martes, 3 de mayo de 2016

Hongbin - Capitulo 24

No sé, Ken –dije-. Esto es muy raro.

Había pronunciando aquellas palabras por lo menos unas cien veces mientras volvíamos al piso. Jae Hwan me había dicho que debía llevar cuanta menos ropa mejor cuando cruzase al otro lado. Así, en el momento en que cruzase el puente al más allá habría menos “masa” que transmitir. Por eso opté por una sencilla camiseta y un pantalón del pijama que me servirían en el viaje. Pero cuando mi mejor amigo me explicó en qué consistía la travesía, todas las preguntas que me había guardado salieron a la luz.

¿De verdad tengo que morir? –pregunté.

Por enésima vez, Alice –dijo él, en una seriedad que jamás había visto-. Sí. Te lo explicaré otra vez mientras te sumerges en el agua.

Habíamos llenado la bañera de Hongbin con agua caliente. El agua fría ralentizaría mis latidos y dificultaría mi reanimación.

¿Has visto alguna vez Constantine? –me preguntó. Puse los ojos en blanco.

Fuimos al cine a verla con Leo, ¿recuerdas? Keanu Reeves y demás… -contesté.

Vale, sí, es verdad –se apresuró a decir el medio ángel-. A éstas alturas sabrás que no todo lo que sale en esa película es falso.

Si te refieres a la existencia de ángeles y demonios, con la aparición de Rafael y Astaroth ante mí ya tengo suficiente demostración, gracias –susurré amargamente. Nunca pensé en tener delante a dos seres tan poderosos como para echar el mundo abajo con sus disputas. Si habían pues patas arriba un solo solar hablando como personas civilizadas, ¿qué serían capaces de hacer en una discusión?

No, Constantine, el protagonista, solía visitar el infierno a través de la muerte inducida. Y al parecer, algo de razón tenía. En realidad, Ken tenía la certeza de que mi alma pertenecía al cielo y no al infierno. Por eso había accedido tan rápidamente a mi petición, porque creía que al morir iría derecha hacia arriba.

Hongbin también estará en el paraíso. En el caso de los genios, solo se les juzga por sus últimas decisiones. Por tanto, ya que éstas fueron destinadas a tu protección, se habrá ganado un lugar en el cielo.

Tragué saliva. El simple hecho de pensar en los últimos momentos con mi genio me oprimían el corazón. Y allí estaba, sumergida en agua caliente con Ken a mi lado y con Leo en el marco de la puerta, el ceño fruncido y una mueca de preocupación que nunca había visto en él. Ambos seres depositaron a mi genio en el sofá del salón antes de empezar.

Te daré un minuto. Deberías respira hondo –me aconsejó Jae Hwan-. El viaje puede ser doloroso.

No me digas… -espeté con ironía. Mi amigo puso los ojos en blanco.

Lo digo en serio –insistió-. Ahogarse es siempre un proceso lento y penetrante. Si vuelves, no será agradable.

Dijo “si vuelves” como si fuese algo casi improbable. Me sentí mal por su expresión ausente y alcé una mano húmeda para acariciarle el rostro. La recibió sonriente: No se lo había esperado.

Cuando regrese, espero que no volváis a engañarme con vuestras ilusiones si no queréis una buena patada en el culo –dije. La sonrisa de Jae Hwan se hizo más amplia, y juraría que las comisuras de Taekwoon se habían curvado un poco hacía arriba.

Lo prometemos –juró Ken mirando a Leo, quien asintió-. No más ilusiones ni excusas.

Asentí, conforme, y me metí un poco más en el agua. El corazón me martilleaba contra las costillas dolorosamente. Respiré hondo, en un intento fallido de calmarme. Estaba a punto de morir.

Aún puedes dar marcha atrás –sugirió Leo, ansioso. Después, se arrodilló junto a su amigo y lo miró.

No cambiará de opinión, Taekwoonie. Si lo hiciese, no sería nuestra Alice –contestó con tristeza-. De acuerdo, empecemos. Cuando estés allí, deberás desplazarte entre los mundos de muchas personas.

Espera… ¿qué? ¿Qué mundos? Pensaba que solo había un cielo –inquirí, confusa. Ken negó.

Vamos a hacer otra comparación. ¿Recuerdas la serie de Sobrenatural? Cuando Bobby muere y los Winchester van a buscarlo.

No he llegado a ese punto aún, pero gracias por el spoiler –espeté. Mi mejor amigo puso los ojos en blanco.

Da igual, como sea –sacudió una mano en el aire-. El caso es que cada persona difunta tiene un trozo de su paraíso particular, una idealización de lo que más desean tanto en vida como en muerte. Las almas pueden así descansar en paz.

¿Insinúas que Hongbin…?

Sí. Ahora mismo podría estar con Aisha y Âmar.

Aquello me hizo tirarme para atrás. ¿Y si había querido morir expresamente para poder estar con las gemelas? ¿Y si, en realidad, yo había sido una vía para conseguirlo… y nada más? Me agarré al borde de la bañera con tanta fuerza que los nudillos se me pusieron blancos. Ken lo notó y, como si me hubiese leído el pensamiento, dijo:

Hongbin te amaba de verdad. Estoy convencido de que aún te ama. Y si no fuera así… -se calló unos segundos-. Diablos, no me creo que esté a punto de decir esto pero… deberías ir y preguntárselo tú misma.

Cruzamos miradas hasta que di el visto bueno con la cabeza y me estiré. El líquido que llenaba la tina me cubrió por completo.

Y por lo que más quieras, evita a Rafael –oí decir a Leo. Saqué el pulgar del agua para que supiese que lo había entendido. Encontrármelo de cara era lo único que podría arruinar este viaje.

Sentí las manos de mis amigos empujándome hacia el fondo para evitar que flotara y me relajé. Pero ese momento de tranquilidad se disolvió en agua, nunca mejor dicho. Pronto empecé a quedarme sin respiración, mi cerebro entró en pánico y mi cuerpo hizo ademán de salir. No obstante, las manos de los dos eran como el hierro, sujetándome firmemente, clavándose en mi carne. Cuando no pude más y respiré, el agua me llenó los pulmones. Las caras borrosas de mis amigos se oscurecieron, todo se oscureció como arañas tejiendo su red en mis ojos.

Y simplemente me dejé llevar al doloroso abrigo de la muerte.

***

Al abrir los ojos, solo vi luz. Era una luz que en otras circunstancias me habrían cegado, pero era consciente de que estaba muerta y el resplandor fulgurante no tenía ningún efecto sobre mí. Quise sentarme a intentar asimilarlo, sin embargo, no había nada. Simplemente… flotaba.

Debo buscarlo, me dije a mí misma, piénsalo Alice. Piénsalo y muévete.

Era difícil hacerlo. Al principio, no me desplacé demasiado. Quizá unos metros, y lo supe porque mi pelo se balanceaba con la inercia del movimiento. Luego pasé a un bosque de frondosos árboles de colores vivos. En él se mezclaban diferentes tonos de marrón y verde, y un extraño viento parecía silbar palabras cálidas entre las ramas, que se balanceaban al son de la canción.

Poco a poco, los arbustos y los troncos fueron reemplazados por arena. Una arena tan fina que parecía polvo, tan blanca que me si no lo hubiese sabido, habría pensado que se trataba de azúcar glas. Tuve que escupir y toser varias veces para quitarme los pequeños granitos decididos a colarse en mi garganta. El tiempo arreciaba y precisaba de un sitio donde pasar aquel temporal. Aun así, mi voluntad fue más fuerte que la necesidad por lo que seguí avanzando. Ya no flotaba. Tenía que valerme de mis “fantasmales” piernas.

A lo lejos vislumbré una pequeña casa, un sitio pequeño y menudo similar a una choza. A medida que me acercaba, la tormenta de arena se fue disipando hasta no ser más que una brisa tranquila. Pero otra se formó en mi pecho. Casi era como si mi corazón siguiese latiendo. Al alzar la mano para tocar la puerta dudé. ¿Qué me encontraría al otro lado? ¿Era el lugar correcto? ¿Y si no quería verla? Antes de que lograse decidir, la puerta se abrió con un chirrido revelando una pequeña figura en el lindar.

Hola –dijo la niña con una voz aflautada. La miré detenidamente. No tendría más de ocho años, pero sus oscuros ojos me decían que habían visto demasiado para su corta edad.

Hola –tartamudeé, demasiado nerviosa para hilar palabras-. ¿Eres… Aisha?

Âmar –contestó de forma rápida-. Has cruzado las barreras de nuestro paraíso. ¿Cómo lo has hecho?

Entonces era consciente de que estaba en el cielo también. Tragué saliva e intenté calmarme.

No lo sé. Vengo a buscar a una persona –miré por encima de ella, algo fácil, y escudriñé el interior de la casita-. ¿Está… está Hongbin por aquí?

Âmar relajó la expresión y sonrió. Ahora sí que lucía como una niña de su edad, como aquellas que no habían probado en sus carnes la maldad del mundo. La pequeña retrocedió unos pasos y gritó:

¡Hassan! ¡Preguntan por ti!

¿Hassan?

Si hubiese tenido corazón, lo habría echado por la boca. Al traspasar el umbral y llegar a la sala de estar, un dulce olor a pastelería me inundó las fosas. Todo parecía más grande, ya no era la choza que había visto de lejos. No, era casi como un palacio. Otra niña se entretenía leyendo un libro de dibujos de aspecto antiguo, pero levantó la cabeza cuando Âmar se acercó a ella.

Aisha, Ata para Hassan –dijo y me señaló. La nombrada, Aisha, era exactamente como su hermana, salvo por el abundante pelo negro que recogía en una frondosa trenza. Le llegaba más allá de la cintura.

Una bandeja se estrelló contra el suelo y el sonido de los vasos y platos rotos llenó la estancia. Las tres nos giramos, sobresaltadas por el ruido. Allí, de pie frente a la puerta de lo que debía ser la cocina se hallaba Hongbin que, en una mezcla de perplejidad y horror, se mantenía impávido frente al revoltijo de piezas destrozadas.

Mi felicidad por volverlo a ver era tal que tuve ganas de correr hacia él y abrazarlo. Sin embargo, algo en su expresión me indicó que aquello era lo último que debía hacer. Por el contrario, retrocedí un paso: sin embargo Hongbin se movió rápido. Tanto que no lo vi venir y cuando lo tuve frente a mí ya era tarde. Sus manos se cerraron entorno a mis brazos y me zarandeó en violentas sacudidas.

¡¿QUÉ haces aquí?! –Tenía los ojos desorbitados, fuera de sí-. ¿Estás muerta? –Me soltó y me miró con disgusto-. Claro que lo estás. Por supuesto que lo estás.

¡No! –me apresuré a decir-. Bueno, sí. Teóricamente sí. Pero a la vez no lo estoy.

Hongbin hizo cara de no entender ni querer entenderlo. Se dio la vuelta mientras agitaba una mano en el aire.

No me importa. Vete. Márchate. Busca tu propio paraíso. Aquí no hay sitio para nadie más.

Fue como si me echasen un cubo de agua fría por encima. De pronto sentí un profundo vacío en mi interior. Quise llorar, mas las lágrimas no surgían en el plano en el que me encontraba. Solo podía lamentarme por dentro.

-Pero… Hongbin… -pude decir.

¿No me has oído? VE-TE.

Algo me empujó lejos. Una fuerza invisible que no esperaba tiró de mi pecho y me hizo chocar contra la pared más cercana. Miré a Aisha y a Âmar, quienes asistían a los acontecimientos asustadas.

¡Ata! -lo reprendió Aisha-. Si haces eso vas a

Tenías una vida –continuó, cortando a su protegida-. Te di la oportunidad de vivir, sacrificándome. Una vida lejos de venganzas y de dolor, y tú has despreciado todo cuanto te he dado. ¿No te bastaba con eso? ¿No era suficiente el vivir lo que te quedaba de vida de forma tranquila?

De alguna manera, conseguí recuperar el equilibrio.

No. No podía vivir sabiendo que tú habías muerto por mi culpa. Por mi debilidad dije-. Si hubiese sido más fuerte… si solo…

Te equivocas. No fue tu debilidad: fue la mía. Y fue voluntad, no flaqueza.

Abrí la boca, aturdida. Entonces era cierto que Hongbin había muerto intencionalmente. Estaba aquí porque quería. Âmar se tensó. Corrió junto a mi genio y lo golpeó en el vientre repetidas veces.

Mientes, Hassan. ¡Mientes, mientes, mientes!

Es la verdad –se sinceró él alejándose.

Hongbin, por favor –supliqué-. Necesito… te necesito.

Ya es un poco tarde para eso. Estoy muerto y por lo que veo, tú también. Ya no hay un nosotros –empezó a recoger los desperfectos-. Se tardan 5 segundos en ir de donde estás tú a la puerta. Te daré dos y medio. Una vez fuera, construye aquello que quieras.

¡Te quiero a ti! –le grité. Me sentía tan estúpida…

¡LÁRGATE!

Su voz retumbó como un látigo. Algo en mi interior hizo “crack” seguido de un breve dolor en la cabeza y me sentí más ligera. Me miré las manos: aparentemente, nada había cambiado pero…

Aisha y Âmar me observaban horripiladas. De pronto una presencia superior se materializó  frente a todos, alguien a quien todos conocíamos pero que esperábamos no volver a ver.

He tardado en localizarte a causa de tu condición y… me temo que he llegado tarde –dijo N. El arcángel replegó las alas y nos contempló, impasible. El silencio fue transformándose en incomodidad, así que me decidí a ser la primera a hablar.

¿Tarde… para qué?

Al cruzar nuestras miradas, intuí una expresión de tristeza. Pronto volvió a su pose impasible.

De juzgarte personalmente.

¿De qué estás hablando? –inquirió Hongbin, que no estaba para bromas. N puso cara de asco.

Alice no estaba muerta. Ha ejecutado un viaje astral a través de la inconsciencia inducida.

No comprendo –confesé-. Leo y Ken me ayudaron a… bueno, a pasar al otro lado. Dijeron que me harían volver en sí tras un minuto en la vida real.

Y estoy seguro de que lo intentarán. Un viaje astral como el tuyo depende de tres factores: El precursor o precursores, la intención y el medio. Una persona corriente que cometa suicidio moriría y se vería lanzada directamente al infierno. Antes de que relacionéis, no, no es ni de lejos como lo que explica la biblia. No se castiga porque la vida sea de Dios. Dios dio la vida y se decidió que cada cual era responsable de ella. Si cometes suicidio por egoísmo, vas hacia abajo. Si te impulsan a cometerlo, subes. Tan sencillo como eso. En tu caso… -me miró-. Los precursores fueron los poderes de tus amigos, la intención fue ver a éste bastardo y el medio, el agua.

“Gracias a ello, se crea una fina línea que une el cuerpo y la mente a tu alma. Pero cuanto más tiempo pasa el alma en el mundo astral, más delgada se vuelve esa línea. Si pasa el suficiente tiempo…”

La línea se rompe –completé con un hilo de voz-. ¿Ha pasado tanto tiempo?

No –negó N-. Ni por asomo. 48 segundos.

Me tranquilicé un tanto.

¿Entonces?

Hay maneras de acelerar el proceso –mientras lo decía, giró todo su cuerpo hacia el genio-. Como un rechazo sobrenatural.

Hongbin tardó un poco en responder. Sacudió la cabeza, en ademán confuso.

Estoy muerto. ¿Qué daño puedo hacer?

N lo fulminó con la mirada.

Pese a la defunción, las condiciones siguen siendo las mismas. Eres un genio, y tus poderes, por tanto quedan intactos.

¿Y eso qué quiere decir? –pregunté. Supimos la respuesta antes incluso de que N la dijera.


Quiere decir que cuando tus amigos intenten reanimarte no despertarás. Nunca más.