martes, 30 de junio de 2015

Capitulo 1

Todo comenzó con algo que no debería existir ni en éste mundo, ni en ningún otro. Algo que hasta ahora, el planeta entero desconocía por completo o ignoraba a propósito, pero que en realidad siempre había estado allí, invariable, latente. Puede que los físicos lo supieran de alguna forma, y que sin embargo, no lograran hallarle una lógica y simplemente lo descartaran como teoría. Quizá, lo que les faltaba era creer que fuese posible, igual que al resto de la humanidad.

9 de marzo

El viento soplaba implacable, dejando escapar chillidos entre los pequeños huecos de los muros cercanos, viento que en absoluto pertenecía al mes en el que se encontraba. Un marzo especialmente frío, gélido más bien. Rin levantó la vista con los ojos entrecerrados a la salvaje brisa nocturna, preguntándose cómo era posible que el tiempo hubiese cambiado tan de pronto cuando hacía escasas horas un mar celeste cubría el cielo en todo su esplendor. Arrebujándose en su abrigo, la joven apretó la mandíbula para que los dientes dejaran de castañetearle sin parar. Empezaba a dolerle la cabeza.

Pronto avistó el piso donde vivía en la lejanía, donde las calles se le hacían familiares al fin, por lo que apretó el paso en parte por el deseo de llegar a un sitio cubierto, en parte porque necesitaba volver a sentir sus piernas, congeladas hasta el tuétano. Tardó algunos minutos en encontrar las llaves y unos cuantos más en encajarlas en las dos ranuras de la puerta. Sus manos apenas respondían ya. Después de girar el pomo y entrar el calor la embargó y disfrutó un rato de la sensación hasta que su cuerpo emprendió un grave latido que le subió hasta las sienes a causa del cambio de clima. Colgó la mochila-bandolera en la percha y, tras cruzar el pasillo hasta el baño, abrió el grifo y sumergió ambas manos en agua tibia.

Un estruendo resonó muy cerca: Rin se estremeció por completo. Cerró los ojos en un intento de mitigar el nudo que se le había formado en el estómago. No recordaba cuándo ni por qué había aparecido ese miedo a los truenos, pero se alegraba de que hubieran empezado al llegar a casa y no ahí fuera a la intemperie. Golpeándose las mejillas, la chica preparó una taza de chocolate caliente que dejó sobre la mesa del comedor mientras se cambiaba de ropa. Seca del todo y con el pijama puesto, se echó una manta por encima y prendió la televisión. Rin pensó que el sofá podría ser la cosa más confortable del planeta en aquellos momentos. 

Otro relámpago. Y otro más. Con cada fragor, subía un poco más el volumen en un intento de sofocar el sonido de la tormenta. Casi había acabado con el chocolate, cuando la luz del televisor titiló varias veces. Creyendo ser un problema de conexión, la muchacha se acercó al electrodoméstico y lo golpeó, sin éxito en la resolución. Probó a desenchufarlo.

Vio, sorprendida, que seguía funcionando.

– ¿Qué está...? -balbuceó. De pronto, el volumen cayó a cero. No había tocado ningún botón y aún así, el televisor, que carecía de fuente de alimentación, continuaba anunciando las noticias de las diez. Volvió al sofá buscando el mando, pero éste había desaparecido. El color huyó de las mejillas de Rin. Se decía que no era nada fuera de lo común, un simple despiste por su parte. No obstante, era todo tan absurdamente extraño que su mente no se dejaba engañar.

Un movimiento a la izquierda llamó su atención, Dos puntos brillantes en la oscuridad la sobresaltaron. Ahogó un grito cuando la figura a la que correspondían los círculos centelleantes avanzó hasta quedar expuesta a la luz de la televisión. Un trueno le iluminó los ojos, desdeñosos y juguetones. Rin no se podía mover del suelo. Estaba tan aterrorizada que su cuerpo se negaba a obedecer. ¿Es que no había cerrado la puerta con llave? ¿Se había olvidado de echar el pestillo a la ventana? ¿Cómo era que alguien había logrado entrar? No recordaba que la cerradura estuviese forzada. El hombre paseó la vista por la estancia y reparó en algo que ella no se atrevía a mirar. No osaba despegar los ojos del... ser.

Él alzó una mano y chasqueó los dedos. Al momento, las lámparas se iluminaron y Rin pudo verlo mejor. Quizá fuese un efecto óptico... no, lo cierto es que el iris del hombre refulgían plateados, casi blancos. Vestía elegante, un traje hecho a medida, y un pelo rubio perfectamente peinado hacia atrás. Sonrió, dejando ver unos dientes perfectamente cuidados. 

– Siento el espectáculo previo -habló. Su voz vibraba, grave. Le era familiar, y a la vez, Rin creyó que no había voz igual en el mundo-. Me refiero a lo de la televisión. Debía... prepararte para mi llegada. De otra forma, te habrías asustado hasta morir.

Al ver la expresión de horror que procesaba, su sonrisa se hizo más amplia. Estaba jugando con ella. Se levantó, trasteó en la cocina y volvió con una taza de humeante café en la mano.

– Bueno, empecemos con las presentaciones, ¿te parece? Contestaré cualquier pregunta que tengas -se relamió. Antes de que Rin tuviera tiempo de abrir la boca, el hombre la interrumpió-. Ya sé. Responderé a lo que tienes en mente. Primero de todo, no. No estás loca, lo que estás experimentando es real aunque no lo aceptes. Debo confesarte también que no he entrado por ninguna puerta, porque no necesito de una. No soy humano, tampoco soy un demonio, un fantasma o lo que quiera que creas que puedo ser.

– ¿E...? -farfulló Rin. Tenía la garganta seca-. ¿E...? ¿E... Entonces...?

Él alcanzó una silla con gracia inhumana y se sentó a varios metros de la joven. Sus ojos relucieron, ansioso de continuar.

– Soy un dios -anunció, como si estuviese diciendo algo normal y obvio-. Soy al que llaman Cronos, el dios del tiempo.

– Cronos -repitió, sintiéndose estúpida. El supuesto dios asintió.

– Es de esperar que me conoces. Si no es el caso, quizá por otros nombres se refresque tu memoria. Para los romanos, fui Saturno. Para los Hindúes fui Kala. No preguntes -sacudió la mano en el aire- Tuve que cambiar a mujer. ¿Sigo? Tefnut, de Egipto, K’inich Ajaw, de los mayas, Vanir, de la mitología nórdica...

– Para -cortó ella. Demasiada información a la vez. Escaló al sofá, menos asustada pero manteniendo una distancia prudencial del intruso-. Esto es... absurdo.

– Oh, sí, querida. Lo es, pero es cierto. Tan cierto como que tu estás viva y yo soy un dios -no había que ser muy inteligente para saber que se jactaba de su condición.

Rin tragó saliva antes de hablar.

– ¿Y qué... se supone que hace alguien como tú ante una humana insignificante?

– ¡Buena pregunta! -reconoció Cronos-. He de admitir que me gusta como piensas. Rápida, sin rodeos. Muy propio de ti, Tomohisa Rin.

La chica pasó por alto la mención de su nombre completo. Si era un dios, no era de extrañar que lo supiera. Cronos prosiguió.

– Verás, te he estado observando toda tu vida. Y ahora que tienes veintidós años mereces una explicación del porqué. Te he elegido personalmente para que ejecutes mi venganza contra Las Tres Parcas.

Rin parpadeó.

– ¿Qué? -emitió.

Cronos resopló en respuesta.

– Ya sabes, las tres que inauguran el nacimiento, la vida y la muerte de las personas como tú. Cloto, Láquesis y Átropos. O Nona, Décima y Morta, como lo prefieras. Tuve un pequeño enfrentamiento con ellas hace algunos milenios y necesito devolverles el favor correspondiente. Por eso, vas a ayudarme.

La muchacha se rindió. Sólo deseaba que la pesadilla terminase de una vez, cuanto antes mejor.

– ¿Cómo puedo hacerlo? -le dijo. Ahora fue el turno de Cronos para sorprenderse.

– Oh, bien. No pensé que lo aceptarías tan rápido -se aclaró la garganta-. Piensa, por un momento, que cualquier cosa que alguien imagine pueda hacerse realidad. Pero no algo banal, algo que imagines al momento y al siguiente hayas olvidado. No, no. Algo con un planteamiento, nudo y desenlace.

– ¿Como un libro?

Cronos chasqueó los dedos, señalándola y sonrió.

– Exacto. Hablando en términos más cercanos a ti, esos dibujos animados que salen por la televisión, esos personajes ficticios que alguna vez has visto... Imagina que fuesen reales -un brillo febril le cruzó los ojos, casi como si ansiara contar más y más-. Bien, lo son. No aquí. No en esta dimensión. Sino en otros universos, en dimensiones y planos diferentes del que tu y el resto de la humanidad os encontráis. Cuanto más imagina la gente, más mundos alternativos hay.

Rin sacudió la cabeza.

– A ver si lo he entendido -reflexionó-. ¿Estás diciendo que, cada vez que alguien escribe un libro o crea un manga... este se vuelve real en un... universo paralelo o algo así?

– ¡BIN-GO! -exclamó Cronos, saltando de la silla-. Sabía que eras perspicaz, pero no tanto.

La manera en que se refería a ella, como si fuese un perro sorprendentemente inteligente, la ponía enferma. 

– Y... tu quieres que te ayude en alguno de esos mundos, ¿verdad?

– En especial, hay uno que conoces bastante bien y con el que las Parcas se ceban a gusto -colocó los pies en alto, sobre la mesa en ademán desenfadado. Rin no lo había notado antes, pero ese hombre ejercía una abrumadora presión en el aire que apenas la dejaba respirar. ¿Era ese el poder de un dios?-. Haga lo que haga, retroceda en el tiempo o no, las Parcas siempre acaban llevándose la vida de esos samuráis del... Shinsengumi -su humor cambió conforme hablaba. Se mordió la uña del dedo pulgar en un arrebato abrupto de rabia-. Y todo por esa maldita apuesta...

– ¿Hakuouki? ¿Me tomas el pelo? -prorrumpió Rin, ignorando las conversaciones internas del dios-. ¡No puede ser!

– Siendo yo, es posible -Cronos se paseó de un lado a otro con las manos detrás de la espalda-. ¿Cuántos de los personajes de esa tira cómica siguen con vida? Perdón, he formulado la pregunta equivocada. ¿Cuántos de los samuráis sobreviven?

Rin experimentó una punzada de angustia en el pecho. Es cierto que, antes de saber que podían ser reales lo había pasado mal viendo la serie, sin embargo, ahora que sabía que existían, que tenían un corazón, una mente pensante y una vida, se le hacía más difícil sobrellevar sus muertes. Y en especial...

– Ninguno -contestó, muy a su pesar. Solo Chizuru, la chica demonio. Amagiri y Shiranui también. Sin contar a Sen y a Kimigiku, claro está.

– Es por eso que deseo que frustres el plan de esas tres momias y salves a cuantos más, mejor.

– ¿Y en qué me beneficia intentarlo?

Cronos la miró fijamente.

– Quien sabe... -dijo al fin-. Lo cierto es que tampoco perjudicará ni a tu mundo ni al otro, por que ambos carecéis de un futuro escrito. Es decir, si te enviara al siglo diecinueve de vuestro pasado y cambiaras algo, ello repercutiría en tu presente. No obstante, ese mundo no tiene un presente equivalente al tuyo, por lo que tus acciones solo servirán para labrar el futuro de allí. Aún así, si aceptas hacer ésto, tendrás unas normas que deberás acatar para hacer la experiencia un poco más... divertida.

Rin se tensó al oírlo. ¿Había condiciones? ¿No decía que no pasaría nada?

– ¿Divertida para quién? -espetó sin contenerse. Cronos prorrumpió en carcajadas.

– No me cansaré de decir que me encantas -contestó. Alzó la mano y al momento una hoja apareció flotando hasta situarse delante de Rin. Ella vaciló antes de agarrarlo-. Es la hoja de normas, con las cosas que podrás hacer y las que se te negarán. Una vez lo leas, firma debajo y el contrato estará establecido.

La muchacha desvió la vista a la hoja, intrigada.

Normas:

No está permitido:

– Intervenir directamente en el destino de un personaje relevante.

– Salvar a alguien por puro y vano egoísmo.

– Desvelar cuántas vidas se perderán en batalla.

– Morir.

Está permitido:

– Mostrar ésta hoja de normas en caso de que la vida de la usuaria esté en peligro.

– Salvar vidas en calidad de médico.

– Que dos personas del otro mundo traspasen la frontera del tiempo. Ni una más.

– Contar el futuro a UNA sola persona.

– La interacción -íntima o amistosa- de personas y el intercambio de información entre ambos mundos.

– Prevenir alguna acción del futuro y enmendarla después de que ocurra. 

– Explicar el destino de alguien si éste lo adivina sin ningún estímulo externo.

*El castigo para cualquier infracción de éstas reglas variará según su gravedad, no obstante sólo habrá dos formas de resolución: La mundana abandonará de inmediato el otro mundo como si nunca hubiese existido o, por otro lado, morirá. No habrá tiempo límite.”

Rin lo miró.

– Hay algo que no entiendo. Si no puedo salvar a alguien, ¿cómo puedo... salvarlo? -valga la redundancia. Era algo que la desconcertaba.

El dios se tamborileó la barbilla con los dedos.

– Imagina que una persona está destinada a morir por una flecha y tu estás a su lado. Lo más lógico sería intentar apartar a dicho individuo de la trayectoria de la flecha. Ello sería una infracción. Pero... si por el contrario, cambias la dirección previa de esa flecha matando al arquero, no te ocurriría nada en absoluto. Si aún así no llegas a evitar la tragedia siempre te queda enmendar y rezar para que el individuo no muera. Aunque mejor prevenir que curar, ¿verdad? Hasta aquí mis explicaciones. ¿Lo has entendido?

– Más o menos. Creo.

– ¡Bien! -se frotó las manos, deseoso de terminar la conversación-. Firma y ya está.

Cronos hizo aparecer un bolígrafo y esperó, con los brazos cruzados. Rin tragó saliva. Puede que lo que el dios dijera no fuese creíble, pero tenía una lógica aplastante. Aún si se trataba de una broma pesada, daba qué pensar. Acercó la punta del bolígrafo a la hoja, y antes de firmar dijo:

– ¿Porqué haces ésto? 

Cronos entrecerró los ojos.

– Me parece que ya he contestado a esa cuestión.

– No me refiero a la venganza. Pregunto el motivo real. No puedo creerme que sea por algo tan ridículo.

El dios sonrió macabramente, y cuando lo hizo, la estancia se volvió más fría.

– La vida de una divinidad es eterna. Nacemos, vivimos y perduramos. Es nuestro privilegio, y también nuestra cruz pues ello comporta ventajas pero también inconvenientes. Uno de los problemas, es el aburrimiento. Los dioses estamos aburridos de vivir y necesitamos algo que haga que nuestra existencia valga la pena. Por eso hay guerras, por eso muchos de nosotros nos mezclamos con los humanos, para encontrar un entretenimiento.

– Y yo soy tu entretenimiento.

– Has dado en el clavo -se miró las manos-. Estoy tan aburrido que mataría por un poco de diversión. Así que reté a las parcas. En fin, eso es lo de menos. En esto nos beneficiaremos ambos, medítalo unos segundos. 

Rin suspiró y firmó el documento. Automáticamente, desapareció sin dejar rastro. Cronos se puso en pie.

– ¡Perfecto! -dio un par de salto en el sitio, para luego caminar hacia atrás-. Tienes dos días hasta que la puerta se abra. La podrás encontrar en la cueva que hay al pie de la montaña, esa gruta que solías visitar de pequeña en el bosque. Prepárate bien para el viaje. Te he dejado una copia de las normas en tu cama. No la pierdas, ¿vale? Nos volveremos a ver pronto.

Casi al instante, Cronos se fundió con la pared y la habitación se sumió en la oscuridad, como si nunca hubiese estado allí. Un trueno hizo vibrar las ventanas, ajeno a lo que había pasado en el interior de la casa. El tic-tac del reloj de mesa anunciaba que todo había vuelto a la normalidad.

Rin se tumbó con el rostro entre las manos, exaltada y desconcertada. No cabía duda de que había sido real. Muy real. Sin embargo, aún, dentro de ella deseaba que, al despertar, no hubiera ninguna hoja en la cama con las normas de Cronos.

***

10 de marzo

Al día siguiente, la chica se levantó de un salto y fue a mirar en su habitación. Allí estaba, enrollada, la hoja del dios. La desplegó, releyendo una y otra vez todos los puntos. Cronos le había dicho que debía prepararse bien, y pronto recordó por qué. Si se presentaba en la sede de los Shinsengumi en pantalones vaqueros y jersey la tomarían por una extranjera, o peor, por una loca en ropa interior. Así que ese día faltó a la universidad. Al ser viernes, tampoco le importó demasiado. Además, era una de las mentes más brillantes de la carrera de medicina; algunas faltas no modificarían sus notas. Llamó a su trabajo, anunciando una gran enfermedad que la mantendría en cama varios días y se dispuso a ir a comprar lo necesario para el viaje. 

Encargó un yukata de hombre y un kimono de mujer, que recogió pasado el mediodía después de hacer varias compras de útiles, medicinas y demás. Dobló meticulosamente la ropa, a fin que cupiera en la espaciosa mochila. Al atardecer se dedicó a redactar con precisión cualquier hecho de relevancia y clasificándolo por fecha y mes. Tras imprimirlo se fue temprano a dormir, si bien no logró conciliar el sueño hasta pasada la medianoche, dándole vueltas al asunto. ¿Y si llegaba allí y Cronos mentía? ¿Y si se quedaba atrapada en la cueva? ¿Estaba su vida llegando a su fin? Desechó los pensamientos escondiendo la cara en la almohada y se obligó a dejar la mente en blanco. Mañana sería un largo día.

Hakuouki: Tears of the last cherry blossom



Título: Hakuouki: Tears of the last cherry blossom

Autora: Drewland Fanfics

Género: Drama, Shoujo, Romance, Samurai.

Categoría: Hetero.

Pareja: YamazakixOc

Contenido: De todo un poco.

Clasificación: Quien lo lea, bajo su propia responsabilidad.

Advertencia: Los personajes de Hakuouki son de Yamazaki Osamu salvo algunos personajes propios. Cualquier copia o referencia sin autorización será objeto de denuncia.

Sinopsis: No todos los días aparece alguien en tu propia casa alegando ser un dios. Tampoco suele ocurrir que dicha divinidad ofrezca un regreso al pasado. Tomohisa Rin se verá obligada a enfrentarse a la vida en el último período del Shogunato, donde deberá cambiar el fatídico futuro del Shinsengumi. Sin embargo, existen estrictas reglas que pueden poner en peligro su propio futuro y en el que Yamazaki Susumu jugará un papel crucial para su protección. ¿Serán capaces de burlar el porvenir escrito por las Parcas o se verán avocados a la perdición?

Capítulos: 1 | 2 | 3

jueves, 4 de junio de 2015

Hongbin - Capitulo 21

El viento azotó las hojas de los árboles. Eran hojas caoba, tirando a un verde sucio y se movían con fiereza amenazando con desprenderse y abandonar al roble que las había visto crecer. El fin del otoño, una estación hermosa y fresca que decidía marcharse para dejar paso a la crueldad del invierno, al frío glacial que poco a poco se apoderaba de los corazones de los ciudadanos sin éstos darse cuenta. Para Hongbin, sin embargo, el invierno hacía meses que se había alojado en su pecho y se negaba a abandonarlo. Tampoco es que el chico estuviese haciendo nada para desprenderse del gélido aliento de la muerte que constantemente parecía cernirse sobre él. Se diría que incluso, la abrazaba.

El genio sonrió tristemente al rugoso tronco. Se le hacía afligido, como si estuviese a punto de ponerse a llorar a causa de aquellas desalmadas hojas que lo abandonaban. Por una vez, se sintió identificado con el árbol. Había dejado atrás algo de vital importancia, a alguien que había significado todo un mundo para él y que por su culpa ya no estaba. Entre los humanos, su sentimiento de pérdida se hubiese solucionado con un buen trago de whisky o saliendo a la caza de nuevas bellezas que, más tarde, acompañarían su lecho hasta la mañana siguiente donde se despedirían y jamás sabrían nada el uno del otro. 

Pero cuando has vivido desde el inicio de los tiempos y has encontrado a una persona que complementa el vacío de la eternidad -al menos, durante unos años- y de pronto te la arrebatan de un suspiro, no hay lugar siquiera para el vacío.

No. Lo que queda es algo peor, mucho peor.

No tuvo que girarse a comprobar que Leo se había materializado detrás de él. Tanto habían menguado sus fuerzas que la energía del Marid se le antojaba salvaje, dura, sobrenatural. Su simple presencia le resultaba dolorosa.

-¿Has tenido suerte? -inquirió. Leo negó.

-Aparece y desaparece una y otra vez. Es imposible seguirle una pista fija -calló unos segundos-. Estamos dando palos de ciego, Hongbin.

El Djinn suspiró.

-Juega con nosotros, está esperando a que... -se detuvo-. No importa.

El otro genio sabía la respuesta elidida. Avanzó hacia él y, obligándolo a mirarle, le apartó el cuello de la camisa. Arrugó el ceño.

-No llegarás a un nuevo día, lo presiento. No me gusta ésta situación -dijo, entre dientes-. No me gusta la forma en que te estás autodestruyendo y no me gusta el rumbo de nuestro futuro. Si caes, caemos todos. Eso incluye a Alice.

Hongbin golpeó la mano del hombre con sequedad. Lo miró a los ojos unos instantes y Leo se vio absorbido en la densa pena oculta en sus pupilas. Sin duda alguna, el genio del aire había tomado su propia decisión.

-Ken y tu cuidaréis de ella. Ya no soy necesario en ningún sitio. Soy sólo un fantasma de mi propio pasado, un vestigio de un ángel incapaz de amar a los humanos. Una aberración entre los tres planos.

Leo se apartó. Su mirada se endureció en la más letal expresión.

-Tienes razón en una sola cosa. Jae Hwan y yo hemos velado por ella durante más de diecisiete años y no ha habido incidentes. Empezaron a suceder cuando llegaste tú. Pero era algo que tarde o temprano debía ocurrir, porque así estaba predestinado. Igual que ella estaba predestinada a amarte a ti -si el rencor cubría sus palabras, Hongbin era incapaz de reconocerlo-. Admito que fui yo quien te recomendó borrarle la memoria y ahora el arrepentimiento me reconcome el alma. Si es que tengo alguna, claro. Ahora pagamos las consecuencias de nuestras acciones.

El Djinn ladeó la cabeza y se encogió de hombros.

-Olvidado.

Leo resopló.

-¿Vas a seguir así hasta apagarte? ¿Dónde están la aciaga y mordaz contestación propia de ti?

-Murió -respondió Hongbin, alzando la voz-. Murió en la celda. Murió cuando Abel hizo restallar su látigo contra ella. Murió en el preciso instante en que la dejé sobre la cama, a sabiendas de que al día siguiente los recuerdos que compartíamos se evaporarían. Es mi castigo, Taek woon. Merece ser feliz.

-Yo a eso lo llamo egoísmo.

-Y yo, amor.

-¿Amor? Interponerse entre una persona que amas y una pistola sí es amor. Irse al otro barrio por voluntad propia sabiendo que existen mejores opciones es caer excesivamente bajo.

-Haz lo que quieras.

Leo acarició la idea de molerlo a palos, sin embargo, se lo pensó mejor. No era de su naturaleza agitarse de aquél modo. Además, no le correspondía a él ejecutar tal acto.

-Ya lo he hecho -le dio la espalda-. Lo siento Hongbin. Ésto no puede continuar así. Jae Hwan y yo hemos tenido que tomar medidas.

El otro se irguió, alarmado.

-No hablarás en serio.

El Marid dejó escapar un sonido parecido a una risa y se esfumó en el aire, revelando la silueta de la persona que más ganas tenía de ver, y a su vez, la que menos.

***

La sorpresa que vi en sus ojos duró unos segundos antes de transformarse en un gesto de repulsión que le desfiguró el bello rostro.

-¿Qué haces aquí? -espetó con aborrecimiento.

Arrugué los labios, sintiéndome rechazada. El abismo se abría gradualmente entre nuestros pies, tan profundo y distante que me oprimió el corazón.

-He venido a enfrentarme a la realidad. A la que nos pertenece a ambos.

Hongbin soltó una carcajada, como si riera algo carente de gracia pero debiera hacerlo en compromiso.

-Yo ya no pertenezco a tu vida, y tú no debes inmiscuirte en mis asuntos. Vuelve por donde has venido.

Reducí el espacio que me separaba de él, levanté la mano y le sacudí un bofetón que resonó varias veces antes de extinguirse.

-Eres un idiota jodidamente grande –procuré que mi voz no se viera impregnada de emociones y fue en vano-. ¡Idiota mas que idiota! ¡No te limitaste a borrarme solamente los recuerdos sobre Hyuna y la cárcel, sino que me obligaste a olvidarme de ti y de mis amigos! ¡Egoísta! Creíste que no volvería a recobrar mis recuerdos, ¿verdad? ¡Pues estabas totalmente equivocado!

Tras la estupefacción de mi golpe, vino la cólera. Hongbin infló la nariz, en aire amenazador. Me agarró la mano cuando intenté golpearlo de nuevo y me estampó sin miramientos contra el árbol más cercano. El viento empezó a agitarse y las cosas giraron a nuestro alrededor. Una tormenta en el cielo estaba a punto de desatarse.

-TÚ eres la menos indicada para tirarme algo en cara, Alice. Mientras dormías plácidamente sin recuerdos, yo no podía cerrar los ojos porque en mis sueños solo estabas tú, gritando de dolor en aquella celda oscura, intentando protegerme de algo que te venía demasiado grande. Te lo dije entonces y te lo vuelvo a repetir. ¿Nunca has pensado en mis sentimientos? Siempre he intentado complacerte y ponerte fuera de peligro. ¡Diablos! ¡Si me lo pidieras, me arrodillaría ante ti y te juraría una eternidad de servidumbre!

-¿Fuera de peligro? ¿Encerrarme sin poder salir se considera dejar a alguien “fuera de peligro”? ¡Estaba agobiada!

-¡Te comportaste como una cría de trece años! ¿Pensabas que podrías controlar todo esto? ¡Te equivocabas de parte a parte! ¿Qué hubiera pasado si Ken no hubiese sacado su as de la manga? ¿Cómo crees que habría reaccionado ante tu muerte? ¡Casi te desvaneces ante mis ojos!

-Estás exagerando…

-Oh, claro. Exagero. Eso es lo que más odio de los humanos. Olvidaba que para vosotros amar a alguien no siempre significa un para siempre. En cambio, los seres como yo escogemos minuciosamente a nuestra pareja, porque sabemos lo que es estar en compañía de alguien hasta el fin de los tiempos -dejó caer los brazos, derrotado-. Yo te amaba tanto… cuando te vi caer, pensé que me volvía loco.

Te amaba”

-¿Me “amabas”? –dije, con un hilo de voz. Todo el enfado fue disolviéndose como la espuma. Las palabras retumbaban en mi oídos, haciendo eco-. Hongbin, mírame… por favor…

Él levantó la vista solo un par de segundos, los suficientes como para poder verle los ojos cristalinos.

-Hongbin –repetí su nombre-, no es verdad que durmiera bien. Destellos de lo que había olvidado aparecían por la noche y brincaba de la cama de madrugada por que escuchaba unos alaridos que solo estaban en mi mente. Y al final de cada sueño veía tus ojos en un entramado verde y castaño, atormentados. Sentía que estaba olvidando algo importante… muy importante… Y después de ver a Ken, algo hizo “clic” en mi interior. Me ayudó a recordar. Temías que pudiera trastornarme, ¿verdad? Al final ha sido peor el remedio que la enfermedad. Estoy bien, pese a saber…

-Ha sido mi error permanecer cerca de ti.

-No, no lo ha sido. Incluso si jamás hubieses aparecido de nuevo, mi mente se habría quemado intentando recordar. Y finalmente, lo haría. Solo era cuestión de tiempo. Te quiero demasiado para olvidarte.

El genio se alejó un paso. Las cosas habían dejado de volar. Parecía a punto de romperse por dentro.

-Eh –avancé un paso lo suficientemente largo como para estar a punto de rozarle los labios con mi nariz-. No me hagas esto. No digas “amar” en tiempo pasado. Puedo soportar cualquier clase de dolor, pero que te vayas… no estoy tan segura.

El Djinn se mordió el labio inferior con tanta fuerza que pensé que se haría sangre. Lo cogí de las manos y se las apreté, buscando una respuesta. Él no me devolvió el apretón, pero tampoco se deshizo de ellas.

-Aléjate de mí –tartamudeó-. Las personas a mi alrededor mueren. Mi maldición acabará alcanzándote…

-Hongbin -contesté-. ¿Estoy viva, verdad? Hemos sobrevivido juntos. Quítate ya eso de la cabeza. ¡Deja de torturarte! Las cosas pasan por que tienen que pasar. No es tu culpa y nunca lo será.

Por fin me miró. Y cuando lo hizo, creí ver al genio que tanto amaba de nuevo, siendo él mismo. Su mano se desplazó hasta mi mejilla, acariciándola. Se estremeció de forma imperceptible.

-Deseaba tanto tocarte de nuevo...

-Yo también. Ansiaba recordarte más que a nadie. Ken me explicó que estabas muriendo. Pero te veo... bastante bien.

Hongbin puso una mueca.

-Los genios no podemos morir físicamente. Es imposible a menos que lo haga otro genio o alguien con un poder similar. Y aún así, es casi utópico.

-¿Entonces...?

-Podemos provocarnos una muerte psicológica. Es mucho más dolorosa e insoportable que una muerte física. Nos sumimos en nuestro propio dolor y lo convertimos en una especie de veneno. Nuestras funciones vitales colapsan, el poder que albergamos se seca. Nos cuarteamos de dentro hacia fuera. Al final, el más leve roce nos rompe en pedazos -se retiró el cuello de la camisa dejando al descubierto la clavícula y ahogué un grito de horror. Una fina línea negra se extendía desde la base del cuello hasta perderse bajo los botones y creaba formas de ramas de árbol invertidas-. Yo ya me encontraba en la última fase.

-Dios mío -me separé a trompicones, asustada de la posibilidad de dañarlo-. Dios mío, Hongbin. ¿Qué he hecho?

-Alice...

-¡No te acerques! -le grité al verlo aproximarse-. Es culpa mía. Si no hubiese sido tan inconsciente... ¡Tu estarías bien! -las lágrimas descendieron sobre mis mejillas, consciente de lo que había provocado-. Sí, ¡es culpa mía! ¡Siempre he hecho lo que me daba la gana, y ahora tú...!

-Alice, cálmate -fue tan rápido que ni siquiera lo vi venir. Al momento, sus brazos me rodeaban y sentí su aliento en mi oreja. Me dejó los pelos de punta-. Cuando dije “el mas leve roce” no me refería a un roce físico. Ya te lo he explicado. No puedo morir a menos que yo lo decida. Lo que puede matarme es un roce elemental, el poder mágico de otro genio. Y tu no tienes ningún poder -incrementó su presión entorno a mi cuerpo y resopló-. Por Dios, devuélveme el abrazo antes de que me vuelva loco.

Alcé las manos temblorosas y las dispuse en sus costados. Su piel transmitía calor a través de la fina camisa vaporosa. No era un calor al que estaba acostumbrada sino que lo notaba más... humano. Una especie de ardor febril.

-¿Y tus poderes? Hace nada estabas volando cosas...

-Ha sido lo que vosotros llamáis un “Auto-reflejo” de mi enfado. Me has cabreado muchísimo. Si hubiese estado en plenas facultades, la ciudad habría quedado arrasada.

Temblé. Tal era el poder de los genios que estando débil e indefenso aún podía levantar incluso un contenedor de basura.

-Recuérdame que no vuelva a hacerte enfurecer.

No me hizo falta verlo para saber que sonreía. Aspiró mi pelo, haciéndome cosquillas. Mi corazón empezó a acelerarse, tomando consciencia de la cercanía de nuestros cuerpos y él lo notó.

-¿Nerviosa? -inquirió alzando una ceja. Tuve la tentación de negarlo pero finalmente asentí.

-Eres perverso.

-No soy yo quien está pensando en cosas obscenas.

-¡Yo no estoy pensando así! -balbuceé. Las palabras fueron pronunciadas para considerarse ciertas, pero me sonaron falsas-. Tu presencia... me hace sentir extraña. Es como si fuera a perder el control o algo por el estilo.

-Deberías hacer caso a tus instintos -me susurró, un murmullo apenas audible que era solo para mí-. Vamos a casa y lo hablamos con tranquilidad.

Un leve tirón y nos teletransportamos al comedor del familiar piso. Miré a un lado y al otro, confundida. El color de la estancia iba apagándose con el atardecer, y un brillo especial enteló los ojos de mi genio. Esos hermosos iris marrones me contemplaban, adorándome, y era recíproco. Entreabrió un poco los labios antes de inclinarse y unirlos a los míos en extrema dulzura y cariño. Tanto... tanto tiempo...

Se separó cuando me faltó el aliento.

-Ahora soy yo quien desea.

-¿Y qué deseas? -pregunté. Qué tontería planteármelo. Hongbin me acarició la mandíbula y siguió bajando. Tres botones de mi chaqueta saltaron sin avisar.

-Deseo que te quedes conmigo hasta mañana. Necesito recuperar el tiempo perdido.

-Sí -me doblegué a su voluntad y le rodeé el cuello, sonriendo-. ¿Crees que la noche será suficiente?

Hongbin enarcó una ceja.

-Si faltan horas, se las robaremos al día siguiente.

Y allí, bajo el abrigo de las sábanas y colchas, me abandoné completamente a su deseo y nos entregamos el uno al otro sin dudas ni reservas.

************************

*Nota de autor: Las interrogaciones invertidas a principio de pregunta se han puesto ellas solas y no sé como ponerlas del derecho, haga lo que haga. Lamento si ello causa un sentimiento negativo al leer.

lunes, 1 de junio de 2015

One-shot Susanoo

Primero, debo decir que no estoy tan contenta con el fanfic como podría estarlo. Es un poco mierdas(?) Aun así, gracias a los que me lean ♥ Es más un drabble que un Oneshot, pero qué se le va a hacer.

-------------------------------------------------------------------

PORQUE TE QUIERO



-¡Repite eso otra vez! -gritó alguien en el pasillo.

-¿Que repita el qué? ¡Amaterasu es una diosa excelente! ¿Cuántas veces tengo que repetírtelo? -rebatió con furia una voz femenina .

-¡¿Serás merluza?!

-¡¡Cabeza de alga!!

-¡¡Como vuelvas a insultarme...!!

-¡¡Pero si has empezado tu!!

-¡¡Porque no dejas de decir tonterías!!

-Chicos... -Apolo alzó las manos en ademán tranquilizador. El dios griego no las tenía todas consigo. Las discusiones de Takeru y Kaori podían llegar a los límites más insospechados, como una bomba de relojería en una planta nuclear-. Estáis montando un alboroto, si seguís así alguien podría...

-Tropezar -interrumpió Tsukito detrás de ellos. Los tres lo miraron sin decir nada y él observó a los presentes sin alterarse-. ¿Qué problema hay?

-¡Hermano! Ésta cosa dice que Amaterasu es mejor diosa que yo.

-¡¿Cómo que cosa?!

Tsukito ladeó la cabeza. Como era usual, su rostro no mostraba ningún tipo de emoción.

-¿Eres una mujer, Totsuka Takeru?

El dios del mar puso los ojos en blanco, armándose de paciencia. A veces olvidaba que su hermano no era demasiado avispado en según qué cosas.

-¡Tsuki-Tsuki! -se quejó Apolo, acercándose. Demasiado infantil, pensó Kaori, que giró la cabeza y se cruzó de brazos, contrariada-. Ayúdame a poner paz, ¡por favor! Si Take-Take y Ka-chan siguen peleándose...

-Totsuka Takeru. Hanabi Kaori -murmuró-. Recomiendo dejar de lado la discusión hasta el final de las clases. De lo contrario, me veré obligado a hablar con Thoth-sama inmediatamente.

Un escalofrío recorrió la espalda de los nombrados. Cualquier cosa menos eso. Thoth-sama infundía un pavor casi enfermizo incluso al mismísimo Thor, que no le temía a nada.

-Tampoco hay que ser tan estricto, hermano...

-La clase empieza en unos minutos -el dios de la luna se dio la vuelta y se fue. Apolo empezó a aplaudir con renovados ánimos, sonriendo de oreja a oreja. Era obvio que había previsto aquella resolución del problema tan drástica.

-¡Como era de esperarse de Tsuki-Tsuki! -cacareó. Ambos, Kaori y Takeru parecían irritados con Apolo. La primera había bajado el mentón y miraba el suelo, contando mentalmente hasta... mil. El otro por su parte, se tapaba un oído con el meñique y lo contemplaba, crispado.

-¿Podrías largarte ya, Ahorón*? -espetó. El rubicundo muchacho infló las mejillas, ofendido. Luego frunció el ceño y recorrió el mismo camino que Tsukito, dándoles un voto de confianza. Esperaba que no se pelearan de nuevo una vez que no tuvieran a nadie para separarlos.
Por fin, los dos chicos estuvieron a solas en el luminoso corredor. Takeru cruzó los brazos sobre su pecho mientras sus ojos se suavizaban un poco.

-Te has pasado -comentó-. ¿Cabeza de alga? ¿Tengo pinta de ser idiota?

Kaori negó con la cabeza mientras un leve rubor cubría sus mejillas. Era media cabeza más alta que él, algo que la había acomplejado en gran medida desde que sus sentimientos por él fueron establecidos.

-Eso te pasa por cogerme de la mano sabiendo que alguien nos podría haber visto -contraatacó. Ahora fue el turno del dios para sonrojarse. Se llevó una mano temblorosa a la nuca, rascándose de los nervios.

-Solo ha sido un pequeño descuido -murmuró, aunque de pronto salió de su ensoñación-. Un momento. ¿Desde cuándo lo que hay entre nosotros debe ser un secreto? ¿Qué te da tanto miedo que ocurra si alguien se entera?

Kaori se mordió el labio.

-No es... el miedo a que se sepa... -empezó. Su cara tomó un tono carmesí más intenso-. Tenemos una personalidad tan parecida, tan explosiva que aún me parece estar soñando algo como ésto. Me resulta extraño poder... compartir momentos contigo. Pienso que si digo en voz alta que te quiero, todo se desvanecerá y me despertaré otra vez sola -agarró la manga de la chaqueta de Takeru por el borde, incapaz de mirarlo directamente-. Además, siempre estás con Yui, que es bajita y adorable...

Takeru parpadeó incrédulo.

-¿Estás celosa? -inquirió el dios. La chica abrió unos ojos como platos y se tomó unos instantes para digerir las palabras del chico. ¿Lo estaba? ¿Ella? Sí. ¿Qué otra cosa podía ser si no celos? Algo tan mezquino se correspondía con su personalidad. Una vez más, se cuestionó si estaba bien tener una relación con él.

Asintió, imperceptible. Takeru alzó una mano, queriendo acariciarle el rostro, pero se detuvo a medio camino, percatándose de algo. ¿Cuándo Kaori se había convertido en alguien tan importante para su vida que el simple echo de intentar tocarla le aceleraba las pulsaciones? No lo recordaba. Surgió un día, sin más.

Tomando una nueva actitud, el chico entrelazó una mano con la de ella y la llevó casi a rastras por el pasillo en dirección al aula.

-¡Takeru...! ¡Espera! ¿Qué...?

-Te lo he dicho miles de veces. No me importa que seas mas alta que yo. No me importa que no seas tranquila, bajita y delicada como Yui. Ni me importa si estás celosa o no. Porque Kaori es Kaori, y me enamoré de ella por quien es, no por el concepto que tenga un puñado de almas invocadas por Zeus para ser nuestros compañeros. Olvida las malas palabras de gente que no existe. Olvídalo todo, y mírame solo a mí. Te quiero. Acéptalo de una vez -se detuvo delante de la puerta-. Y si no lo logras, yo te ayudaré.

La abrió bruscamente. La clase en conjunto ladeó la cabeza ante el ruido, incluido Thoth, que ya había empezado la explicación sobre las placas tectónicas que conformaban la Tierra. Los otros dioses, en un alarmante silencio pusieron sus ojos en las manos entrelazadas de los chicos. En algunos, la sorpresa que les desdibujaba la cara era casi cómica.

-Take-Take, ¿por qué...? -la boca de Apolo formó una gran “O” que no se molestó en ocultar.

Takeru infló el pecho, desafiando a cualquiera que se atreviese a decir algo negativo. Se preparó para hablar, sin embargo le costó al verse observado.

-¡Yo...! ¡Kaori es...! ¡Ella...! -balbuceó. Enrojeció violentamente y trató de serenarse. Una mano se posó sobre su hombro; una mano cálida que le dio todo el apoyo que necesitaba. Cerró los ojos y con decisión pronunció-. A partir de ahora, Kaori me pertenece. Nadie tiene derecho a tocar a la chica que quiero, a mi chica. Si alguien se la juega... -alzó la mano que tenía libre y la cerró en un puño-. ¡Se las verá conmigo!

Loki empezó a reírse a pleno pulmón, con las manos al estómago. La situación se volvió caótica a continuación. Apolo, Yui y Balder se aproximaron a Takeru, totalmente pasmados. Lo atiborraron a preguntas a la vez, incomodando al chico cada vez más hasta que, cansado, respondió de forma mordaz y con cara de pocos amigos. Por otra parte, Dioniso colocó su palma en la cabeza de Kaori y comenzó a moverla de un lado a otro.

-¿Al final os habéis atrevido a decirlo, eh? Ya era hora después de tanto secretismo e incursiones nocturnas -dijo risueño el dios del vino.

-¡Dioniso! ¿Lo sabías? -exclamó Takeru señalándolo con el dedo. El chico alzó una ceja, como si la pregunta de su compañero estuviese fuera de lugar.

-Soy el dios del vino y la fertilidad. Cuando estáis juntos, segregáis una cantidad de endorfinas demasiado grande como para lograr respirar a vuestro lado. Por supuesto que lo había notado.

Hades emitió un sonido parecido a una carcajada entre dientes.

-Par de tontos -espetó, tranquilo-. No negaré que me habéis sorprendido.

-¡A mi no! -anunció Loki. Éste saltó de la silla y se acercó a saltitos a la pareja. Lo sé desde hace un buen rato. Um... ¿Cómo era? ¡Ah, sí! -se aclaró la garganta, preparado para hablar-. “Porque Kaori es Kaori, y me enamoré de ella por quien es, no por el concepto que tenga un puñado de almas invocadas por Zeus para ser nuestros compañeros. Olvida las malas palabras de gente que no existe. Olvídalo todo, y mírame solo a mí...”

-¡¡AAARGH!! -gritó Takeru, fuera de sí-. ¡Pero cierra la boca, imbécil! ¡Te mataré!

Loki le sacó la lengua mientras corría por el aula con el dios del mar detrás de él. Todos en el la estancia prorrumpieron en risas a excepción de una única persona, la cual carraspeó y golpeó su mesa con vehemencia.

-Hanabi, Totsuka. Quiero veros a los dos en la biblioteca después de clase -ordenó Thoth, serio-. Los demás, ¡estáis castigados hasta nuevo aviso! ¡Vais a estar una hora dando vueltas a la escuela!

Takeru se situó al lado de Kaori y disimuladamente entrelazó los dedos con los de ella. Mientras los demás no miraban, le dio un corto y casto beso en los labios, apenas alzándose un poco en las puntas los pies.

-No te preocupes. Yo te protegeré -declaró. Kaori creyó que su corazón se saldría del pecho, y se obligó a respirar con normalidad. Vio tal amor en los ojos de Takeru que no tuvo dudas, no se atrevió a tenerlas.


Si estoy con él, definitivamente todo irá bien. Sí, porque te quiero más que nadie.

-----------------------------------------------------------------

*Ahorón: Apolo + Ahou (idiota).

-----------------------------------------------------------------

*Todos los derechos reservados.

Hongbin - Capitulo 20

Aburrido. Todo era aburrido.

Las clases se habían vuelto monótonas. Si antes habían sido pesadas, ahora era como si... fuesen monocromas. No sabía por qué seguía allí sentada, con el profesor de historia hablando de la guerra de Secesión en voz neutra. Era obvio que tampoco le interesaba demasiado explicar un tema a un puñado de alumnos poco interesados que solo deseaban memorizar para vomitarlo el día del examen y olvidarse. Lo compadecía; yo era igual. Cuando acabó, no me sentía mucho mejor. Suspiré mientras recogía los libros de la mesa y los apilaba en el pupitre. Una compañera de clase se acercó, suplicando que alguien la ayudara con los apuntes.

-Toma -se los alargué sin demasiado entusiasmo.

-Acabas de salvarme de catear -dijo, abrazando mi libreta. Luego me inspeccionó cuidadosamente y sin disimulo-. Oye, ¿estás bien? No tienes buena cara.

Medité la respuesta.

-Sí. Es sólo que el profesor de gimnasia nos las hace pasar canutas. Aún tengo el cuerpo entumecido.

Ella me observó, extrañada.

-Pero, Alice, no hemos tenido educación física desde principios de éste año por la baja de paternidad del profesor -comentó.

Aquello me tomó desprevenida.

-No es posible -exclamé. ¿Cómo podía ser si yo recordaba las clases con tanta claridad? Y además, ¿por qué dudaba de lo que yo misma había vivido?

-¿Seguro que estás bien? -la preocupación era palpable.

-Necesito tomar el aire -me excusé, cargándome la mochila al hombro y saliendo tan rápido como las piernas me permitieron. No fui al exterior, sino que me desplacé al baño de las chicas. Solté la bolsa bruscamente y me miré en el espejo. Era cierto, tenía aspecto enfermizo. Cada día que pasaba parecía apagarme como una vela y no entendía el por qué. Tenía una familia, un perro al que adoraba, sacaba notas más que decentes y unos amigos que...

No. No tenía amigos.

Por alguna razón, pensar de esa forma me atormentaba. ¿Tanto deseaba tener amigos? ¿Alguna vez había tenido? Volví a contemplarme en el espejo bajo la parpadeante luz fosforescente. Reseguí con los dedos las ojeras bajo mis ojos, mis labios secos y mi pelo sin brillo. ¿Dónde estaba la Alice coqueta y segura de sí misma, y quién era la desconocida del reflejo?

***

Dos meses después, se organizó una fiesta en la escuela. No sabía de qué ni por qué, pero era consciente que no querían simplemente pasarse toda la noche en el gimnasio bebiendo ponche sin alcohol. Entre los alumnos corrió la voz de que tras el evento iríamos a una discoteca llamada Gidon's Disco. El nombre me resultaba familiar, puede que hubiese pasado por delante antes. Aún así, no me sentía con fuerzas para ir. Pese a mi reticencia inicial, no podía evitar tener cierta curiosidad por el local.

Aquella noche me vestí decentemente y decidí llegarme allí. Me puse algo tapado y a la vez insinuante para evitar el problema del DNI. Una vez dentro, casi de forma automática me senté en la barra. Reseguí la estancia cargada de gente con la vista, reparando en las personas más apartadas, como si estuviese buscando a... alguien. Me centré en el barman que servía, pidiéndole algo suave.

-Hola preciosa. ¿Has venido sola? -preguntó un chico, sentándose a a mi lado. Le eché un rápido vistazo y decidí que no me interesaba.

-Estoy con alguien.

-Si fuese verdad, no te habría visto entrar sola.

-Si captaras la indirecta, verías que no tengo ninguna intención de ligar contigo.

Casi logré notar cómo el chico era herido en su orgullo. Se levantó y se marchó, susurrando palabras que yo prefería no haber oído. Alguien rió al otro lado de donde me encontraba y seguí esa familiar risa. Un chico de pelo castaño sonreía, complacido. Su perfecta dentadura blanca contrastaba con la oscuridad del local. Podría reconocer ese rostro en cualquier lugar, en cualquier parte... sin embargo, no sabía quién era.

-Sigues tan cortante como siempre cuando te cortejan -habló. El corazón me dio un vuelco y en mis labios se formó un nombre.

-Jae Hwan.

Por los ojos del joven cruzó una sombra de dolor, tan rápida que pensé que no la había visto. Pronto se recompuso y esbozó una sonrisa forzada.

-Me temo que ese genio te subestimó -dijo-. Tu mente no es tan frágil ni tan manipulable como pensábamos, Ali.

Ali...

Por alguna razón, la nostalgia creció en mi interior. Hubo un tiempo en que alguien solía llamarme así. Alguien como él.

-Sé quien eres. O no, no lo sé -enterré la cabeza entre las manos-. Me siento confundida.

-No me extraña. Tienes un bloqueo en la mente que no te ha dejado dormir desde lo de la prisión.

Algo dentro se me revolvió ante la mención. Apreté el borde de la barra hasta que los nudillos se me pusieron blancos, aturdida.

-¿Qué prisión? ¿Qué me pasa? Últimamente lo que recuerdo y la realidad no se corresponden. Necesito respuestas.

Jae Hwan asintió, le dio un ligero trago a su bebida -¿agua?- y se cruzó de brazos.

-Las tendrás. No soy capaz de dejarte como estás, sin saber la verdad. En realidad se supone que no debería hacerlo. Esos dos me matarán en cuanto te devuelva los recuerdos.

-¿Devolverme... qué? ¿Quiénes son “esos dos”?

El chico se puso en pie.

-Acompáñame fuera.

Obedientemente, lo seguí. Si hubiese sido otra persona, lo mas seguro es que me sintiese indefensa y atemorizada de salir por ahí con un tío que no conocía. Pero por alguna misteriosa razón estaba tranquila. Jae Hwan se volvió hacia mí en el callejón sin salida al que accedimos.

-Tu subconsciente sabrá que no soy humano pese a lo que tu mente diga. También puede ser que, como ahora, ni siquiera parezcas alterada por ese hecho -clavó los orbes oscuros en los míos y noté que cambiaban de color, a un rojo intenso. Di un paso hacia atrás. Al momento, regresaron a su tono original.

-Es... esto... ¿debería gritar, verdad?

-En absoluto. No es la primera vez que me ves. Soy tu mejor amigo, de toda la vida -prosiguió. Un cierto tono de melancolía le cubrió la voz y las siguientes palabras sonaron ahogadas-. Si supieras... lo triste que me pone la situación... No obstante, lo que yo sienta ahora mismo no es importante. Voy a retornarte a la memoria tres rostros más. Si te abriese la mente ahora mismo, morirías en el acto, así que lo haremos poco a poco.

Estiró el brazo y me tocó la sien con la punta de los dedos. Instantáneamente tres caras aparecieron frente a mí, familiares y preciadas. A la vez, un dolor de cabeza me obligó a cerrar los ojos y a cortar el contacto.

-Ellos... ellos son... -jadeé.

-También son amigos tuyos. Alice, quiero que hagas una cosa ésta noche: mira esos rostros y piensa. Fuérzate a recordar. Dos de ellos decidieron borrarte los recuerdos sin consultarme. Quieren que seas ignorante, porque así creen que estarás fuera de peligro. Lo que no entienden es que el destino te alcanzará tarde o temprano y si lo hace, tu no sabrás a qué atenerte ni como responder. No puedo permitir eso, pese a estar en parte de acuerdo a sus voluntades.

-¿Esa es la razón por la que quieres que recuerde? ¿Para lograr enfrentarme a lo que sea que se me viene encima?

Jae Hwan meditó unos segundos.

-Por eso y por algo más -admitió. No esperé que la aflicción me dominara tan rápido cuando dijo lo siguiente-. Es por Hongbin. Se le escapa la vida. Alice, se muere. Se está muriendo mientras hablamos.

Sentí un enorme vacío.

-¿Porqué? ¿Ha sucedido algo grave? ¿De qué se...?

-De pena. Hongbin te echa de menos aunque no lo diga. Sufre más que nadie tu amnesia -miró el reloj que tenía en la muñeca-. Es tarde y ya he hablado de más por hoy. Volveré mañana por la noche a ver los resultados y te introduciré más recuerdos.

-No -se abalanzó contra el chico, agarrándolo por el hombro-. No... por favor. Ahora. Te lo suplico. Necesito.. recordar más. Necesito saber quién sois. Necesito saber de él. Por favor, Ken.

El nombrado abrió los ojos como platos un instante. Luego los cerró y al volverlos a abrir la chica creyó ver lágrimas surcándole los bordes. Se mordió el labio, inseguro.

-Si lo hago corres el riesgo de acabar mal, Alice. Te puedo dañar las conexiones intercerebrales de forma permanente sin posibilidad de recuperación.

-No me importa.

-A mi sí -la apartó-. Morir es lo último que te deseo. Ya has sufrido bastante. Y Hongbin...

-Precisamente por él quiero que lo hagas -me temblaba el labio inferior. La angustia seguía oprimiéndome el pecho-. No hace falta que lo recuerde todo. Sólo a Hongbin y... a lo referente a él.

Ken frunció el ceño y curvó las comisuras hacia arriba.

-Incluso después de perder tu memoria, sigues unida a él, ¿no es cierto?

Intensifiqué mi agarre, apremiante. El joven alzó la cabeza a la densa oscuridad del cielo.

-He tenido una idea. No podrás recuperarlos todos de golpe pero servirá -me llevó de la mano a algún sitio entre las calles-. Vamos a casa. Hace semanas que no viene nadie. Ni Hongbin ni Leo. Ni siquiera Hyuk me ha devuelto las llamadas -ante mi mirada de desconcierto sacudió la cabeza-. Ya los recordarás.

Quince minutos más tarde, nos encontrábamos en un piso relativamente pequeño, en penumbra. Ken encendió las luces, revelando un salón poco amueblado y frío. Me encogí, envolviéndome con los brazos.

-Encenderé la calefacción. En mi condición, soy incapaz de apreciar los cambios de temperatura humanos. Siento ser tan insensible.

-No importa.

Lo dije como si fuese algo normal y Ken me miró, sorprendido. Me encogí de hombros y procedí a examinar el lugar. Algo en el piso me tenía intrigada y sobretodo, entristecida. Observé espacioso sofá en un extremo y crucé el comedor hasta el otro lado de la casa, a la habitación del fondo, después, reparé en la cama. Mis dedos se deslizaron sobre la colcha, resiguiendo las líneas de las costuras. Unos golpes en la puerta me sacaron de mi ensoñación.

-Te he traído un vaso de agua -dijo. Lo agradecí, tenía la boca más seca que la corteza de los árboles.

-Gracias.

Se instauró un silencio.

-¿Te recuerda a algo? La cama, digo.

Sin saber porqué, me ruboricé.

-Sí y no. Sé que han pasado cosas ahí, pero... no creo que sean “esa” clase de cosas.

-Yo tampoco lo creo. Ésta habitación... ésta casa ha visto mucho dolor y también mucho amor -sonrió de verdad-. Me siento afortunado de haber vivido aquí.

Y yo también, quise decir, mas entendía que mi condición no era la mas propicia. No mientras tuviese una extensa laguna en la mente.

-Ken -hablé-. Empecemos.

Él asintió.

-Siéntate -me ordenó. Jae Hwan se sentó a mi lado-. Dame una mano. Ahora relájate completamente. Vacía la mente, no pienses en nada. No te será muy difícil.

-Eh -zarandeé los brazos-. ¿Qué has querido decir con eso?

El muchacho soltó una risita.

-Me estoy quedando contigo -volvió a su sera expresión-. Preciso que lo hagas cuando antes. Te sumiré en un trance e intentaré conectar los puntos de tu memoria que han sido cortados. Si lo hiciese mientras estás despierta, el suplicio no se compararía al pequeño dolor de cabeza que has tenido con solo tres imágenes.

Tragué saliva.

-Vale. Estoy preparada.

-No. No lo estás. Tu lo has pedido y yo te lo concedo -su voz tomó un matiz amargo y carraspeó, arrepentido-. Perdóname. Yo no soy así. Es solo que... lo que pasó... Te guardo un poco de resentimiento por ello.

-¿Es que... he hecho algo malo?

-Digamos que... hiciste lo que no debías en el momento menos oportuno y ahora estás en ésta situación. Todos lo estamos. Quizá en realidad sí que hiciste lo que había que hacer y no tengo motivos para odiarte. Quién sabe.

-Lo siento.

-Es igual -dijo, negando-. Cierra los ojos.

Obedecí. Respiró hondo y se tensó. El suelo bajo nuestros pies desapareció y me vi sumergida en un mar de oscuridad.

***

Me sumí en una especie de trance. O al menos, eso creía. El color negro lo llenaba todo y me encontré a mi misma vagando por el enorme vacío. Uno, dos, tres minutos. Estaba desesperándome esperando algo que no sabía si vendría. Decidí sentarme, pero no encontraba el suelo. Simplemente... flotaba.

¿En qué piensas?

Me puse alerta.

-¿Ken? ¿Eres tu?

Si. Algo así. ¿Te lo estás pasando bien?

Entrecerré los ojos.

-Tú antes no te comportabas de forma sarcástica.

Una risa retumbó en la inmensa negrura.

Ya empiezas a recordar.

-¿Recordar? ¡Ah! -me presioné a rememorar mi vida pasada, sin embargo no lograba sacar mas que fragmentos. Ken lo notó.

Tranquilízate. Estás en un nivel de tu mente que ni yo mismo puedo ver.

-¿Eso debe dejarme más tranquila?

A veces olvido que solo tienes diecisiete años. Te lo esclareceré lo mejor que pueda: Imagina un reino. Los reinos poseen jerarquías y distintas clases sociales, ¿verdad? Bien. Ahora mismo te encuentras en los aposentos de tu castillo con las puertas y ventanas cerradas; han tirado la llave de la habitación a un campo de maíz. Tus vasallos y tu pueblo han desaparecido al completo. Yo soy el encargado de hacer reaparecer cada torre, cada monasterio o casa del feudo. Entretanto, tú no puedes ver esa recuperación. En otras palabras, cuando encuentre la llave en el nivel más bajo de tu consciencia, conseguiré conectarte al resto de neuronas.

-Brillante explicación. Simple pero entendible.

Si te has perdido en algún punto, te lo puedo volver a explicar en un cuento ilustrado.

-No, gracias -advertí una sonrisa de su parte. Claro está, podía sentirlo, mas que verlo-. ¿Cuánto tardarás? Hace media hora que doy vueltas y estoy aburrida.

¿Bromeas? Llevas aproximadamente una semana dormida.

-¡¿QUÉ?! -prorrumpí, preocupada-. ¡Imposible!

¿Porqué crees que las noches pasan como un suspiro? Duermes y ¡puf! Un par de minutos y ya es de día.

-Pero... pero... ¡Hongbin! -exclamé-. ¡No hay tiempo! ¡Sácame de aquí!

Cálmate. Está vivo, por ahora.

-¡No! ¡No es eso! ¡Necesito...!

Sé lo que quieres, pero si te arranco del sueño tal como estás, podrías quedar incapacitada parcial o totalmente. El cerebro es un órgano complejo y a la vez, delicado cual pluma.

Sentí ganas de llorar.

-¿Qué falta por reconstruir?

Estoy vagando a través de los campos, para que me entiendas. Busco la llave.

Me abstuve a replicar. Jae Hwan se estaba esforzando muchísimo, y ello seguramente le supondría una dura travesía y graves consecuencias. Quizá si fuese un ángel o un demonio completo, no le costaría nada reconstruirme. Puede que, entonces, ni siquiera fuésemos amigos.

-Ken... -no recibí contestación-. ¿Algún día conseguirás perdonarme?

Bingo.

Una luz se abrió camino en la oscuridad y me vi envuelta en ella, cálida, amable, reparadora. Un remolino me estiró hacia arriba y fue como si emergiera de una piscina.

***

Inflé los pulmones de aire. Parecía haber pasado una eternidad desde la última vez que lo hice. Se formaron varios puntos negros alrededor de mi visión, que fueron desapareciendo en segundos. Intenté incorporarme, pero un mareo se apoderó de mí y recliné la cabeza en la almohada.

Una semana y cinco días.

La voz de mi amigo me asaltó en la cabeza. Ladeé el rostro para verlo tumbado, inmóvil, los ojos abiertos y expectantes.

-¿Ken? ¿Porqué estás...? -comprendí en seguida-. ¿No puedes moverte?

Chica lista. He usado tanto mis habilidades que he entrado en modo parálisis.

-¿Igual que te ocurrió en la celda?

Casi. Si no te importa, ¿podrías rascarme la nariz? Me pica desde ayer.

Contuve una risa y lo ayudé. Le retiré un pelo rebelde de la frente, sonriendo.

-No sé cómo agradecerte lo que has hecho, ni cómo voy a pagártelo.

Ya ha sido suficiente. Has aprendido la lección, espero. El mundo elemental es demasiado grande para ti, Alice. No obstante, ya es demasiado tarde para querer apartarte de todo, ni soy nadie para decir que no estés con Hongbin o que te alejes de nosotros.

-¡OH! -casi se me saltó el corazón por la boca al evocar la cara al Djinn-. ¡M-me arrebató los recuerdos sin... sin mi permiso!

Mis dientes rechinaron. Al margen del amor que por el profesaba, no podía evitar sentirme traicionada. Por mucho que me quisiera bien...

No lo pagues con él -me aconsejó Jae Hwan, leyéndome el pensamiento-. Casi mueres en sus brazos. La situación le perseguirá incluso en sus peores pesadillas, el resto de su vida. Y créeme. Una eternidad es suficiente tortura y castigo para perdonarlo.

Me mordí una uña.

-Ya veremos -estaba siendo cruel, pero no ignoraba que jamás me habían incluido en ninguno de sus planes contra la Efreet enteramente, consideraron dejar a su suerte a uno de mis mejores amigos y, para colmo me encerraron cual rata de laboratorio.

He contactado vía telepática con Leo. Le he explicado la situación y aunque voy a llevarme unas zurras de su parte, lo he convencido. Mañana a mediodía se reunirá con Hongbin en el parque que hay cerca de tu escuela a fin de trazar un plan contra la última genio. Ha accedido a entretenerlo hasta que llegues tú. Ahora que es libre, le será imposible detectarte si no estás a menos de cinco metros.

-¿Qué pasará contigo? -quise saber. Ken tardó un poco en responder.

Mañana me recuperaré y me reuniré con Leo por la noche en un lugar que solo conocemos nosotros dos. Hay mucho que hablar.

Asentí.

-Voy a comprar algo de comer. Supongo que tendréis la nevera vacía como siempre.

Me levanté.

¿Alice?

-¿Sí?


Me pica el pie.