viernes, 2 de agosto de 2013

Capítulo 2 - Entre la ilusión y la locura

Me desperté en el mismo lugar que me había desmayado, cuando los primeros rayos de luz se colaron por entre las hojas de los árboles. Quise incorporarme en seguida, pero no lo conseguí. Tenía el cuerpo entumecido por el frío de la noche e hice una mueca de dolor por las ramas que se me habían clavado en la espalda. Cuando logré sentarme miré a mi alrededor con agitación, intentando buscar a las pers… las criaturas de hacía escasas horas. Parpadeé varias veces. En mi fuero interno, creía estar loca. Que en realidad, todo había sido producto de mi imaginación, y que nada era real. Posiblemente sin acordarme había ido hacia el bosque y…

A quien quiero engañar. Sé que no había sido un delirio ni una alucinación. Los ojos de aquél chico que me encontré aquí… definitivamente, era extranjero. Y los seres… donde estaban todos? Con mucho pesar, me levanté completamente y repasé con ojos nerviosos el lugar. Nadie. Hice que mis piernas caminaran pese a casi no sentirlas y me apoyé en un árbol cercano. No era así como recordaba las acampadas. Pero claro, esa noche había sido sin fuego. Ni cama. Ni tienda de campaña. Gruñí contrariada y me deslicé fuera del bosque.

Si dijera que no estaba traumatizada, mentiría. Esas criaturas eran espeluznantes. A la luz de la linterna –que por cierto, ignoraba donde estaba- había podido observar que tenían los ojos blancos, grandes y saltones como pelotas de ping-pong, sin nariz y una horrible fila de dientes como los de un tiburón, salivantes y asquerosas. Kiseop había dicho que eran arpías… ¿Pero acaso eso existía?

Aún seguía totalmente enfrascada en mis pensamientos cuando vi que estaba en frente de la parada del autobús. El sol estaba alto ya, y disimuladamente miré el reloj de muñeca de una persona que esperaba también. Reprimí un grito. Las clases empezaban en 30 minutos. Palpé mi ropa, descubriendo que estaba arrugada y suspiré. Hoy me lo tomaría con calma. En cuanto el autobús llegó me subí, y una vez en casa me estiré en mi cama cuan larga era.

Quería llorar. De verdad que lo quería. Los sucesos ocurridos me horrorizaban. Cuando cerraba los ojos, veía de nuevo la hilera de dientes o la metamorfosis… y las tripas se me revolvían de incontables maneras. Tras un angustioso silencio tomé una decisión. Me puse de lado y cogí el móvil de encima de la mesilla de la luz para después marcar. Tras breves segundos una voz conocida articuló un tímido “¿Diga?”.

-¿Ariel? Sí, soy Claire. Escucha, ¿tienes algo que hacer ésta tarde? Sé qué hace mucho que no hablamos pero me gustaría saber si aún sigues en la ciudad… vale, perfecto. ¿Quieres que quedemos ésta noche? Necesito salir. Si, a las 9 en la Gran Plaza. No, no sé done está, pero ya me las apañaré. Hasta luego.

Debía olvidarme de todo y seguir como si nada hubiera pasado. Era algo que no podía denunciar a la policía pues me meterían en un manicomio de cabeza.

***

Eran ya las 9:20pm cuando Ariel apareció. Ella había sido una de mis mejores amigas en el pasado, pese a pertenecer a otro pueblo. Ahora las dos estábamos en el mismo lugar y habíamos perdido contacto, por eso al principio fue un poco incómodo. No pasamos de los saludos por cortesía y de las palabras amables. Ella recomendó una discoteca que solía frecuentar, pero dado que yo no era muy de salir no me sonaba.

-Siempre hay un montón de chicos guapísimos –comentaba, más para sí misma que para informarme a mí-. Además, las bebidas son especialmente deliciosas. Los baños son mixtos, así que si decides ir, te sugiero que salgas al bar de al lado. Nunca sabes qué sorpresa te puedes encontrar –pretendía ser graciosa para levantar el ánimo y la incomodidad, pero yo estaba demasiado absorta pensando en lo sucedido así que lo dejó correr.

Entramos sin necesidad de sacar el DNI. En un primero momento, el ruido, el calor y el movimiento de la gente me desorientaron. Estaba muy poco acostumbrada. Ariel me dijo algo al oído y luego se fue, seguramente a saludar a alguien conocido. Entretanto, yo me acerqué a la barra, un lugar menos asfixiante a mi parecer.

-Una Coca-Cola –pedí, y el barman pareció reírse. Vale, era extraño que alguien pidiera algo “inofensivo” en un lugar donde el alcohol y el sexo era el primer plato.

-¿Te lo mezclo con algo? Wiski? Ron? –sugirió y yo negué con la cabeza. Me di la vuelta, apoyando los codos en la barra, alzando un pie y doblándolo. Suspiré. No debería haber salido de casa. Me llevé la botella de Coca-Cola a la boca, dándole un largo trago mientras escrutaba a la gente a mí alrededor. Casi me da algo cuando vi a Ariel liándose con un tio, que seguramente acababa de conocer en ese preciso instante. Puse los ojos en blanco y seguí prestando atención a todo.

Hasta que de pronto lo vi. Los mismos ojos negros. El mismo pelo liso. La misma cara angulosa. Dejé la botella en la barra y empecé a aproximarme hacia él. Parecía observar también el lugar, con gesto serio y nada relajado. Era como si acechara a alguien… hasta que me vio. Colocó ambos brazos a cada lado de su cuerpo y se tensó. Sus oblicuos ojos se abrieron mirándome avanzar. Algo en él me daba miedo, pero también sentía curiosidad, y quería saber qué era lo que había sucedido el día anterior. Ahora sí me lo creía todo, sabía que no estaba loca o esquizofrénica.

Iba apartando las personas que se ponían en medio con brusquedad, a pesar de que ellas me devolvían el golpe poniendo el pie a modo de zancadilla. De todas formas, seguí avanzando y con desespero vi como Kiseop se daba la vuelta y tranquilamente salía por la puerta. Tras breves segundos me lancé hacia el exterior y miré a ambos lados de la calle. No había nadie. Me retiré el pelo de la cara soltando un bufido de frustración. ¿Por qué huía de mí? ¿Por qué no quería hablar conmigo? 

Caminé hasta la esquina y solté un grito de terror cuando una mano se cernió sobre mi brazo izquierdo y me arrastró hacia la pared. Me revolví en una crisis de pánico hasta que levanté la vista. Era Kiseop. Sus ojos relucían en la oscuridad y tuve miedo. Mucho miedo por un momento. Intenté controlar mi pavor para hablar, pero su voz rompió el silencio, profunda y seria antes de que yo pudiera abrir boca, sobresaltándome.

-Que haces aquí –no era una pregunta. Al menos no había sonado como tal. La otra mano descansaba en la pared, y él estaba peligrosamente cerca-. Tu no debías venir ésta noche.

Las palabras pronunciadas se me hicieron extrañas. Estaba confusa. Sin embargo dejé de mirarlo y de perderme en sus orbes oscuros y recuperé algo de mi confianza disipada. Golpeé su mano que aún seguía apretándome el brazo, sacudiéndomelo de encima.

-No eres quién para decirme donde y cuando debo estar. Además…

-¿Me estabas siguiendo? –cortó de pronto. Su pregunta era seca y dura. Tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no soltarle una grosería. O un bofetón, según lo que se me antojara. Me crucé de brazos para calmar mi nerviosismo y lo miré simulando aburrimiento.

-No. ¿Y tú? Ya van dos veces que nos encontramos –recordé-. Quiero saber qué pasó en el bosque. Quiero saber qué eran esos seres y por qué los buscabas. Y quiero saber también si… -me estremecí- los mataste.

Kiseop ladeó la cabeza.

-Haces preguntas que no pueden ser contestadas –susurró, tajante. 

Iba a replicarle que era un mal nacido, un asesino y un embustero. Sin embargo, su expresión cambió. Alzó la cabeza fijando la vista en un punto específico a su derecha y luego volvió a dirigirse hacia mí.

-Escúchame –me habló de nuevo-. Debes irte a casa. Ahora mismo. No hagas preguntas, ¿de acuerdo? Sé que no tienes motivos para confiar en mí, pero hazlo. Algo muy malo va a pasar ahora, y no quiero que estés aquí cuando suceda –sus ojos se dulcificaron a medida que me informaba-. No quieres morir, ¿verdad? –negué, desconcertada-. Pues por lo que más quieras, lárgate y no mires atrás.

Me dejó espacio para que me fuera y me separé de la pared.

-Pero, mi amiga… Ariel…

-No le pasará nada mientras no salga del local. Mañana le dirás que te encontrabas mal y que no pudiste avisarla. O déjale un mensaje en el móvil. Cualquier cosa, pero vete ya –volvió a poner un semblante duro y sin pensármelo dos veces eché a correr. ¿Qué estaba sucediendo? Mi vida, de un día para otro había cambiado drásticamente. Ahora parecía que estuviera en peligro las 24 horas, ¿y por qué? Por haber provocado a un tío imbécil de instituto que… en realidad no era un tío.

El trayecto de vuelta a mi casa me resultó más corto de lo que pensaba. Me agarré a la puerta cuando la abrí y una vez dentro caí en la cuenta –por mi pulso extremadamente acelerado y los intensos jadeos- de que había estado corriendo sin parar.

“Ojalá todo fuera un sueño y volviera a mi aburrida vida de siempre sin tener el peligro de palmar en cualquier momento”, pensé gimiendo. Me puse en pie y fui al salón. Me pasé dando vueltas parte de la noche intentando ordenar mis pensamientos. Pero no encontraba la lógica del asunto así que resoplé y fui a mi habitación. Estaba cansada y necesitaba dormir cuanto antes. Después de ponerme el pijama y de cobijarme bajo las cálidas sabanas cerré mis ojos. Al principio me costó dormirme, pero a medida que el tic tac de mi reloj sonaba, me fui sumiendo en el sueño de Morfeo.

***

Un ruido me despertó a las tres y media de la mañana. En un principio le resté importancia, atribuyéndolo a la lluvia que había empezado a caer. Pero un estruendo –que no era un rayo- irrumpió en alguna parte de mi casa, obligándome a levantarme como movida por un resorte. ¿Un ladrón? ¿Alguien había entrado a robar? Me quedé muy quieta, pero no escuché nada. Lentamente, como si temiera que quien fuera me pudiera escuchar, abrí uno de los cajones, saqué un abrecartas en forma de espada para luego abrir la puerta de mi habitación. Ésta chirrió y me erizó el bello de la nuca. Conforme avanzaba, me sentía más nerviosa, y temblaba como una hoja. Quería volver atrás, meterme en mi cama y no hacer caso a nada. A lo mejor el ladrón robaría lo poco que tenía en la casa y se iría…

Lo que nunca imaginé fue lo que me encontré a continuación. La ventana del salón estaba abierta de par en par y podía adivinarse el viento zarandeando los enclenques árboles. Un rayo cruzó justo en ese momento e iluminó la estancia. En un rincón no muy lejos de todo eso, una figura se encontraba sentada, encogida en si misma con la cabeza enterrada en las rodillas. Pude notar que se agarraba el brazo con fuerza y con espanto vi el suelo anegado en una substancia oscura, que dios quiera que no fuera lo que pensaba que era.

Pero lo peor era que, sin necesidad de que se descubriera, sabía quién era. Encendí la luz de la pared y el salón se iluminó de color ambarino. Kiseop presentaba un aspecto deplorable y me compadecí del chico cuando levantó la vista desenfocada mirándome casi sin verme. Estaba sangrando, y no solo por el brazo como pronto descubrí.

-Dios mío –exclamé, acercándome a él. Me agaché situándome a su altura. Su pelo estaba mojado y el agua se mezclaba con todo lo demás. Su ropa estaba sucia y el olor metálico me producía náuseas. Yo era de las personas que se desmayaba al ver su propia sangre y en ese momento luchaba por no perder la consciencia-. Déjame ver todo eso.

En el momento en que le toqué el hombro, solo un roce inocente a través de la camiseta, Kiseop reaccionó. Me apartó de un empujón siseando como un gato y huyó hacia un rincón de la sala más alejado. Entonces, mi paciencia se agotó. Con pasos decididos aunque temblorosos fui hacia donde se encontraba y me senté delante de él.

-Mírame –le ordené. No solo estaba enfadada. Estaba preocupada por tener a alguien desangrándose en mi casa-. MIRAME! –le grité-. Basta ya. Me abandonas en un bosque, me obligas a irme a casa cuando se supone que me lo tenía que estar pasando bien, me despiertas de madrugada así –lo señalé- y cuando intento ayudarte para que no te mueras me tratas de esta manera como si fuera a contagiarte algo –respiré hondo. Le estaba gritando a un herido, y pese a todo, me sentía mal por el-. Así que ya estas bajando la guardia por que no pienso hacerte daño.

Finalmente me miró y todo enfado se evaporó. Diantres, esto no podía continuar así. Me levanté y fui al baño a por toallas, gasas y otros instrumentos de cura. Una vez de vuelta me dejó rasgarle la camiseta, porque no quiso quitársela como debía. Al ver las heridas y los hematomas, un escalofrío me recorrió.

-Más que ayudarte yo… creo que debería llevarte al hospital –dije creyendo lo mejor. No obstante, cuando estuve a punto de volver a levantarme para buscar el teléfono, una mano fría se cernió sobre mi muñeca.

-No –negó con la cabeza, lentamente como si le costara-. Hospitales no.

-Pero… pero mírate…

-No –repitió. Se le veía abatido-. Por favor.

No lo había visto tan indefenso como ahora. Las últimas veces parecía seguro de sí mismo, con los ojos fríos y el rostro severo. Pero en ese momento… Me volví a sentar y me soltó. Kiseop cerró los ojos con fuerza. Le dolía, de eso estaba segura.

-De acuerdo –dije finalmente tras un silencio incómodo-. Déjame ver.

Mojé una toallita en agua y empecé a limpiarle la sangre con cuidado. Ésta cubría gran parte de su cuerpo y para mi sorpresa, no toda era suya. En seguida noté algo diferente en él. No sabía qué exactamente, pero lo percibía como si fuese electricidad. Y aquellos ojos castaño oscuro, no negros, me resultaban inquietantes. Eran como imanes que controlaban cada uno de mis movimientos. Tragué saliva con disimulo, tratando de ignorar el claqué que sentía en mi estómago revuelto cuando le limpié la boca también. Había algo en él que no era normal. Algo que no era… seguro.

Tras cubrirle las heridas cerré el botiquín y lo devolví al baño. Intenté no perderlo de vista pero no figuraba tener intención de irse a ninguna parte. Empezó a jadear débilmente y con delicadeza coloqué una mano en su frente. Ahogué una exclamación porque estaba ardiendo.

-Sácame de aquí –dijo con un hilo de voz-. Déjame fuera.

-¿Estás loco? No tengo por costumbre abandonar en la puerta de mi casa a gente herida, no sé si lo sabes.

-No soy… una persona –gimió, haciendo chirriar la mandíbula-. Y he perdido demasiada sangre. Olvídame y sal de aquí.

-A mí no me das órdenes. En todo caso te las doy yo por estar en mi casa –rodeé su brazo en torno a mi cuello y lo levanté. Bufé porque apenas ponía un poco de su parte, y era como levantar un peso muerto. ¿Y cómo que no era una… persona?-. Vamos Kiseop –supliqué-. Así te llamas, ¿no? Hay una habitación individual al lado de la mía. Estarás ahí hasta que te recuperes –luego me atreví a preguntar-. ¿No te transformarás en arpía… verdad? –lo senté en la cama lo más suavemente que pude y busqué algo para que se cambiara en el armario. Luego humedecería otra toallita y se la colocaría en la frente para…

-Por favor –irrumpió mis pensamientos-. No quiero hacerte daño.
Aquello me paralizó y giré en redondo en el momento en que el chico se tapaba la boca. Pero yo ya lo había visto. Dos pequeños caninos más largos de lo normal, color perla y afilados como cuchillas. Los colmillos de una bestia nocturna. De un vampiro. Mi cara estaba pálida, podía notarlo. Sabía que mi sangre había huido de mis mejillas y miré nerviosamente la puerta. Sin embargo, algo en él… su forma de jadear, de agarrarse el pecho como si le ardiera y sus palabras de ruego hacia mí evitaron que saliera por patas.

Ahora entendía todo. Las palabras de aquellos tres en el bosque “Kiseop, el vampiro que no lo es” Lo había olvidado. Y él ahora necesitaba sangre, pero me daba miedo que fuera la mía, tenía miedo de morir por sus manos y temblé solo de pensarlo. Otro quejido de su parte me hizo decidirme a intentarlo. Si todo era un sueño, no me ocurriría nada. Siempre que soñamos nuestra muerte, despertamos ¿no? Mi corazón latía con tanta fuerza contra mis costillas que me producía daño. 

No me estaba mirando a mí, pero cuando me incliné con la manga del pijama remangada supo lo que me proponía. Me lo estuvo mirando durante lo que me parecieron minutos, con los ojos muy abiertos y la boca entornada y no logré reprimir un grito cuando sus labios tocaron mi piel y sus finos dientes la desgarraron. La sangre empezó a brotar mientras Kiseop succionaba con fuerza. El dolor era considerable, y las lágrimas brotaron de mis ojos sin que yo pudiera detenerlas.

Socorro”, pensé, tomando conciencia por fin de lo que estaba pasando, “¡Ayuda! ¡No quiero morir!

Kiseop sostenía mi brazo con tanta fuerza que parecía que me lo iba a romper. Y al cabo de unos minutos, aflojó. Aproveché entonces para deslizarme fuera de su alcance, chocando contra el armario. Sus dientes rasgaron un poco más mi piel a causa de mi brusco alejamiento, pero estaba demasiado sobrecogida para prestarle atención. Me palpé el brazo para asegurarme que seguía entero y cortar la hemorragia. Pero la sangre seguía saliendo y me sentía mareada…

Entonces, vi movimiento por su parte y alcé la cabeza. Se relamió los labios rojos y se colocó una mano en la boca, como antes de saciarse. Parecía alterado por haber hecho lo que me había hecho. Pero me miró con horror, un horror que pasó a un gesto de comprensión. Se levantó como si nada, como si no hubiera estado a punto de palmarla hacía escasos minutos y se acercó a mí. Por acto reflejo quise salir de ahí, algo me gritaba que debía irme y no mirar atrás, incluso me golpeé la cabeza con el armario… Pero su expresión me decía que no me pasaría nada, que estaba a salvo.
Se arrodilló delante de mí y con los ojos me pidió permiso para cogerme el brazo. No sé cómo lo supuse pero asentí, temblando.

Cuando lo alzó, se inclinó y con la lengua retiró los rastros de sangre goteantes de mi herida, cortando la hemorragia casi al instante. La manera en que lo hacía podría haber resultado erótica si no estuviera atemorizada a más no poder. Sin embargo, un cosquilleo me recorrió la columna vertebral y el estómago y supe que me había ruborizado.

Cuando acabó, me miró un momento a los ojos y los bajó con pesar. Su mirada era triste, como si no hubiera querido hacer lo que hizo.  Colocó una mano en mi cabeza y cuando se incorporó, me tendió la mano para levantarme. Y en cuanto lo hice, deseé no haberlo hecho. Mi cabeza empezó a dar vueltas, todo dio vueltas y me desmayé en sus brazos sin que yo nada pudiera hacer.

***

A la mañana siguiente, cuando abrí los ojos tenía todo el cuerpo contracturado. No era como cuando me había despertado en el bosque. Esto era... diferente. Automáticamente me miré el brazo, y vi que estaba vendado perfectamente. Pero nada había sido producto de mi imaginación. Estaba en mi habitación y salté de la cama rápidamente ignorando el breve vahído que experimentaba. Solo tenía cabeza para una cosa.

-¿Kiseop? –lo nombré, una vez en el pasillo. Entré en la habitación donde horas antes estaba- ¿Kiseop…? –fui hasta el salón y con una exclamación comprobé que todo estaba en su sitio. No había manchas rojas, ni había ventanas abiertas ni nada que delatase su presencia en mi casa.

Por unos instantes, no confié en mi propia cordura. ¿Estaba loca? ¿Kiseop había sido real?

-Sí que lo es –murmuré, arrancándome el vendaje y mirando las dos cicatrices blanquinosas de incisivos que marcaban mi pálida piel. ¿Cómo habían sanado con tanta rapidez? Tenía algo que mirar en el ordenador acerca de los vampiros, pero cuando encendí el portátil y me fijé en el día toda la sangre que me quedaba huyó.

-¡¿Lunes?! ¡¿Es una jodida broma?! –y además, iba tarde a la escuela. En el autobús me puse a calcular. ¡Había dormido casi dos días!

Capítulo 1 - Un mal comienzo


"Desaparecer, dejar de existir, morir, en definitiva, no es algo que te preocupe cuando no hay nada que te una a la vida. Para alguien como yo, a quien no unía ni el amor ni el odio a la existencia, enfrentarme a la muerte fue algo que tome con mas resignación de la que cabria esperar en una persona joven. Cuando me encontré con él, cuando supe que iba a morir, solo me invadió una calmada aceptación."

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Un par de chicas hablaban ruidosamente en la parte trasera del autobús, acompañadas por un chico que, distraído mirando la pantalla de su móvil, aportaba de vez en cuando un comentario gracioso a la conversación, haciendo que las chicas se rieran escandalosamente.

Sentada en el primer asiento de todos, Claire no les prestaba atención. Había subido en la parada anterior y aún le quedaba cerca de media hora de recorrido. Su mirada se perdió en el paisaje urbano que corría frente a sus ojos y su mente echó a volar.

Hacía poco más de una semana que se había mudado a San Beirs y aquél día empezaba, finalmente, el curso escolar.

Cualquier chica en su situación se habría estado preocupando por eso durante toda la semana desde que llegara a la ciudad: habría sacado de la caja toda su ropa y elegido miles de combinaciones para terminar vistiéndose lo mejor posible, se habría peinado bien, quizás alisado el pelo, y se habría maquillado. Cualquier persona se habría mordido las uñas durante todo el trayecto, quizás alguna extrovertida habría intentado entablar conversación con los que compartía autobús. Pero ella no. Se había puesto los primeros tejanos que había encontrado y una sudadera grande y vieja, nada que ver con la última moda, no llevaba una gota de maquillaje y su cabello estaba revuelto por el viento.

No guardaba ninguna clase de sentimiento especial alrededor de empezar de nuevo. Se debía, casi seguro, a su mala experiencia respecto a los colegios. Nunca había terminado de encajar. Había tenido amigos, sí, pero todas esas relaciones habían sido cortas y superficiales, y habían terminado en dolorosas traiciones. No deseaba, de cualquier forma, recordar esos tiempos. Sospechaba, quizás, que este no iba a ser diferente.

En ese momento, el autobús anunció su parada y se detuvo frente al imponente instituto. Con un suspiro, se cargó la mochila al hombro y bajó lentamente del vehículo, forzando a sus pies a arrastrarse hacia el edificio.


Narra primera persona


El ambiente en la entrada del instituto era animado: aquí y allá se repartían abrazos entre los que no se habían visto durante las vacaciones, se compartían historias y la gente reía. También había caras perezosas y propuestas de escaparse del instituto para alargar un día mas las vacaciones.

Al igual que el resto de estudiantes, tampoco yo tenía especialmente ganas de empezar el nuevo curso, pero no conocía a nadie, y, poco deseosa de quedarme allí plantada, me apresuré a sacar el horario de la mochila y entrar al edificio.

Los pasillos eran anchos y era sencillo moverse incluso cuando había numerosos corrillos de gente fuera de las aulas, charlando. Tuve que subir dos pisos y cruzar tres veces el mismo pasillo, pero logré encontrar mi aula.

Estaba vacía. La examiné sin mucho interés. Era suficientemente grande, pero imaginé que una vez llena con treinta alumnos me sentiría encerrada dentro de ella. Las paredes no tenían decoración, nada que la hiciera propia, única.

Me arrastré hacia la mesa más al fondo de la clase, escogiendo la silla que daba a la pared y me senté, recargando la espalda contra esta. Me invadió entonces una ola de nerviosismo: no solo iba a cruzar mi último año de bachillerato, sino que era completamente nueva en aquel lugar ajeno. Dudé si cambiarme de lugar. Al fondo solían sentarse los más gamberros, y aunque dudaba que alguien decidiera compartir asiento con la nueva el primer día, quizás no era buena idea quitar el lugar “legítimo” a nadie de ese estilo.

Poco a poco, la clase se llenó de gente. Venían en grupos y se distribuyeron rápidamente por la clase. Algunos se fijaron más en mí, otros menos. En general, fue lo típico. Me preguntaron como me llamaba y de dónde venía, pero luego se volvieron a sentar con sus amigos. Parecían bastante normales, pero entonces, aparecieron.

Quizá estuviera llegando con prejuicios creados por mis malas experiencias. Quizá ésta vez me equivocara. Sin embargo, cuando las vi entrar, con sus tacones y sus camisetas reveladoras, el bolso en lugar de la típica mochila, el maquillaje y el pelo bien cuidado, la perfecta manicura, y sobretodo, el escándalo con el que entraban en el aula, supe que algo no iba bien. Se sentaron justo delante de mí y se quedaron mirándome, examinándome antes de hablar.

Esto último era algo normal. Al fin y al cabo, mi apariencia destacaba: era alta, aunque eso no se podía apreciar estando sentada, y mi cabello negro como el carbón, contrastaba violentamente con los ojos, de cielo, que le devolvieron la mirada. Sabía que mi aspecto era algo que llamaba la atención, aunque no era algo que deseara especialmente, menos aún en esas circunstancias. Como siempre, ellas estarían interesadas en mí, en tenerme cerca, para atraer las miradas de los chicos. Acaricié la idea de dejarlas acercarse: me vestiría bien y me maquillaría, reiría tontamente y me haría la manicura, me despreocuparía de mis estudios y me alarmaría porque mi novio se había enrollado con otra. Por desgracia, ese no era mi estilo.

Quizás lo percibió en mi mirada, o quizás fuera el aspecto de mi vieja sudadera la que las ahuyentó, pero la que parecía la cabecilla solo me sonrió despectivamente antes de girarse de nuevo y seguir con su conversación.

Sabía que pronto empezarían a llamarme friki, rarita y demás calificativos que se les ocurrieran. Era algo que había dejado de importarme tiempo atrás.

Mi atención se volvió hacia el profesor, que puso orden y pasó lista, y mi mente vagó durante la siguiente hora y media, en la que el profesor explicó una y otra vez en lo que consistía el curso, las avaluaciones, etc.

Por cierto. Soy Claire Rainsworth y tengo 18 años.

***

Desde mi posición en clase, podía recorrer con la vista a todos y cada uno de los presentes en ella. Pero en realidad, no podría calificar a aquello como una “clase” propiamente. El grupo de chicas aprovechaba para sacar sus móviles de última generación automáticamente en cuanto el profesor se daba la vuelta, un grupo de tíos con pinta de matones ni siquiera parecía tener intención de tomar apuntes. Me quedé mirando a uno, identificándolo como el “agresor” de la bola de papel.


Mi error fue observarlo tanto tiempo. No fue a propósito, pues después de determinar  quien era permanecí absorta en mis pensamientos y olvidé desviar la vista a tiempo. Pero ya me había visto. Esperaba que pasara de mí, que borrara de la memoria ese momento…

No tuve tal suerte.

Cuando el profesor –que parecía el típico que nunca cae bien, con su camiseta metida en los pantalones, gafas grandes y rectangulares y pelo perfectamente pegado como si se hubiera puesto pegamento- se fue, todo volvió a ser un gran alboroto. Al principio, suspiré de alivio y tosí para aclararme la voz. El grupo de chicas de antes aprovechó el cambio de clase y se acercó a mí, con intenciones más que obvias de dejarme en ridículo para hacerme ver quién mandaba. Me tensé prestando atención.

-Se supone que en ésta escuela no pueden entrar pordioseros. Incluso esa comparación es una ofensa para ellos –dijo la cabecilla, mascando un chicle-. Donde te has comprado esa cosa? –señaló mi sudadera- en el contenedor?

 Retronaron risas. Me la quedé mirando un momento antes de instaurar una falsa sonrisa en mis labios. Con el tiempo, había aprendido a ser una persona que pensaba con cierta frialdad. Muy diferente a la persona que usualmente era.

-Perdona, si me hubieran dicho que para venir tenía que vestirme como una puta, lo habría hecho –le espeté sin pensarlo. Siempre acababa todo igual. Parecía propensa a la mala suerte. Lo bueno fue que no se esperó tal contestación. No creo ni que esperara que le contestara. Consideré la chica que tenía delante como una persona acostumbrada a ser la última en decir las cosas.

Exhaló aire sin poder creérselo aún y me contestó:

-¿Qué es lo que acabas de llamarme?

-Si no sabes lo que es una puta, puedo darte mas sinónimos. Prostituta, ramera, mujer de calle, mujer promiscua… o prefieres la definición? Mmm… tu?

Enrojeció violentamente de rabia y frustración, y la verdad es que me sentía poderosa en esos instantes en que no sabía que decirme. Si no fuera por que la profesora de la siguiente hora estaba depositando los libros sobre la mesa, seguramente la chica me hubiera abofeteado delante de todos. Caminó hacia su pupitre dando zancadas ofendidas, moviendo las caderas y el pelo con orgullo herido por mis palabras. Diríase que me dejaría en paz durante unos días.

***
Las clases acabaron a las 5 de la tarde. En aquél país tan al norte del continente, a esas alturas del año y a esa hora del día era prácticamente de noche. Nos dieron de comer en la escuela y nos explicaron que era una excepción por hoy, que cada lunes a mediodía deberíamos salir fuera o llevarnos la comida de casa. Los otros días, nos “liberarían” a las 2. Recogí mis libros lentamente esperando que se vaciara la clase y poder volver a mi yo.

Cuando no hubo nadie, me relajé y, levantándome, salté repetidamente sin moverme del sitio como para destensarme. El ser lo que no era provocaba dolor de cabeza. Repasé los pupitres con la vista. La clase parecía muerta, los destellos de la luna que empezaba a asomarse por entre los arboles se reflejaba en la pared. La luz del sol que aún quedaba, daba a la clase un aspecto violáceo, lúgubre. Me apresuré a colgarme la pesada mochila en la espalda para iniciar camino hacia la taquilla que me habían asignado.

El pasillo daba miedo en ese momento. No es que fuera asustadiza, pero una paulatina inquietud crecía en mi estómago. Abrí con una llave mi taquilla y tras dejar los libros que no me hacían falta, la mochila pareció aligerarse gratamente.

Al cerrarla, por poco me da un infarto allí mismo. Al principio solo vi una silueta oscura, pero al acostumbrárseme la vista, descubrí que se trataba de aquél matón al que me había quedado mirando. Rápida como el rayo, me tiré hacia atrás.

-¿Y a ti qué te pasa? –le solté, con el corazón a cien por hora. Sonrió como un gato. No fue agradable.

-Verás… -empezó, con aire algo arrogante. Sus ojos no me perdían de vista ni un segundo, algo me decía que era peligroso. Más de lo que su aspecto parecía- la chica a la que insultaste era mi novia. Y no le hizo ninguna gracia lo que le dijiste –en ese momento me di cuenta que llevaba algo en las manos, como una barra de hierro corta y con sobresalto por mi parte empezó a golpear las taquillas ajenas lentamente.

Obligué a mi cerebro a pensar con calma. Me crucé de brazos para evitar que me temblaran y sopesé las posibilidades que tenía. Si, estaba asustada. En menos de cinco segundos había trazado miles de vías de escape diferentes, algo que en un estado sereno no hubiese podido hacer. Y en ese momento no conseguía tranquilizarme.

-¿Deberías disculparte, no crees? A lo mejor no te hago daño si le das una compensación por su vergüenza –se mofó. Retrocedí hacia atrás mientras el avanzaba hacia adelante. No se lo creía ni él que me rebajaría a semejante cosa. Pero mi cabeza repetía: “No te enfrentes a él, por lo que más quieras, en este momento no abras tu maldita…”

-No tengo por costumbre ir disculpándome por cosas que no siento. Y menos a una zorra engreída.

“¡¡Pedazo de imbécil!! ¡Tuviste que decir algo! ¡Siempre haces lo mismo!”

Se paró. Ahora parecía bastante molesto y cabreado. Se lanzó a por mí, tan rápido que solo tuve tiempo de gritar y echarme a un lado para evitar que me golpeara con la barra de hierro. Ésta resonó en el suelo con un chirrido espeluznante que me erizó la piel.

¿A cuántos chicos –y chicas- les habría roto los huesos antes que a mí? Y lo más importante. ¿Cuántas veces se habría cambiado de escuela aquél tipo? Ni siquiera sabia como se llamaba… Sin pensar hacia donde iba, fui corriendo hacia el final del pasillo, y cuando identifiqué la salida di gracias a quien sabe qué. No creí poder correr tan rápido como lo hice, la verdad. No paré ni por un segundo. Salté los siete escalones que había delante de la escuela, y me sacudió un ramalazo de dolor en los tobillos de tan brusco aterrizaje.

Quería rascármelos pero no tenía tiempo y, tambaleante, vadeé calles y callejones, salté vallas y peldaños sin siquiera mirar atrás consciente de que si lo hacía, entraría en crisis nerviosa viéndolo seguirme de cerca. Me felicité por las horas de gimnasia en el otro pueblo que me habían proporcionado un buen fondo, complementando mi poca fuerza física. Pero el aire era frío y se filtraba en mi garganta, obligándome a jadear con desesperación. Intenté pensar para donde correr en ese momento. Podría, ahora que se me permitía pensarlo durante unos instantes, correr a casa. Era una misión suicida, la verdad. Tenía que llegar a la escuela y volver en autobús y era casi una hora de punta a otra. No aguantaría tanto tiempo sin detenerme.

Y entonces vislumbré una posible salvación. Unas cuantas calles mas arriba, distinguí el principio de un bosque, pegado a una carretera empinada por la montaña. Los tobillos me dolían, las piernas en sí me ardían, pero seguí corriendo como alma que lleva al diablo hacia adelante. Únicamente me detuve para recuperar el aliento antes de adentrarme en aquella selva de ciudad. El matón estaba para el arrastre, como observé desde arriba con satisfacción. Ahora le costaba caminar, y sonreí con alivio antes de girarme e irme.

El bosque de aquella ciudad estaba cubierto de una fina capa de nieve ese día. Me habría puesto a admirar el paisaje si no fuera por que si me detenía el tío acabaría dándome caza. Varias ramas me azotaron el rostro, caí unas cuantas veces y me desollé las manos. Me escondí tras un gran árbol, sin ánimo de adentrarme más. Mi respiración fue serenándose poco a poco, a medida que el hueco sonido de los grillos en el bosque resonaba ampliamente y dejaba claro que nadie me seguía. Miré a mi alrededor, cansada. Aún podía ver algo, pero no quise arriesgarme a tropezar y saqué mi móvil del bolsillo de la sudadera, dejando que la luz bañara el lugar. Me di cuenta de que podría  encontrarme si veía la claridad pero no tenía otra solución. Tenía un mal presentimiento. Seguramente eran paranoias de mi mente, pero algo hizo que las alarmas estallaran. Aunque después de un rato, me tranquilicé bastante. Solo tenía que volver por donde había venido y…

-¿Qué haces aquí? –inquirió una voz severa a mis espaldas. El estómago saltó en mis paredes interiores, y fue tal la impresión que antes de gritar como si me estuvieran matando quedé muda de sorpresa. Incluso con mi chillido, no se inmutó. Ni siquiera se movió de sitio. Lo alumbré con mi linterna provisional y lo observé cuidadosamente.

Era un chico, de cara ovalada y facciones elegantes. Una mandíbula recta al igual que su nariz, precedida de unos labios carnosos. No me paré a observar nada más. Bueno, salvo sus ojos, que me miraban como si estuviera cometiendo un error, negros como el carbón. Estaba muy serio… o eso me lo pareció hasta que miró por encima de mi hombro.

-Bingo –exclamó casi para él mismo, pero lo oí. Su boca se torció en una media sonrisa, y luego volvió a dirigirse a mí-.  Gracias por traerlas, hacía mucho que las estaba buscando.

“Las”? De qué estaba hablando? Me permití girar el cuello unos centímetros para percatarme de que el chico que me estaba persiguiendo hacía tan solo unos minutos se encontraba ahí de pie, mirando al otro que me había salvado con ojos desorbitados.

-Por qué no te rindes ya, Malcom? –gritó el que tenía delante a mi perseguidor-. Todo resultará menos doloroso si te rindes.

Malcom, el de la escuela se rió de una forma… muy rara. Si no lo supiera, diría que estaba cacareando o algo así. Luego paseó de un lado a otro con parsimonia. El ambiente era tan tenso que podía cortarse con un cuchillo.

-No lo haremos –“haremos?”- en este pueblo hay cosas interesantes. Adolescentes egocéntricos, niños inocentes, vecinos tan divertidos y… Ah. La gente es tan sabrosa… -no me lo podía creer. Debía estar soñando esas palabras-. Y el gran Kiseop, el vampiro que no lo es quiere detener la diversión… -chasqueó la lengua, negando con fingido disgusto-. Mal monstruo estás hecho.

Kiseop entrecerró los ojos pero no abrió la boca. Un sonido a nuestra derecha nos delató que otra persona había aparecido. La alumbré con mi linterna. Era una chica morena, no la conocía. A su lado, como si fuera la cosa mas normal del mundo se colocó otra, una chica rubia que había saltado tan rápido y alto que no había logrado seguirla con la vista. Las dos, pese a mi linterna, no pararon de mirar al ojinegro antes de acercarse a mi antiguo agresor. Ahora sabía dónde había visto a la pelirrubia teñida.

-Tú… -la palabra escapó de mis labios antes de que pudiera detenerlas. Seis pares de ojos se posaron en mí, como si se hubieran dado cuenta que existía.

-Me insultaste –siseó la chica, señalándome. Su voz era como un silbido, no era normal. Me estaban asustando. Luego bajó la mano a su cuello e hizo el gesto de decapitación. Me quedé fría y me costó lo indecible no tragar saliva.

-Retrocede –ordenó de pronto el chico de ojos negros-. Ahora. YA.

No me lo tuvo que decir una cuarta vez. Fui caminando hacia atrás, hasta que tropecé con una rama, cayendo de espaldas. Con miedo vi que el tal Kiseop se agazapaba como para contener algo, y con el más puro horror fui testigo de algo que creía imposible. Los tres chicos del instituto se metamorfosearon lentamente. Alas, cuerpo delgado, garras, brazos largos… y una horrorosa cara humanoide.

-Por fin dais la cara tal y como sois, Arpías –gruñó Kiseop antes que las tres semi-aves se abalanzaran sobre él. No sé en qué momento pasó. Quizás fueran segundos o minutos antes pero… mi mente desconectó y me sumí en la oscuridad.

Capítulo 1 - Columbia University

[1ª Persona]

Solía pensar que la vida era algo complejo, llena de obstáculos insalvables que entorpecían la felicidad. Siempre he visto la vida de esta forma. Mi vida nunca me dio nada realmente bueno para decidirme a pensar lo contrario. Hubo, una vez, algo por lo que pensé que valía la pena luchar. Pero ello se esfumó como el humo.

Siempre había gritos en casa, siempre volaba algún tortazo desprevenido. Por eso, cuando la carta que anunciaba mi ingreso a la Columbia University llegó a mis manos, no tardé ni media hora en tener la maleta echa y salir por la puerta ante la atónita mirada de mi padrastro y los gritos e insultos de mi madre. Que irónico que las mismas personas que te empujaron a tener una vida, ahora quieran hacer todo lo posible por retenerte.

Sin embargo, en cuanto crucé la puerta de casa hacia el exterior, supe que mi vida había cambiado e iba a cambiar… para bien, o para mal.

***

[3ª persona]

Llegó a la universidad cuando estaba anocheciendo. Era invierno, y sus dientes castañetearon. Se había olvidado de llevar más ropa encima. Lo bueno era vivir relativamente cerca. No le hizo falta ni taxi, así ahorraba todo lo que pudiera, puesto que estaba segura de que sus padres no iban a darle nada después de lo de aquella madrugada. Entró con las dos maletas a rastras, cansada de acarrearlas de un lado para otro.

Antes, se había parado a admirar el paisaje. Aquel paisaje de césped perfectamente cortado, las pocas estatuas de mármol blanco bien cuidadas y ésas limpias paredes del extraordinario edificio. Se sintió pequeña ante su inmensidad, y se cuestionó si realmente merecía una beca completa en aquella facultad que parecía tan lujosa. Sacudió la cabeza y continuó su camino hacia recepción.

-Vengo por lo de la beca –dijo, y le pareció que la voz que salía de su cuello no era suya. Se aclaró sonoramente la garganta, carraspeando, y volvió a probar-. Soy Alexia Miller. Seguramente debo estar…

La mujer ni siquiera la miró. Estuvo a punto de repetirlo todo otra vez, cuando le tendió a la muchacha un formulario de cuatro páginas.

-Rellénalo ahora. Estás en la base de datos, pero se necesita que vuelvas a completar las hojas para consumar tu inscripción.

Se quedó sin palabras y no dijo nada. Fue hacia la mesita rodeada de butacas de piel y se sentó. Saco un bolígrafo de la mochila y empezó a leer.

Nombre: Alexia
Apellido/s: Miller
Sexo: Femenino
País: Estados Unidos
Ciudad: Broadway
Fecha de nacimiento: 1994/01/08
Dirección personal: ******
Dirección electronica: *****@*****.com

Pero había una opción que no estaba en la primera inscripción.
-Lenguage skills… -susurró. Sabía lo que debía poner pero… ¿por qué dudaba?

Estaba tan ensimismada en lo que debía contestar no se dio cuenta de que una persona se había sumado al formulario. Alexia levantó la cabeza para advertir a un chico, que como ella, sacaba un bolígrafo y rellenaba los campos en blanco. Tenía dos opciones: O se arriesgaba a llevarse un mal modo de la secretaria, o directamente le preguntaba a su compañero de mesa.

Suspiró. Tenía un pánico absurdo a romper ese silencio instaurado. Pero si no lo hacía, no podría ingresar en la universidad. Respiró hondo y carraspeó.

-Perdona… -murmuró, bajito. El chico levantó la cabeza y Alexia abrió los ojos de par en par. A quien antes había tomado por un americano normal y corriente resultó ser un joven asiático de rasgos pronunciados. Las cejas de él se alzaron cuando lo llamó. Los ojos cafés la miraban, interrogantes.

-¿Sí? –inquirió. Tampoco se esperó que su voz fuera tan profunda. Sintió un escalofrío pero volvió al tema que le interesaba.

-Verás… en “lenguage skills”… hay que poner sólo todos los idiomas que uno sepa, o se puede añadir también los que uno está aprendiendo?

El asiático se llevó una mano a la barbilla, pensativo.

-Ni idea, también es mi primera vez aquí –dijo, en conclusión-. Pero esto deberías preguntárselo a ella –señaló con el dedo a la secretaria que seguía mirando no se qué en la pantalla.

Se encogió aún más sobre sí misma.

-Es que… me da miedo –confesó, tímidamente. El chico soltó una carcajada y Alexia se ruborizó aún más.

-No tiene pinta de ser demasiado… amigable –coincidió y se levantó-. Ahora mismo se lo pregunto yo.

-¿Qué? ¡No! ¡No! No importa, yo… -¿qué podía decir? De todas formas, ya estaba delante de la mesa de la mujer. Desvió la vista cuando ella la miró y no volvió a elevarla hasta que su compañero regresó.

-¿Qué te ha dicho?

-Que pongas todo lo que quieras. Nadie va a revisar si de verdad sabes los idiomas que escribas o no.

-Ah… -fue lo único que se le ocurrió decir-. Gracias.

-No hay de qué –contestó. Lo cierto es que tenía cierto acento en el inglés, y de vez en cuando vacilaba al pronunciar una u otra palabra. Lo investigó con la mirada mientras éste seguía con el formulario. ¿De donde sería? Entonces se vio sorprendida por los orbes oscuros y fingió seguir con lo que estaba haciendo.

Lenguage Skills: Inglés, español, francés, alemán, coreano.

Todo listo para entregar después de un cuarto de hora. Se dejó caer en el respaldo y se masajeó la mano con la que escribía para luego acudir a recepción y entregar el formulario con una foto carné. Al momento sintió una presencia a su lado, y reparó que el chico asiático estaba de pie junto a ella. La secretaria rebuscó en un cajón y sacó un par de llaves con los números 28 y 29.

-Aquí tenéis la entrada a vuestras habitaciones. Por suerte o por desgracia, compartiréis sala interior.

Ambos jóvenes parpadearon, sin comprender.

-Piso segundo, puerta 56 –acabó la señora, y no habló más. Se miraron encogiéndose de hombros.

Caminaron en silencio solamente roto por el continuo traqueteo de las maletas en sobre suelo.

-Así que… seremos “vecinos”, por lo que parece –no era una pregunta, o al menos a Alexia no se lo pareció. Ella asintió y lo miró.

-Aún no sé tu nombre –indicó.

-Jaeseop – reveló- Kim Jaeseop. ¿Y tú?

-Alexia Miller –y de pronto, soltó una exclamación que sobresaltó al hombre-. Espera, ¡¿Jaeseop?!

AJ tragó saliva. A lo mejor… ¿lo había reconocido? No estaba en condiciones de tratar bien a una fan. No cuando la falta de sueño había empezado a hacer mella en su cuerpo.

-Si. Ése es mi nombre –dijo, cortante-. ¿Tienes algún pro…?

-¿Es un nombre coreano verdad? –Preguntó, y dibujó su nombre en hangul en el aire-. Jae-Seop. Eres el primer coreano que conozco –los ojos azules de Alexia brillaron de emoción-. Hace una semana acabé el tercer y último curso de coreano en la escuela de idiomas.

Jaeseop estaba atónito. Sus alarmas, anteriormente disparadas se habían apagado con un alivio inmenso.

-¿De verdad? –se atrevió a decir-. Entonces…

-Entonces podríamos hablar en coreano cuando quieras –Alexia se sintió orgullosa de sí misma. AJ sintió la necesidad de probar si decía la verdad. Su curiosidad era más fuerte que su razonamiento en ese momento.

-Si sabes hablar coreano –empezó él en su propio idioma- ¿Estás entendiendo lo que estoy diciendo, verdad?

-Perfectamente –sonrió de nuevo y finalmente llegaron a la puerta. No tenía nada de especial. Tenía un panel al lado con números para entrar con un código en el caso de emergencia. Pasaron la llave por el detector y accionaron el pomo. No se esperaban ver lo que había dentro. Era una pequeña salita, con cuatro puertas interiores, dos a cada lado. En el centro, una mesa de estudio, una estufa de metal y al fondo una nevera mediana.

Ambos quedaron estáticos.

-Debe de ser una broma –murmuró Alexia, rompiendo el silencio-. Esto es mucho lujo. ¿Todo es así? Creo que se han equivocado conmigo, yo he pagado una habitación normal, no una VIP…


-No es una VIP. Es que todos son así. Bueno, la mayoría –fue hacia una de las puertas y tocó. Al no haber nadie, entró y al cabo de unos minutos volvió a salir sin la pesada maleta y la mochila-. ¡Listo! Deberías dejar tus cosas. Y ya que somos vecinos… vamos a llevarnos bien –le tendió la mano y Alexia se la estrechó. Al mirarse a los ojos, supieron que deseaban ser amigos, pero ninguno se atrevió a decir nada.

Columbia Days - Introducción al lector


Título: Columbia Days
Autora: Hee Yoon.
Género: Romance, drama, comedia.
Categoría: Hetero.
Contenido: Algo de Lemon llegado el momento. Violencia.
Clasificación: +16 
Grupo: U-KISS, principalmente Jae Seop (AJ)
Advertencia: Los personajes salvo U-KISS me pertenecen enteramente a mí. Cualquier copia o referencia sin autorización será objeto de denuncia.
Nota de autor: Pese a que no está indicado, hay lenguaje soez en momentos puntuales. Como siempre, respetad mi trabajo.

  • Capítulos0|1

***

ADVERTENCIAS:

-Si hay alguien sensible, le recomiendo que se pase a otro fic, por su buena estabilidad mental.

-Este fic es explícito en ciertos puntos, por eso lo catalogo de 18+. No solo por las escenas, sino por algunos pensamientos. Somos humanos y podemos pensar cosas obscenas a veces, ¿no?

-También cabe decir que como mis creencias religiosas son nulas, intentaré no ofender a personas de creencia cristiana o católica.

-Solo queda decir, que espero que viváis la historia como la he vivido yo, de vez en cuando en primera persona, lo demás en tercera, narrador omnisciente. Presente simple y Pasado simple alternado.

Gracias por leer la novela!


Capitulo 2: Reencuentro y Propuestas

Alguien golpeó la gran puerta de roble de la entrada y la criada más cercana abrió al visitante. La puerta crujió al cerrarse y un joven de apenas 20 años se quitó el sombrero de piel colocándoselo debajo del brazo y observó el recibidor con calma.

El silencio volvió a hacer acto de presencia, únicamente interrumpido por el “TIC-TAC” del reloj de salón que marcaba las ocho de la tarde. Unos pasos apresurados cruzaron el lugar, y Donghae, abrigado en una bata oscura y gruesa le sonrió al invitado.

-Sr. HyukJae, bienvenido seas de nuevo –dijo con su voz grave tendiéndole la mano.

-Donghae –habló su amigo, estrechándosela-. Siento que hace una eternidad que no nos vemos. Parece ayer cuando ibas persiguiendo mujerzuelas y te escondías debajo de sus enaguas –se burló.

-¡Eh! ¿Ese no eras tú? Creo recordar que eras el mas sin vergüenza de los dos, amigo.

-Aix… -HyukJae se rascó la cabeza-, tanto tiempo sin vernos y aún me conoces tan bien… Por cierto –sus ojos oscuros se entornaron-, mi más sentido pésame por tu padre. Siento no haber podido estar en el funeral, había otros asuntos que…

-No te preocupes –cortó el otro-, mi padre falleció hace tres años, así que cada vez, la soledad es mas soportable. Ágatha cuida de mí.

Hyukjae le dirigió una mirada curiosa a la mujer mayor que a lo lejos, limpiaba el polvo de los ventanales con un plumero.

-Ágatha… ¿tu criada?

-Mi “ama de llaves” –rectificó.

-No le sé ver diferencia.

Donghae suspiró.

-El ama de llaves guarda todas las llaves de la casa, como bien dice la palabra, mientras que la criada…

-¡De acuerdo, de acuerdo! –Exclamó su amigo alzando las manos-. Claro como el agua, cristalino. ¿Pero desde cuando es un ama de llaves tu niñera?

-Desde que murió mi padre como te he dicho, pero tú nunca me escuchas cuando hablo. Y ahora, si no te importa, vayamos a sentarnos. Tenemos mucho de que hablar.

***

-Y entonces me dijo “¡Si quieres volver a ver un céntimo, primero tendrás que dejar de acostarte con mi hija!” –acabó HyukJae y ambos explotaron en carcajadas que en el caso del otro, acabó en una tos que le obligó a apurar los últimos sorbos de vino antes que su amigo.

-Veo que sigues siendo un Don Juan y un Casanova –comentó Donghae una vez recuperado de su ataque-. Algún día eso traerá problema a tu hotel. Y no conviene que uno de los mejores establecimientos de la ciudad tenga mala reputación solo por que el dueño se acuesta con las hijas de los huéspedes.

Hyukjae sonrió, avergonzado.

-Ay, mujeres… solo me traen problemas –nuevamente, el silencio se adueñó de la sala de estar y el dueño del hotel lo miró, como registrándolo. Donghae alzó las cejas, interrogante-. Estás… diferente. Tienes ojeras y tu piel… bueno, estás demacrado. Enf…

-Ni lo digas. No te atrevas a decirlo –no quería oír lo que ya sabía, que estaba “enfermo”-. Se me pasará. Es un problema que puedo curar con mis recursos –mintió. HyukJae no se lo tragó, pero no era quien para juzgar conocimientos cuando el no sabía nada de medicina.

-De acuerdo –su amigo dejó la copa ya vacía en la mesa-. ¿Para qué me has llamado? Tendrás alguna razón más para invitarme a tu mansión. Siempre tienes algo escondido.

Donghae asintió y se levantó. Fue hacia uno de los cajones y volvió con la carta para luego tendérsela al otro. A medida que leía, la cara de HyukJae se fue tornando mas pálida, parecía que una gota de sudor se deslizaba por su sien. Cuando acabó, lanzó la carta con desdén junto a la copa y negó con la cabeza.

-Prométeme que no vas a ir –susurró con voz ronca.

-HyukJae, es mi deber…

-¡A la mierda el deber! ¿Midness Fall? ¿Has perdido completamente la razón? ¿Vas a ir a ese pueblo de mala muerte? ¿No has oído lo que cuentan de allí? –parecía fuera de sí.

-El trabajo de un médico es no creer en tonterías. La ciencia y la fantasía no son compatibles, amigo mío –Donghae se encogió de hombros y colocó una mano encima del hombro del otro chico-. Quiero que vengas conmigo.

HyukJae se sacudió la mano de encima y se colocó delante de las cortinas mirando el cielo tempranamente oscurecido.

-Iría contigo donde fuera. Menos a ese pueblo. No ahí –se giró y sus ojos se encontraron-. No vuelvas a pedírmelo.

El médico resopló.

-De acuerdo. No te puedo obligar –cerró las cortinas y llamó a la ama de llaves-. Ágatha, procúrale al señor HyukJae una habitación libre. Ya es demasiado tarde para que vuelva hoy. Se irá mañana por la mañana. Al mismo tiempo que yo.

***


Los caballos relincharon cuando el látigo del conductor les golpeó para iniciar el viaje. Donghae giró por última vez la cabeza hacia la casa, donde el siguiente carro esperaba a HyukJae, quien lo miraba como si fuera la última vez que lo iba a ver. El ama de llaves tenía la misma expresión, pero él le había prometido que volvería. Maletín en mano, se sentó correctamente con la espalda pegada al respaldo y cerró los ojos, repentinamente cansado.