miércoles, 31 de diciembre de 2014

Capitulo 10: Sentencia a muerte

La Caja volvía a subir. No había pasado un solo mes, y estaban a punto de subir otro novato.

-No es normal. Esto no es normal –repetía Minho bajando la colina a toda prisa con Jane pisándole los talones. Al día siguiente de la llegada de Thomas, el estridente sonido había repicado anunciando lo inminente. Si fueran provisiones, no habría sonado ninguna alarma.

-Ya lo creo que no lo es –coincidió ella. Tropezó un par de veces, pero logró mantenerse. Finalmente llegaron y se abrieron paso entre el gentío hasta situarse al lado de Gally. Newt bajó a la Caja y tras un breve vistazo, se enderezó, confuso.

-Hostia… -musitó, y Alby, cuando miró tuvo una reacción similar.

-Dos novatos en dos días —respondió casi en un suspiro—. Y ahora, esto. En dos años no ha habido nada diferente, y ahora esto. Y yo creía que sería la única…

-¿Por qué no nos dices qué coño hay ahí abajo, Alby?—gritó Gally. Fue Newt el que habló.

-Otra chica. –todo el mundo estalló en conversaciones paralelas, algunos curiosos otros con las intenciones no muy transparentes-. Eso no es todo —dijo, y señaló hacia la Caja—. Creo que está muerta.

Jane aspiró el aire de golpe. El inicial sentimiento de esperanza que la había embargado hacía escasos segundos se había visto reemplazado por la decepción. Una chica, igual que ella, pero muerta. Ella estaba viva y la otra muerta. No dejaba de pensar en si había tenido suerte o por lo contrario, Jane debería haber muerto también.

Sacudió la cabeza ahuyentando aquellos pensamientos que no le hacían ningún bien. La sacaron de la Caja y la posaron en el césped, donde el líder llamó a Thomas, a saber para qué. Se fijó en el cadáver de la muchacha. Era preciosa. Pelo azabache, labios gruesos y piel de porcelana. Sintió una punzada de algo parecido a los celos, cosa que la desconcertó. No creía poder sentir algo así. Miró a Minho, que tenía la vista clavada en ella, como si pudiera leerle la mente.

-¿Qué?

-Conozco esa mirada.

-¿Qué dices? ¿Y tú por qué no te unes a los demás y murmuras obscenidades como ellos? –pretendía que fuera una broma, pero el simple hecho de imaginarse a su mejor amigo en ese plan le dolía.

-No pienso mirar a un cadáver de esa forma, por muy guapa que sea. Y aunque estuviera viva, tengo otras prioridades e intereses –sus iris marrones la taladraron significativamente. Jane tragó saliva en un intento de calmar los violentos latidos de su corazón.

De pronto, la otra muchacha abrió los ojos azules como mares y murmuró una única frase:

-Todo va a cambiar.

Después, los cerró y dejó de moverse. Portaba en una mano, asido con fuerza, un trozo de papel que Thomas recogió, leyó y tiró para que todo el mundo pudiera verlo. Jane retuvo la respiración, anonadada por lo que había escrito.

Ella es la última.
No llegarán más.

***

Clint, Jeff y Jane se llevaron a la joven a la Hacienda para investigarla. Minho volvió al Laberinto, no sin antes despedirse. Hablarían más tarde. Clint fue el primero en examinarla. Aparentemente estaba en coma, su respiración era lenta y pausada. Jane pasó un trapo por la frente perlada de sudor de ella: era hermosa de verdad.

-Si mañana no despierta, tendremos que tomar medidas. Comidas blandas y… tendrás que ayudarla a hacer… ciertas cosas –dijo Jeff.

-Por supuesto.

-¡Cuidado! ¡Abrid paso! –dijo alguien. Dos muchachos cargaban a un tercero, flácido, casi muerto. Jane reprimió un grito al ver que se trataba de Ben.

-Roy, ¿qué ha pasado? –Inquirió Clint-. ¿Pero Benny no estaba en la habitación contigua…?

-Por lo visto se escapó –contestó el que se hacía llamar Roy-. Y no solo eso. Casi destripa al pingajo novato con uno de los cuchillos de Fritanga en el bosque de los Muertos.

-Espera, ¿a Thomas? ¿Se encuentra bien? ¿Lo ha herido? ¿Y qué le ha pasado en la cabeza a Ben? –sonaba ansiosa, pero no podía evitarlo. Roy la miró a los ojos. Era un asiático el doble de alto que Minho, quizá de nacionalidad japonesa.

-No tenemos ni idea. Puede que un par de moretones. Por suerte, Alby llegó a tiempo. Intentó avisarlo para que se detuviera, pero el cara fuco no hizo caso y recibió una flecha en el cabolo. Le ha ido de poco, pero está vivo.

Jane se inclinó sobre el corredor y palpó el lado ensangrentado con un algodón. Una herida se abría desde el extremo de la ceja hasta la punta de la oreja derecha. Estaba convencida de que si Alby hubiese querido lo habría matado. Su puntería era excepcional.

-Podéis iros, yo me encargo.

***

-Alby, ni lo toques. Ni se te ocurra.

-Cállate, verducha. Ben va a ir al Trullo. Si quieres curarle lo haces allí.

-¡Pero no son las condiciones adecuadas! Por favor, Alby, espera a que le tape eso –imploró la muchacha.

El líder negó con la cabeza. Newt se encontraba detrás de él, serio. No le hacía ni pizca de gracia la decisión de su compañero, pero sabía que no había opción, por mucho que Jane considerara lo contrario. Y es que habían irrumpido los dos y lo habían mirado en la cama como si se tratara de un asesino en serie.

-No. Y es mi última palabra. Llévate cualquier cosa que necesites, aunque no le va a durar demasiado. Los guardianes hemos tenido una Reunión.

-Atacó a Thomas –continuó Newt-. Será desterrado en consecuencia.

La sangre huyó de la cara de Jane. Los pelos de la coronilla se le pusieron tiesos y la boca, seca, se le abrió y se le cerró sin emitir sonido. Ya había visto antes un destierro; el de Allen. Y no era un recuerdo agradable que quisiera repetir.

-Pero…

-Nada de peros, princesa. Una norma es una norma, y si este gilipullo ha sido tan idiota de romperla, que se atienda a las consecuencias.

Tuvo que tragarse su orgullo. Observó cómo se lo llevaban medio a rastras, indignada, saliendo detrás de ellos. Una vez en el Trullo, lo dejaron de cualquier manera en su interior. Jane entró y salvando las distancias logró hacer que se apoyara contra la pared para poder taparle la herida con una venda. Sabía que debía cosérsela, pero no tenía recursos.

-Lo siento Benny –dijo, sincera. El corredor pareció oírla, porque entreabrió los ojos para mirarla. Los orbes seguían rojos y profundas ojeras le marcaban la cara. Al mirarla, suspiró.

-Tú. Tú eres de las buenas. ¿Pero por qué?

-¿De qué estás hablando?

-También te he visto. No te haré nada –dijo cuándo Jane empezó a retirarse-. Eras de ellos, pero no querías que ocurriera… Nada de esto querías que… Yo te vi…

Solo hacía que repetir lo mismo una y otra vez.

-Ben…

-No dejes que me hagan esto, por favor, por favor Jane. No estaba dormido cuando Alby dijo lo del destierro. Por favor, por favor…

-Yo no puedo hacer nada.

Las manos del enfermo salieron disparadas hacia adelante, rodeando las muñecas de la joven y se apretaron ahí como si le fuera la vida en ello. Jane reprimió una mueca de dolor.

-Ben, para, ¡para!

-¡Por favor…!

-¡Separadlos! –gritó un clariano que acababa de entrar junto a otros dos. Tardaron un poco, pero finalmente lo consiguieron. Se llevaron a un Ben que pataleaba, luchando. La chica salió también a trompicones, centrando la mirada en todas las personas arremolinadas cerca de la puerta éste y evitando bajar los ojos a sus muñecas.

Alcanzó la primera fila de chicos y se fue abriendo paso, buscando a Minho. Avistó a Ben con un lazo alrededor del cuello; un palo lo unía con otros tantos. Alby habló.

-Ben de los corredores, has sido sentenciado al destierro por intentar asesinar a Thomas, el novato. Los guardianes han hablado y su palabra no cambiará. Y tú no vas a volver. Nunca —hubo una larga pausa—. Guardianes, colocaos en la pértiga de destierro.

La chica miró a Thomas, a solo cuatro personas de distancia junto a Chuck. Ella leyó una mezcla de horror y culpabilidad en su rostro pálido. No podía culparlo aunque Ben le hubiese dicho aquello y Gally reflejara cada día su odio por el novato. Algo le decía que era inofensivo.

Vio a Minho en el extremo de la barra de acero y luego a Winston y a Fritanga; todos en silencio. Uno a uno los guardianes fueron ocupando sus puestos. De improviso, la puerta del Claro empezó a cerrarse con los característicos chirridos ensordecedores.

-¡Guardianes, ahora! —gritó Alby. Ben aulló, berreó, pero cada vez estaba más cerca del límite del laberinto. Al fin, el último chillido del ex corredor se vio ahogado por las puertas al cerrarse definitivamente.

Jane frunció los labios para retener las lágrimas que acudían a sus ojos. No lo logró, y éstas se derramaron por sus mejillas sin control. Alguien la abrazó y tardó en reconocer a Minho. Olía un poco a sudor; se había cambiado únicamente la camiseta y ello mezclado con su esencia corporal le confería un olor almizclado y a la vez atrayente. Además… sólo él sabía cuándo tenía ganas de desahogarse. Y allí, encajada contra el hueco de su cuello mientras los demás se dispersaban, encontró la calidez del chico y se enorgulleció de que solo se mostrara así de cariñoso con ella.

-Debería dejar la costumbre de abordarte cada vez que te veo a punto de llorar. Cualquiera pensaría lo que no es –advirtió.

-Ese es tu problema, ¿no crees? Si te importa tanto…

-No –la apretó más contra sí-. No me importa una clonc.

Jane no fue consciente de lo que hizo a continuación. Alzó la barbilla y le plantó un beso en la parte inferior de la mandíbula. El tiempo pareció detenerse. Minho abrió los ojos como platos y la contempló, tan estupefacto como ella misma. Se separó de inmediato y se alejó varios pasos.

-Perdona, yo… -farfulló-. Tengo que irme… Alby y yo mañana… el lacerador… bueno, nos vemos.

Se fue. Jane lo observó irse, desconcertada, con el corazón en un puño y una última lágrima traviesa resbalándole por la mejilla.

***

Algo malo estaba pasando. Minho y Alby se habían marchado, y el ocaso se cernía sobre el Claro cuando Jane se acercó al grupo formado por Newt, Thomas y Chuck.

-…Foder, pero eso no es lo que me saca de quicio –estaba diciendo al primero.

-¿Y qué es? —preguntó Chuck. El chico desplazó los ojos a la entrada del laberinto antes de responder.

-Alby y Minho —farfulló—. Deberían haber vuelto hace horas.

Aquello mandó una ráfaga de inquietud a la muchacha. El corredor nunca se retrasaba, y menos en una visita de inspección.

***

Newt y Jane se pasaron las siguientes horas vigilando la puerta Oeste. El chico no paraba de comerse las uñas y de ir de un extremo a otro, nervioso. Mientras, la joven se había sentado delante de la gran obertura, el rostro entre las manos. Se mordía el labio de tal forma que pequeñas heridas empezaban a aparecer en ellos.

-¿Dónde están? —preguntó Newt con voz débil y forzada al ver a Thomas y Chuck acercarse.

-Volverán. Tienen que hacerlo –farfulló Jane, compungida.

Hubo una breve discusión entre el sublíder y el nuevo. Entonces Chuck saltó, confirmando los peores temores de todos.

-Newt no lo va a decir —dijo el niño—, así que lo diré yo: si no vuelven, significa que están muertos. Minho es demasiado listo para perderse. Es imposible. Están muertos.

La muchacha se mareó, el mundo pareció darse la vuelta por completo. Era incapaz de imaginar algo así. No estaban muertos. No podían estarlo.

Lo que empeoró la situación fue que Newt no lo negó. Se había rendido.

-¡Están vivos, lo sé! –Exclamó Jane, poniéndose delante de los demás-. Se habrán entretenido, quizá el lacerador ha cambiado de sitio por culpa del laberinto…

-Jane –puso las manos en sus hombros-. El pingajo tiene razón. Y ésa es la razón por la que no podemos salir. No podemos permitirnos empeorar las cosas más de lo que ya están.

-¡Quítame las manos de encima! –se las sacudió, furiosa.

-Faltan dos minutos para que se cierren las puertas —dijo Newt ignorando la reacción de su compañera. Les dio la espalda y se marchó, encorvado y en silencio.

Puntuales, las puertas empezaron a moverse. Jane soltó un alarido. Corrió al laberinto, golpeando las paredes como si ello pudiese detenerlas de algún modo. De pronto, un movimiento al final del pasillo a la izquierda captó la atención de los presentes. Era Minho, y arrastraba literalmente a Alby.

-¡Le dieron! —gritó Minho con voz ahogada y débil por el cansancio.
Thomas había llamado de nuevo a Newt que estaba de vuelta tan rápido como su cojera le permitía. La chica salió disparada al Laberinto, haciendo caso omiso a las protestas de Chuck.

-¡¿QUÉ HACES?! –le espetó el corredor cuando se cargó a Alby por el otro lado.

Jane le dirigió una mirada serena al cansado muchacho.

-¡Ayudar! No pienso dejar que…


-¡Las puertas! –la interrumpió, al tiempo que corrían desesperados. Minho tropezó y los tres se precipitaron al suelo. Y sucedió lo que nadie esperaba. Thomas cruzó los muros en el último minuto y los descomunales muros se cerraron tras él, sentenciándolos a una muerte inminente.

sábado, 27 de diciembre de 2014

Capitulo 9: Thomas, alias, el novato

N de T: Os pido perdón. Lo peor de haber visto primero la película y seguidamente el libro es que hay cosas que se me mezclan y en cuanto me descuido... Por ejemplo, con Ben. Ben en la pelicula es corredor, pero en el libro lo muestran como constructor. Y, sin darme cuenta, en mi fanfic también aparece como corredor. Quizá no es un dato tan importante, puesto que tampoco se profundiza demasiado en la vida de éste chico ni en un sitio ni en el otro. Solo se sabe lo que se sabe y ya. Aún así, me disculpo de nuevo. ¡Y gracias! Espero vuestros comentarios!

***

-¡Que… alguien… me ayude! –gritó un chico entrecortadamente al otro lado de las verjas de la Caja. Sonaba asustado, desorientado; tal y como había llegado Jane. Escrutó con curiosidad el cuadrado en el suelo hasta que abrieron las puertas metálicas.

El joven entrecerró los ojos por el intenso fogonazo de luz. Miró en todas direcciones, asustado del coro de voces que se alzó.

-Mirad a ese pingajo.

-¿Cuántos años tiene?

-Parece una clonc con camiseta.

-Tú sí que eres imbécil, cara fuco.

-¡Tío, aquí abajo huele a pies!

-Espero que hayas disfrutado del viaje de ida, verducho.

-No hay billete de vuelta, chaval.

-¿Estás bien? –se hizo oír la chica. El nuevo enfocó los profundos iris marrones en ella y pareció que se relajaba un tanto. Desde otra parte, le tendieron una cuerda. Vaciló pero finalmente se dejó ayudar. Después de incorporarse, los brazos que lo rodeaban se fueron, pero traviesos dedos aún lo empujaban, burlones. Jane se hizo paso a codazos para estar en primera fila. El muchacho tenía un aspecto deplorable. ¿Había tenido ella esa cara enfermiza al llegar?

-Mira al judía verde —dijo una voz ronca, la del guardián de los constructores—. Se va a romper su fuco cuello intentando averiguar dónde está.

-Cállate la boca, Gally —respondió otra voz conocida. La chica estaba cerca y propinó un sopapo en la nuca al constructor. Éste gruñó unas palabras incomprensibles y se calló. La segunda persona en hablar había sido Alby, que avanzó hasta el circulo formado entorno al pingajo.

-¿Dónde estoy? –preguntó. Una punzada de nostalgia la embargó.

-En ningún sitio bueno —contestó Alby— que te haga sentir a gusto y relajado.

E iniciaron otra vez los gritos y las burlas. Jane examinó con más detenimiento el recién llegado. Moreno, delgado pero recio. Cara angulosa, labios medianamente gruesos y ojos grandes. Algo en su interior se agitó, como si estuviera teniendo un de ja vú. Lo conocía. No sabía de dónde ni por qué, pero lo había visto en otro lugar. Miles de imágenes le pasaron por la cabeza, algunas claras, otras borrosas; fragmentos de conversaciones surcaban las lagunas de su mente como agujas.

<<No puedo más>>

<<Tengo que ir, tengo que ayudarle>>

<<Ten paciencia, pronto iremos todos>>

<<No pienso obedecerles. Han sido dos años>>

<<Soy tu madre. Harás lo que se te diga>>

<<Me niego, Page>>

Chuck le propinó unos golpecitos en el brazo.

-No tienes buena cara.

Jane tragó saliva.

-Sácame de aquí –suplicó. Apoyó las manos en los hombros del niño mientras la guiaba fuera de la multitud. Ladeó la cabeza a tiempo de ver que Alby se llevaba al nuevo a un sitio apartado cerca del bosque. Suponía que lo pondría al día, aunque no confiaba en que se lo explicara todo de golpe. A lo lejos, Newt se acercaba y le asestaba una colleja al líder.

-¿Ha sido por el pingajo novato, no? –dijo Chuck. Ella asintió.

-Es como si me hubiesen accionado un interruptor en la mente al verlo. Me es familiar… y empiezo a recordar cosas.

-¿En serio? ¿Qué recuerdas?

-No demasiado. ¿Por qué no te acercas al verducho? Parece que va a hacerse clonc en los pantalones si sigue dándole al coco.

-Vamos los dos, si estás mejor.

Subieron la colina en dirección al muchacho que, en una mezcla de miedo y curiosidad miraba en dirección al gran edificio de madera cimentada y a las personas que se arremolinaban en la ventana más cercana. Un desgarrador grito cruzó el aire y se metió en los tímpanos de quienes lo escucharon. Jane sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Cerró los ojos y tragó saliva, consciente de quien había en la Hacienda, porque ella misma se había encargado de sacarlo medio a rastras del Laberinto. Newt y Alby lo dejaron allí y corrieron hacia la casa.

Un sonido metálico resonó en el lugar y un bichito parecido a una lagartija se escondió de ellos.

-Esa era una de las cuchillas escarabajo —aclaró Chuck al chico, que tenía cara de desconcierto.

-No te preocupes –siguió ella, intentando ignorar lo que había oído-. No te hará daño, a no ser que intentes cogerla. Son las cosas que nos vigilan.

La miró y entonces su mirada cambió. Jane advertía sus pensamientos: En silencio se preguntaba por qué era la única chica, y sobre todo, por qué sentía que la conocía.

Otro grito cortó todo contacto visual entre ellos.

-Pobre Ben –murmuró la chica, absorta-. Ahora está pasando por la peor parte de la picadura.

-¿Picadura?

-De los laceradores –dijo Chuck-. Duele mucho según me han contado. No sabes mucho más que yo por lo que parece.

-Querrás decir, que yo. Tú ya llevas dos meses aquí.

-Es verdad. Eras la pingaja hasta que éste tío llegó a esta clonc.

Intercambiaron un par de frases más y el nuevo se levantó, al parecer, cansado de las palabras sin sentido. Averiguaron que se llamaba Thomas. La conversación hasta la Hacienda se tornó pesada y cortante. Thomas, llegado el momento susurró un “No necesito amigos” y Chuck y Jane se miraron, sabiendo que aquello no era verdad.

-Anda, mira, es el judía verde –se mofó Gally en el interior-. Este pingajo seguro se ha cloncado en los pantalones cuando ha oído al bebé de Benny gritar como una niña. ¿Necesitas un pañal limpio, cara fuco?

-Gally, tengamos la fiesta en paz por una vez, ¿eh? El chaval acaba de aterrizar. Espera un par de días por lo menos –comentó ella. El constructor la analizó, pero ya no lo hacía como si estuviera observando a una persona potencialmente peligrosa. En el mes, la había aceptado dentro de lo que él llamaba “nuestro hogar”. Incluso varias veces se hacían bromas, cosa impensable durante las primeras semanas.

-Haz el favor de ir a ayudar a los Mediqueros, algo que se supone que tendrías que estar haciendo. Newt y Alby están preocupados. Si no les dices que todo va a salir bien, acabarán rompiendo a llorar como maricas.

-No exageres –objetó, aunque la idea de ver a los chicos llorar por eso le hizo gracia. Se giró hacia Chuck-. ¿Te encargas del verducho? Voy a ver a Benny.

Sin esperar réplica subió las escaleras, que crujieron bajo su peso, y cruzó el pasillo hasta la última habitación. Pese a saber perfectamente qué iba a encontrarse no pudo evitar que el corazón le latiera desenfrenado. Ben, de los corredores, se hallaba con el pecho desnudo, los ojos rojos desorbitados y unas venas verdes y gruesas de aspecto desagradable saliéndole de cada parte del cuerpo. Se movía en un frenesí delirante. Tenía un brazo suelto y todos los esfuerzos de Newt por sujetárselo fueron vanos, incluso recibió un tortazo. Tenía que hacer algo.

Recorrió la poca distancia que le quedaba y se subió encima de su compañero corredor, apretándole los hombros contra el camastro hasta que Newt logró controlarle de nuevo la extremidad.

-Ben, mírame. ¡Ben, por favor, mírame! ¡Cálmate! –pero era inútil. De la boca le rezumaba una espuma blanca asquerosa que fue bajándole por la comisura; al mismo tiempo había sacado la lengua, amenazando con triturársela. Eso la alarmó. Sin ni siquiera protegerse con algo, encajó el antebrazo en su boca para que no se la cortara a dentelladas. No obstante aquello resultó un infierno para Jane. Sintió un profundo dolor atravesarle el brazo, y de éste, a todo el cuerpo. Tal había sido el ramalazo, que estuvo a punto de perder la consciencia.

-¿Qué estás haciendo aquí arriba, novato? —gritó Alby a alguien en la puerta. La chica giró la cabeza a tiempo de ver a Thomas con la cara pálida y los ojos como platos. Alby se plantó delante de él para evitar que mirara, aunque algo le decía que era demasiado tarde.

-Yo… eeeh… quería algunas respuestas —murmuró. La joven puso los ojos en blanco pero no dijo nada. Si el antebrazo no le doliera a horrores, le habría preguntado a Newt si ella había sido así de pesada el Primer Día.

El verducho se fue, humillado. Para cuando Alby volvió, Ben empezaba a serenarse y posteriormente se quedó quieto, dormido. Jane aprovechó para retirar el brazo y cerrar los ojos, agotada.

-Deberías ponerte algo en eso –señaló el líder-. No tiene buena pinta, chica.

Se miró las heridas con forma de medias lunas en la piel. Eran bastante profundas, rojas, producto del intenso sufrimiento, y no dejaban de rezumar sangre. Quizá sería una marca para toda la vida. Abrió el armario y sacó la botella desinfectante y varias gasas para Clint, que la ayudó a curarse. Tardó tiempo, pero la hemorragia cesó.

-Debía evitar que se cortara la lengua con los dientes –explicó, a nadie en concreto y aunque nadie le había preguntado. Tenía la necesidad de darle sentido al dolor de su antebrazo.

-Lo has hecho bien –la consoló el guardián de los Mediqueros-. Mejor que bien. A ninguno se nos pasó por la cabeza.

-Dile a Fritanga que te de un bocata. Falta poco para la cena pero lo entenderá. Tienes el mismo color que las paredes –aconsejó Jeff.

-Pero si son grises.

-Veo que lo vas captando.

***

Jane no cenó; el bocata preliminar le había quitado el apetito. Esto también se veía afectado por lo que había ocurrido en la Hacienda escasas horas antes. Y en lugar de buscar a cualquiera de sus amigos se metió en su saco y entornó los párpados. Notó que alguien se estiraba a su lado, sin embargo no se giró.

-¿Un día duro? –inquirió Minho.

-Bastante.

Levantó el brazo con la venda: no tuvo que verlo para saber que el corredor abría los ojos, confundido.

-¿Qué ha pasado? ¿Cómo te has hecho… lo que sea que tengas?

Por fin se giró y apoyó la cabeza sobre la mano sana.

-Lo metí en la boca de tu compañero para que siguiera teniendo lengua en el futuro. Y antes de que me lo preguntes, sí, todo bajo control. Tardará un par de días en recuperar las fuerzas, pero lo peor ya ha pasado.

-Que bien –no lo dijo con demasiada emoción y pese a eso, Jane era consciente de que Minho estaba aliviado. El chico recorrió la venda con los dedos tan suave y delicadamente que la muchacha contuvo un estremecimiento. Sus manos eran torpes y aun así, un cosquilleo la recorrió-. Debió de dolerte.

-No sabes cuánto –contestó, ensimismada. Decidió cambiar de tema-. ¿Has cenado?

-No, me he quedado rezagado. Lo haré el último. Tanto gilipullo por ahí me pone enfermo.

Jane soltó una risotada que acabó en tos. Minho la contempló, inquieto.

-Tienes cara de haber visto un fantasma en monopatín.

-Ponte a la cola de la gente que me lo ha dicho ya. Tranquilo, lo que sea que tenga Ben no se contagia. Sólo estoy… exhausta –clavó sus orbes claros en él y frunció el ceño-. Espera. ¿Un fantasma en monopatín? ¿En serio?

-Si se te ocurre algo mejor... Ya sé que los fantasmas no van en monopatín. Como mucho, utilizan bicicletas.

-A veces admiro a las piedras, ¿sabes? Comparadas contigo, destilan inteligencia.

Refunfuñó en el momento en que Minho le sacudió un pequeño puñetazo en el hombro. Luego se levantó y le revolvió el pelo.

-Me voy a engullir un par de huevos fritos.

-Puaj.

-A propósito. Hoy ha subido un nuevo novato, ¿no? ¿Se porta?

-Es un cara fuco idiota que no se queda quieto. Pero parece buen chico.

-Ya veo –Jane se sorprendió al notar un leve deje de celos en la voz del corredor. Cuando se fue, llegaron Chuck y Thomas y se tumbaron a su lado. Por alguna razón, se hizo la dormida escuchando la conversación de los dos.

-Quiero ser un corredor.

-Olvídate de eso ahora mismo.

-No trates de…

-Thomas. Novato. Amigo mío. Olvídalo.

-Mañana se lo diré a Alby.

La persistencia de Thomas la obligó a saltarse su voto de silencio. Se incorporó.

-Tú, verducho. Alby te dará una patada en el culo y te pondrá en tu sitio como sigas diciendo tonterías. Ser corredor no es ninguna broma.

-Eres… una chica –dijo, como si por primera vez la viera.

-Bravo, Einstein. Si mal no recuerdo, hemos hablado antes.

-No, no. Quiero decir, que pensaba que había más chicas y por lo que veo solo hay chicos en el… Claro.

-Pues ya lo ves. Y tengo nombre de chica también. Jane. Parece que los creadores consideraron buena idea meter un jaguar en la jaula de las ovejas.

Chuck se rió. Thomas curvó un poco las comisuras, pero la sonrisa no le llegó a los ojos.

-A dormir, pingajos –exclamó el niño y al ver que el nuevo no se estiraba añadió-. Thomas, eres un trocito de clonc. Duérmete.

-Hay algo ahí que me es familiar.

-Duér-me-te.

-Jane, Chuck, creo… creo que he estado aquí antes.


El pequeño resopló y Thomas se calló. Sin embargo la joven meditó sus palabras. Si era verdad lo que había dicho, entonces tenían algún tipo de relación o estaban metidos en algo muy grande. Quizá demasiado grande para ellos.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Capitulo 8: Pesar de corazón atormentado

Primero de todo, PERDONADME POR FAVOR. De verdad, no sé cómo expresaros mi pesar. Quizá mi justificación no sea suficiente, pero merecéis saber.

Tras los exámenes para los cuales estudié con devoción, mi mente quedó en blanco. Intenté escribir varias veces, sin éxito. Tenía la mente bloqueada. Me recomendaron que no forzara las ideas a salir, y aunque al principio no hacía caso, luego vi que sería lo mejor para mi. No pienso abandonar el fanfic, nunca. Así que por mas que tarde que sea, mantened la esperanza de que volveré a subir un nuevo capítulo.

Quizá el bloqueo de la mente haya desencadenado que los hechos del fanfic se precipiten un poco, así que disculpadme si a partir de ahora todo ocurre algo rápido. Gracias.

También aprovecho para comunicaros que el dia 23 estaré de vacaciones hasta el 9 de enero de 2015. Seguiré escribiendo en el viaje, pero no os aseguro que pueda subir capitulo tan seguido ahora que ya no tengo la mente bloqueada. Básicamente por que me voy a un lugar en medio del campo donde la cobertura es nefasta.

Gracias de nuevo por vuestras comprensión, y espero que os guste éste capítulo!

PD: ¡Lo he aprobado todo!
***
Dos semanas y media después, Jane había asimilado por completo su estancia en el Claro. Pero en ningún momento perdió la voluntad y las ganas de encontrar una salida, menos ahora que era una corredora con todas las letras. Tras completar en una media de suficiente casi todas las pruebas de acceso a los grupos, finalmente había sido declarada apta a tres: Mediqueros, Cocineros y Corredores. En la reunión, el griterío de protestas y demandas fue tal que Alby se vio obligado a excluir a los clarianos, incluidos los guardianes de las otras facciones que no tenían nada que ver con aquello. Al final, Alby, su mano derecha Newt, Minho, Clint, Jeff y Fritanga quedaron en completo silencio. La sala, vacía, parecía incluso más grande.
La muchacha observó a los presentes desde su silla situada en mitad del semicírculo, cansada. El conjunto de voces la había puesto de los nervios.
-Bien –habló Alby-. Ahora sí, os escucharemos de uno en uno. Quiero que expongáis los motivos por los que queréis que la pingaja se una a vuestro grupo. No olvidéis que la decisión final será de ella.
¿Por qué hablaban en tercera persona como si no estuviera ahí sentada?
-Evitad parlotear unos por encima de otros, por favor –sugirió Newt.
Nadie dijo nada, hasta que Fritanga dio un paso adelante.
-Es buena controlando los tiempos de cocción, y el sabor de sus platos es exquisito. Además… soy el único que cocina. El resto lava platos. Necesito más manos que quieran quemarse los dedos.
-Disculpa, pero requerimos de alguien con la suficiente fuerza como para retener en la cama a alguien a quien no le gusten las agujas. Evitar así posibles y dolorosos agujeros, ¿sabes? –Clint miró a su compañero, que asintió.
-¿Y tú, Minho? ¿Qué dices? –inquirió el líder. El chico suspiró y descruzó los brazos.
-Más corredores significa más muertes, pero más ayuda –todos los ojos se centraron en él, atónitos. El joven se encogió de hombros-. ¿Qué? Es verdad. Nadie quiere ser corredor por eso. Sería de gran utilidad en el exterior. Es rápida y tiene un buen par de… un buen fondo –corrigió.
Newt miró a Alby significativamente.
-Tiene razón –apuntó.
-Pues que decida.
Ahora los presentes se centraron en la muchacha, que se retrajo un poco, incómoda.
-Yo…
-¿Sí…?
-No me presionéis.
-No lo estamos haciendo –Alby se agachó delante de ella-. Sin embargo, tú estás sudando la gota gorda. Tranquila, Jane. Mira, vamos a hacer una cosa. Vete fuera, camina un poco, despéjate. Búscanos cuando sepas qué papel vas a desempeñar.
Con una palmadita en la espalda, se puso en pie y la chica lo imitó. Abrió la puerta y la cerró tras de sí. Se apoyó en ella intentando recobrar un poco de tranquilidad perdida. Respiró hondo, sintiendo cómo sus pulmones se llenaban de oxígeno puro y frío. Pensó seriamente las tres opciones que le quedaban. ¿Mediquera? Quizá. Clint y Jeff se habían convertido en unos amigos muy preciados para ella en poco tiempo, y haría lo que fuera para compensar su amabilidad. ¿Trabajar en las cocinas? ¿Por qué no? Fritanga le enseñaba todo lo que sabía y la muchacha lo había sorprendido aportando aún más conceptos del exterior.
Corredora.
El pelo de la nuca se le erizó. Tenía muchas ganas de volver a probarse en el Laberinto, poder recorrerlo y a lo mejor encontrar algo nuevo y diferente en él. Minho la ayudaría a adaptarse entre los miles de pasadizos y callejones entrecruzados, a descifrar la maraña de dibujos incomprensibles que trazaría debida a la poca experiencia adquirida. Sacudió la cabeza. Empezaba a depender demasiado del corredor y no pensaba por ella misma.
De pronto, al mismo tiempo que la más singular de las soluciones le atravesaba la mente, la puerta del consejo se abrió de nuevo y la joven cayó de espaldas sobre la dura piedra con un grito ahogado. Varios pares de ojos la observaron, confusos y divertidos.
-Creí que estarías lejos de aquí –dijo Alby. Minho se agachó, curioso. Jane levantó el brazo y poco faltó para saltarle los ojos. Su mano solo mostraba tres dedos.
-He tomado mi decisión al respecto –anunció-. Trabajaré en los tres sectores.
-¿Se puede hacer eso? –inquirió el Guardián de los Corredores con las cejas alzadas.
-¿Cómo vas a hacerlo? No puedes partirte por la mitad –Alby no lo veía viable.
-¡En diferentes momentos del día, cara fuco! –Espetó Newt-. ¿Es que soy el único que heredó el cerebro en éste Claro?
Jane le dio un manotazo en el tobillo y éste brincó hacia atrás soltando un "ay".
-Newt tiene razón. Saldré a primera hora de la mañana. Luego por la noche, ayudaré a Fritanga con la cena. Y si los Mediqueros necesitan ayuda urgente, siempre podría saltarme un día del Laberinto. De todas formas, Minho tiene a Ben de relevo.
-Es un buen plan, Alby –apuntó el asiático. El líder puso los ojos en blanco.
-De acuerdo. Pero no vengas quejándote de que esto te supera o te meteré en el Trullo antes de que emitas sonido alguno. ¿Está claro?
-Cristalino.
-Bien. Mañana empezarás a correr.
***
-Eh, Jane –Minho le pasó una mano por delante del rostro y ella volvió a la realidad. Se había quedado rezagada siguiendo al corredor, perdida en sus pensamientos.
-Ah, sí, perdona –se disculpó-. Tenía la cabeza en otra parte.
-No es solo eso –el chico la miró, serio-. No tienes buena cara. Es por Jack, ¿no?
-¿Qui… quién? –balbuceó.
-No te hagas la tonta. Jack, tu amigo, el cortador del brazo medio amputado.
-Sé quién es Jack –cortó la joven-. ¡Y no tiene el brazo medio amputado!
-No, solo se lo abrió en canal con la sierra.
-Oye –se acercó, peligrosamente. Minho retrocedió un par de pasos y se topó con una pared. La contempló, extrañado-. Aquí la única corredora que sabe del tema soy yo. Por eso estoy en tres grupos distintos, ¿recuerdas? Jack no perderá el brazo. Igual que Briston no perdió la pierna. O igual que Mark cuando…
-¡Vale, muy bien! Nadie va a perder nada, perfecto. Solo te estaba tomando el pelo. Estás bastante susceptible últimamente. ¿Qué te pasa?
-Nada –dijo, tajante-. ¿Podemos volver ya?
-Alto, alto, alto… esto es muy raro. ¿A qué vienen tantas prisas? Aún faltan varias horas para que…
-No se trata de eso –miró furtiva el camino de vuelta al Claro-. La caja sube hoy. Necesito… una cosa de ella. Sólo confía en mí.
Minho puso los ojos en blanco.
-Vamos. Pero tendrás que compensármelo de alguna forma –se relamió-. ¿Se te ocurre cómo?
-Mmm… ¿Doble ración de espaguetis para cenar?
-Ésa es mi chica.
-No te acostumbres.
Desanduvieron el camino. Cuanto más cerca se encontraban de la entrada, más profundo retumbaba el sonido de la alarma que anunciaba la inminente subida de la Caja. Jane aceleró el paso. Cuando al fin llegaron a las puertas, la chica avistó de lejos como Newt –con ayuda de Gally- abría las trampillas metálicas. El primero desapareció dentro y empezó a sacar cosas.
Justo en el momento en que Jane los alcanzó, el chico le pasaba una bolsa con su nombre al constructor, que extrañado, se la quedó mirando.
-¿Qué es esto? –inquirió con cara de pocos amigos.
-Dámelo, lo pedí a la Caja la semana pasada.
-Espera, ¿tú? ¿Con qué derecho pides "algo"? ¿Quién te ha dado permiso para hacerlo? ¡No podemos permitirnos peticiones absurdas, cara fuca!
La muchacha se cruzó de brazos.
-Mira el interior –señaló la bolsa-. Luego hablaremos de si es absurda o no mi petición.
Gally resopló y los desplazó los ojos hacia abajo. Metió la mano en la bolsa y sacó varias cosas: Toallitas húmedas, unas bolsitas con forma de cilindro alargado y algo cuadrado y aplastado. El constructor enrojeció violentamente al percatarse de qué era aquello.
-Bien. Toma –se lo tendió todo sin mirarla-. Retiro lo que he dicho.
-Pues yo no pienso callarme, Gally –alzó la voz-. De acuerdo. Quería evitaros cualquier pudor –que debería sentir yo, pero da la casualidad de que no me avergüenza ser mujer-, así que seré franca: la semana pasada coloqué un papel detrás de la lista que soléis darles a los creadores para pedir artículos de chicas, como son las compresas y los tampones. Porque sí, tengo la maldita regla todos los meses. Así que si alguien me juzga por intentar tener un poco de intimidad femenina, que no me dirija la palabra.
Se fue a la Hacienda, pero en vez de entrar en ella se sentó en la pared de detrás del edificio.
-Oh, menuda clonc –exclamó. Se dio cuenta de que había empleado una palabra clariana, pero no le importó-. ¿Por qué he tenido que decirlo?
Enterró la cabeza entre las rodillas y se quedó ahí un buen rato. Alguien se acercó y en silencio se recostó junto a ella sin mediar palabra. Jane tampoco dijo nada, conocía demasiado bien el sonido de la respiración acompasada de la persona a su lado.
-Gally es idiota –habló Minho.
-Sí –masculló la joven, que tragó saliva. Tenía un nudo en la garganta y en los ojos le ardían las lágrimas que se negaba a dejar caer. El corredor lo notó, porque se acercó hasta que sus caderas quedaron juntas. Pasó un brazo de forma torpe por los hombros de Jane -que se tensó- y la atrajo contra su pecho.
-Llora –susurró en su oreja, estremeciéndola-. No quieres, pero debes. Nadie va a echártelo en cara.
-Calla –dijo. La voz le vibró, inestable-. No soy tan débil como para…
-Llorar no es sinónimo de debilidad. Sólo los débiles no lloran. Creo que ya te lo he dicho pero… las primeras semanas en estar aquí lloré como un marica.
-Algo así he oído de todos, pero… pero… -se limpió los ojos, que empezaban a no poder contenerse-. Es absurdo llorar por algo tan ilógico como esto…
-Me da la impresión de que la razón por la que te sientes tan mal viene de algo mucho más grande.
Jane no habló, no hacía falta. Escondió la cara en el pecho de su ahora mejor amigo y no se contuvo. Nunca más se contendría estando con él. Minho la abrazó más fuerte, intentando fundir el dolor que asolaba a su compañera. Incluso cuando ella dejó de llorar, el corredor no se apartó. La chica alargó los brazos por detrás de su cintura y el corazón de Minho se aceleró. Ambos tragaron saliva, pese al sentimiento de comodidad ante la proximidad.
-Me siento inexplicablemente bien –confesó el corredor, aturdido por el torrente de emociones que lo recorría. La joven alzó la cabeza.
-Yo también.
Se separaron al fin, y ella aprovechó para secarse los restos de lágrimas de la cara. El corredor, levantándose, alargó una mano para ayudarla. Al notar la calidez de la palma, Jane tembló.
Transcurrieron varios segundos de silencio incómodo.
-Minho…
-¿Mm…?
-¿Puedo abrazarte otra vez… en otra ocasión? –horrorizada de haber dicho eso, su rostro tomó un color carmesí intenso-. Eh…
Una suave risa escapó de sus labios.
-Serás tonta –murmuró-. Cuando quieras.
Desde su llegada al Claro era lo más feliz que recordaba hasta el momento.
-¿Qué clonc hacéis? –inquirió alguien detrás. Ambos se alejaron de inmediato, pasmados.
Newt se hallaba con los brazos en las caderas y una expresión de absoluta incredulidad pintada en la cara.
-Newt, podemos explicarlo -empezó Minho.
-Oh, sí, estoy seguro –dijo-. Pero, ¿sabéis qué? No es de mi incumbencia. Haced lo que os plazca, de verdad. Yo solo venía a avisarla de que Jack está despierto y quiere darle las gracias.
-Pero si apenas hice nada que no hubieran hecho Clint o Jeff…
-Aun así, será mejor que vengas. Ellos no saben nada acerca de las nuevas medicinas que ha subido la Caja. Échales un cable antes de la hora de cenar.
Jane asintió. Cuando se dispuso a seguir al chico, Minho le dio un toque en el brazo.
-Eh, ¿nos vemos luego?
La muchacha le sonrió.
-Claro.
***
-Tienes la mente en otra parte –susurró Fritanga, cargando una caja de manzanas. La depositó a su lado, mientras la joven pelaba otras tantas.
En Minho, y es frustrante, la verdad.
-De vez en cuando me gusta imaginar cosas –mintió-. Nuevos platos, nuevas rutas del Laberinto no descubiertas…
-Qué valor –dijo alguien de la cocina-. Estar en tres sectores diferentes y no extenuarse. ¿Cómo lo haces?
-Supongo que por instinto de supervivencia. Quiero salir de aquí tanto o más que vosotros. Sin la barriga llena y una salud de hierro, no puedo ser útil. Cuando llegue la hora quiero a todo el mundo sano.
-Muchos no querrán irse, ¿lo sabes no? –comentó el Guardián de los Cocineros. Jane asintió-. A lo mejor está bien éste sitio…
-No. No lo está –el cuchillo escapó de sus manos y se cortó un dedo. Lejos de tapárselo, se quedó mirando el pequeño reguero de sangre-. Aquí somos vulnerables.
Tras curárselo debidamente, siguió con la tarea. Sin embargo, la cena no fue tan bien como debería. Uno a uno, los clarianos llegaron y fueron situándose en fila para recibir, hambrientos, la cena que tanto esperaban: espaguetis. Fue el turno de Minho. Se miraron unos breves instantes y Jane desvió la vista, azorada. Le duplicó la ración según lo acordado.
-Eh, ¡eso es trampa! –exclamó una voz estridente. Jane puso los ojos en blanco.
-Cállate Allen, o te pondré la mitad de la asignación habitual –espetó, tranquila. El chico la miró desafiante mientras ella le llenaba la bandeja y se iba. Gally era el siguiente.
-¿Cansada?
-Un poco. No más que tú –cambió el peso de pierna-. ¿Ahora intentas ser amable o es que quieres ración doble?
-Solo soy correcto –y bajó el tono-. Ya te he dicho que lo siento.
-No, no lo has dicho, pero lo tomaré como tal.
-¿Y eso qué significa?
-Que te perdono, pedazo de merluzo. Perdono pero no olvido. Hemos tenido muchas diferencias entre nosotros, empezando por tu maldita manía de querer seguir las reglas. Lo entiendo pero no lo comparto. Espero que podamos empezar a llevarnos bien, o al menos a soportarnos. Y más vale que te largues ya; la gente quiere comer.
Le echó un breve vistazo y se centró en la cola. Soltó un largo suspiro al ver a Allen.
-¿Y ahora qué?
-Los espaguetis están fríos.
Jane sostuvo el plato y lo llevó a Fritanga, a quien se lo explicó.
-Dile a ese cabeza de clonc que se los coma. Andamos demasiado escasos de comida como para prescindir de un plato. Si no lo quiere, se lo comerá otro. La chica le transmitió el mensaje al corredor.
-Antes Fritanga me los hubiera cambiado –entrecerró los ojos-. ¿Lo haces a posta, no?
Jane estaba perpleja.
-¿Hacer el qué?
-Le has dicho que no me los cambiara porque te caigo mal. Admítelo.
-No tengo ni la más remota idea de lo que dices. Y no jugaría con la comida de ésta forma ni por el peor de mis enemigos.
-¡Mentirosa! –la agarró de la camiseta y tiró hacia arriba para alzarla y empotrarla contra la encimera-. ¡Admítelo! ¡Admite que eres una de los creadores! ¡Que también estabas al otro lado con aquellas personas de blanco!
La joven profirió un grito ahogado que murió en sus labios cuando Allen cerró las manos entorno a su cuello. No podía respirar.
Y de pronto, tan rápido como había venido, se sintió libre de presiones. Tosió con vehemencia hasta que alguien la rodeó con los brazos, alzándola. Era Minho. Alby y Gally se habían encargado de noquear a Allen y el segundo lo arrastraba dirección al Trullo. El líder giró sobre sus talones, serio.
-Lo que acaba de pasar es algo que no había ocurrido desde que yo mismo llegué al Claro. Es algo muy grave, que no puede ser castigado solamente con unos cuantos días de aislamiento. Nuestro compañero Allen, un corredor, ha puesto en peligro la vida de uno de nuestros clarianos. Independientemente de si sus razones eran justificadas o por el contrario, injustas, no volverá a pasar. Será desterrado al atardecer de mañana.
Un gran revuelo se esparció en el comedor, algunos susurrando, otros hablando a gritos. Pero la mayoría contemplaron a Jane en brazos de su mejor amigo. Cuando éste atravesó el lugar, echo una furia, bajaron la cabeza. Chuck los siguió, y Newt no se quedó atrás.
-Ésto es lo que pasa cuando dejamos que las ovejas negras proliferen entre las blancas -dijo.
-No hay ovejas blancas, Newt -contestó Minho-. Todos nos oscurecimos en el momento en que pisamos el Claro.

viernes, 21 de noviembre de 2014

Capitulo 7: Laberinto de Corredores

- Arriba -dijo una voz seca-. Y sígueme.

Tardó unos segundos en identificar que era Minho. El corredor se había dado la vuelta y Jane recogió su saco de mala gana. No había amanecido aún. Tras dejar sus respectivas pertenencias en la Hacienda fueron hacia otro pequeño edificio que tenía un aspecto mucho más maltrecho que los demás.

Cuando Minho entró primero, la puerta dejó escapar un profundo gemido que le provocó un escalofrío. Pero el joven no pareció advertirlo. Se acercó a los armarios, abriéndolos y sacando de él un par de camisetas; una de color azul pálido, prácticamente igual a la que el corredor llevaba puesta, y otra canela. Quizá en mejores tiempos fuese blanca.

- Ropa de corredores -aclaró él, tendiéndole la pieza-. Obligatoria.

Se vistió allí mismo, poniéndosela encima de la camisa, dado que dudaba de que Minho le diese "intimidad". Después miró a su compañero significativamente.

-Te va un poco grande -rebuscó entre la ropa, sin extraer nada-. Es la más pequeña que tenemos, no hay más. Mm... Podrías hacer algo...

Sin previo aviso empezó a remeterle la camiseta por dentro del pantalón. Jane se atragantó con su propia saliva, el corazón se le aceleró a un ritmo desenfrenado, martilleándole las costillas. Estaba por jurar que sus latidos podrían ser escuchados por todo el recinto de un momento a otro. Azorada, se apartó, brusca, soltándole un manotazo en las manos.

-Sé hacerlo por mí misma, gracias -masculló, intentando sonar indiferente. Minho arqueó las cejas, sorprendido.

-Eh… Es la costumbre. No pretendía...

-¿Te estás quedando conmigo? Sabías exactamente lo que hacías.

El corredor frunció el ceño.

-Pocas veces bromeo, y ésta no es una de ellas. Para tu información, suelo ser famoso por mis ironías y sarcasmos.

-Vaya, eso explica muchas cosas, claro que sí -espetó. Minho encajó la mandíbula y la contempló. Sus ojos ardían, furiosos.

-Te lo diré de otra forma. Chuck y los otros clarianos también han pasado por la prueba de los corredores. No has sido la única persona a la que he tenido que remeter la camiseta -sacó una especie de arnés con tres hebillas y mochila incorporada-. No podrás evitar que te toque -hizo tintinear lo que llevaba-. Así que cálmate y deja de comportarte como si tuvieras ocho años. No voy a comerte.

La joven se rindió. No valía la pena ponerse nerviosa. Minho pasó los arneses por su cabeza y fue apretando y cerrando hebillas, siempre preguntándole si le hacía daño o si necesitaba que aflojara alguna parte. Jane respondía negando. El chico se colocó detrás para cerrarle la última hebilla, que se resistió bastante. Soltó un gruñido y el aliento le rozó la nuca, estremeciéndola.

-¿Qué es eso? –inquirió, señalando algo blanco amontonado en una de las estanterías. El chico siguió el dedo y abrió la boca para decir algo, pero se lo pensó menor.

-Bueno, eso… es para los chicos –el tono de su voz descendió en un susurro, como si le avergonzara decirlo-. Gallumbos.

-Ah.

No sabía qué decir, la conversación se tornaba embarazosa por momentos. Leyéndole los pensamientos Minho se dirigió a la puerta, apoyándose en el marco, aguardándola. Luego se dirigieron hacia la cocina, donde recogieron unos bocatas que Fritanga les había preparado el día anterior y anduvieron a la entrada. Los muros seguían cerrados pero bastó unos segundos para que se abrieran, puntuales. El joven miró el reloj de su muñeca.

-Ni un minuto más ni un minuto menos, como siempre. Vamos. Comienza tu primer día en el Laberinto.

Ella asintió. Justo cuando avanzaba hacia la separación, una voz la detuvo. Era Chuck, despeinado y con los ojos medio entornados por el sueño, que la llamaba por el nombre.

-Quería desearte suerte.

-Gracias. Es un detalle.

-Y… vuelve, ¿vale? –pidió.

Jane sonrió.

-Por supuesto.

Lo abrazó y se sintió mejor.

-¿Sabes? No eras solamente tú la que necesitaba un abrazo. Como nadie me ha abrazado desde que tengo uso de memoria…

-Te entiendo y puede que todos aquí lo necesiten. Pero no voy a ir abrazando a todo el mundo.

-Y menos al idiota de Gally.

-Y menos al idiota de Gally –repitió, burlona. De mala gana, se despidió. El otro chico revisaba el interior de su bolsa, comprobando que estuviese todo. En el instante en que Jane entró en su campo de visión, cerró la cremallera y se levantó.

-Has acabado, supongo –dijo. La joven asintió-. Antes de cruzar los muros, escúchame con atención: Pégate a mí. Y ni se te ocurra irte a explorar por ahí, porque puede ser lo último que hagas en tu vida. Para nada es un paseo turístico. Si ves un Lacerador… más vale que corras. No mires atrás y olvídate de mí, yo haré lo mismo. No suelen salir de día, y puede que ésta charla no sirva para nada, pero nunca se sabe.

Seguía teniendo curiosidad sobre el aspecto de los Laceradores, esos bichos que inspiraban tanto temor. Aunque no sentía un miedo atroz, debía ser precavida. Algo le decía que aquellas bestias eran muy peligrosas.

-Vamos –ordenó, y echó a correr. Jane aceleró el paso hasta posicionarse unos metros por detrás. Al pasar la entrada, el aire se tornó más frío, más… inhumano. Mientras corrían observó las sucias paredes con interés: de ellas colgaban frondosas lianas y enredaderas de aspecto tétrico. Vadearon pasillos, algunos largos, otros cortos. Algunos eran tan anchos que se podría pasar estirado mientras que otros, a duras penas cabía un cuerpo recto. Jane ya estaba perdida, pero consideró que su compañero sabía lo que hacía.

Tras un par de horas corriendo sin parar y cuando la chica pensó que no podría dar un paso más, Minho se detuvo al inicio de un callejón sin salida. Dejó la mochila en el suelo y sólo entonces ella se percató de que sostenía un trozo de papel en el que iba dibujando. Después, lo guardó.

-¿Por qué paramos? –preguntó, nerviosa. Minho se cruzó de brazos.

-Te advertí que el Laberinto era grande y que tendríamos mucho tiempo para hablar.

Oh, no.

-Podríamos haber hablado en un sitio… no sé, menos expuesto.

-¿Y arriesgarme a que salgas corriendo? No, gracias. Además, me conozco este sitio de memoria. Estamos a salvo.

-¿Para qué llevas un papel si ya sabes cómo funciona todo?

-No me cambies de tema.

Jane resopló.

-¿Y de qué quieres hablar? Si es por lo que te dije, no voy a retractarme.

-Ni yo voy a intentar exculparme por algo que no he dicho con mala intención.

-Claro, porque mentirme a alguien a la cara no es “mala intención”.

El chico entrecerró los ojos.

-Si me hubieses escuchado desde el principio te darías cuenta de lo sumamente estúpida que suenas. Dije que confiaba en tus capacidades, en ti, y aún sigo creyendo lo mismo. De quien no me fío ni un pelo es de Gally. Insistí a Alby en que no te pusiera con los constructores porque Gally no es precisamente una mente brillante ni una buena persona. Y tú te has montado mil paranoias como si todo el mundo estuviera en tu contra. Te equivocas de parte a parte, pingaja.

Si Jane hubiese podido desaparecer, lo habría hecho en menos de lo que dura un parpadeo. Ladeó la cabeza, confusa en cierto modo, pero deseando que no viera el arrepentimiento que la corroía por dentro.

-¿No vas a decir nada? –inquirió el joven. Ella se mordió el labio inferior.

-¿Qué… puedo decir?

-Di al menos que lo sientes.

-Lo siento.

-No eres sincera.

Jane respiró hondo y se armó de paciencia.

-Perdóname. Todo esto es una… clonc. Me siento fatal. Hay algo en mí que no está bien, lo reconozco, quizá sea el estrés de estar en un sitio desconocido sin saber por qué. Sois todos hombres y yo soy la única chica. La verdad… es que os habéis portado muy bien conmigo, la gran mayoría. No merecéis mi comportamiento.

Minho la contempló. Daba la impresión de que se divertía, algo que la molestaba enormemente. Sus ojos rasgados y risueños, lucían relajados.

-¿Ves como no es tan difícil expresar lo que sientes? Deberías intentarlo con más frecuencia.

-Seguro que eres el rey de la expresividad y el sentimiento –ironizó. Él recogió la mochila y se la cargó a la espalda.

-No –confesó-. Tengo el mismo problema que tú –se miraron. Jane sintió que sin pretenderlo, Minho y ella habían acabado acercándose un poco más el uno al otro. Cualquier pasado resentimiento o recelo entre los dos, se había evaporado. El joven carraspeó, cohibido.

-Basta de tanta palabrería. Hay un Laberinto que recorrer y poco tiempo que perder.

Con una leve sonrisa en sus rostros, volvieron a ponerse en marcha. El corredor le explicó el funcionamiento del espacio. Cada día era distinto, pues las paredes se movían de noche, cambiando la estructura. Jane recordó los horribles chirridos antes de dormirse y ató cabos.

-Hacemos mapas, siempre, sin excepción. Corremos tan rápido como podemos, memorizando, dibujando antes de que se cierren las puertas al atardecer. Ése es nuestro trabajo.

-¿Para encontrar una salida?

-Exacto.

La agitación la inundó. Quería ser corredora, quería ayudar a la gente a salir de allí. Haría cualquier cosa para conseguirlo.

-También será el mío.

-Wow, wow, wow… -levantó las manos en el aire-. No tan rápido, verducha. Tienes buen fondo, las piernas largas y un cuerpo prácticamente del diez, pero ello no te convertirá en lo que yo soy ni de broma.

-¿Entonces? ¿Tengo que esperar a probarme en lo demás?

-Tu inteligencia me sorprende.

-Idiota.

-No más que tú.

Volvieron a sonreír, animados. Minho habló otra vez.

-Cuando acabe el día, juzgaré si tienes madera para esto. Aún quedan muchas horas, así que haz tu mayor esfuerzo y no me decepciones.

Jane asintió. A mediodía pararon a comerse los bocatas de Fritanga. El corredor le enseñó la importancia de racionar el agua, siendo éste un bien escaso ahí fuera. Tras la pausa siguieron durante tres horas más.

-Recorres cada pasillo y lo memorizas bien. Cuando tengas un mapa mental, lo apuntas en la hoja. No hay que ir haciendo líneas por todos los cruces que te encuentras. No acabaríamos nunca.

-Entendido.

Minho miró el reloj.

-Es casi la hora. Tenemos que volver. ¿Una carrera?

Las comisuras de la chica se curvaron hacia arriba.

-Si te gano, no llores.

-Eso está por ver.

***

La carrera la ganó Minho. Era de esperar, pues el corredor sabía por dónde ir. Jane recordaba vagamente los giros hechos, pero más de una vez se había perdido en los pasillos hasta que la figura borrosa de su compañero aparecía corriendo como una exhalación. Parecía como si la estuviese guiando, sin perderla de vista. Cuando perdía el rumbo, Minho aparecía de la nada con una sonrisa socarrona y desaparecía. Al final visualizó las puertas, aliviada, hasta que vio al joven de pie entre ellas. Había perdido.

-No llores, ¿vale? –se jactó. Jane entrecerró los ojos, armándose de paciencia.

-Yo no lloro.

-Todo el mundo llora. Yo también.

-Cualquiera lo diría –se acercó a él y le apuntó con el índice el ojo derecho-. Apuesto a que si te meto el dedo en el ojo, lloras como un bebé.

El otro, mofándose, le cogió la mano con la suya propia.

-¿Te has enfadado, pingaja?

-No.

El corredor desplazó el puño de la chica detrás de su espalda, inmovilizándola y aproximándose a una distancia que de amistosa tenía poca.

-¿Y si yo ahora decido romperte el brazo? ¿Entonces llorarás? –su aliento silbó sobre los labios de ella que abrió los ojos de par en par, sorprendida por la repentina cercanía. Minho pareció despertar de un sueño y se percató de la situación en la que se encontraban, porque se apartó como si le hubiesen dado un calambrazo. Por cuarta vez, se miraron, salvo que era otro tipo de mirada, una mirada de desconocimiento mutuo. Ambos dieron gracias a la llegada de Newt.

-Buenas tardes. ¿Qué estabais haciendo? Os he visto llegar y quedaros quietos.

El corredor abrió y cerró la boca varias veces.

-Ah… estábamos…

-El mapa.

-¿Qué? –dijo Newt.

-Que… estábamos mirando el mapa. Me estaba enseñando a trazar las líneas en movimiento para no… hacer de más con las prisas.

-Sí, eso –corroboró el asiático. Newt arqueó una ceja, pero no dijo nada. Le hizo un gesto a Jane para que se fuera.

- Busca a Chuck, querrá verte viva. También te convendría una ducha. Ya. Venga.

La chica asintió y se fue tras un breve vistazo a los chicos. Minho y Newt se quedaron solos. En el momento en que el primero intentó marcharse, el segundo lo paró.

-Espera –murmuró-. Nunca. Nunca se ha dado el caso de que alguien tuviera que enseñar a alguien a dibujar un mapa recto en movimiento, porque es imposible. Así que no asumas que me chupo el dedo. Si no quieres decírmelo, perfecto, no insistiré. Pero odio que me mientan.

-Vete con tus lecciones a otra parte, cara fuco. –espetó, cortante. El chico se alejó un par de pasos.

-De acuerdo. Haz lo que quieras –se dio la vuelta-. Por cierto, ¿es corredora?

Minho rumió la respuesta unos segundos.
-Sí. Es corredora.