martes, 24 de septiembre de 2013

HongBin - Capitulo 2

Una gota de sudor se deslizó por mi sien, resbalando silenciosamente mientras yo intentaba asimilar lo que aquél hombre decía. Estaba loco, completamente loco. Había irrumpido en mi habitación sin saber como, había cogido uno de mis libros favoritos como quien no quiere la cosa y ahora inventaba burdas mentiras convencido de que podría engañarme. Iluso si lo creía. Si el pavor no me paralizara, gritaría hasta que mis pulmones explotaran. Observé como mi carcelero arrastraba la silla de la mesa de estudio colocándola frente a mí y sentándose a horcajadas. Se cruzó de brazos y se llevó un pulgar a la boca, indudablemente nervioso.

- Sé que no me crees -¡Aleluya! ¿Por fin se daba cuenta?- Y no te juzgo por ello. Tu solo eres un ser humano absento de cualquier magia que haya en el mundo, ignorante de lo que te rodea. Nunca lo entenderías. –si antes había intentado parecer comprensivo, ahora su voz había tomado un giro total. El desdén y la crueldad bañaban el dormitorio. Los ojos castaño oscuro de aquel chico destellearon en verde y algo me dijo que no debía tentar mi suerte. Tragué saliva antes de hablar.

- Supongamos por un momento… que te creo –tenía que medir mis palabras con cuidado-. Si eres un genio, ¿por qué estás aquí? No tengo ninguna lámpara mágica de esas.

Hong Bin me miró a los ojos seriamente. En un primer momento pensé que lo había ofendido, pero acto seguido explotó en sonoras carcajadas y temí que mi madre lo escuchara. Fue tal su risa, que cuando se tiró hacia atrás creí que se daría contra el suelo. Sin embargo hizo algo que me dejó helada. Empezó a flotar en el aire. Cuando paró, cruzó las piernas en suspensión con las palmas en la nuca.

- Debo reconocerlo. Los humanos sois extraños en cuanto a información sobre seres como nosotros. Tenéis las piezas a medias y ni siquiera intentáis reunirlas todas. Solo os quedáis con lo que os resulta útil y el resto lo desecháis sin miramientos. Curiosa forma de avanzar en la historia –comentó. Iba a protestar que los humanos habíamos descubierto la cura del cáncer y las vacunas contra la hepatitis cuando descendió y se acercó a mi. Me tensé al no saber qué se proponía hasta que sus largos dedos sostuvieron el llamador con elegancia.

“Esto es mi razón de estar aquí”

La voz en mi cabeza me sobresaltó como hacía unas horas y vi que el castaño asentía. ¡Me estaba hablando él!

- Como has… -farfullé, atónita. Pero ya sabía la respuesta.

- Te lo he dicho antes. No soy de este mundo.

Si todo fuera un sueño, no lo viviría con tanta claridad. Respiré hondo y le aparté la mano del llamador.

- De acuerdo… si me das un minuto… necesito asimilarlo –musité. Me levanté. Sentía las articulaciones entumecidas, y me obligué a caminar hasta la ventana. Eché las cortinas por precaución.

- Lo sé. Como ya te he dicho, los humanos…

- Si, si. No sabemos de magia, ni de genios ni de bla bla bla –lo corté, tajantemente. Sus aires de suficiencia eran demasiado para mí-. No hace falta que lo repitas como si no fuéramos nada. Entendemos muchas cosas si nos lo dicen de buenas y no nos rebajan a la altura de una zapatilla de andar por casa.

Hong Bin se encogió de hombros, sin darle mucha importancia a eso. Se volvió a pasear por mi habitación y agarró una pelota de tenis. Entonces caí.

- Tú fuiste el que me llamó. El que me dijo donde encontrarte –bajé mas la voz, conteniendo mi irritación-. Me obligaste.

Otra vez sentí el peso de su mirada. Por primera vez tomé consciencia de que me la estaba jugando con algo muy por encima de mí. Cerré los puños para evitar que me temblaran. El genio resopló. Parecía divertido.

- Algo así. –contestó-. En realidad, solo estimulé una zona de tu cerebro, la que contiene tu curiosidad. Te lo explicaré de forma que lo entiendas –dijo al ver mi cara de completa ignorancia-. Tu mente funciona como si tuviera botones. Cuando hay algo que te gusta, uno de los varios botones se acciona y tus ganas incrementan. Luego tu parte racional es que la que acaba de juzgar si es conveniente o no. En tu caso, ni tu parte racional se opuso a nada cuando entré. Accioné el botón de la curiosidad, y tú hiciste el resto. Eres bastante simple, ¿sabes?

Fue la gota que colmó el baso. Cogí mi mochila y se la lancé directamente a la cabeza. Ésta le atravesó limpiamente, como si nada. Las libretas y el estuche se desparramaron en el suelo con un crujido desagradable. Hong Bin mantenía una ceja alzada y, como anteriormente, los brazos cruzados.

- Buen intento. Te alegrará saber que no me lo esperaba en absoluto.

- Pues verás. No me alegra. Lo que sí me alegraría sería que te largaras por donde hubieras venido y me dejaras en paz para siempre. No pienso aguantar mas estupideces de un monstruo mitológico que no sabe donde caerse muerto –siseé, y me arrepentí al momento. La cara del genio se tornó de un carmesí intenso. Sus brazos, en tensión, estaban a cada costado. Las manos convertidas en puños, cuyos nudillos tenían un fuerte color blanco.

La ventana se abrió de par en par, y un violento aire frío se coló, revolviendo mis estanterías y poniéndolo todo patas arriba. Con la cara pálida, tragué saliva.

- Retira lo que has dicho –gruñó el chico con los ojos, que se había vuelto verdes, fruncidos y la mandíbula desencajada-. Di que te arrepientes de haberme dicho eso. ¡DILO! –gritó, y la silla voló por los aires. Chillé, aterrada y me cubrí la cabeza con los brazos. Esto no acabaría bien.

- ¡Por favor! ¡No me mates! –imploré, al borde del llanto. Me sentía pequeña, diminuta. Me arrastré hasta una esquina, esperando que todo pasara tan rápido como había venido. Cuando cerré los ojos, dejando que las lágrimas bañaran mi rostro, todo cesó. El aire no se movió. Nada me golpeó. Todo estaba en silencio.

Me atreví a levantar los parpados y lo que vi… no, lo que no vi me dejó sin habla. Todo estaba otra vez en su sitio. La ventana seguía cerrada, la silla en el mismo lugar. Hong Bin en el centro, con la mirada perdida, respirando enérgicamente. Su pecho subía y bajaba con brusquedad, como si acabara de hacer un gran esfuerzo. Levantó un dedo hacia mí.

- Nunca… nunca vuelvas a llamarme monstruo. Los genios fuimos creados al mismo tiempo que los ángeles, pero a diferencia de ellos, no nos inclinamos a los humanos cuando empezaron a existir. Por una razón muy obvia. Solo sois pedazos de carne con una mente limitada y unas acciones demasiado previsibles. No sois nada, ¿me oyes? Nada, salvo polvo y barro.

Encajé cada golpe con la máxima dignidad que pude. Por mucho que estuviera hirviendo de rabia por dentro, no valía la pena meterse en más problemas. Aguanté su mirada como pude. Sentía la boca seca y las extremidades agarrotadas. Me levanté a duras penas e hice algo diferente. Me estiré en la cama y empecé a leer el tomo de Drácula de Bram Stoker por tercera vez en los últimos meses.

- ¿Qué haces? –inquirió HongBin, interrogante. Su furia había cesado. Apenas le dirigí una mirada y volví a mi libro.

- ¿No lo ves? Se supone que tú eres el genio. Interpreta –dije. Tras unos segundos de silencio que se me hicieron interminables volvió a contestarme.

- Estás pasando de mí –concluyó. No era una pregunta. Yo asentí.

- Completamente. Si, esa es la idea.

- No puedes pasar de mí eternamente. Yo tengo tiempo infinito. Tú no.

- Pero al contrario que tú, yo tengo algo que se llama paciencia –dejé mi libro a un lado-. Seamos sinceros. No eres un monstruo. Solo eres un estúpido ególatra que se cree más de lo que es solo por poder hacer cuatro cosas en el aire. Sin “amo”, vives en el llamador hasta que alguien decide liberarte. Entonces, ¡ah! Cumples sus deseos y vuelves al lugar al que estás ligado. La misma rutina una y otra vez, por los siglos de los siglos. Debe ser aburrido, ¿no? Bien, pues los humanos gracias a nuestra finita vida disfrutamos de las pequeñas cosas. Nacemos para morir, pero lo hacemos con gusto, por que ya hemos vivido lo suficiente durante unos ochenta o noventa años para sentirnos llenos.

   >>Te sientes completo, ¿Hong Bin? Los humanos no somos mejores que vosotros, pero tenemos una vida mucho mas placentera. Así que, tú tendrás todo el tiempo del mundo. Pero a mi me da igual. ¿Debería gastar ya mis tres deseos? Así podré devolverte al dependiente de antigüedades y olvidar que hemos tenido ésta conversación.

Esperé su reacción, sin añadir nada más. Me observaba casi sin verme. Parecía ensimismado, como si lo hubieran abofeteado. Le tembló el labio inferior y su respiración se aligeró. Estaba asustado. O al menos, es lo que parecía. Sus bellos ojos orientales me suplicaban silenciosamente que no lo abandonara. No parecía el mismo que casi voló en pedazos la habitación.

- No habías previsto esto, ¿verdad? –negó con la cabeza casi por inercia y me sentí poderosa. Mi orgullo se infló e intenté disimular una sonrisa que se formaba en mis labios. Suspiré-. No voy a pedir los tres deseos. Al menos, no ahora.

- Deberías –comentó él, caminando de nuevo-. Tres deseos no se conceden a cualquiera. Puedes cubrir tus necesidades económicas, físicas o anímicas. Y gracias a mi, puedes ser una reina, fundar un club de golf o tener un trabajo con un sueldo extremadamente elevado. Solo un chasquido y… -alzó los dedos acompañando sus palabras con ellos-. No entiendes lo que tienes entre manos.

- No, no entiendes tú. Yo no necesito nada de eso. Tengo una buena familia, un perro encantador y unos amigos irremplazables. Mis estudios van bien, más que bien. No necesito ningún deseo para ser feliz. Ya lo soy.

Otro silencio incómodo se instauró en la estancia mientras el genio intentaba ver a través de mí. Aguanté su inspección tranquilamente. Metió los brazos en jarras y bajó la cabeza. Ahora parecía solo un humano normal y corriente. Lo cierto es que era guapo, con el pelo castaño, liso por encima de unas cejas finas. Sus ojos oblicuos, orientales, acompañaban un rostro aniñado y delicado. Los labios, sutilmente rosados se entreabrían mostrando unos perfecto dientes blancos.

Sacudí la cabeza, totalmente apabullada. ¿En qué estaba pensando?

- Entonces –dijo Hong Bin, sacándome de mis pensamientos-. ¿Qué sentido tuvo llamarte?

- Eso lo sabrás tú. A mi me dieron el colgante gratis.

Pero el genio no me hacía caso. Decía cosas extrañas como que “Esto no debía ser así” o “¿Y ahora qué?”. Consciente de que tendría que aguantarlo hasta que gastara todos los deseos, se me ocurrió algo morbosamente genial. Quizás no resultaría, y dado que no podía deshacerme de él de otras maneras… ¿Por qué no unir al enemigo a tu causa? ¿Por qué no intentar convencer a ese chico de delante de que el ser humano había hecho más cosas que cagarla en las elecciones?

- Con el tiempo, a lo mejor pido mis deseos. Es lo que quieres, ¿no?

- Es complicado –señaló. No quería hablar de ello, lo notaba. Volvió a sentarse en la silla giratoria y con una sonrisa de oreja se desplazó hacia mí-. ¿Eso significa que vamos a vivir juntos hasta que decidas gastar tu suerte?

Abrí los ojos. No había pensado en el inconveniente.

- Dadas las circunstancias, si. Pero acatarás una serie de reglas: No se toca nada sin mi permiso. No bajarás al comedor sin mi permiso. Y, por último y no por ello menos importante, no te dejarás ver ante mi familia y amigos y no harás ruido. Y si te descubren, no podrás estar aquí.

- ¿Deseas que me someta a tus reglas? –dijo. Me estaba animando a decir que si, a que fuera una orden.

- No, solo pongo las cartas sobre la mesa. Si no obedeces esas reglas, pediré los tres deseos y, adiós.

Hong Bin cerró la boca de golpe y frunció el ceño, contrariado. Sus pupilas destilaban odio hacia mí. Se levantó, abrió la ventana y saltó. Ahogué un grito de alarma y corrí hacia el marco.

Se había ido.


- ¡Alice! –me nombró mi madre desde abajo-. ¡La cena está lista, cariño!

Capítulo 4

Las prácticas trainee fueron mas duras de lo que había creído. Uno de los coreógrafos nos enseñó pasos de baile que él mismo había creado para ésa ocasión. Y no habíamos parado hasta que no dieron las cuatro de la tarde. Habíamos estado practicando desde las seis y media de la mañana... cada día. Ya llevaba prácticamente tres semanas en la compañía. No estaba acostumbrada a tantos trotes, y las agujetas me sacudieron el cuerpo en calambres muy dolorosos. 

Una de las chicas se acercó a mí y me tendió una botella de un líquido extraño. La miré, agradecida y bebí sin que mis labios tocaran el recipiente. La bebida, dulce, me atravesó la seca garganta reparándola poco a poco. Cuando hacía ejercicio, no “sabía” respirar.

- Gracias –dije ahogadamente. Tragué saliva. La chica recogió la botella de mis manos y la cerró.

- No hay de qué –contestó. Reconocí la voz casi de inmediato. Era la chica a la que habían mandado buscar a mi manager… a nuestro manager-. Soy Kim So Ra –se presentó, pero yo ya lo sabía.

- Park Hana.

- Lo sé –sonrió y se sentó junto a mí-. Te vi el primer día que llegaste, y a principios del entrenamiento. Siento no haberte hablado antes. Tenía la cabeza en otra parte.

“Ni que estuvieras obligada, chica”

- No te preocupes, no pasa nada –farfullé y tosí. Ya me estaba cansando de toser. So Ra me miró, preocupada.

- ¿Estás bien? Esa tos no es buena. Acabarás con una irritación bastante grande si no te tomas algo.

Asentí. Pero el problema era… que no podía pagarme las medicinas. Tragué saliva entrecerrando los ojos por la molestia que sentía. Recogí la poca dignidad interior que conservaba y me levanté. Me puse bien el pantalón que se había arrugado de la posición con las manos. Luego me volví a la chica.

- Gracias por lo de antes –dije, refiriéndome a la dulce bebida. Recogí mi toalla del suelo y me la enrosqué alrededor del cuello-. Me voy a duchar. ¿Nos vemos a la hora de cenar?

- Claro. Cuenta con ello –respondió, con una leve inclinación de cabeza. Salí al exterior y el sol abrasador me cegó momentáneamente. Pese a que el crepúsculo estaba próximo, la luz era fuerte aún. Estuve tentada de echarme la toalla en la cara y jugármela buscando las escaleras hacia mi improvisada habitación. Sin embargo, dos figuras a lo lejos llamaron mi atención. Una de ellas gritó mi nombre y sacudió algo que colgaba de su mano. Cuando Hyuk y Leo llegaron a mi altura, vi que el primero tenía en las palmas un regimiento de helados, no solo uno.

- ¿Qué, Hyuk, asaltando el supermercado a estas horas de la tarde? –bromeé. El maknae me devolvió la sonrisa sincera y bajó los ojos. A raíz de nuestra charla en el tejado el primer día, nos habíamos vuelto muy apegados el uno con el otro. Se podría decir que poseíamos una “causa común”, algo que a ambos nos preocupaba y que solo encontrábamos respuestas entre nosotros. Era lo más cercano a un amigo que había tenido nunca. Y no exageraba.

-La comida ha sido ligera, así que tenía un poco de hambre. Como aún no he cumplido los dieciocho, Leo se ha ofrecido a acompañarme por si me pasaba algo –explicó, secamente. Se sentía frustrado por tener una niñera encima, y no lo culpaba.

Miré al nombrado, con cierto aire de incredulidad. Leo llevaba una sencilla camisa blanca medio abierta remetida en unos pantalones vaqueros azul oscuro. Las zapatillas de deporte blancas hacían juego con la parte de arriba, y el pelo revuelto y el rostro sin una gota de maquillaje le daban un aspecto arrebatador. 

En ese momento, quitó el papel a un polo de limón, chupando de golpe más de la mitad del helado. Desvié la mirada hacia mi amigo para no entrar en combustión espontánea. Era una malpensada por tener una visión del cantante de esa manera. Recé para que pensaran que mi rostro enrojecido había sido producto de mis horas de entrenamiento. Carraspeé y me crucé de brazos.

- Veamos si lo he entendido bien. Leo te ha acompañado por que alguien le ha dicho que conseguiría algo a cambio, ¿verdad? ¿Quién ha sido? –inquirí.

- En realidad… N quería convencerlo de que si me acompañaba, podría disponer de sala de canto todo el día para él solo. Pero no le interesó demasiado. Entonces Ken saltó y dijo que iría él porque quería comprarte algo a ti para que descansases un rato. Y bueno, en ese momento Taek Woon se levantó y… -no logró terminar la frase. Un brazo le rodeó el cuello y lo tiró hacia atrás, evitando que hablara más de la cuenta. El brazo pertenecía a Leo, quien no miraba a nadie en especial y seguía devorando lenta y silenciosamente el trozo de polo que le quedaba sin soltar al maknae.

- ¡Suelta…!  ¡Suelt…argggh! –rogaba Hyuk, riendo, tosiendo y gruñendo al mismo tiempo. Clavó las uñas en el codo de su “agresor”, sin éxito en la liberación. Pese a que me parecía una escena peculiar y entretenida, decidí intervenir.

- Vamos, Leo. El pobre no ha dicho nada malo… creo –ahora no estaba segura. En presencia del hombre, todo pensamiento se iba al garete en un período de dos minutos-. Merece vivir. No creo que quieras tener que buscar otro maknae para VIXX, ¿no?

Intenté que no me temblara la voz, que salió extrañamente ronca. Coloqué una mano en el hombro del vocal, en parte para hacer más firmes mis palabras y en parte porque no me sentía segura en absoluto. Y menos cuando sus ojos castaños se cruzaron con los míos, curiosos y escrutadores. Dos finas rendijas entrecerradas por el sol que parecían ver a través de mí. Me estremecí entera y parpadeé buscando otro lugar donde dirigir mis ojos. 

Pero no duró mucho esa situación. Después de que él se quedara mirando mi mano en su hombro y de dar un rápido vistazo a Hyuk, lo soltó. Con rapidez me alejé de su cuerpo, aturdida. Estaba segura que se debía al sol. El pobre SangHyuk se pasó una de las manos por la garganta y oí que murmuraba algo sobre “Por poco no lo cuento…”.

- En fin –hablé, para romper el silencio estridente producto de las chicharras de los árboles-. Ya he acabado por hoy, y creo que el resto también. Si necesitáis la sala de baile, es toda vuestra. Yo voy a darme una ducha –y tomé consciencia de lo que había dicho. Estaba delante de ellos dos, con el pelo alborotado, la camisa beis larga húmeda y arrugada y el cuerpo sudoroso. Ahora mismo mi imagen les debía resultar algo desagradable. Ante esa posibilidad, mi estómago se hizo un nudo y me alejé a pasos cortos pero rápidos, hasta que sentí una mano en mi antebrazo.

Al ladear la cabeza y descubrir a Leo a pocos centímetros de mí, la sangre se acumuló en mi cara y los latidos bajo mis costillas se hicieron dolorosamente sonoros. Tanto que temí que pudieran oírse. Algo frío me rozó los dedos, que se cerraron entorno al objeto. Me había pasado un helado. 

Y por lo visto, yo no era la única sorprendida por la actitud de Tae Woon. Unos metros detrás, Hyuk se encontraba con la boca abierta y los ojos como platos, evidentemente estupefacto. El vocal se retiró y sin saber cómo reaccionar, hice lo primero que pensé. Me incliné en una reverencia de noventa grados.

- ¡Gracias! –tartamudeé y me deslicé hasta mi habitación tan velozmente como pude.

¿Qué había sido eso?

martes, 17 de septiembre de 2013

HongBin - Capítulo 1

Hay personas que llegan a nuestra vida de forma realmente extraña. Algunos los hemos conocido en un supermercado, a lo mejor de rebajas en alguna tienda de moda, o simplemente, coincidiendo en la hora de bajar al perro. Todo está destinado a ser de una manera. Todos estamos destinados a coincidir, a veces solo de vista y otras, convirtiéndonos en personas muy importantes para las vidas de los demás y viceversa. Lo que no esperaba, es que ésa persona llegara a mi de la forma mas extraña que se pueda imaginar, prácticamente rozando lo absurdo.

Soy Alice, y ésta es mi historia.

***

Mi vida siempre ha sido completamente normal. Mis padres están casados desde hace mas de quince años, tengo un pastor alemán cruzado con belga llamado Argos y un canario que empieza a cantar a las seis de la mañana. Voy a una escuela concertada y no soy ni la más lista de la clase, ni tampoco la que peor notas saca. De vez en cuando salgo con mis mejores amigos, Lee Jae Hwan y Jung Taek Woon, a quienes conozco desde la infancia. Somos un trío peculiar. Cada uno, es un mundo diferente. Jae Hwan, o Ken -como pide ser llamado- es un chico que no entiende el significado de la frase “callarse un rato”. Es divertido e intrépido, y en más de una ocasión nos ha metido en problemas a los demás. Taek Woon, o Leo, es la viva imagen de la inexpresividad. Si no lo conociera, diría que es una persona fría y distante que prefiere no mezclarse con la gente. Pero Ken y yo sabemos que eso no es verdad.

¿Y yo? Bueno... yo soy yo. La única que soporta el carácter explosivo de uno y la indiferencia del otro. Y ellos cargan conmigo como si de su hermana pequeña se tratase. Algunos me catalogarían como “Mary Sue”, alguien con un carácter cercano al de Bella Swan de Crepúsculo. Pero seamos sinceros: Mi carácter está muy por encima del de ese personaje tan sumamente aburrido y pesado. Y lo estaba demostrando ese mismo día en las gradas de la sala de natación, con un pie encima del respaldo del asiento de la persona delante de mí, sumándome a los gritos de apoyo que Jae Hwan vociferaba a un serio Taek Woon. Éste, se preparaba para sumergirse en cuanto el entrenador diera la orden. Sin embargo, un segundo antes nos miró con su usual cara de póker y nos guiñó un ojo.

El instructor hizo sonar el silbato y mi amigo saltó. Todos ellos eran especialmente rápidos y se veían confiados de su victoria… hasta que llegó Leo, cuya fuerza y velocidad superaba al resto con creces. Y mientras Ken y yo misma nos desgañitábamos rugiendo su nombre, ganó. Brincamos como nunca y por poco no pasamos por encima a los compañeros de al lado que a duras penas se apartaban a tiempo para dejarnos pasar. Llegamos al borde de la inmensa piscina en el preciso instante en que Leo salía del agua.

Como siempre, lo abrazamos a pesar de que mojaba nuestras ropas. Eso era lo de menos.

-         ¿Cuantas veces llevas ganando? –Preguntó Ken- ¿Diez? ¿Veinte veces?

-  No exageres –dijo Taek Woon, revolviéndose el pelo, que acabó en puntas desordenadas. Luego pasó sus grandes brazos alrededor de nuestros cuellos, sonriendo y los tres caminamos hacia los vestuarios.

Obviamente, mi persona tuvo que esperar fuera para no ver nada indebido. Era ridículo, pensaba yo. Estábamos juntos desde que tengo memoria y cada vez que se lo hacían encima los ayudaba a cambiarse de ropa interior. Claro que eso ocurrió cuando teníamos… cinco años.

- Ha Ri me ha enviado un mensaje –anuncié apoyada en la pared-, Felicita a Leo por su victoria.

- Ésa chica… Está coladísima por Taek –suspiró Ken-. No me extrañaría que se hubiera hecho amiga tuya solo para poder estar cerca de él.

Me encogí de hombros aunque no podían notarlo. No era algo que me preocupara demasiado, tampoco tenía una relación tan estrecha con ella. Había asumido que solo podía contar sinceramente con dos personas, aquellas que ahora mismo se encontraban al otro lado de la puerta de los vestuarios.

- Dile que gracias –murmuró Taek Woon. Salieron del lugar en el momento en que apretaba la tecla de enviar con la frase “Dice que gracias”, tal cual. Bloqueé el móvil y me lo metí en el bolsillo.

-         ¿Vamos a comer algo? Tengo hambre –me quejé. Leo resopló y Ken soltó una carcajada sonora-. ¿Qué?

-         Has desayunado hace media hora, Alice –recordó el serio mirándola a los ojos.

-         ¿Y? Son casi las doce y media…

-         Yo también tengo hambre, la verdad –comentó Jae Hwan-. No he desayunado. Podemos ir a un restaurante de comida rápida y luego pasarnos por la tienda de antigüedades, si hay alguna. Tengo que regalarle algo a mi abuela.

-         ¿Le regalas antiguallas a tu familia? –inquirí, sorprendida y añadí de broma-. Ahora me lo pensaré dos veces antes de aceptar lo que me regales por mi cumpleaños.

-         Ali, tonta. ¿Qué quieres, que le regale un Iphone 5 a una señora de noventa años? Le daré algo que sea de su tiempo y que se pueda poner.

Le saqué la lengua. Mis hombros vibraban de la risa y entonces se dio cuenta de que le estaba tomando el pelo.

-         Con que esas tenemos… -fingió remangarse pese a que llevaba una camiseta de manga corta blanca ajustada-. Leo, si fueras tan amable de…

-         A mi no me metas en esto –advirtió. Empezó a sacar los auriculares de su bolsillo vaquero desgastado y desconectó del mundo exterior. Pero sabíamos que seguía con un oído para nosotros por si acaso. A esas alturas, habíamos empezado a subir la cuesta de la carretera que llevaba al restaurante de comida rápida. Ken y yo nos miramos, y recordamos que teníamos algo pendiente.

Salí por patas siendo perseguida por mi mejor amigo. Mis chillidos resonaron por todas las calles mientras temía por mi vida. Bueno, mas bien, por mis costillas, que sufrirían la “ira” de Jae Hwan si me alcanzaba. La gente que pasaba nos miraba como si fuéramos unos gamberros, pero estaba más concentrada en mí fuga, por lo tanto no le di importancia.

“…”

Escuché a lo lejos una voz que no era conocida y como si alguien me estirara de la camiseta, por detrás.

…aquí…

Me detuve en seco, con los pelos de punta. No me gustaba esa sensación, me sentía desnuda mentalmente, como si alguien pudiera leérmela cual libro abierto. El dolor agudo del cemento bajo mis codos hizo que me diera cuenta de que Ken había tropezado conmigo. Me llevé las manos a la cabeza, que también había sufrido el contacto con la barbilla de éste. En el suelo, pude ver como Leo, alarmado, corría hacia nosotros prácticamente arrancándose los auriculares de las orejas.

-         Sabía que esto acabaría así –suspiró. Colocó sus manos debajo de mis brazos y me levantó con facilidad. Ken se puso en pie con cierta dificultad.

-      Gracias por ayudarme a mí también, Taek Woon –dijo amargamente. El otro sólo le dedicó una mirada inexpresiva antes de centrar su atención en mí de nuevo.

- ¿Qué te ocurre? –preguntó. Sacudí la cabeza, sin saber qué contestar exactamente. Repasé la calle una y otra vez, hasta que di con lo que de forma inconsciente buscaba.

Una pequeña casa de tejado rojo y paredes color salmón cuyas ventanas no dejaban entrever nada al otro lado, se alzaba majestuosa detrás de un muro de piedra blanca con un cartel que decía “Tienda de antigüedades”. Los dos chicos siguieron la dirección de mi mirada. Me pareció ver una sombra cruzar los ojos oscuros de Leo, pero no podía estar segura del todo. En cambio, Ken aplaudió y saltó, emocionado.

-         ¡Ahora sí podré hacer el regalo de cumpleaños a mi abuela! –exclamó, contento.

***

Un cascabel repiqueteó cuando la puerta se abrió, anunciando la llegada de nuevos clientes, que, en este caso, pasaban tímidamente al interior.

-         No toques, Jae Hwan –le dije con un hilo de voz, al ver que mi amigo alargaba el brazo para palpar una figurita de una princesa de porcelana. No sabíamos el precio, por lo tanto no podíamos permitirnos romper nada excesivamente caro. La tienda era peculiar y olía a viejo. Las estanterías, repletas de reliquias de color oro viejo parecían a punto de caer. Detrás de recepción, un hombre de espesa barba gris blanquecina no despegaba la vista del libro que tenía entre las manos.

“Caliente, caliente”

Otra vez, la voz hizo acto de presencia en mi mente y el escalofrío que hacía pocos minutos me había recorrido volvió. Carraspeé, incómoda. Todo era producto de mi imaginación, estaba segura. Ladeé la cabeza, curiosa. Ken no me había hecho caso y sostenía varios colgantes sopesando la posibilidad de comprar un par o dos. El otro chico me seguía de cerca, como una sombra, también escudriñando los extraños objetos. Cuando levantó una copa plateada con incrustaciones de rubíes, el dependiente cerró el libro secamente, provocando la sorpresa de Leo, a quien le tembló la mano que sujetaba el objeto.

-         Data de 1450, y es rubí auténtico –informó, con voz áspera-. Los dibujos que la adorna fueron hechos por los árabes más virtuosos de la época. Es una pieza única.

-         Hmm… -fue lo que logró decir. Colocó aquello de nuevo en su sitio y fue a mirar otras cosas.

El hombre llamó mi atención.

-         ¿Y tú? ¿Qué buscas?

No supe que responder hasta que la voz volvió a zumbar en mis oídos, como si me lo susurraran.

“El llamador…”

-         El llamador –repetí como una autómata. No sabía ni por qué lo había dicho.

El hombre sonrió, dejando ver varios dientes de oro y desapareció en la trastienda. Momentos mas tarde, reapareció con una cajita alargada y bastante desgastada en las manos y me la dio.

-         ¡Espere! –proferí, mas alto de lo que hubiese querido. Volví a bajar el tono-. ¿Cuánto es?

El dependiente volvió a sonreír. No fue agradable.

-         Cuídalo –dijo solamente. Mi desconcierto incrementó. No entendía nada. Me daba un tesoro de a saber cuantos años… ¿gratis?

Cuando salimos de allí, los tres suspiramos a la vez. Jae Hwan había comprado un collar con un símbolo parecido a un sol, con una perla en cada destello. Pese a parecer delicado, el dependiente se lo había envuelto sin ningún tipo de cuidado. Vi a Leo patear una piedra, pensativo. Luego se giró hacia mí.

-         ¿Qué te ha dado? –preguntó, mirando la cajita que llevaba en las manos. Me alteré un poco sin saber por qué. Debería estar acostumbrada a la perspicacia de Leo, al que nunca se le escapaba detalle.

-         Un llamador de ángeles –dije y añadí-. Creo.

-         ¿Te lo ha dado así? ¿Sin mas? – interrogó Ken, con voz ofendida-. Ya podría haberme dado esto gratis también.

Me encogí de hombros. Vería el interior de la cajita tranquilamente en mi casa. No pasó desapercibida, sin embargo, la mirada entrecerrada de Leo quien observaba la cajita sin demasiada confianza. Como si lo que hubiera en el interior no fuera a aportar nada bueno… para nadie.

***

La puerta principal chirrió al abrirse. Desprendí las llaves del cerrojo y cerré con suavidad. Mi perro, negro con alguna mancha marrón oscura, vino a mi encuentro meneando su peluda cola como un torbellino. Argos me echó las patas en los brazos y se estiró cuan largo era para darme un par de lametazos en las mejillas, dejándomelas babeadas. Una vez recibido el saludo, volvió hacia el interior y aproveché para limpiarme la cara con el dorso de la mano. Pasé el salón y antes de enfilar escaleras arriba grité:

-         ¡Ya estoy en casa!

La contestación de mi madre me llegó amortiguada pero firme. Sabía que acababa de llegar de trabajar cuando la vi aparecer un una pila de ropa en las manos y su traje de americana aún puesta. El empleo de mi madre consistía en la compra-venta de objetos en una subasta, y de vez en cuando desaparecía dos o tres días para organizar una en otro país. Mi padre, que no tardaría en llegar, era uno de los bajos cargos de una empresa de móviles. No era un empleado cualquiera, pero tampoco podía decirse que fuera un jefe imprescindible.

-         ¿Qué tal hoy en la escuela? –me preguntó ella, saliendo a la terraza para tender. Me acerqué y me apoyé en el marco.

-         De fábula –comenté-. Leo ha vuelto a ganar la carrera de natación.

Me miró incrédula, deteniéndose durante unos segundos antes de volver a ocuparse de lo que estaba haciendo.

-         ¿En serio? Lleva dos años seguidos ganando, ¿no?

-         En realidad… lleva algo más de medio año –corregí. ¿Por qué todo el mundo creía que mi amigo se llevaba siempre las victorias?-. Las dos  anteriores antes de ésta quedó tercero y segundo. Cuando empezó, apenas llegaba a hacer tres largos. El otro día, Ken y yo le contamos 17 seguidos.

-         ¡Cielo santo! –exclamó, sorprendida-. ¿Es humano?

Sonreí.

-         Lo es, a pesar de que no lo parece –cambié el peso de pierna y me despedí. Tenía una extraña necesidad de refugiarme en mi cuarto, algo que no había sentido nunca-. Voy a hacer los deberes. Si no he acabado para la cena, llámame.

Sin más, corrí por las escaleras y me adentré en la habitación, encajando la puerta con el pie. Dejé la mochila tirada y me senté en la cama. La cajita del llamador estaba arrugada, producto de la fuerza con la que la sujetaba. La estuve observando un buen rato hasta que me di cuenta que era absurda la inquietud interior que tenía. Sin más, la abrí.

Si, era un llamador. Pero era el llamador más extraño, pulcro y hermoso que había visto en mi vida. Parecía completamente de plata, y los dibujos intrincados que adornaban el exterior le daban al objeto un aire antiguo pero precioso. Dos diminutas alas formaban una especie de gorro, a ambos lados de la cadena que, al igual que el resto de la pieza, brillaba con luz propia.

No pensé que existiera algo así, pero por si acaso fuera una mala pasada de mi mente agarré con sumo cuidado la cadenilla y soplé. No tenía ni una mota de polvo. Al no ser prueba suficiente de su limpieza para mí, coloqué el llamador entre las manos y lo sacudí en ellas. El ruido hueco de la bolita me sobresaltó, volviendo a tomar consciencia que lo que tenía era un llamador de ángeles, no una piedra preciosa. Lo alcé e hice sonar el cascabel. El suave tintineo me maravilló, y decidí llevarlo puesto.

Una vez aquello pendía de mi cuello, me levanté dirigiéndome al baño para asearme. Me di una ducha de agua templada durante aproximadamente diez minutos. Me olvidé de quitarme el colgante. Más tarde, con el pijama puesto y los dientes lavados, me dispuse a salir y hacer lo que minutos antes le había dicho a mi madre: los deberes.

Pero cuando entré en el dormitorio, vi que no estaba sola. Un chico, de aproximadamente veinte años, pelo castaño y ojos oscuros se entretenía leyendo un libro de mi estantería. Mi primera reacción fue verlo pasearse con el tomo de Memorias de Idhún por mi habitación. Cuando cerró el libro para aguantarme la mirada, mi segunda reacción fue chillar. Y a pesar de que lo intenté, no lo logré. Me vi teletransportada a mi cama, con una mano en la boca y un peso cernido sobre mí. Jadeé contra su piel, por la impresión que eso me causó. Mi tercera y última reacción fue pensar que iba a morir. Tras estar en silencio, él habló.

-         No grites. No voy a hacerte daño –su voz era pasmosamente grave en contraste con su agraciado rostro. Aunque pensar eso debía ser la última de mis prioridades-. Voy a quitar la mano. Solo… escúchame.

Hizo lo que había dicho. Mi mente me decía que saliera de allí, corriera escaleras abajo y abrazara a mi madre. Que le contara lo que había pasado y que, con un poco de suerte, todo fuera una vil pesadilla. Pero lo que mi cuerpo hizo fue acurrucarse en el lado más alejado del chico, sujetando la almohada contra mi pecho, temblando. Él se pasó una mano por la cara, intentando encontrar las palabras adecuadas.


-         Soy Lee Hongbin –empezó-. Soy un genio.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Capítulo 3

Los equipos fueron formados en poco tiempo. Al ser siete, se dispuso uno de tres, Leo, Ravi y Ken, y por otro lado, Hongbin, Hyuk, N y yo misma en uno de cuatro. El partido empezó bien. Mi equipo era el más numeroso, aunque no el más fuerte. Hongbin placó a Leo, Hyuk a Ravi y N a Ken. Me dejaron el camino libre completamente, y yo aproveché la estrategia para meter canasta dos o tres veces.

Pero todo se volvió contra nosotros. Hyuk anunció que iría a buscar unas botellas de agua porque estaba sediento, y nos quedamos tres contra tres. El partido se retomó, veía que Ravi se centraba en mí, como queriendo embestirme si me atrevía a pasar su defensa. No me acobardé y lo intenté fintar, con tan mala suerte que tropecé con su pie, cayendo de bruces contra el suelo. Se escucharon exclamaciones de horror, pero yo me centraba más en mi nariz. En el inmenso dolor y las goteras de sangre que dejaba en el suelo. Negué con la cabeza, conteniendo las lágrimas, agarré la pelota y la metí en el aro.

-Hemos ganado –dije, apenas un susurro en medio del silencio instaurado. No los quería mirar. Estaba haciendo el mayor ridículo de toda mi vida. Y me lo había buscado yo misma. Delante de VIXX. Delante de Leo… era decepcionante. ¿Pero por qué me importaba lo que podía pensar Leo?

La nariz me dolía a horrores y las lágrimas brotaban libres de cualquier resistencia que pudiera ofrecer. A lo lejos escuché a Ken gritando nervioso "OOoootokkajiiiii!!!", pero no me resultó gracioso ésta vez. Una mano se posó sobre mi hombro y la voz que menos quería oír resonó en mis oídos.

-Ven –dijo Leo. Fue más una petición que una orden, y yo no tenía fuerzas para negarme. Estaba tan avergonzada que ni siquiera alcé la cabeza cuando empezamos a caminar. Respirando con la boca porque mi mano derecha sellaba mis fosas nasales para evitar que la sangre siguiera saliendo, suspiré entrecortadamente.

-La madre que me… -empezó Hyuk, que volvía, antes de que empezara a proferir sonidos extraños después de que Leo colocara la otra mano en su cara y lo apartara de en medio. Me hubiera reído, si no me encontrara en… condiciones complicadas.

No me di cuenta de cuando entré en la compañía ni en qué momento llegué a una pequeña habitación que olía a enfermería. Leo cerró la puerta cuando pasé, y me condujo del brazo hasta la camilla. Me estaba poniendo nerviosa.

-Levanta la cabeza –dijo, sobresaltándome. No quise hacerlo, me daba demasiada vergüenza-. No me obligues a hacerlo yo.

Aquello bastó para hacerme entrar en razón. Lo miré, con temor y me apartó la mano de la nariz. En su lugar, colocó unos algodoncitos. Se inclinó hacia mí para estar a mi altura y con un pequeño pañuelo limpió los restos de sangre de los alrededores. Me daba tanto corte que gradualmente iba tirando el cuerpo hacia atrás.

-Si no te estás quieta… -advirtió y me volví a poner recta.
No me cuadraba nada, no entendía nada.

-L-Leo…

-Hmm? –dijo, solamente.

-¿Por qué me ayudas… precisamente tú?

Pensé que la pregunta lo ofendería o lo molestaría, pero no fue así.

-Hmm –dijo de nuevo, instaurando un silencio incómodo. Al final, se dignó a contestar-. Eres como un crío pequeño.

Parpadeé, sin atar cabos.

-¿Eh? –musité. Tardó algunos minutos en contestar, el tiempo suficiente para colocarme una tirita encima de la nariz.

-Un crío. Es exagerado. Provoca a los adultos. Ríe. Se cae. Llora.

Hice un puchero.

-No me conoces…

-Se enrabieta –señaló, y con su mano me empujó de la frente, tirándome la cabeza hacia atrás. Era molesto.

-¡Eh! –me quejé. Se giró en ese momento, pero juraría haber visto como sus comisuras se curvaban hacia arriba. Respiré hondo.

-Gracias –susurré, incómoda.

El asintió y salió por la puerta. Definitivamente, éste hombre quería matarme. Y yo pensaba que todos rehuían el contacto físico o extremadamente cercano… Y la persona que menos cabía esperar, había…

Resoplé, bajándome de la camilla. Cuando estuve fuera, mi manager vino a mi encuentro.

-¿Has arreglado todo? –preguntó y asentí-. Bien… deberás recoger tus cosas de la escuela, los papeles, expediente y todo lo que se te ocurra. Te trasladaremos a la misma escuela que Hyuk y las otras trainees. Aún vas al instituto, ¿no? ¿Cuántos años tienes?

-19. Pero no asistí a un curso.

-¡Válgame el cielo! ¿Y eso a qué se debe?

No contesté. No quería hablar de ello.

-Lo siento… no puedo decirlo –contesté, lo mas respetuosamente posible. El manager Kim quedó desconcertado, pero no insistió.

-En fin… que deberías ir. Al menos antes de que empiece el curso –sugirió. Asentí, pese a mi discordancia. Tenía miedo de volver. Mucho miedo.

***

Encontré un sitio perfecto para estar a solas. El tejado poseía un sitio medio plano donde el calor nocturno no hacía acto de presencia. Se estaba muy bien. Antes de ir a dormir, subí un rato a ese lugar que era solo mío. Pese a estar en una ciudad, las estrellas se veían con bastante claridad y las contemplé con admiración. Las chicharras de los árboles y las voces de dentro de la compañía era lo único que se escuchaba.

La puerta de la JellyFish se abrió, y diferentes voces se desearon buenas noches. Todo volvió a estar en calma, hasta que unos pies empezaron a subir por la escalera y una cabeza familiar asomó por el tejado.

-Con que estabas aquí, ¿eh? –Habló Hyuk-. Vaya, has descubierto nuestro secreto.

-¿Secreto? –inquirí.

-Cuando los miembros están estresados o tienen mucho en qué pensar, suben aquí –aclaró-. ¿Puedo sentarme?

-Por supuesto –me desplacé un poco a la izquierda y se sentó, los ojos fijos en las estrellas.

-En el centro no se ven como aquí. Este lugar parece estratégicamente colocado. No es el sitio más grande, ni la compañía más poderosa, pero ver esto y sentirse pequeño y en paz… no lo consigue ninguna otra.

Asentí, conforme.


-Y cual es tu preocupación, ¿Hyuk? –curioseé. El maknae me miró y agachó la cabeza.

-Bueno… siempre es lo mismo. Tengo miedo de no llegar al mínimo que me exigen. De meter la pata… de ser un estorbo para el grupo. Y eso realmente… me angustia. Me esfuerzo, pero no parece ser suficiente.

-¿No crees que puede ser una sugestión, eso? Quiero decir, a lo mejor ya estas dando todo y lo haces bien, pero tienes el miedo por que en el pasado fuiste un poco más… tardón en aprender las cosas. Pero mírate, Hyuk. Eres de VIXX, eres el maknae, y cada poco sacáis un disco nuevo. Sin contar la innumerable cantidad de lives y programas de televisión que hacéis. ¿No crees que te exiges más de lo que ya haces?

Hyuk se quedó en silencio, asimilando las palabras.

-Puede… puede que tengas razón –se levantó-. Gracias… de verdad. Nos vemos mañana, buenas noches.

-Descansa –dije, y me planteé irme a dormir también. Tras un cuarto de hora mas, fue lo que hice.