miércoles, 11 de febrero de 2015

Capitulo 11: El Cambio

Se había acabado. Todo se había acabado para ellos. Al menos ese era el único pensamiento de Minho en aquellos oscuros momentos.
-¿De verdad vamos a morir? —preguntó Thomas, incapaz de aceptarlo—. ¿Me estás diciendo que no tenemos ninguna posibilidad de sobrevivir?
-Ninguna.
Jane temblaba. En parte por el frío del Laberinto, en parte por el miedo aterrador que empezaba a amenazar su cordura. Estaban fuera del Claro tras el toque de queda, les había fallado en su intento por salvarlos a ambos, y encima ponía en peligro al novato. Imperdonable.
Thomas y Minho, discutieron acaloradamente y la muchacha desconectó, demasiado impresionada para intervenir. Más tarde, los tres transportaron a Alby cerca de la entrada para que al menos encontraran un cuerpo, como había propuesto el Guardián de los corredores. Thomas alzó la cabeza.
-¿No podemos trepar por esta cosa? —miró a Minho, que no dijo ni una palabra—. Por las enredaderas, ¿no podemos subir por ellas?
Minho suspiró, frustrado.
-Te lo juro, verducho, debes de creer que somos un hatajo de subnormales. ¿De veras piensas que nunca hemos tenido la ingeniosa idea de subir por las putas paredes?
-Yo lo intenté –confesó Jane, causando que los chicos centraran su atención en ella-. Hace un par de días. Creí que sería buena idea pero… -se levantó la camiseta por detrás, dejando ver un moretón que se extendía por la mitad del espinazo y desaparecía en el interior del pantalón. Se lo tapó inmediatamente después-…no lo fue.
-¿A qué altura…? –comenzó su mejor amigo.
-Me faltó un metro y medio para tocar el borde superior. Por suerte no era demasiado alta y solo estuve desorientada unos minutos.
-¿Por qué eres tan temeraria?
-¿Por qué eres tú tan pesimista respecto a sobrevivir aquí fuera? –le temblaba el labio inferior. Aquello solo hizo más que empeorar el humor de Minho, que saltó hacia Tomas y lo agarró por la camiseta.
-¡No lo entendéis, cara fucos! ¡Tú no sabes nada y tú no has estado el tiempo suficiente aquí como para saber cómo funcionan las cosas. ¡Lo único que hacéis es empeorarlo intentando tener esperanza! Estamos muertos, ¿me oís? ¡Muertos!
La chica chilló, alarmada, pero antes de que tuviera tiempo de separarlos el asiático se apartó. Jane lo miró, muy perpleja. Nunca lo había visto de aquella manera.
-Jo, tío —susurró Minho; luego se dejó caer en el suelo y hundió la cara en sus puños apretados—. Nunca he estado tan asustado, macho. No como ahora.
Ella se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros. Hizo una mueca; el mordisco prácticamente reciente de Ben le dolía.
Y entonces se oyó el ruido. Todos levantaron la cabeza, espantados, intentando averiguar de dónde venía el escalofriante y grave sonido. Éste se fue intensificando y de pronto fue substituido por unos chasquidos horribles que no presagiaban nada bueno. Jane notó la mano de Minho cerrarse sobre su muñeca libre y obligarla a ponerse de pie con él.
-Tenemos que separarnos. Es nuestra única posibilidad de supervivencia. Sigue moviéndote. ¡No dejes de moverte! –le dijo a Thomas y echó a correr con la joven, dejándolo ahí sólo.
Jane tardó varios pasillos en razonar. Cuando lo hizo, se soltó de su agarre con vehemencia y lo empujó contra la pared más cercana.
-¡¿Pero qué estás haciendo?! –exigió saber.
-¡Intento salvarte la vida! En realidad, ¡salvárnosla a todos nosotros!
-¿Y te crees que huyendo como un cobarde vas a hacerlo? ¡Podría haber cientos!
-¿Qué pretendías que hiciera? ¡Quedarnos quietos hará que muramos más rápido! Si podemos sobrevivir aunque sea un par de horas…
-¿Un par de horas y qué, Minho? ¡Aclárate! O mueres o vives. No puedes intentar tener esperanza y luego decirnos a la cara que no la hay. Podemos hacerlo. Lograremos sobrevivir, ¡pero solo si permanecemos juntos! Así que vamos a mover el culo ahora mismo y a volver con el verducho.
El chico la contempló unos instantes tan largos que Jane creyó que estaba en shock. Luego franqueó la escasa distancia que los separaba y la besó en los labios, brusca pero intensamente. A la joven se le cortó el aliento de golpe y correspondió a duras penas. ¿De verdad estaba ocurriendo? Querría que no acabara nunca. Minho gimió contra su boca al sentir las manos de la muchacha en su nuca, invitándole a seguir. Los laceradores y el peligro de muerte desaparecieron lo que a ellos les pareció una eternidad.
Al separarse, jadeaban. Incluso en la penumbra, Jane advirtió un brillo febril en los ojos de su compañero, algo nuevo para ella.
-Si sobrevivimos… -insinuó-. Si hay una remota posibilidad de sobrevivir…
No llegó a terminar. El chasquido familiar detrás de ellos lo interrumpió y un enorme lacerador golpeaba el suelo de piedra con sus piernas metálicas. Las pinzas de delante se abrían y se cerraban, saboreando el momento en que destrozaría a sus presas. Una baba repulsiva escapaba de la grotesca boca llena de dientes, y de la parte superior, en el cuerpo bulboso surgieron una especie de pinchos puntiagudos.
-Vamos a por Thomas –musitó, temeroso de provocar un ataque si hablaba más fuerte-. Pero antes… tenemos que deshacernos del bicho.
-Búscalo –dijo ella. Minho la miró, confuso-. Busca a Thomas y luego venid a por mí.
-¿Crees que voy a…?
-¡Hazme caso de una fuca vez, foder! –exclamó-. ¡Corre!
El joven le dio un apretón en el brazo y se giró, echando a correr. Y allí estaba ella, delante de la peor pesadilla de cualquier clariano, enfrentándose a la mismísima muerte. No lo habría admitido delante de su compañero, pero no albergaba esperanzas de resistir. No obstante, lucharía. Lo haría por Minho, por Chuck, por Thomas, por Newt e incluso por Alby.
Como si el lacerador leyera sus pensamientos, caminó en dirección a Jane, probando su valor. Se estaba burlando de su soledad y desamparo, lo veía en los asquerosos ojos negros de la criatura. Y no pensaba jugar a ese juego.
Emprendió una carrera por el pasillo, tan rápido como le permitían las piernas mientras el lacerador trotaba entre chasquidos soltando estrambóticos chillidos inhumanos, sediento de sangre. La chica saltó varias piedras y en una de ellas notó un crujido en el tobillo que casi la hace perder el equilibrio. Dobló otra esquina, luego a la derecha, y a la izquierda, explorando un laberinto que en las circunstancias presentes le parecía igual. Su entrenamiento como corredora había dejado de serle útil bajo presión.
Encontró una escalera de muros rotos, que subió a duras penas. Algo le rasgó la camisa por detrás. El dolor la acució y se extendió por todo su cuerpo como un veneno. Aun así, se obligó a seguir. Si se paraba, sería su fin y el arañazo del lacerador no sería nada en comparación con lo que le haría. Pero al ladear la cabeza encontró a la criatura justo encima de ella, con una extremidad alzada. El aguijón. La aguja que la haría pasar por el Cambio.
Si la tocaba, estaba perdida y tuvo que reaccionar rápido. Rodó de lado al tiempo que saltaba del muro y aterrizó sobre el costado: aulló de dolor .
¡El hombro! ¡Mi hombro!, quiso gritar, más las palabras morían en sus labios.
El aguijón del lacerador se encastó en la piedra y se quedó allí, luchando para liberarse. Jane se levantó, malherida. Escupió sangre de los labios partidos antes de irse a toda prisa de allí.
Minho, Minho, Minho.
Quería verlo antes de morir.
En una de las esquinas, dos pares de manos la sujetaron y la obligaron a seguir en marcha. Mirando débil a ambos lados vio maravillada que eran sus compañeros. Las lágrimas brotaron de sus ojos, no pudo detenerlas. El alivio la inundó, tan de sopetón que las piernas le flaquearon.
-¿Cómo…? –logró pronunciar.
-Si te soy sincero, pura casualidad –dijo Minho. Colocó el brazo por detrás de la espalda de la chica para sujetarla mejor. Torcieron a la derecha, conscientes aún de que les pisaban los talones-. He tenido una idea, ¡vamos! El Precipicio es nuestra última esperanza.
-¿El Precipicio? ¡Minho, si nos metemos ahí moriremos! –daba la impresión que solo los corredores sabían qué era ese Precipicio y pronto, Thomas lo vio. El pasillo no terminaba en otra pared de piedra. Acababa en negrura. Las dos paredes cubiertas de hiedra a ambos lados parecían no cruzarse con nada más que el cielo allí arriba. Podía ver las estrellas. Conforme se acercaban, por fin se dio cuenta de que era una abertura; el Laberinto se acababa.
-No te entusiasmes —dijo Minho. Jane asintió, confirmándolo. Mientras uno le enseñaba por qué no era ninguna salida al otro, la muchacha miró por encima del hombro sano y se le heló la sangre al ver el tropel de laceradores tras ellos.
-Minho… espero que tengas un buen plan –dijo con un hilo de voz.
-Puede que esas cosas sean sanguinarias, pero no son más tontas porque no se entrenan. Quedaos aquí, a mi lado, mirando…
Y Thomas y Jane al fin encajaron las piezas.
-Estamos listos – declararon al unísono.
-¡Tenemos que estar sincronizados! —Gritó Minho, casi ahogado por los ruidos ensordecedores de los pinchos retumbantes que rodaban por la piedra—. ¡A mi señal!
Ella advirtió que los laceradores se habían alineado, un hecho totalmente misterioso. Se acercaron. Tres metros, dos metros, metro y medio…
-¡Ahora! —gritó Minho.
Antes de que el primer lacerador lograra tocarlos, se separaron en direcciones opuestas. El primero cayó sin remedio, los chasquidos cesaron al entrar en contacto con aquella especie de cielo. El siguiente precedió al anterior, en cadena. Pero el último logró detenerse a tiempo y Jane observó cómo Thomas y Minho lo empujaban desesperados para que desapareciera también.
El laberinto se sumió en el silencio más absoluto. Durante unos segundos nadie dijo nada. Entonces Thomas se acurrucó hecho un ovillo y empezó a llorar; nadie sería capaz de juzgarlo por ello. Si el agotamiento y el dolor no estuviesen presentes en su cuerpo, volvería a derramar lágrimas. Su consciencia iba desvaneciéndose a cada segundo.
-Thomas… -susurró exhausta, cuando el chico dejó de lloriquear-. Thomas… gracias.
Y se desmayó.
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SIENTO QUE SEA TAN CORTO ;;