

-No pasará nada. ¡Venga!

Jane imitó al niño. Abrió los brazos y se acercó a él, insegura. Al principio, cuando Chuck la rodeó por la cintura, no sintió nada. Conforme cerraba los suyos entorno a su cuello y hombros experimentó un cálido cambio: tenía ganas de abrazar y tenía miedo a perderse si no lo hacía. Se apretujó más, temblando ante la nueva sensación. Tras aproximadamente medio minuto, el joven gimió.

-Jaaaneee…-masculló-. Me aplastaaaaas…

-Ay, ¡lo siento! –exclamó, separándose-. Es que…

-Tranquila, estoy bien – fingió, sobándose la nuca. Arrugó la nariz-. Deberías ducharte, hueles a perros muertos.

Jane se ruborizó.

-No me ha dicho dónde puedo hacerlo. No es culpa mía.

Jeff y Clint rieron. Fue el segundo el que habló.

-Tu amigo pingajo te lo enseñará.

Chuck le hizo un breve gesto de cabeza para que la muchacha lo siguiera a la vez que les lanzaba una mirada envenenada a los dos clarianos.

***

Las duchas eran un complejo pequeño y cerrado junto a los lavabos, que parecían de todo menos pulcros. Dejó las mudas de ropa limpia en un taburete situado en el interior y se volvió hacia su compañero. Éste tardó un poco en reaccionar.

-¡Oh, oh! Sí, ya me voy, perdona –profirió una risita nerviosa y salió, cerrando la puerta con llave.

El agua caliente le relajó todos los músculos del cuerpo. Calmaba poco a poco el ligero escozor de las grietas en la piel de las manos y el dolor de las agujetas. Vio, justo al lado de su cadera un moretón amarillento producto de la caída en brazos ajenos de aquella mañana. Si Minho y Newt no la hubiesen ayudado…


Se estremeció. Debería estar más enfadada con el corredor, pero por algún motivo que no llegaba a comprender, el sentimiento de rencor se había esfumado con el viento. Quizá fuera porque le había salvado la vida. Además, reparó en algo luego de abrazar a Chuck: No rehuía el contacto físico por rechazo. Sentía que nadie le había brindado la posibilidad de intimar con las personas y ahora lo precisaba desesperadamente.

martes, 11 de noviembre de 2014

Capitulo 5: El dolor de una mentira

Jane no encontró a Chuck. En su lugar dio con Newt, que tenía una expresión mucho más afable que la vez que ella y el crío fueron a hablar con él. Cuando la avistó, descruzó los brazos que hasta ese momento mantenía contra el pecho y le dedicó un suave gesto de cabeza.

-¿Qué hay? –dijo el chico, aburrido. Jane lo notó.

-¿Qué haces? –preguntó. Intentó sonar lo más desenfadada posible al decirlo. Newt resopló, negando con la cabeza.

-Nada en especial. Supervisar el trabajo de los demás, aunque Winston dijo que necesitaba otro par de manos. Ahora iba hacia la Casa de la Sangre.

Había cierta sequedad en su voz, algo que hizo sentir mal a la muchacha. En el momento en que Newt empezó a caminar, Jane lo detuvo por el brazo.

-Espera –susurró-. Siento lo de a otra vez. Me comporté como una… gilipulla.

El joven suspiró y poco le faltó para poner los ojos en blanco.

-Sí, Jane –contestó-. Te comportaste como una auténtica gilipulla. Pero no eres ni la primera ni serás la última, te lo aseguro. Y por ello no te juzgo, pero me sacaste de quicio ayer.

-Lo sé. Lo siento de veras –pese a que lo decía en serio, se sentía ridícula, furiosa. ¿Por qué debía disculparse? Esperó que el otro no viera la verdad en sus ojos claros. Tras un silencio que a la chica se le hizo eterno, Newt se puso en movimiento.

-Demos un paseo –sugirió-. Winston podrá con el trabajo o buscará a alguien que no sea yo.

-¿A dónde vamos? –inquirió ella.

-A ningún sitio. Un paseo es un paseo.

Sin embargo, la caminata se hizo difícil a más no poder. Jane tragó saliva para deshacer el gran nudo formado en la boca del estómago. Pronto llegaron al inicio del bosque, una extensión fea de color entre verde y marrón que subía por la ladera de las murallas. Newt se apoyó en el tronco de un árbol, serio.

-¿Cómo  te sientes?

La pregunta la tomó desprevenida.

-¿Perdón?

-Qué cómo te sientes ahora mismo –repitió.

Como una mierda, quiso decir, pero no lo expresó en voz alta. Bajó la cabeza y juntó las palmas de las manos, que le sudaban frío.

-Lo normal, teniendo en cuenta la forma de llegar hasta aquí y el trato recibido… que me he buscado yo, soy consciente.

Newt no parecía satisfecho.

-Aún no comprendes por qué me comporto contigo de esta manera, ¿verdad? –señaló. Jane negó con la cabeza. El muchacho se acercó a ella, situándole sus manos en los hombros-. Quiero que llores. Que lo hagas de verdad. Ya está bien de ésta farsa. Cuando llegamos al Claro, todos nosotros lloramos como bebés durante días, me incluyo.

-No necesito llorar –balbuceó, molesta. El nudo creció, dificultándole la respiración.

-No me lo trago –opinó Newt-. No me trago nada de ésa clonc de “soy una tía guay y llorar es de maricas”. La primera noche despertaste a medio Claro con tus gimoteos. Chuck se puso tan nervioso que empezó a llorar porque no sabía qué hacer contigo. Fritanga se levantó y te dio unos golpecitos en el hombro durante más de media hora hasta que te calmaste. Así que no me vengas con que te sientes “normal” porque la próxima vez te daré un sopapo suficientemente fuerte como para que estés llorando una semana completa.

Jane palideció. Aquello no podía ser cierto. La vergüenza la corroyó y tuvo que agarrarse al tronco más cercano.

-¿Quién más…? ¿Quién más me…?

-¿Que quién te escuchó? La lista es larga: Jack, Gally, Frederick, Fritanga, Dave, Alby –pese a estar en la Hacienda-, Zart, Winston, Minho, Chuck, Collin… y yo mismo. Desconozco si alguien se hacía el dormido mientras ocurría, pero los principales fueron los que te he dicho.

-Oh no. Oh no, oh no –dijo, alterada. Desplazó las manos a la cara, abochornada. ¿Cómo miraría a la cara a todos? Y sobre todo, ¿cómo podría mirar a Minho?

-No te preocupes, Jane. Es habitual, pero tendrías que exteriorizar lo que sientes por dentro o te volverás loca.

La chica sacudió la cabeza.

-No puedo, no ahora. No.

Newt volvió a suspirar, rindiéndose.

-Bueno, al menos lo he intentado. Ya llorarás cuando Minho te saque al Laberinto mañana. Será peor que una pesadilla, créeme.

-Pero… Gally dijo que me iniciaría en los constructores…

-Puede decir misa si quiere, aquí el que manda no es él –gruñó.

-Dijo que era orden de Alby.

El semblante de Newt se ensombreció. Abrió la boca para decir algo pero no emitió ningún sonido. Sus ojos bailaron, oscuros, pensativos.

-Alby tendría que haber hablado conmigo –se tamborileó los labios con los largos dedos-. Le dije a Minho que… y él le dijo a Gally…

-¿Vas a hacer algo, no? –exigió, impaciente. No tenía ganas de pasarse un día entero en compañía del idiota que no la tomaba en serio. La observó.

-Ven.

Dirigiéndose a la Hacienda, Jane se preguntó si en realidad era tan “malo” empezar con los constructores. Cruzaron la puerta y fueron buscando al líder de los Clarianos por cada habitación. Jane vio por segunda vez el armario y se estremeció. Recordaba los pequeños botes que según le habían contado, contenían el Suero contra el veneno de los Laceradores.

Se obligó a seguir caminando y a pegarse a Newt, que no se giró ni una vez a comprobar si ella lo seguía. Un rumor al final del pasillo llamó su atención y, dirigiéndose lentamente hacia el sonido de voces, descubrieron que se trataba de una acalorada discusión entre Alby y Minho.

-¿Y qué sugieres entonces? –habló el primero.

-Propondría miles de opciones más sensatas, la verdad. Es como si quisieras que acabara mal. ¡Los constructores tienen menos luces que un martillo, Alby!

-¿Por qué te preocupa tanto, Minho? Si la han enviado aquí y no ocurre nada fuera de lugar, significa que no es tan especial como todos creíamos.

-Claro que lo es, siendo una chica.

Hubo un movimiento de pies al otro lado, hasta que la voz del líder volvió a escucharse.

-¿Insinúas que no será capaz? Minho, es por un motivo similar que metimos a Allen en el Trullo.

-Yo no he dicho…

-En esencia es la misma razón, chaval.

Se instauró un silencio incómodo. Jane apretó los puños clavándose las uñas en las palmas, colérica. El corredor le había dejado claro que no dudaba de ella ni un ápice y con aquello, se daba cuenta de que le había mentido.  Newt abrió la puerta, sobresaltando a los dos Clarianos.

-Siento interrumpir, pero creo que hemos venido por el mismo motivo. Aunque después de oíros, he tomado una decisión.

-Te escuchamos –afirmó Alby. El corredor buscó los ojos de la muchacha con arrepentimiento, como alguien a quien han pillado robando en la cocina después de las doce. No le devolvió la mirada.

-Vigilaré su trabajo con los constructores. Minho podrá volver al Laberinto y todos contentos. Eso es mejor que nada.

Alby meditó la propuesta.

-Bien. Mañana con los constructores. Pasado con los Corredores. No quiero tener ésta conversación otra vez en el futuro u os meteré en el Laberinto de una patada en el culo. NO, Minho –cortó, viendo que se disponía a replicar-. Es mi última palabra. Ahora largaos.

El corredor hinchó el pecho y frunció los labios, disgustado. Se encaminó a la salida pero se detuvo frente a Jane.

-Oye, yo…

-Cállate –espetó ella, fría-. No quiero oír nada que salga de tu maldita boca, embustero.

Incapaz de permanecer en la habitación, desapareció por la puerta. Newt arqueó las cejas, sorprendido.

-Tío, ¿qué has hecho? –inquirió. Minho se encogió de hombros.

-Ser un gilipullo de narices.

***

Al día siguiente, Jane se levantó contracturada. El primer día no lo había notado por el cansancio acumulado en su cuerpo, pero cuando alzó la cabeza notó como si el mundo entero se le viniera encima. Se recostó de nuevo, dolorida. El cielo lucía todavía oscuro y la chica se preguntó si no se habría despertado demasiado temprano. Un movimiento cerca la hizo incorporarse del todo y escrutar a ciegas. Pese a la penumbra, distinguió una figura que recogía su saco. Unos minutos más tarde, la persona regresaba con una mochila echada en el hombro que caminó en dirección a los muros. No tardó en averiguar que se trataba de Minho. Alguien ya lo aguardaba en las puertas, supuso que sería Ben.

Minho observó el Claro a su espalda, grabándose cada parte de él como si fuera la primera vez. Justo cuando sus ojos se posaron en la muchacha, hizo amago de sonreír. Pareció recordar de pronto, y su sonrisa se desvaneció tan rápido como había llegado. Le susurró algo a su compañero y se acercó, arrastrando los pies. Jane no quería que dijera nada por lo que sin mediar palabra se recostó de espaldas al chico. Quizá su comportamiento era meramente infantil, pero no le importó. Notó que Minho se agachaba, las rodillas le crujieron al hacerlo.

-Jane –la nombró-. Por favor, préstame aunque sea un minuto de tu atención.

La joven no se movió. Pudo escuchar una profunda inspiración cargada de paciencia.

-De acuerdo. Si no quieres, no te obligaré. Pero el Laberinto es enorme y vamos a tener mucho tiempo para aclarar las cosas quieras o no.

Se marchó, dejando tras de sí un viento gélido que le erizó el vello de la nuca. Lo más curioso era que no soplaba ni una triste brisa matinal.

-¿Qué ha pasado entre Minho y tú? –habló Chuck, sobresaltándola.

-Nada –tartamudeó. Cualquier cosa a hablarlo con el crío.

-No sé por qué, pero tengo la sensación de que las chicas soléis utilizar bastante ésa palabra –alargó las manos en el aire-. “NADA” lo soluciona todo.

-No hay nada que solucionar, porque no ha pasado nada –dijo y bajó el tono-. Debería buscar mejor las amistades.

-¿Qué dices?


-Eh, no, nada.

martes, 4 de noviembre de 2014

Capitulo 4: Abrazando la realidad

Minho la esperaba delante de la Hacienda, manteniendo la promesa. Jane, incapaz de encontrar algo que se pareciera a unas duchas o a cualquier otra cosa que la hiciera sentirse limpia, se cambió de ropa –que sorprendentemente era de su talla- y aspiró el leve aroma a limpio que la impregnaba. Entre sus pertenencias había camisas blancas a montones y cuatro o cinco pares de pantalones, tanto vaqueros como de chándal. Se decidió por los primeros y calzó unas botas altas y duras.

Al asomarse por la puerta, descubrió al chico sentado con la espalda pegada a la pared. Tenía los ojos cerrados y la respiración acompasada, casi como si estuviese durmiendo. Jane se lo quedó mirando un buen rato. ¿Qué debería hacer? Intuía que ser corredor no era tarea fácil, por lo que Minho estaría agotado. Entonces el muchacho abrió un ojo interrogante.

-¿Vas a quedarte mirándome todo el día o empezamos con el paseo turístico?

La chica enrojeció. No había sido su intención espiarle.

-P-perdona –tartamudeó-. Es que no sabía si debía… yo creía que…

Calló mientras Minho se levantaba y esbozaba una sonrisa traviesa.

-Sé lo que creías –dijo, dándose la vuelta-. Sólo te estaba tomando el pelo.

Jane frunció el ceño y se cruzó de brazos. Lo menos que deseaba en aquellos momentos era que se burlaran de ella. Si Minho se había dado cuenta del cambio de actitud de la chica, no lo demostró ni hizo alusión a ello. Caminaron en silencio un buen trecho hasta detenerse delante de las puertas, que seguían cerradas. Como si hubiesen sido detectados, éstas empezaron a abrirse acompañadas de un chirrido ensordecedor que hizo que la muchacha diera un respingo hacia atrás, topándose con el pecho de Minho.

Éste la agarró de los hombros para mantenerla de pie, temiendo que pudiera caerse.

-Si vas a reaccionar así cada vez que se abran o se cierren, voy a tener que vigilarte más de cerca –dijo. Su aliento le erizó el bello de la nuca y se estremeció. Estaba demasiado cerca para su gusto. Demasiado como para sentirse cómoda.

-Sigamos con la visita –murmuró, apartándose.

-Me parece bien.

Minho le explicó que el Claro se dividía en varias instalaciones: la Hacienda -lugar que conocía ya bastante bien- era el sitio donde los Mediqueros trabajaban cuando los laceradores picaban a los corredores o cuando cualquiera sufría algún que otro accidente laboral. También era donde parte de los Clarianos dormía de noche. No todos lo hacían al raso.

-Tu llevas mucho tiempo aquí, ¿no? –preguntó Jane-. ¿Por qué no duermes dentro?

El chico apretó los labios en actitud pensativa.

-Buena pregunta –reconoció-. Supongo que prefiero el aire libre. Ya sabes, ver las estrellas y preguntarme si estaré vivo al día siguiente para lograr observarlas una vez más. –detectó la triste mirada que le dedicó ella y sonrió-. Era otra broma. Estoy demasiado bueno para morir ahí fuera.

La muchacha tuvo ganas de darse cabezazos contra la pared.

-Soy consciente de que te conozco poco –suspiró-. Pero empiezas a darme vergüenza ajena.

Minho soltó una risotada mientras señalaba otro lugar.

-Vale, sigamos. Eso es la Casa de la Sangre, a cargo de Winston. Es lo equivalente a una granja corriente, salvo por que justo al lado tenemos el matadero.

El nombre tenía su lógica.

-Yo creía que todas las granjas tenían.

-¿Ah sí? –El chico abrió los ojos, interesado-. ¿Tienen? ¿Te acuerdas?

Le sorprendió gratamente la curiosidad del corredor respecto al mundo exterior. Asintió, distraída.

-Más o menos… sé que hay granjas, sé lo que hay en ellas pero todo está borroso, no lo sé.

Minho se mantuvo en silencio y siguió caminando.

-Éstos son los Huertos. El guardián de los recolectores es ese cara fuco que tienes ahí llamado…

-Zart. Recuérdame que te llene de clonc la cena de ésta noche  –comentó sin quitar la vista de la tomatera. El Corredor sonrió, travieso-. ¿De niñera ésta vez?

-Algo así. Yo diría más bien que he conseguido vacaciones.

Zart chistó, burlón.

-Si tú lo dices…

Dejó la frase en el aire. Minho se giró hacia Jane.

-No queda demasiado, vamos –anunció-. Dentro del bosque noroeste tenemos los Muertos, donde enterramos… los muertos, valga la redundancia. ¿Ves como no los liamos en los sacos de dormir, verducha?

A Jane se le desencajó la mandíbula.

-No sé si pensar que te falta un tornillo o es que de veras crees que soy imbécil –espetó, con aspereza. Minho le dedicó una mueca antipática a la que la muchacha le correspondió sacándole la lengua. Estaba a punto de hablar de nuevo cuando otra persona se unió a la conversación. Alguien a quien ninguno de los dos tenía ganas de ver.

-¿Qué hay Minho? –dijo Gally. Entonces dirigió su vista a la chica hablándole de forma altiva-. Supongo que disfrutas de tu paseo, ¿no, verducha? A partir de mañana las cosas serán complicadas para ti.

-Algo me huele mal –criticó Jane, ignorando al otro Clariano-. ¿No hueles a podrido por aquí?

El otro hizo lo imposible por no reírse, sin conseguirlo. Las orejas de Gally se tornaron carmesíes, pero no perdió la compostura.

-Cuidado con lo que dices, pingaja. Mañana empezarás a demostrar lo que vales en los diferentes campos. Da la casualidad de que tu primera parada será conmigo, así que te sugiero que me trates con un poco más de respeto. Puede que lo que huela a podrido sea tu cadáver enterrado en los Muertos.

Jane se puso blanca como el papel y Minho paró de reír de golpe. Un aura siniestra lo rodeaba, substituyendo el regodeo anterior.

-¿Eso era una amenaza? –siseó. El constructor no contestó-. Gally, ¿acabas de amenazar a una Clariana? –puso especial énfasis en la palabra.

-Sí, lo he hecho. Tiene que empezar a respetar a sus mayores y más ahora que las reglas son lo único que nos mantiene unidos.

-Oh, por favor…

-Cierra el fuco pico, Jane –ordenó el joven asiático severamente. La muchacha se encogió, sorprendida-. Pasando por alto una amenaza que gracias a tus queridas reglas no debería cumplirse, ¿qué es eso de que se inicia en los constructores? Le dije a Newt que dado que yo era su guía, lo haría en los corredores.

Gally se colocó las manos en las caderas, cambiando el peso de pierna.

-No es lo que Alby dice.

Minho puso los ojos en blanco. Era más que obvio que la situación lo irritaba de sobremanera.

-De acuerdo. Hablaré con él.

Jane tuvo que reanudar su marcha en sentido contrario y dar varios pasos largos para igualar la velocidad de su compañero. Aun siendo solo un poco más alto, tenía las piernas más largas.

-Espera –dijo-. ¿En los Corredores? ¿Por qué en los Corredores y no en… los Huertos?

El joven se detuvo de nuevo, haciéndola chocar contra su espalda.

-Es tradición que los guías inicien a los verduchos en su especialidad. Normalmente deberías haber trabajado en todos los ámbitos antes de entrar en los corredores, pero tú… -la repasó una vez- tienes unas piernas de infarto.

Jane aspiró el aire de golpe y se atragantó. Su corazón emprendió una carrera desenfrenada y clavó la vista en el suelo, notando como se le coloreaban las mejillas. De nuevo. Esperó oír un “era una broma” que no llegó. Como respuesta, la chica le aporreó la espalda deseando que solo estuviera burlándose. Minho se cubrió teatralmente.

-¡Au! ¿A qué viene eso?

-Eres un… cara fuco –apuntó. No se acostumbraba a las palabras clarianas, y esa en concreto le sonó extraña.

-Dicho por ti no parece un insulto.

-Lo que tú digas –y añadió- idiota.

De nuevo, se instauró otro silencio un poco más corto.

-Verás, necesitamos más personal entre nuestras filas. Nadie quiere convertirse en uno de nosotros. Digamos que lo menos que les apetece es ser comida de laceradores. Normalmente solo suelen salir por la noche cuando las puertas están cerradas, pero a veces…

-Se escapan de día –cortó Jane-. Sí, Chuck me lo ha contado. ¿Cómo es que no entran al Claro si tienen oportunidad?

Minho se encogió de hombros.

-Me imagino que no estarán programados para eso.

-¿Programados? ¿No son animales?

-¿Animales? –Inquirió incrédulo-. Si alguna vez te conviertes en corredora y si alguna vez tienes el placer de toparte con un lacerador –y espero que no-, vuelve a preguntarme si esas cosas pueden ser animales.

Jane tragó saliva ante el odio que desprendía la voz de Minho. No podía ni imaginarse como serían aquellos bichos, aunque tampoco tenía ganas de averiguarlo. Decidió cambiar de tema.

-¿Y ya está? ¿Éste es el Claro?

El chico parpadeó.

-¿Esperabas más? No te desilusiones tan rápido. Lo realmente duro empezará mañana. Eso me recuerda… -miró hacia la Hacienda-… que debo hablar con Alby.

-¿Por lo de ser corredora?

-Esa es una razón. La otra es que si de verdad te inicias con los constructores, necesitarás a alguien más contigo. No me fío un pelo de Gally.

-Ni yo, pero me temo que soy un hueso duro de roer –dijo Jane, orgullosa. Sin embargo, Minho estaba serio.

-Esperemos que no te rompas el cuello “accidentalmente” –comentó. Jane supo que no era una ironía ni pretendía ser gracioso, por lo que no replicó.

-¿Tan peligroso es ese tío?

Minho caviló unos segundos.

-No demasiado, si sabes tratar con él. Se aferra a las normas del Claro como a un hierro candente, y que hayas aparecido tú rompiendo sus esquemas… lo ha alterado. Además de la humillación sufrida antes. No te perdonará tan fácilmente.

-¡Él fue el que se daba aires de grandeza, no yo! –Gritó, roja de rabia-. ¡Él es quien cree que soy débil! -No iba a permitir que semejante individuo le hiciera la vida imposible. Y menos en aquel lugar lleno de desconocidos. Minho colocó una mano en el hombro de la muchacha y se lo apretó.

-Calma –susurró-. Gally es idiota y huele a huevos podridos, pero Alby lo pondrá firme.

Jane arrugó la nariz, en un claro gesto de desagrado. El corredor clavó sus ojos fijamente en los de ella.

-No hagas eso –dijo.

-¿Eh? ¿El qué? –inquirió, desconcertada. Minho zarandeó la mano en el aire.

-Eso de la nariz –gruñó-. Es raro.

¿A qué se refería exactamente? No recordaba qué había hecho. El chico sacudió la cabeza.

-Olvídalo. Volveré pronto. Puedes ir en busca de Chuck, si quieres. Estará preguntándose si todo va bien contigo o si te hemos cortado en trocitos para la cena.

-Muy gracioso –dijo, con ironía. Un pensamiento le cruzó por la mente y se mordió el labio, reflexionando sobre ello. Abrió un poco la boca, hasta que se decidió a hablar-. Minho…

-¿Huh?

-¿Tú también crees que soy débil? –Le pareció estúpido, sobretodo porque él la había defendido con arrojo el Primer Día-. Quiero decir… si alguna vez lo has pensado.

El corredor arqueó las cejas.

-Ni se me había pasado por la cabeza –declaró-. Nunca. Te lo prometo.

Una calidez empezó a extenderse por el pecho de la muchacha, que suspiró. Podía contar con él al igual que con Chuck y eso la animaba a superar su situación. Con fuerzas renovadas corrió en busca de su pequeño amigo, estuviera donde estuviese.