miércoles, 1 de julio de 2015

Capitulo 3

Kondou decidió que, a pesar de a la renovada confianza, Rin dormiría en una habitación distinta a la de Chizuru por precaución. El comandante llamó a Hijikata y a Sannan para discutir su decisión que pese a las protestas de ambos, finalmente fue aceptada. Kondou cumplió la promesa hecha a la muchacha y ordenó al Consejero del Shinsengumi llevar consigo los brazales. Sannan no preguntó al respecto, sino que los aceptó y se retiró a su dormitorio. Al día siguiente, partió temprano junto a su división.

Rin no pudo pegar ojo en toda la noche. Las preocupaciones, el miedo y un tobillo mal curado le imposibilitaron un buen descanso. A ello había que sumarle que se encontraba en un futón desconocido en una habitación que no era la suya. Inoue había hecho lo imposible a fin que se sintiera cómoda, cosa que la joven agradeció. En vez de té, le había traído un vaso de leche caliente y ella se lo había bebido con avidez. Se sorprendió de lo sedienta que estaba.

-Disculpa a los chicos -dijo el hombre-. Son toscos y tienen mal carácter, pero en el fondo son buenas personas.

-Lo sé, muchas gracias Inoue -contestó Rin-. Supongo que la llegada de alguien que dice ser de otro mundo no está muy visto.

-En absoluto -corroboró-. Acerca de eso... ¿Estás completamente segura de lo que dices, pequeña? El castigo por engañar al Shinsengumi es la pena de muerte.

Rin sintió un nudo formársele en la boca del estómago, aun así no se amedrentó. Si iban a castigarla, primero debían ver el otro lado con sus propios ojos.

-No he mentido.

Inoue suspiró.

-Está bien -se acercó a la puerta-. Buenas noches.

Salió, dejándola sola. Esperaba que Cronos cumpliera su palabra y el paso entre dimensiones permaneciera abierto para ella.

***

Kondou y Rin acordaron que él anunciaría quien la acompañaría, a petición de la muchacha. El comandante del Shinsengumi lo aceptó, extrañado, mas no preguntó. Tras reunir al grupo, manifestó su voluntad y los chicos escucharon sin hablar un buen rato.

-...por esa razón, Okita y Yamazaki la escoltarán a la presunta entrada. Además, serán los encargados de confirmar si dice o no la verdad. En caso negativo, tenéis mi permiso para matarla.

Rin se estremeció. No podía evitarlo siempre que se hablaba de su muerte. Le parecía que a cada paso que daba estaba más cerca del seppukku. Yamazaki asintió diligentemente pero Okita entrecerró los ojos y la miró con odio.

-Yo no pienso ir -declaró.

-¡Souji! -lo reprendió Hijikata. El samurái chistó.

-No tengo ninguna necesidad de meterme en una cueva. ¿Y si es una trampa para acabar con nosotros?

-Si así fuera -dijo la joven-. Me bastaría con llevaros a todos o atraer a los líderes, no a un par de miembros del Shinsengumi sin título -se giró hacia Yamazaki, alarmada-. ¡N-no he querido decir que vuestras vidas no tengan valor! ¡Son muy preciadas para mí!

Oh, mierda. Otra vez hablando de más. Las mejillas de Yamazaki se colorearon levemente de rosa.

-Sé de sobras cual es mi posición en ésta misión y el peligro al que me expongo, Tomohisa -carraspeó, incómodo. Kondou estalló en carcajadas estridentes, quitando gravedad al asunto.

-Vamos, vamos. Discutámoslo en diferente ocasión. Souji, ¿estás seguro de que no cambiarás de opinión?

-Tan seguro como que esta no podría ganarme en un duelo.

Rin enarcó una ceja. Se levantó y caminó hasta quedarse delante del samurái.

-Reprochas a los demás que no deben hablar de ti sin conocerte, y no obstante tu haces exactamente lo mismo -le espetó. Okita sonrió. No fue agradable.

-¿Eso significa que te batirás en un duelo a muerte conmigo?

-Si acepto, ¿dejarás que imponga una única condición?

-Me muero por oírla.

-Sin katanas, cuerpo a cuerpo. Y si gano, vendrás.

-Me parece estupendo. No me hace falta una espada para romperte el cuello.

-Souji, te estás pasando un poco -musitó Heisuke, preocupado por el giro que tomaba la conversación. Harada estaba en tensión y Shinpachi fruncía el ceño constantemente. Rin esbozó una sonrisa tranquilizadora.

-Sé defenderme -dijo, orgullosa. Okita se rió entre dientes.

-Ya lo veremos.

El grupo pasó a la sala de entrenamiento, distribuyéndose por la sala. Al pasar delante de Yamazaki, sintió sus mejillas arder. Casi ni lo conocía y su simple presencia la intimidaba.

No es verdad. Sí le conozco, se dijo, en cierto modo.

Ambos, Okita y Tomohisa se quedaron el uno frente a la otra a varios metros de distancia. Rin adoptó una posición ofensiva mientras que Souji se cruzó de brazos, confiado de su victoria.

-Me parece que se lo está tomando a juego -le comentó Kondou a Hijikata, que asintió.

-Su posición es excelente -dijo Saito-. Calibra a la perfección el peso del cuerpo entre las piernas pese ése hinchazón del pie.

Harada hizo una mueca.

-Ésto no está bien. Souji la matará de verdad ahora que tiene la aprobación del jefe.

La habitación se sumió en el más sepulcral silencio. Se diría que incluso el aire podía cortarse con un cuchillo. Y en el momento menos pensado, Rin se movió. Fue tan rápida, tan veloz que Okita la perdió de vista durante unos segundos. Segundos que la chica aprovechó para hacerle perder el equilibrio y estamparlo contra el suelo, en una perfecta llave. El quedo sonido del cuerpo al caer inundó la sala. La estupefacción en los rostros de los presentes -también el de Souji, desde abajo- era algo digno de verse y de ser recordado. Incluso Sannan tenía los ojos abiertos como platos.

-He ganado -le tendió la mano al caído. El joven miró la extremidad que se extendía hacia él, receloso. Entonces optó por el engaño, pues cuando sus dedos le tocaron la palma la lanzó al suelo. La cabeza de Rin rebotó en la madera, provocando que los Shinsengumi soltaran exclamaciones de alarma, algunos incluso, se semi incorporaron. El samurái la asió por el cuello y apretó.

Le faltaba el aire, se estaba ahogando. Sin embargo, no podía darse por vencida aún. Colocó los antebrazos juntos y apartó las manos de Okita en ademán defensivo. Después, le propinó un puñetazo en el esternón y su compañero se dobló, preso de un ataque de tos. Había funcionado. A trompicones se levantó.

En un hábil golpe, él le sacudió una patada en el tobillo y Rin gritó de dolor. Retrocedió, tambaleante, la pierna encogida sin tocar el suelo. Los demás, viendo la gravedad de la situación los separaron.

-¡Ya está bien! -exclamó Kondou-. Shinpachi, Harada, lleváoslo de aquí. Yamazaki, Inoue. Ésta chica precisa tratamiento inmediato en ese pie.

Rin jadeó, procurando contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. El dolor cada vez era más intenso. Miles de puntos negros se formaban delante de ella y se le revolvió el estómago. Había soportado aquel mal demasiadas horas por no atreverse a pedir ayuda. Yamazaki se la cargó a la espalda y la sacó de la sala de prácticas, seguido de Inoue. Entre los dos, la depositaron en su habitación provisional tan suave como fueron capaces de hacerlo. El mayor salió a buscar medicina y vendas mientras que el ninja optó por examinarle el tobillo.

-Lo has forzado demasiado -informó, palpando el prominente bulto-. Puede que esté roto.

En otras circunstancias, la chica se hubiese ruborizado hasta la punta de las orejas.

-Es... horroroso -dijo con un hilo de voz, refiriéndose a las lacerantes punzadas. El chico arrugó el ceño, malinterpretándolo.

-Souji no es una persona fácil y tú lo has cabreado.

Rin entornó los ojos.

-Él me retó, que se atienda a las consecuencias.

Yamazaki la miró fijamente con aquellos orbes violetas que parecían sinceros y fríos al mismo tiempo y sacudió la cabeza.

-No te beneficia -hizo una pausa. Luego cambió de tema-. Necesitarás un entablillado, pero no te aseguro que puedas volver a mover el pie con normalidad.

Rin se incorporó.

-Pues llévame a mi mundo. Allí me...

-¿Crees realmente en lo que dices?

La muchacha se afligió porque la persona que más deseaba que confiara en ella, no la creía. Las lágrimas retenidas se desbordaron por sus mejillas y cayeron sobre el tatami. Yamazaki, percatándose, se puso nervioso.

-Eh, no, no llores -masculló-. Tomohisa, por favor.

Rin le dirigió una mirada de decepción a fin que el chico se sintiera mal, pero se sintió aún peor por intentarlo. Él desvió la vista al suelo, turbado. La puerta de la habitación se abrió y el viejo samurái penetró en la estancia con un botiquín de madera entre los dedos.

-Yamazaki -lo regañó contemplando la escena-. No está bien hacer llorar a las señoritas.

El muchacho quiso replicar, pero no supo qué decir. Inoue colocó una mano en la cabeza de la joven.

-Ya está, ya está -le dio varios golpecitos-. Hay que ver. Con lo fuerte que eres y la cantidad de lágrimas que eres capaz de derramar.

Algo frío le alivió el escozor del tobillo. En silencio, Yamazaki le había puesto un trapo húmedo en la herida para bajar el hinchazón. Quizá en parte también era una disculpa, se dijo ella.

-Será mejor que te quedes aquí hasta saber la situación de Okita -se levantó para salir-. Inoue, ¿se encarga?

-Descuida.

Rin se quedó algo desilusionada viéndolo irse. Se mordió el labio hasta que la voz del otro samurái la sacó de su ensoñación.

-Yamazaki está preocupado por ti.

-¿Eh?

-Nada, nada. Hablaba conmigo mismo. Sois tan jóvenes... deberíais poder disfrutar de la vida.

Rin jamás creyó que Inoue fuera a decir algo así. Pensaba que el orgullo de los samuráis era la guerra y morir en combate, pero lo que el mayor decía le cambiaba un poco la perspectiva que tenía de él. Creía saber qué pensaban pero... en la realidad, cada uno de ellos era único.

-En mi mundo... -comenzó. Sin embargo, quiso evitar de nuevo que la tacharan de chiflada. El hombre lo notó.

-Por favor, sigue -se sentó a vendarle el pie. Recelosa al principio, conforme hablaba se fue ilusionando y le explicó miles de cosas del lugar del que procedía, desde meras estupideces hasta información importante. Cómo se organizaba la sociedad, las guerras que había habido hasta entonces, cómo era la policía, el tipo de familias que existían...

-...también hay Hospitales gigantescos -abrió los brazos para justificar sus palabras-. Allí se hacen las prácticas de mi carrera. También se ha descubierto la cura para la mayoría de los cánceres, aunque el de cabeza es complicado de sanar aún. Hay métodos anticonceptivos para evitar posibles enfermedades de transmisión y... -Se detuvo al percatarse de que Inoue estaba sorprendido-. ¿Qué... ocurre?

-O posees una imaginación portentosa o... estas diciendo la verdad.

Rin no se molestó en contestar. Se había justificado miles de veces y no volvería a hacerlo. Alzó la cabeza, orgullosa, mostrándole a Inoue que no le importaba si no la creía. El mayor suspiró, sabiendo en parte que llevaba razón y Yamazaki pronto se dejó ver otra vez. Estaba tenso, casi como si le hubiesen dado una noticia desagradable.

-Kondou quiere verte. Ha convocado una reunión.

El ninja dio un par de pasos y girándose, se agachó delante de la mundana.

-Sube.

La joven parpadeó. Miró a Inoue, quien no le dedicó mas que una sonrisa afable e intentó hablar.

-Pero yo...

-No tenemos todo el día y tú no puedes caminar en el estado en que te encuentras. Si eres tan amable -movió las manos en un gesto de impaciencia. Rin notó un nudo en la garganta mientras la sangre se le agolpaba en la cabeza.

-Es que... me da vergüenza.

Yamazaki ladeó la cabeza, perplejo.

-¿Vergüenza?

¿Cuántas veces van ya diciendo lo que no debes?

-Yo... -tragó saliva y se semi incorporó. Vaciló antes de ponerle las manos en los hombros. En ese instante le empezaron a sudar las palmas-. C-con permiso...

Reprimió un grito al quedar suspendida en el aire y se agarró fuertemente al cuello del chico. Si le estaba haciendo daño, no lo comentó. Estaba tan cerca de él que podía perfectamente percibir el suave aroma que desprendía su compañero, un olor almizclado y sutil, muy agradable y atrayente. Volvió a tragar saliva y escondió el rostro en el hueco del hombro del ninja para ocultar el rubor mientras se trasladaban de habitación.

Yamazaki era delgado al fin y al cabo, sin embargo, gozaba de una fuerza ágil y un cuerpo dinámico con el que se movía en el más absoluto sigilo. Rin era consciente de que pesaba el doble que Chizuru, una persona menuda y delicada en comparación a ella misma.

-Perdona -lo llamó. Pese a no girar la cara supo que la escuchaba-. Te dolerán los brazos si sigues llevándome de esta forma.

-No te preocupes por mí.

Rin hinchó las mejillas.

-Demasiado tarde, entonces.

Procuró centrar su atención en cualquier cosa que no fueran las cálidas manos del chico bajo sus rodillas. El calor que le transmitían era casi insoportable.

-Eres bastante... -se abstuvo a terminar la frase-. Nada.

-¿No, qué? ¿Qué soy? ¿Pesada? Ya te he dicho que puedo...

-Iba a decir insólita -respondió-. Vienes a un lugar al que no perteneces a salvar un grupo de gente a los que no debes nada, unos samuráis que no tienen el menor interés en conocerte y para los que eres irrelevante. Y aún así te preocupas de si eres o no una carga para mi desplazamiento.

-Esa es la diferencia -apretó los dedos-. Que yo sí os quiero.

Yamazaki se quedó en silencio. Algo dentro de él se había agitado ante sus palabras. La punta de sus orejas hasta el momento normales, adquirían un tenue color carmesí.

-Hemos llegado -musitó. La depositó en el suelo y la ayudó a sentarse. Luego se acomodó a su lado de rodillas, la espalda recta y una renovada actitud de obediencia hacia Kondou. Rin se negó a levantar la mirada. Después de un rato, se encontró a si misma temblando de miedo.

Kondou sonrió, apenado por la inocente reacción.

-Tomohisa, ¿cómo está tu tobillo?

La muchacha se topó con los ojos del jefe del Shinsengumi.

-Duele -susurró, temerosa. Era como estar en el ojo del huracán-. Quiero volver a mi ciudad y encargarme de él.

-Hablando del tema... -dijo Hijikata-. Souji ha accedido a ir. Luego de calmarse, reconoció tu valor y anunció que te proporcionaría un poco de su confianza.

-Bueno, ayudaron a tomar la decisión unos cuantos gritos de Kondou -se mofó Heisuke. Shinpachi y él chocaron puños, divertidos. Rin exhaló el aire que había estado reteniendo desde el principio.

-¿Y no me vais a castigar?

-¿Eh?

-He derribado a uno de vuestros mejores soldados. Yo, una mujer. Pensaba que...

Kondou y Hijikata intercambiaron una mirada.

-Si es verdad que provienes de otro mundo... -prosiguió el sub-jefe-...entendemos que vuestras reglas sean dispares a las nuestras. Aparentemente somos expertos en esconder mujeres vestidas de hombres -Rin distinguió un tono amargo en su voz-. Bien que tu caso es diferente.

-¿Diferente?

-Sí -afirmó Kondou-. Tomohisa Rin. Somos incapaces de no considerarte una amenaza para nosotros a causa de tus recién exhibidas artes. Por lo tanto, tienes dos opciones: Cometer el seppukku en el acto o, una vez vuelvas a esta Era, unirte a las filas del Shinsengumi en calidad de médico junto a Yamazaki.

El nombrado se puso rígido.

-Con todos mis respetos, señor...

-No repliques -lo cortó-. El avanzado conocimiento en medicina que tiene nos ayudaría en la batalla. Te encargo una tarea más: Aprende. Empápate de conocimientos útiles, tantos como puedas.

Yamazaki asintió, inclinando ligeramente la cabeza. La chica reunió la fuerza de voluntad que le quedaba y cerró la boca abierta. Estando en peligro constante, se habría esperado una advertencia, amenaza, o que la intimidaran. Paseó la vista pero no encontró a Okita. A lo mejor sí iba contra su voluntad.

-¿Y bien? ¿Estás conforme, Rin?

-Eh... Ah... yo... -juntó las manos delante de ella y se encorvó en una reverencia-. Por supuesto.

Era una ocasión única en la historia y pensaba aprovecharla al máximo. De reojo, Yamazaki la contemplaba sereno.

Capitulo 2

11 de marzo

El ruido mojado de las hojas al ser pisadas llenaban el bosque de sonidos extraños. Con cada crujido, Rin giraba la cabeza hacia atrás, temiendo que alguien pudiera seguirla. Un pensamiento estúpido, dado que la casa más cercana a aquella frondosa espesura verde era la suya. No demasiado lejos, una carretera llevaba a la ciudad céntrica y entre los árboles podía escucharse el quedo ruido de los coches al pasar. Apresuró el paso. Aún le quedaban cinco minutos hasta llegar al punto de encuentro. Perdió el equilibro en varias ocasiones por el peso de la mochila, pero logró mantenerse erguida.

Cuando avistó la entrada de la cueva, notó que alguien más estaba allí y casi da un salto al comprobar que se trataba de Cronos. Ése día llevaba puesta una camisa blanca, un chaleco a cuadros y unos pantalones oscuros. Rin se estremeció de frío solo de verlo. El dios se volvió al sentir su presencia y le sonrió con esos dientes tan perfectos y la usual mirada juguetona. El pelo rubio le caía, rebelde y desenfadado sobre los hombros: ya no lo tenía echado hacia el lado.

-Sabía que vendrías -declaró. Su voz poseía un matiz emocionado. La miró de arriba abajo antes de silbar-. Vaya, sí que te lo has tomado en serio. Lo único que delata que eres una mujer es la trenza.

Rin vestía el yukata blanco y granate que había encargado el día anterior. Pensó que quizá con una trenza en el lado pasaría por un hombre, pero al parecer estaba equivocada. Al verle el gesto de desilusión a la muchacha, Cronos se apresuró a rectificar.

-No me malentiendas, querida. Estás estupenda. Si no te observan demasiado, supondrán que eres un hombre afeminado.

-Menudo consuelo -gruñó ella por lo bajo. Cambió el peso de la mochila y pasó de largo sin mirarlo, hacia el interior de la gruta. Estar allí se le hacía tan nostálgico...

-La puerta está abierta -anunció el dios-. Y lo seguirá estando para ti y para aquellas dos personas que elijas llevarte. Eso si, si deseas cambiar de mundo, deberás darle la mano a ambos, al menos la primera vez. De lo contrario, se perderán en el espacio entre dimensiones.

-Entendido.

¿Porqué debía hacerlo? ¿Porqué ella? Esos fueron sus pensamientos antes de adentrarse en el oscuro agujero. Experimentó un tirón en el estómago y presintió que el aire había cambiado de alguna manera. Se vio pronto fuera de la cueva en un paraje que no conocía, en un lugar que le era extraño. Un bosque diferente, más exuberante y verde.

-Oh dios mío -exclamó-. Era verdad. Cronos decía la verdad.

Descendió la colina y aterrizó en un camino de tierra. No había ni un alma pero distinguió en la distancia diversos bloques de humo: la ciudad de Kyoto. El corazón de Rin martilleaba fuertemente contra sus costillas. Seguía atónita.

-De acuerdo, pensemos -se sentó en una roca a descansar un rato. Había caminado un buen trecho-. Si entro en la base de los Shinsengumi, me matarán. Si los abordo en sus paseos, también. Necesito encontrar a alguien cooperativo, como Inoue o Harada... Si me topo con Okita, me cortará la cabeza.

Se despeinó, frustrada. El último período del shogunato podía contener un peligro excesivo para una persona inexperta como ella. Levantándose, sacudió las arrugas del yukata y se dispuso a proseguir su camino.

***

Al llegar al centro de la ciudad, quedó maravillada. Ignoraba la belleza antigua y verlo de primera mano la hacía sentirse afortunada. Por doquier, gente con vestidos tradicionales paseaba tranquila, maikos y geishas se promocionaban alegres, y los comerciantes gritaban sus productos a pleno pulmón. Rin olvidó un instante a qué había venido y curioseó aquí y allí, sin darse cuenta de que, pese a sus esfuerzos por no desentonar, destacaba más que nadie.

Al darse cuenta, retuvo una grito y se escondió de la gente. Anduvo, ahora sí, discreta. Preguntó sobre la base de los Shinsengumi en lugares más concretos, menos concurridos. Siguiendo las indicaciones, llegó a una gran casa tradicional japonesa los muros de la cual tapaban el interior. Su única entrada, una puerta de roble maciza se encontraba abierta de par en par y de ella emergió un grupo de hombres que portaba un manto azul con mangas blancas. Se dirigían al corazón de la ciudad.

-¡Son ellos...! -exclamó la muchacha emocionada. Jamás pensó que llegaría a ver de verdad el uniforme de la policía de Kyoto. Decidió grabar por siempre el recuerdo de las telas ondeando con el aire. Luego de su atrevimiento, quien sabe si seguiría con vida para volverlas a ver. Rin decidió que lo mejor sería escabullirse y buscar a Kondou antes de que cualquier samurái la avistara y decidiera poner fin a su existencia. A él se lo contaría todo. Lo había pensado durante el día. Al principio consideró explicárselo a Hijikata, mas no se fiaba del temperamento del vice-comandante.

Alzó la cabeza al muro y sopesó sus posibilidades de trepar. Lanzó la mochila al otro lado y escaló la pared, dando gracias a sus años de artes marciales que le habían otorgado bastante fuerza física. Se irguió en la cima y se dejó caer, aterrizando suavemente sobre la hierba. Incluso poniendo en práctica lo aprendido en el dojo, no alcanzó un descenso limpio y el tobillo sufrió un giro brusco. Gimió, agarrándoselo hasta que el dolor disminuyó. Respiró hondo y se puso en pie. Ahora su trabajo se había vuelto peliagudo, pues no era capaz de sostenerse sobre las dos piernas sin que miles de puntos entraran en su campo de visión.

-Lo que me faltaba... -protestó. Dejó la mochila a un lado y de ella sacó una venda blanca la cual enrolló entorno el hinchado tobillo, inmobilizándoselo.

Cuando guardó el apósito, apreció que alguien la observaba y se volvió en seguida. Dos jóvenes, uno de pelo corto y el otro, más bajito con una coleta alta la contemplaban boquiabiertos. Rin parpadeó, congelada. Dio media vuelta, con la mala suerte de tropezar y caer de boca al suelo. Hizo un esfuerzo, a pesar del dolor, de levantarse. No obstante, los samuráis ya se encontraban a su lado.

¡Me van a matar! ¡Me cortarán el cuello!, le gritaba su mente. Con suerte, sería rápido. Un pequeño dolor y ya está, de cabeza al otro mundo. Por eso, lo que escuchó a continuación la desorientó.

-Eh... ¿estás bien? -preguntó una voz aniñada. Casi parecía la de una... ¿mujer?

Rin levantó la cara para toparse con un rostro que conocía demasiado bien.

-¿Tú eres... Chizuru? -dijo, antes de darse cuenta. En sus ojos brilló una gran exaltación y felicidad-. Madre mía, sí que lo eres.

Chizuru dio un par de pasos hacia atrás. Era obvio que no se esperaba que la reconociese.

-¿Nos... nos conocemos?

La chica se golpeó la frente. Eso había sido muy imprudente.

-No, claro que no. Perdóname. No puedo decir... ¡necesito hablar con Kondou Isami ahora mismo! -exigió, lo mas humildemente de lo que fue capaz. El acompañante de Chizuru, que no había dejado de apretar el mango de su katana, la examinó receloso.

-¿Qué asuntos te traen a la sede de los Shinsengumi? -inquirió. Rin hizo contacto directo con sus ojos y se quedó sin aliento. Era esa persona. Sin duda, era él. Orbes violáceos, pelo corto y una larga y fina coleta castaña.

-Ya... -farfullo-. Yamazaki.

Los dedos del ninja se tensaron entorno a la empuñadura mientras que la otra mano agarraba bruscamente el hombro de la extraña visitante.

-¿De qué nos conoces? -siseó. Rin se encogió.

-¡No puedo decirlo sin Kondou delante! ¡Necesito verlo cuanto antes, por favor!

En ese momento, Shinpachi los vio y decidió acercarse.

-¡Hey! ¡Chizuru, Yamazaki! -los nombró. La joven perdió el color del rostro. Estaba muerta. Ya podía considerarse muerta y enterrada-. ¿Qué pasa? ¿Quién es el crío?

-¿Crío? -repitió Rin-. Soy mayor de... -enmudeció al sentir el agarre del hombro intensificarse.

-Insiste en ver a Kondou y se niega a decirnos qué trama -contestó Yamazaki. Nagakura frunció el ceño.

-¿Un espía? -musitó.

-¡NO! -chilló. Bajó el tono-. ¡No...! ¡No soy ningún espía de Choshu, ni del Shogun, ni de ningún clan raro!

El ceño fruncido de Shinpachi se hizo más notorio. Lo estaba empeorando todo, no paraba de meter la pata cada vez que abría la boca. Vas a morir pronto. No dejaba de repetírselo y empezaba a asumirlo.

-Tú... maldita basura -escupió Nagakura, sin rastro de humor. Parecía un tigre a punto de morder a su víctima-. Pocos saben de nuestros enemigos, y tu pareces saber bastante... ¡Habla! ¡O juro que...!

La asió con fuerza por el cuello del vestido y la levantó del suelo sin esfuerzo. Al momento, sus antebrazos notaron algo bajo el yukata que lo preocuparon. Poco a poco, la dejó en el suelo y palpó aquello. Automáticamente Rin gritó y le propinó un bofetón que retumbó en el lugar.

-¡¡¡Na-Nagakura Shinpachi!!! -vociferó, fuera de sí-. ¿¡C-cómo te atreves a tocarle el pecho a una dama!?
-¿Una dama? ¡¿Éste golpe es de una dama?! -balbuceó, aturdido. Yamazaki se plantó delante de ella y le examinó la cara. Rin enrojeció al ser tocada por sus manos y se escondió detrás de Chizuru.

-Por favor, no me matéis -suplicó desde el hueco del hombro de la chica-. No he venido a causar problemas ni a hacer daño a nadie. Pido ayuda a Kondou por que considero que es el único que entenderá lo que le digo.

-¿Nos estás llamando idiotas? -refunfuñó Shinpachi-. ¿A todo ésto, cómo sabes mi nombre?

-No es cuestión de intelecto o no, sino de jerarquía. Es el alto cargo de los Shinsengumi y necesito... necesito que él entienda...

-¿El qué? -Preguntó Yamazaki. Rin lo miró.

-Que no soy de este mundo.

***

-Vamos a ver -susurró Kondou-. Te llamas Tomohisa Rin, ¿no? ¿Y dices que vienes de otra dimensión por orden de un dios llamado... Cronos?

-Sí. Vengo a salvaros. O a intentarlo, mejor dicho.

-¿A salvarnos? -repitió Heisuke-. Sano, Shinpatsu. La mujer ha perdido la cabeza.

Al final, respondiendo a las quejas de Rin, aquella tarde se convocó una reunión general que abarcó a los miembros más significantes de los Shinsengumi, incluidos Yamada, Yamazaki y Chizuru. Los chicos murmuraron cosas entre ellos y la joven se sintió cada vez más patética. Shinpachi les había puesto al corriente y claramente se reían de ella.

-¡No he perdido la maldita cabeza! -le soltó-. ¡Digo la verdad! Puedo... ¡Puedo decir cualquier cosa sobre vosotros! ¡Y tengo pruebas en mi mochila!

-Heisuke, llamar loca a una loca incrementa su locura. ¿No lo sabes? -se mofó Okita. Rin enrojeció con violencia y se mordió el labio inferior para no soltar alguna grosería.

-Si es verdad que sabes acerca de nosotros -habló Sannan, en su usual calma-. Demuéstralo.

La chica respiró hondo y asintió. Observó a Sannan y reparó en que su brazo estaba ileso.

-Sannan, ¿su brazo está... bien?

El secretario del Shinsengumi se la quedó mirando interrogante.

-¿A qué te refieres?

-Dígame, ¿en qué mes estamos?

-Febrero, de 1864 por si te es relevante.

Rin se atragantó.

He llegado justo a tiempo, pensó.

-De acuerdo. Sannan, su verdadero nombre es Yamanami Keisuke y usted es el secretario general del grupo.

Si estaba sorprendido, no lo demostró.

-Interesante -susurró-. Pero insuficiente.

Ella se desanimó un poco, pero decidió proseguir.

-Hijikata Toshizo no proviene de una familia de samuráis. Kondou Isami, usted tenía un dojo en Edo. Todos los aquí presentes eran sus alumnos, ¿me equivoco?

-En absoluto -el jefe estaba encantado-. Fascinante, muy fascinante.

-Eh, Kondou. ¿No me diga que la cree? -dijo Harada, incrédulo. El hombre lo miró.

-Hay cosas que no hemos explicado y otras que difícilmente puede suponer. No digo que su historia sea cierta, pero no podemos ignorarla.

-A la mierda con la historia -Okita se levantó, aburrido-. ¿Podemos matarla ya?

-Oye, Souji... -intentó calmarlo Kondou. Rin sintió crecer una rabia en su interior que nunca creyó poseer. Clavó sus orbes azules en el chico, descargando en él el odio que profesaba.

-Me gustaría verte intentándolo sin una katana -protestó.

Okita esbozó una sonrisa desdeñosa.

-Oh, ¿eso quiere decir que puedo golpearte hasta la muerte? No me contendré aunque seas una mujer.

-Estarás en el suelo antes de lograr tocarme un pelo. Por respeto a tu pasado pretendía pasarlo por alto, pero ya que insistes no me importará hacerte tragar tierra.

La expresión del samurái cambió.

-No me conoces, así que no hables de lo que no sabes.

Percibiendo el peligro y viendo que los Shinsengumi no tenían intención de separarlos, Saito decidió intervenir. Colocó la bolsa en el centro de la sala, abierta.

-He revisado sus pertenencias una a una. Salvo algunos alimentos, no reconozco nada más. Ropajes extraños y un kimono floral.

-Tomohisa Rin -la nombró Kondou-. ¿Qué es lo que llevas en esta bolsa?

-Medicamentos, comida y ropa. En mi época estamos muy avanzados en medicina. Sabemos curar desde pequeños refriados hasta ataques al corazón. No siempre, pero lo intentamos.

Ello despertó un nuevo murmullo en los presentes. Antes de que dijeran algo, sacó la hoja de normas.

-Cronos me dio estas reglas que debo acatar -se la tendió a Kondou-. Si cometo una infracción seré expulsada de éste mundo, o moriré en el acto. Pero lo que sí puedo decir es que he venido a ayudar y salvar futuras vidas. Si no me creéis, me llevaré a dos personas conmigo que corroborarán lo que digo.

Se fueron pasando la hoja uno a uno hasta volver a manos del comandante.

-¿Has decidido a quién le confiarás la información? -la interrogó Hijikata. Rin asintió.

-Kondou es mi mejor opción ahora. Sé que es un líder comprensivo, cordial y amigable y que me entenderá.

El hombre desvió la vista, avergonzado de la mirada de adoración que le lanzó la muchacha. Se rascó la nuca torpemente y sonrió a medias.

-No es para tanto...

-Si lo es, señor -le sostuvo una mano, apretándosela-. Por favor, dedíqueme unos minutos a solas para que le cuente. Se lo suplico, por lo que mas quiera. La vida de sus hombres depende de ello.

Kondou reconoció la verdad en las pupilas de la joven. De algún modo supo que era sincera y hablaba con el corazón en un puño... y se conmovió. Rin le había dado todas las evidencias de las que disponía en ademán desesperado, no solo para salvarse, sino para ayudar al Shinsengumi. Le costaba creer lo de los mundos y dimensiones, pero estaba dispuesto a escucharla.

-Muy bien. Vosotros, fuera de aquí. Voy a conversar con ésta chica.

-Tienes que estar bromeando, Kondou -dijo Okita-. No hablas en serio.

-Hablo MUY en serio, Souji. ¡Venga, venga! No tenemos toda la noche. ¡Largaos!

La sala fue desalojándose poco a poco. El último en irse fue Inoue que les ofreció una taza de té. Kondou lo despachó, mas decidió que tras la charla sería conveniente beber algo. Cuando la habitación quedó vacía, el comandante se puso serio.

-Por favor, di lo que tengas que decir -sacudió la hoja-. Es un material extraño y no se parece a la tinta que utilizamos. Pero lo que más me preocupa es el punto en el que habla de las vidas que se pierden en la batalla. ¿Habrán muchas bajas?

Rin casi se echó a llorar. El hombre empezaba a tomarse el asunto con gravedad.

-Sí, señor. Muchísimas. De toda la gente que hoy ha asistido a ésta reunión, sobrevivirá Chizuru exclusivamente por que ella no forma parte del Shinsengumi. Inoue caerá primero. Yamazaki será el segundo -tragó saliva. Era insólito que la muerte de una sola persona le doliera más que la de nadie-. Usted, Kondou, será el tercero. El último será Hijikata. Varios tomarán el Agua de la Vida.

-¿Podrías contarme las razones?

Rin se lo explicó todo. Como Sannan, Heisuke, Okita y Hijikata se toman ese horrible brebaje. Cómo Okita, pese a ser un Furia, sigue teniendo tuberculosis avanzada y cómo cada uno de ellos muere de distintas formas. Al acabar, Kondou estaba blanco como el papel.

-Kodo está vivo, pero no de la forma que esperábamos -concluyó, horrorizado-. Eso aclara muchas cosas. Voy a darte un voto de confianza, por ahora. Has dicho que Sannan es el primero en ser sometido al Ochimizu. ¿Sabes cuándo ocurrirá?

-El febrero del año que viene, señor. Antes de eso, éste mismo mes, Sannan irá a luchar. No sé exactamente el día, pero sí sé que perderá la capacidad de empuñar una katana.

-Y entonces...

-Se obsesionará con el Agua de la Vida y acabará en condición de Rasetsu.

Kondou reflexionó unos instantes. Rin hurgó entre sus pertenencias y sacó una especie de brazales metálicos que depositó delante del Comandante del Shinsengumi.

-Si Sannan se pone ésto, puede que esté fuera de peligro. A mi no me escuchará, pero a usted sí. Hágaselo llegar en el momento oportuno.

El hombre no se movió. Contempló los brazales, ensimismado. Finalmente alargó un brazo y se guardó los objetos.

-Se los daré ésta misma noche. Mañana tiene una incursión a fin de atrapar a unos samuráis corruptos que pueden tener contacto directo con el Choshu. Lo consideraré una prueba. Si ocurre lo que predices, te creeré sin cuestionarte jamás. A ello le sumaré la supuesta expedición al “otro mundo” que realizarás con dos de mis hombres a primera hora. ¿Has pensado quienes serán?

Rin afirmó.

-Okita Souji y Yamazaki Susumu.

-Ah -Kondou no esperó que contestara enseguida-. Comprendo lo de Souji. Al fin y al cabo, en tu mundo la tuberculosis debe curarse como un catarro normal. Pero... ¿Yamazaki?

La chica rezó para que su rojez no delatara lo que pensaba.

-Es uno de los mejores mensajeros que tenéis. Eficaz, rápido y seguro. Su pérdida será lamentada en el Shinsengumi y creo que puede ser la clave del futuro. Además... yo...

-¿Tú...?

Rin alzó sus orbes buscando los de Kondou. El comandante se vio reflejado en ellos, en una fuerte determinación y... algo más.


-No puedo volver a verlo morir de nuevo.