-Esto es demasiado aburrido –gimió Hyuk, con la cabeza contra los barrotes.
Se había cansado de dar vueltas por su celda y ahora estaba quieto, los brazos
colgando por fuera. Una pelota volaba de una punta a otra, de las manos de N a
las de Hye Rin. Ambos jugaban para matar el tiempo, que pasaba tan lentamente
que exasperaba.
-Hakyeon –lo nombró, después de la revelación de su verdadero nombre unos días
antes, la chica aprovechaba cualquier pretexto para hacer uso de él-. ¿Puedo
preguntarte algo?
-Hmm… -asintió, con la vista fija en el juguete.
-¿Cómo era tu hermana? –preguntó. Lejos de ofenderse o sentirse herido, N
sostuvo la bola entre las palmas y miró a la muchacha.
-Aún la tengo un poco borrosa pero… recuerdo que tenía una larga cabellera
negra como el carbón. Sus ojos eran redondos y oscuros cuales pozos, mientras
que sus labios, rojos como cerezas. Era preciosa, a mi parecer. No llegaría a
los 15 años.
Luego lanzó de vuelta la pelota contra Hye Rin, de una manera tan torpe que
ésta salió rodando hasta la celda de Leo. Antes de acercarse, la chica lo miró
con recelo, pero desechando cualquier pensamiento negativo caminó hasta allí.
Taekwoon recogió la pelota con una mano y se la entregó sin hacer ruido. Pero
antes de que se fuera, habló.
-¿Tú no tienes familia?
Se detuvo a medio camino.
-Bueno… sí. Algo así –contestó ella.
-¿Cómo que “algo así”? –Inquirió N-. O la tienes o no la tienes. No hay
término intermedio.
-Vale, vale. La tengo. Solo qué… la mitad no lo es –apretó la bola contra
el estómago, para intentar deshacer el nudo que tenía-. Mi madre se volvió a
casar cuando mi padre murió hace dos años. No quise aceptarlo. No. No quiero
aceptarlo. Se casó tan felizmente, mientras yo seguía llorando la perdida de mi
figura paterna. Lo peor fueron los niños que él trajo a nuestra casa –puso claro énfasis en las últimas palabras-. Rompían
cosas, tiraban de la cola al perro, me insultaban constantemente… es bastante
deprimente que chiquillos de 14 años estén tan poco formalizados, ¿verdad? –rio
amargamente-. Quería tener cualquier pretexto para salir de aquella jauría de
palomas que no hacían más que gritar y gritar y…
-Basta –ordenó Ken, de pronto. Todos se fijaron en él, como si hubiera
hecho algo fuera de lo normal-. No quiero escucharte más.
Hye Rin tragó saliva, compungida.
-Siento ser tan desagradable, pero solo…
-¡He dicho que te calles! –exclamó él, y la muchacha dio un salto hacia
atrás-. ¿Crees que tienes derecho a quejarte? ¿Crees que eres la que peor ha
vivido? ¡Yo era huérfano! Sabes lo que es compartir la comida con otras
personas, ¿no? Pues deberías saber cómo me sentía yo cuando solo tenía un
mendrugo de pan y tenía que dar la mitad a otras diez personas que pasaban
hambre igual que yo. Y cuando crecí, tuve que salir del Orfanato y vivir en las
calles. Ahora… ahora creo que prefiero estar aquí.
Hye Rin contuvo las lágrimas que se formaban por inercia. Quería decirle
que todo estaba bien, que cuando todo terminara, los dos vivirían juntos en una
casa lejos de todo el mundo. No habría frío que calara en sus cuerpos delante
de la chimenea envueltos en mantas, muy cerca el uno del otro. Querría añadir
que, con el tiempo, ella misma borraría su pasado de la mente y crearían uno
nuevo. Pero las palabras no le salían de la boca y alargó el brazo para
introducirlo dentro de la jaula y quizás, darle un apretón de apoyo.
Notó que la trampilla que conectaba el exterior con Ken estaba bloqueada, y
vio como éste era el causante, porque había colocado la mano de forma que era
casi imposible abrirla. La chica lo miró, pero Ken desvió la vista,
entristecido. Con la vergüenza sobre sus hombros, enterró la cara entre las
manos y salió de la estancia hipando, sabiendo que el abismo que los separaba
se iba agrandando por momentos.
***
Cuando se acercó la hora del almuerzo, Hye Rin no tuvo otro remedio que
bajar a alimentar a los chicos. No quería mirarlos a la cara después de
recapacitar seriamente y darse cuenta de que su estupidez no tenía límites. Ella
que conservaba la familia… cuando muchos de ellos ni siquiera tenían todos los
miembros de ésta completos. Tan necia…
Entró en la estancia con la bandeja en los brazos, abatida. Después de
servir en algunas celdas, se percató de que tanto Ken como Hyuk estaban
profundamente dormidos. No se lo reprochó, ya que los pobres chicos no tenían
otra cosa que hacer en el reducido espacio. Pasó por la “habitación” de N para
darle un plato de tarta, cuando inesperadamente se acercó a la muchacha y
señaló su sofá. No sabía qué quería, pero tras evitar el vidrio que se situaba
en el suelo, punzante, dando un saltito, llegó hasta el gran sofá y se sentó en
un extremo. N llegó a hacer lo mismo, hundiendo el tenedor en el trozo de
pastel, llevándoselo a la boca y saboreándolo con parsimonia.
-No te preocupes por mí. No voy a hacerte nada –dijo Hakyeon, en voz baja.
Hye Rin se percató de que estaba tensa, y trató de relajarse-. Ya no puedo
sentir ese deseo de saltar y matar a nadie.
-¿En serio? –la curiosidad hacía mella en su persona. Antes de contestar,
volvió a llevarse un trozo de tarta a la boca.
-No solo yo –explicó-. Hyuk es cada vez menos pesimista, ahora utiliza el término
“Y sí…”. Hongbin está menos loco que antes, aunque aún razona sobre cosas
extrañas. Leo contesta cuando le hablan. Incluso Ravi ni siquiera se altera
cuando le dejas la comida y metes el brazo en su celda. Y bueno, Ken… -miró al
adormilado hombre cuya respiración seguía siendo regular-. Ken está de mal
humor. Él nunca está de mal humor. Siempre lo he visto con la mirada perdida, y
nada más que flores en la cabeza. Vivía, como comúnmente se dice, en el mundo
de Yupi.
La mujer resiguió con los ojos la espalda del castaño y reprimió un
suspiro. Le dolía el pecho de turbación e inclinó la cabeza.
-No quiero que me odie –confesó con la voz rota-. No soportaría que me
mirara con resentimiento.
-¿Tanto lo quieres?
Hye Rin se encogió de hombros.
-Más de lo que crees. Y ni siquiera puedo tocarlo… quiero decir, puedo, pero
no tanto como querría –se sonrojó hasta las orejas al decirlo y enterró el
rostro en las rodillas. N soltó una carcajada entre dientes.
-Ya he entendido a qué te referías –dijo-. Fue bastante insensato decir
aquello cuando Ken había recuperado retazos de su memoria. Aunque no lo sabías,
claro.
-Me arrepiento profundamente, Hakyeon. He comprendido lo equivocada que
estaba. Hace unas horas, llamé a mi familia para preguntar sobre su salud. Se
alegraron de oírme, y tuve la sensación que todo el odio que les tenía se había
evaporado. Pero no cambiará nada, no cuando he sido tan idiota de despotricar
como una cría delante de él. Bueno, y de vosotros –agregó.
-¿Algo más que añadir en tu disculpa? Si no te disculpas con él, al menos,
hazlo delante de mí.
Repentinamente, los ojos de la pelirroja se llenaron de lágrimas que caían
por sus mejillas. Le temblaba el labio inferior al pronunciar lo siguiente:
-Nunca había sentido lo que siento por Ken. En lo único que pienso es en
sacarlo de ahí y llevármelo lejos, donde no haya Kyung Hees que puedan
separarnos. Quiero una casita junto a un arroyo en un pueblo pequeño dejado de
la mano de Dios y vivir allí con él. Deseo ser su familia. No podré reemplazar
a la que nunca existió, pero sí mitigar el dolor que siente por su ausencia.
Quiero borrarle la soledad con una simple caricia o con un abrazo por las
mañanas y ahuyentar sus pesadillas en un beso de buenas noches antes de dormir.
Pero todo lo veo tan improbable con Kyung Hee… y duele… duele tanto ver que es
posible que no se cumpla…
N, en silencio, contemplaba su plato
vacío con expresión inescrutable, dejando que Hye Rin desahogara su tristeza
contra su hombro derecho. Cuando terminó, se enderezó en el sofá y los largos
dedos desterraron los últimos rastros de lágrimas que le quedaban.
-Vale –murmuró al fin el bipolar chico-. Por mí, todo olvidado. ¡Eh, Ken! Lo
has oído, ¿no? ¿La perdonas ya?
Hye Rin se puso rígida como un palo y casi que no quiso ver cómo
lentamente, el nombrado se iba levantando del suelo hasta clavar los iris castaños
en ella. Ruborizada violentamente, pensó en saltar detrás del sofá y
esconderse. Lo oyó soltar el aire y alzó la cabeza.
La miraba, pero era un mirar dulce, lleno de amor, diferente a como
normalmente lo hacía. Aun así, no dijo nada, y eso hacía dudar a la muchacha
hasta que hizo una señal para que se acercara. Caminando como una autómata,
llegó hasta él. Volvió a indicarle que metiera la mano por la trampilla de la
celda. Hye Rin meditó unos segundos e hizo lo que le pedía. Las manos de Ken
apresaron la de ella y se cerraron entorno. Sintió en el dorso de ésta unas
gotas líquidas que iban escurriéndose a los lados, y supo que Ken estaba
llorando. Le dio un beso húmedo por las lágrimas en la piel, tan delicado como
una pluma.
-A mí también me hubiese gustado compartir mi vida contigo, Hye Rin. Cada
día que pasa me doy más cuenta de lo enamorado que estoy de ti. Y comparto ese
dolor… Diablos… haría cualquier cosa por un roce de tus labios… o por estrecharte
entre mis brazos y no dejarte ir…
La chica no pudo retener su llanto por más tiempo. Desató toda su
impotencia, todo su dolor y angustia de golpe. Se retiró, agarró la silla y la elevó
por encima de su cabeza. Antes de que ninguno pudiera decir nada por la
sorpresa, aporreó repetidamente la prisión de cristal de Ken, sin éxito en
romperlo. En cierto momento, la silla rebotó y golpeó la frente de Hye Rin,
que, por el aturdimiento, cayó al suelo. Hizo caso omiso a la llamada de los
chicos para que no hiciera cosas estúpidas, y acertó tener unas tijeras en el
vestido. Redujo la distancia con Leo y se dispuso a partir los cables que
mordían su piel. Más de nuevo, las manos le fallaron y se cortó el dedo índice.
Ignorando el dolor, siguió intentándolo hasta que la mano que tenía posada en
los barrotes fue cubierta por la de Taekwoon.
-Hye Rin –pronunció él-. No. No hay nada que puedas hacer.
Entonces la pelirroja soltó las tijeras, que hicieron un ruido sordo al
tocar el suelo y se derrumbó entre amargos sollozos desesperados. Nadie fue
capaz de consolarla de su tristeza en todo lo que restaba de día, porque era la
misma desolación que albergaban los demás y que exteriorizaban a través de la delicada
muchacha.
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Siento haber hecho éste capitulo tan triste y a la vez tan corto. Deseo que esperéis el próximo capitulo con ilusión, por que ya queda poco para terminar (uno o dos capítulos a los sumo más el epílogo). ¡Gracias por leer, hasta el próximo capítulo!