martes, 8 de septiembre de 2015

Hongbin - Capitulo 23

-Entonces -dije-. ¿Solo tengo que estar con vosotros? ¿Nada más?

-Exacto -contestó Ken-. Hongbin estará a tu lado, pero a la vez dentro de tu cabeza. No es tan difícil como parece, así que no pongas esa cara de preocupación. Mala hierba nunca muere.

-Lo dirás por ti, ¿no? -sonrió el Djinn. El otro de devolvió la sonrisa.

-¿Yo? Si soy un angelito -dijo mi mejor amigo a modo de doble sentido. Hongbin me miró, serio de pronto-. Jae Hwan, ¿podéis dejarme a solas con ella? Será un momento.

El mestizo y los demás asintieron, desplazándose a la tienda de ropa más cercana. Mi genio me arrinconó contra la pared de ladrillos que tenía detrás de una forma distinta a la habitual. Pese a que seguía viendo la calidez en sus pupilas, su expresión invitaba a la precaución.

-Alice -me nombró-. Sé que odias las órdenes, pero estas son distintas. Una vez esté dentro de tu mente, quizá sientas que no puedes acceder a ciertos recuerdos o pensar con claridad. No te asustes y no te fuerces, estarías luchando contra mi dominio y ambos saldríamos perjudicados. También cabe la posibilidad de que Jessica intente establecer un contacto directo contigo, haciendo lo mismo que voy a hacer yo. Puedo crear una barrera contra ella y lo interpretará como que la llave evita que te posean. Pero ahora mismo soy como una hoja. Si ejerce demasiada presión es posible que se rompa el escudo, por eso necesito que no la dejes entrar.

-¿Cómo? ¿Cómo lo hago?

-Al principio te dolerá la cabeza. Cierra los ojos y respirar hondo. Sabrás cortar los cables de la conexión si te concentras, no te preocupes.

No lo veía claro, pero decidí que confiaría en él una vez más.

-De acuerdo. Estoy preparada.

-Una última cosa -me alzó la barbilla y me dio uno de esos besos que quitan el aliento-. En el hipotético caso de que atravesase la barrera, dale con todo lo que tengas.

Aquello me desconcertó. ¿De qué manera podía iniciar una pelea en mi propia mente? Noté su mano en mi cabeza, al tiempo que una ligera molestia me surcaba la mente. Tras eso, una sensación refrescante se paseó por todas mis neuronas, aliviándome.

Perdona por haber sido tan brusco al entrar, se disculpó sin palabras, mirándome.

-Está bien. No ha sido tan malo.

No hace falta que hables. Todo lo que pienses lo oiré y veré.

Alcé una ceja. Me había inspirado de golpe. Le transmití una imagen que tenía guardada celosamente en los confines de mis recuerdos.

Ayer tú también parecías estar disfrutándolo, comenté, divertida.

Hongbin retrocedió un paso y no volví a escuchar nada en mi mente. Su cara era un poema: los ojos de par en par, incrédulos, los labios se abrían y se cerraban lentamente. Era como si buscase las palabras adecuadas para decirme y no las encontrase. Cuando habló otra vez, su voz sonaba avergonzada.

¿Esa era mi cara cuando...? ¿Cuando tu y yo...?

Sí. Ha sido un golpe bajo, pero te lo mereces.

La cara de mi genio volvió a tener la mueca burlona de siempre.

Cuando todo esto acabe, me aseguraré de que te arrepientas de habérmelo enseñado. No voy a darte descanso alguno.

Un extraño calor me llenó el cuerpo hasta más allá del estómago. No, no era yo. Me lo estaba provocando él. Estaba anulando mi racionalidad y obligando a una de las mas básicas necesidades humanas a surgir de mi interior. Si continuaba así, no respondería de mis actos y estábamos en plena calle, a pleno día. Pero tan rápido como había llegado se fue. Tragué una gran bocanada de aire, sintiéndome el rostro al rojo vivo. Hongbin me sujetó de los hombros para darme algo de estabilidad.

No juegues con fuego. Hasta las grandes llamas se apagan con el viento, dijo.

-Eso ya lo veremos -repliqué en voz alta. Nos separamos al ver que nuestros amigos volvían. Hyuk me pasó el brazo por los hombros en ademán amigable.

-Te veo pálida. ¿Estás bien? -preguntó. Asentí y sacudí la mano, restándole importancia. Quise decirle que no se preocupase de todas formas, pero no podía. No lograba decirlo. Miré al Djinn, que se encogió de hombros e hizo un gesto de culpabilidad. Era el bloqueo de mente del que me había hablado.

-Estoy lista -anuncié en su lugar. Tragué saliva-. Vamos a ver qué pretende conseguir en este encuentro.

***

El lugar designado no era otro que un solar rodeado de viejas fábricas recubiertas de latón. En un extremo del lugar podía leerse un cartel que ponía “En construcción, centro comercial”. No había nada en especial en el lugar, a excepción de cuatro flores que a penas podían crecer en el yermo terreno. Una figura aguardaba paciente en el centro, un cuerpo menudo vestido con una única pieza atigrada y altos tacones negros. Tenía el rostro sereno, casi burlón. No era alguien que tuviese algo que temer.

Entrelacé los dedos con los de Hongbin y sentí la necesidad de esconderme un poco más. Éste me dio un ligero apretón en señal de tranquilidad.

Sabe que estamos aquí, juega a la ignorancia, comentó, no tiene prisa.

Me obligué a mantenerme erguida. Nos detuvimos delante de ella a una distancia prudencial. Ken y Leo avanzaron un poco, lo suficiente como para cubrirnos en caso de peligro mientras que Hyuk se mantenía detrás, dispuesto a cogerme si las cosas se ponían feas. Un ligero tic se apoderó de mi labio inferior, el único signo de nerviosismo que lograba exteriorizar. Y es que estaba asustada, terriblemente asustada. Jessica dejó de mirar el cielo y centró su atención en nosotros. Una media sonrisa le curvó la sonrosada boca. La suficiencia que denotaba no era otra que la de alguien que ya había ganado.

-Buenos días a todos -dijo-. Me ahorraré las presentaciones. Ya me conocéis y no soy de hablar demasiado.

-¿Qué quieres? -inquirió Leo. La genio Dao resopló, su humor había cambiado de golpe.

-Reforma la pregunta, querido. ¿Qué “no” quiero? Es muy simple: Exijo vuestra vida. No quiero que viváis nunca más en este mundo.

Aquello nos pilló a todos desprevenidos.

-¿Y la Llave? ¿No querías algo tan poderoso en tus manos? -preguntó Hyuk, desconcertado.

Jessica estalló en carcajadas.

-Yo no soy Hyuna. Ella ansiaba el poder por encima de todo y eso la corrompió. La utilicé para encontraros. Que la llave estuviese presente era solo una excusa.

-¿Para qué? -di un paso adelante-. ¿Para qué nos haces esto?

-Es mi venganza, estúpida cría. Uno de vosotros cometió un error fatal en el pasado, y pagaréis todos las consecuencias. Es lo justo.

La genio mantenía las pupilas clavadas en alguien a mi izquierda. Al girar la cabeza fruncí el ceño.

-¿Hongbin?

Él estaba tan desconcertado como los demás.

-Nunca he sido un santo. He matado a mucha gente que se lo merecía, pero jamás he acabado con la vida de alguien por puro placer, puedo jurarlo.

-Mientes -espetó Jessica-. Mientes. Mientes. Mientes. ¡Mientes! No recuerdas al rey Alhakén II, ¿verdad?

Hongbin se tensó. Su aura se hizo más oscura.

-Se merecía la muerte por encima de cualquier otro. De todas formas, iba a morir de hemiplejía...

-¡Cállate! ¡Lo mataste sin vacilar un instante!

-¡Destruyó el futuro de mis dos protegidas! -gritó mi genio, montando en cólera-. ¡Tu rey dejó entrar a Hyuna y a su ejército en nuestra ciudad y la arrasó! ¿Qué le había prometido? ¿Oro? ¿Joyas? Cualquier cosa que su codiciosa persona pudiese desear, sin duda. Así son los reyes árabes.

Las mejillas de ella se colorearon de rojo escarlata. Fue a decir algo, sin embargo, optó por el voto de silencio. Chasqueó los dedos y al instante dos figuras se materializaron a su lado.

-Son genios Dao -explicó Ken con un hilo de voz-. Jessica está dispuesta a librar una guerra de verdad.

Reprimí un chillido. Eran tres genios contra mis amigos, uno del agua, un semi-demonio y un genio que a duras penas podía mantenerse en pie. Hyuk no era rival para ellos y mucho menos yo. Jessica palmeó en el aire.

-Que comience la carnicería.

Hyuk me sostuvo de un brazo mientras Hongbin tiraba de mi hacia atrás. Una barrera cristalina envolvió a los presentes, protegiéndonos de las avalanchas de arena que los recién aparecidos genios nos enviaban. Leo nos echó un vistazo, tal vez para comprobar que todo iba bien, sus ojos azules resplandeciendo como gotas en el mar.

-Olvidáis -comentó a los otros-, que soy el genio más poderoso sobre la tierra.

-Oh, lo sabemos -contestó Jessica-. Pero hasta alguien tan poderoso tiene sus limitaciones. Y tres contra uno es limitación suficiente.

Los Dao centraron sus ataques hacia mi mejor amigo, que puso una mueca. Sus pies resbalaban, dejando surcos en el suelo. En un momento dado, la fuerza menguó.

-¿Tres contra uno? Me temo que son tres contra dos -la voz de Ken en las alturas llamó la atención. Un ser dejó caer todo su peso sobre uno de los genios, al que aplastó en una marea de plumas blancas. El Dao afectado se convirtió en polvo al instante-. Perdón. Dos contra dos. Las matemáticas nunca fueron mi fuerte.

Jessica no se inmutó. En cambio, me miró fijamente a los ojos.

-¿Aún creéis que podéis ganar? -sus pupilas parecían tragarse las mías-. Yo no lo creo.

Alice, ¡mantente alerta!

Intenté desviar la vista al suelo, pero me tenía atrapada. El mundo empezó a enloquecer en miles de colores, algunos reconocibles, otros, no los había visto en mi vida. Una sombra grisácea enteló mi mirada, que fue oscureciendo gradualmente.

Alice, por lo que mas quieras, ¡expúlsala!

No puedo...

Alice... ven. Sucumbe a las sombras de tu mente.

Aquella voz no era de Hongbin. Sin embargo, no pude hacer nada. Sentí mi cuerpo chocar contra el suelo y mi consciencia se elevó a los niveles más recónditos de mi mente.

***

Parpadeé varias veces para acostumbrarme a la negrura. Ya había estado aquí antes, cuando Jae Hwan me devolvió los recuerdos. Un lugar cálido aunque vacío.

-Alice.

Me di la vuelta, Hongbin se aproximaba. Una expresión de miedo se dibujó en su cara al mismo tiempo que me abrazaba fuerte contra él.

-No pasa nada. Todo saldrá bien. No dejaré que te haga daño.

No era un abrazo físico. Era como si mi mente fuese embargada por la calidez de la de mi genio en aquellas figuras ficticias. Me di la vuelta. A lo lejos contemplé una especie de reflejo flotando en ese mar de negrura. Sentí la necesidad de separarme de Hongbin y de descubrir por qué había un espejo en mi cabeza. Noté unos dedos entrelazarse con los míos.

-Voy detrás de ti -murmuró. Tardé algunos minutos en descubrir por qué actuaba así. Estábamos dentro de mi mente, y el solo era un huésped. Quizás si se alejaba, Jessica acabaría jugando con él. Fuimos caminando -flotando- hasta el gran cristal que nos devolvió cada parpadeo, cada respiración y cada movimiento de nuestra parte. Tragué saliva e intenté no gritar cuando la genio Dao se materializó al otro lado de la superficie, como una ilusión.

-Bravo -exclamó-. Has conseguido encerrarme en los niveles inferiores de tu cabeza. Brillante, lo reconozco. Creí que el poder se debía a la posesión de la Llave, pero me equivocaba -miró al Djinn-. Tenías un inquilino dentro. Dime, ¿qué se siente al notar cada pensamiento dirigido a ti? ¿Sientes... amor? ¿Puede que vergüenza?

-¿De qué habla, Hongbin? -tartamudeé. Mi genio frunció los labios.

-Hay cosas que no se pueden esconder, Ali. Puede que no perciba o no quiera percibir tus pensamientos, pero los sentimientos llenan todos los niveles. Es imposible evitarlo.

-Notarás cómo se le acelera el pulso cada vez que te ve, ¿verdad? Esos ojos que te miraban sinceros y llenos de cariño cuando se entregaba a ti hace dos noches...

-Cállate -ordené, pero hizo caso omiso.

-Pobre humana. Los genios no sienten de la misma forma que vosotros. Cuando seas una anciana y te observe, ¿qué crees que verá? ¿Seguirá viendo a su pequeña adolescente valiente de la que se enamoró locamente? ¿De veras supones que querrá amarte cuando hayas alcanzado la tercera edad y apenas puedas moverte? No, niña. Se irá.

-No sabes nada -Hongbin parecía cada vez más enfadado.

-Se lo suficiente.

-Entonces la muerte del rey árabe no significó demasiado para ti -contraataqué. Jessica sonrió.

-Continúa intentándolo. Cuanto más tiempo pasa, más rápido llego a las profundidades de tu mente. Pronto te destruiré.

-No, no lo harás -levanté el puño y lo descargué en el espejo. Los cristales saltaron por doquier, quedando suspendidos en la nada-. Se acabó.

-Sí. Se acabó -repitió la genio.

Un gran punto de luz emergió del centro de lo que quedaba de espejo. Era tan brillante que quedé cegada. Solo sé que sentí un empujón a un lado y que alguien soltaba un grito ahogado. Mis ojos pronto volvieron a la normalidad, y lo que vi me obligó a soltar un chillido de dolor. El pecho de Hongbin fue perforado por la luz. Temblando, sus pupilas hicieron contacto con las mías; sus labios formularon unas palabras que eran solo para mí. Y mi genio se desvaneció en una explosión de hojas verde y caobas.

-¡¡¡NO!!! -vociferé. Corrí al lugar donde había desaparecido, pero no había nada. Me llevé las manos a la cabeza. No podía estar pasando. Era una pesadilla, seguro.

-Tan predecible... -se jactó la genio Dao. Ahora se encontraba delante mío en todo su esplendor-. Era taaan predecible...

-¡Malnacida! -espeté-. ¡¿Qué le has hecho?!

-Devolverlo a donde debería estar. En una tumba.

Con un alarido me abalancé sobre ella, ofuscada por la rabia. La agarré del cuelo y la zarandeé. La genio gritó, sorprendida. Trató de apartarme las manos, pero me las ingenié para golpearla una y otra vez.

-¡Es mi mente, zorra! -proferí-. En mi mente se hace lo que YO quiero. ¡Y YO quiero que MUERAS!

Sin pensarlo le tapé los ojos y apreté: Un brillo blanquinoso surgió de mis palmas. La voz de Jessica quedó sofocada y sin más, desapareció, aunque no lo hizo como lo había hecho Hongbin. Se formó un gran tornado de arena que fue calmándose segundo a segundo hasta lograr ser un montón de tierra. Me quedé allí, muy quieta, intentando convencerme de que nadie había resultado herido hasta que un espiral de color me trajo de vuelta a la vida real.

Y la realidad me golpeó como una maza. Leo me sacudía enérgicamente, forzándome a volver en mí. Lo que no sabía era que yo ya había regresado. Pero mis ojos no eran capaces de despegarse de la figura de mi genio, inmóvil sobre el suelo. Hyuk lo sostenía de la cabeza. Al parecer lo había recogido antes de que cayese. Ken le tomó el pulso: casi al momento, negó repetidas veces.

-Lo siento Ali... -agachó la cara, afligido-. Lo siento tanto...

No. No era cierto. Nadie podía sentirlo más que yo. Me acerqué a gatas, aún conmocionada por lo que veía. Acaricié su mejilla, ahora más fría que de costumbre. Su piel había tomado un color blanco ceniza, y su cuerpo estaba totalmente lleno de negras grietas intrínsecas. Tenía los párpados cerrados. Casi... casi parecía estar durmiendo.

No lloré. Era incapaz de hacerlo. Mis lagrimales estaban secos y mi iris había perdido su brillo natural. Parpadeé a la espera de que Hongbin se alzase y sonriese diciendo que había sido una broma.

Cuando dije “el mas leve roce” no me refería a un roce físico. Lo que puede matarme es un roce elemental, el poder mágico de otro genio.”

Sus palabras cobraban sentido. Estaba muerto. Hongbin había muerto por protegerme de Jessica. Él sabía de su debilidad frente a los ataques sobrenaturales, y aún así...

Levanté la cabeza en busca de la Dao. La vi allí tendida como una muñeca de porcelana. Sus cuencas, negruzcas, radiaban un espeso humo oscuro. Había acabado con ella, sin embargo no me importaba. Nada importaba ya. Los otros genios tampoco se encontraban allí.

-El otro ha escapado. Muerto el contratista, roto el contrato -susurró Taekwoon, leyéndome los pensamientos. Mi interés era nulo. El mundo podía irse al infierno en ese momento, y mi indiferencia hubiese sido la misma. Le toqué los labios al Djinn con la yema de mi dedo indice, luego lo desplacé a la frente, donde aparté algunos mechones pegados.

-Ali... -gimió Jae Hwan. Me había visto triste innumerables ocasiones, no obstante, “tristeza” no era el termino adecuado y mi mejor amigo no lograba hallar las palabras adientes-. Alice, escúchame. Hongbin... Hongbin estará bien. No ha ido al infierno, lo que es algo bueno. Hakyeon velará por él, estoy seguro. Únicamente... Alice, por favor -sollozó, oprimiéndome el alma más aún-, no soporto verte así.

-¿Esperas risas y saltos de júbilo? -intervino Hyuk, abatido-. Hongbin no era santo de mi devoción, pero me perdonó pese a haber puesto en peligro a Alice... me dio un techo donde vivir y me alimentó.

Cayendo en lo tópico, una tormenta descargó sobre la ciudad litros y litros de agua por metro cuadrado. Las calles fueron inundadas en cuestión de minutos, los coches circulaban a marchas forzadas. Tal era la magnitud del poder de Leo, quien lloraba sin llorar.

El silencio reinó sobre nosotros, vacío y frío igual que las gotas que nos mojaban. Me quité la chaqueta y la tendí sobre mi genio. Después me levanté.

-Ken. Necesito que abras la puerta del cielo.

Mi amigo me miró fijamente.

-¿Perdón?

-Abre la puerta del cielo.

-Alice, es inútil. No se puede ir reviviendo a la gente por puro egoísmo. Para abrirla debería utilizar mucho poder, sin contar que no podrías pasar viva. Además, ¿qué harías una vez allí? ¿Buscar a N y suplicarle? Te desconectará la mente de tu cuerpo en menos de lo que dura un suspiro y no volverías a... ¡por los ángeles! -clamó horrorizado, examinándome-. ¿Estarías dispuesta a no volver?

-Tengo que hacerlo o morir en el intento -le contesté-. El me salvó de la muerte. Por mínimas que sean las posibilidades...

-No -se opuso Leo-. No lo harás.

Alcé la barbilla.

-Sí. ¿Vas a impedírmelo, Taek woon? ¿Me borrarás la memoria otra vez? Pensé que serías más inteligente que eso.

-Yo también te creía inteligente -sus ojos gélidos no mostraban compasión alguna, pero en algún rincón de ellos divisé una sombra de temor y angustia-. No quiero perderte, Al.

-Lo lamento, Leo -me giré hacia el semi-demonio-. Jae Hwan. Te lo imploro.

-No sé...

-¿Sabes lo que me dijo, antes de morir? Dijo “Te quiero. Estarás bien”. Podría haber dicho muchas cosas pero dijo esas palabras. No puedo dejarle ir, por que no voy a estar bien.

Mi mejor amigo se frotó las manos, nervioso. Lo estaba pensando, calculaba las probabilidades de éxito.

-No hay garantía de que vuelvas, Ali... -repitió. Respiré hondo.

-Aceptaré mi castigo si así fuese.

Ken resopló, consternado.


-De acuerdo. Voy a arrepentirme de ésto. 

viernes, 28 de agosto de 2015

Hongbin - Capitulo 22

No quería despertar. En realidad, me rehusaba a levantarme de la cama o a moverme de posición. Pero a través de mis párpados entreveía la luz directa de la persiana, el suave canto de los pájaros y un extraño reloj que anunciaba las once de la mañana. ¿Había un reloj así en el piso de Hongbin? Me di la vuelta, huyendo de la espantosa iluminación que me apremiaba a abrir los ojos con un ligero quejido de molestia. Una mano suave se deslizó por mi hombro desnudo, formando círculos sobre la piel. Se había dado cuenta de que me había espabilado.

-Buenos días -dijo mi genio, adelantándose a mí-. ¿Cómo te encuentras?

-Bien -y añadí, abriendo los ojos-. Creo.

-¿Bien, creo? -hizo una mueca-. Tengo más años que un Dearcmhara, he pulido mi técnica minuciosamente durante siglos y siglos, ¿y solo se te ocurre decir, “bien, creo”?

Me removí, inquieta.

-Vale, ha sido... maravilloso -enrojecí-. Estoy agotada pero me siento... Eh, espera. ¿Qué es un Dearcm... lo que sea?

Hongbin alzó una ceja, como si mi pregunta tuviera una respuesta que debería haber sabido.

-Un Dearcmhara es una especie de animal del período Jurásico. Solían vivir en el agua y eran unos depredadores excelentes. El tiburón blanco no puede considerarse rival.

Me encogí de la sorpresa. Un dinosaurio. Hongbin era más viejo que un animal primitivo. Había visto de todo, y aún le quedaba toda la eternidad por delante. Él leyó mi angustia igual que en un libro abierto. Se acercó un poco hasta envolverme cálidamente entre sus brazos.

-No pongas esa cara, Alice -suplicó-. Lo que importa es el tiempo que pasemos juntos.

-Es fácil de decir para ti cuando vivirás para siempre.

-No es verdad. Recuerda que puedo destruirme.

Un escalofrío me recorrió la columna. Me separé de él y le observé la marca negra que le cubría parte del cuerpo. Alargué mis dedos, trazando el dibujo que seguía presente, allí donde lo había visto por primera vez. Tenía una textura extraña: ni liso, ni rugoso. Tampoco abultaba ni se hundía. Mucho menos lo notaba como un tatuaje. Era algo... extraño de describir y una frialdad sin igual me calaba los dedos. Presioné, deseando borrarla. Hongbin se estremeció y me agarró la mano.

-Por mucho que lo intentes, ésto no se irá de un día para otro. Requiere tiempo.

No lo miré.

-Nunca digas que puedes morir con tanta facilidad. No te lo permito.

-¿Por qué? No tengo a nadie mas que a ti. Si la única razón de tu libertad y lealtad se extingue por siempre, ¿qué sentido tiene una vida eterna?

-Puedes volver a amar -dije, sabiendo lo mucho que me afectaban mis propias palabras-. Puedes enamorarte otra vez.

-¿Para qué? Alice, te lo he dicho. Un ser como yo escoge una aguja entre un millón. Y me gustaría pensar que yo también soy la tuya.

Las comparaciones, tenía que reconocer, eran bastante extrañas. Era de esperar que Hongbin quisiera aportar un toque de humor a un asunto que no nos estaba haciendo felices.

-Si decides pasar a mejor vida antes que yo, dejaré de ser tu aguja.

-¿De verdad? -se relamió-. Ayer no me pareció que pudieses dejar de ser mía. Es más, me da que fue todo lo contrario.

El tono de mi piel se tornó carmesí intenso, mucho más de lo que creí que podría. Hundí el rostro en la almohada, avergonzada.

-No te burles de mí -protesté-. No tergiverses mis palabras.

La risa de mi genio, lejos de aumentar mi turbación sonaba como música en mis oídos.

-Perdona -se disculpó-. Me encanta verte así, indefensa, tímida. Eres una chica tan fuerte y capaz que me moría de ganas de hacerte rabiar.

-No tienes remedio -logré acurrucarme contra él y me apartó un mechón de pelo pegado a la sien.

-Creo que es la primera vez que disfruto de verdad -lo vi sonreír para sí. Un brillo de emoción contenida cubría sus ojos, que miraban al techo. No me atreví a ponerlo en duda y esperé a que continuara-. Cuando te has pasado más años de los que puedes recordar en una lámpara, el amor es lo último en lo que piensas.

-Lo sé -intervine al fin-. Recuerdo la primera vez que me miraste. Era como si carecieses de piedad, como si nadie pudiese ayudarte.

-Resultaste ser mi salvación, después de todo.

Acercó sus labios a los míos y al darme cuenta, retrocedí.

-Tengo que lavarme los dientes.

El Djinn parpadeó sin comprender.

-¿Y qué relación tiene eso con que haya intentado besarte y me hayas hecho la “cobra”?

-Que la boca después de dormir suele llenarse de bacterias que producen un desagradable...

No me dejó terminar. Me sostuvo de la cabeza a fin de evitar otro retroceso automático y me besó sin contemplaciones, muy lentamente, desprovisto de prisas. Gemí, por una parte sorprendida y por otra embelesada de la ternura que me transmitía con un solo beso. El calor incendió mis mejillas y coloreó las puntas de mis orejas.

Al separarnos, una mueca pícara le curvó los labios.

-Quiero que te mentalices -sugirió-. Nada tuyo me producirá rechazo jamás.

-Pero...

-Nada de peros.

Resoplé, contrariada.

-Cada vez que me contestas de esa manera me dan ganas de saltar de la cama.

-Pero no lo harás, ¿verdad? -me contempló con cara de no haber roto un plato en su vida y me derretí por dentro. De ninguna manera debía mostrar lo que era obvio. Me incorporé un poco, decidida a contradecirlo y noté una mano cernirse sobre mi muñeca y al mismo tiempo me vi atrapada bajo el cuerpo de Hongbin, totalmente desnudo. Carne sobre carne. La cabeza empezó a darme vueltas.

-¿Qué haces...? -el calor amenazaba con abrasarme-. No tiene gracia.

-Por supuesto que no la tiene -sonrió-. No pretendo que la tenga. Voy en serio. Considéralo un “Buenos días” repetido.

Me rendí al fin. Era imposible contradecirlo, y yo no estaba dispuesta a perderme un segundo asalto. Sin embargo, cuando se inclinó a besarme, se tensó. Alzó la cabeza sin perder la sonrisa y miró por encima del hombro.

-¿Vosotros tres también queréis un “buenos días”? -dijo.

-Me veo en la obligación de declinar tu oferta -se disculpó Ken teatralmente-. Puede que ellos sí quieran mimitos mañaneros.

-Paso -cortó Leo. Tenía los ojos entrecerrados y yo abrí la boca de la sorpresa. La cabeza de Hyuk apareció por el marco de la puerta, poniendo cara de asco.

-Ugh, no, gracias -espetó-. Si lo pidiera Alice, me lo pensaría, pero no me va el rollo gay.

El Marid le asestó un puñetazo en la cabeza que lo hizo trastabillar hacia adelante y caer. Se levantó, lanzando una mirada envenenada al genio.

-¿Era necesario?

-Silencio -contestó Leo. Ken se encogió de hombros e ignoró mis intentos de moverme fuera del alcance de Hongbin, que me tenía bien sujeta.

-Su-suéltame -balbuceé, muerta de vergüenza-. Por favor.

-Si me separo ahora, nadie asegura que me lleve las mantas conmigo -desafió el Djinn. Resoplé, exasperada.

-Ali -dijo Ken-. En nuestro caso no hay problema. Recuerda quien te traía ropa interior de repuesto en preescolar y quien te ayudaba a cambiarte en primaria.

-¿Es que os habéis propuesto humillarme todos hoy? ¿Qué os pasa? -ya estaba cansada. Abracé a Hongbin como un koala y juntando las pocas fuerzas que tenía nos obligué a rotar. Rápidamente me quité de encima y me envolví en las mantas. Sabía a la perfección que mi genio estaría vestido antes de quedar expuesto y no me equivocaba.

-Bien -dijo, de pie. Había optado por una camisa roja y blanca de cuadros y unos vaqueros estrechos. Me hubiese gustado arrancarle las gafas falsas de la cara pero lo cierto es que cualquier cosa le quedaba bien-. No habéis venido solo a espiar nuestra romántica velada, ¿verdad? Explicaos.

-Tiempo al tiempo. Primero, Alice debe cambiarse. Necesitamos que escuche lo que tenemos que decir.

-Si salís de aquí, puede que consiga hacerlo -gruñí, empujando a Hongbin fuera de la habitación. Apenas opuso resistencia.

-Ayer no guerreabas tanto -soltó en el aire. Le abofeteé la espalda hasta quedarme a gusto.

-¡No lo digas en voz alta! ¡Y Fuera de aquí ahora mismo! -cerré la puerta con un golpe sonoro y me deslicé por la puerta, turbada. ¿Es que mi primera vez iba a ser un objeto de burla constante?

Me cambié en menos de un minuto. Intenté apelmazarme el cabello, que se resistía a comportarse como era debido. Al final lo anudé en una coleta alta, incapaz de lidiar con él en ese momento. Salí de allí para encontrarme con una escena bastante poco usual. Leo y Hongbin conversaban junto a la ventana casi en un susurro, enfrascados en un diálogo propio en el que nadie se atrevía a intervenir.

Ken flotaba. Sí, lo hacía, y no sólo eso. Fingía ser un surfista en la tabla moviendo los brazos y en consecuencia, levantándose y dando vueltas por el salón. No sabía si alegrarme porque el Ken que conocía había vuelto o llevarme las manos a la cabeza temiendo que rompiera algo. Hyuk por su parte, hacía algo más útil y me restauraba la lámpara central, subido a la mesa. Carraspeé a fin de llamar su atención.

-Ya estoy lista -anuncié. Jae Hwan dejó de flotar y me indicó que me sentara. En mi ausencia había llenado cuatro vasos de agua. Siempre era precavido, aunque lo menos que teníamos era sed.

-Perfecto -el medio ángel se volvió hacia el nefil-. Deja la bombilla. Puedes arreglarla después.

Hyuk se encogió de hombros y se sentó en el suelo en gran agilidad.

-¿De qué hablabais? -pregunté a Hongbin. Él sacudió la cabeza.

-Me hacía un adelanto. Y me advertía -murmuró, bajito.

-¿Advertir? ¿De qué?

-Doy por iniciada la Reunión Sobrenatural -declaró Ken alzando los brazos, eufórico. Me resultaba tan nostálgico su comportamiento... Casi olvidaba su cara y su cuerpo en la celda. Sólo de pensarlo se me hacía un nudo en la garganta que no me dejaba ni respirar.

-Si ignorara la importancia del tema, me largaría de aquí junto a Alice por poner un nombre tan ridículo.

-Siento ser así en un momento tan crítico -colocó las manos detrás de la espalda-. Pero soy el único que sabe los detalles, y Leo siempre tiene un calcetín en la boca así que... -se detuvo cuando el vaso más cercano a él estalló, mojándolo-. Por el amor de Dios, Taek woon, ¡era una maldita broma!

-Di lo que debas decir y evitarás problemas -contraatacó el Marid. Ken miró a Hongbin.

-Si eres tan amable...

-Por supuesto -el Djinn alzó un simple dedo y al instante la ropa de mi amigo se secó por completo.

-Gracias. Ahora sí vamos a ir al quid de la cuestión -la expresión del mestizo cambió-. Seré directo: Jessica ha dejado de moverse y ha hecho una llamada.

-¿Una llamada? -pregunté, incrédula-. ¿Telefónica?

-Exacto. Supongo que, al poder notar su desplazamiento, habrá preferido seguir en anonimato de su posición. Llamando por teléfono no sólo evita que sepamos con exactitud su paradero, sino que de esta forma logra decidir un sitio de encuentro.

-Me huele a trampa -dije.

-Por supuesto que lo es -contestó Hongbin, poniéndose en pie-. Y supongo que la condición es que “la llave” haga acto de presencia, ¿me equivoco?

-Sí -Ken sonrió-. Jessica sabe que ella es la llave, pero lo que no sabe es que ya no lo es.

Los cuatro lo miramos, confundidos.

-Repite eso, por favor -exigí. La sonrisa de mi mejor amigo se hizo más amplia.

-Cuando nos decidimos a hurgar entre los recuerdos sellados de Alice, fui capaz de extraer la llave de su interior. No es una llave física, sino espiritual -alzó la mano y en la palma apareció un resplandor grisáceo. Luego la cerró y desapareció-. Alice está fuera de peligro.

Noté como todos, incluida yo, soltábamos un suspiro de alivio.

-Entonces -habló Hyuk-. ¿Qué vamos a hacer? Si se entera de que la tiene uno de nosotros...

-No se enterará. Sin la llave, Alice ha perdido un poco de su resistencia sobrenatural y su aura ha disminuido. Solo tenemos que meter en su cabeza a uno de nosotros y su presencia servirá de substituto.

-Espera, ¿meter a alguien en mi cabeza? ¿Es posible? -parpadeé.

-Somos genios -intervino Leo-. Todo es posible con nosotros. Yo seré quien te acompañe.

-Ah no, ni lo sueñes -gruñó Hongbin-. Voy a ser yo.

-Estás muy débil, Djinn. Te matará de un golpe.

-Olvidas que hay que rellenar el hueco que ha dejado la llave, y tu poder es demasiado grande. En cambio, si voy yo, apenas notará una pequeña fluctuación en su aura -miró a Ken-. Sabes que tengo razón.

Jae Hwan resopló.

-Sí, por una vez estoy de acuerdo. No tiene porqué pasar nada. Los demás le tenderemos una emboscada cuando veamos la oportunidad.

-¿Y ya está? -Hyuk parecía nervioso-. Esa genio no parece chuparse el dedo. Sabrá que tramamos algo. ¡Lo sabrá!

-Somos más que ella. Podremos. Además, no me costará llamar a Hakyeon para que la castigue ahora que poseo la llave.


Me miré las manos. Tenía la horrible sensación de que no iba a resultar. Temía por mis amigos, más que por mi propia vida y la mirada que compartimos Hyuk y yo me dio a entender que no era la única.

miércoles, 1 de julio de 2015

Capitulo 3

Kondou decidió que, a pesar de a la renovada confianza, Rin dormiría en una habitación distinta a la de Chizuru por precaución. El comandante llamó a Hijikata y a Sannan para discutir su decisión que pese a las protestas de ambos, finalmente fue aceptada. Kondou cumplió la promesa hecha a la muchacha y ordenó al Consejero del Shinsengumi llevar consigo los brazales. Sannan no preguntó al respecto, sino que los aceptó y se retiró a su dormitorio. Al día siguiente, partió temprano junto a su división.

Rin no pudo pegar ojo en toda la noche. Las preocupaciones, el miedo y un tobillo mal curado le imposibilitaron un buen descanso. A ello había que sumarle que se encontraba en un futón desconocido en una habitación que no era la suya. Inoue había hecho lo imposible a fin que se sintiera cómoda, cosa que la joven agradeció. En vez de té, le había traído un vaso de leche caliente y ella se lo había bebido con avidez. Se sorprendió de lo sedienta que estaba.

-Disculpa a los chicos -dijo el hombre-. Son toscos y tienen mal carácter, pero en el fondo son buenas personas.

-Lo sé, muchas gracias Inoue -contestó Rin-. Supongo que la llegada de alguien que dice ser de otro mundo no está muy visto.

-En absoluto -corroboró-. Acerca de eso... ¿Estás completamente segura de lo que dices, pequeña? El castigo por engañar al Shinsengumi es la pena de muerte.

Rin sintió un nudo formársele en la boca del estómago, aun así no se amedrentó. Si iban a castigarla, primero debían ver el otro lado con sus propios ojos.

-No he mentido.

Inoue suspiró.

-Está bien -se acercó a la puerta-. Buenas noches.

Salió, dejándola sola. Esperaba que Cronos cumpliera su palabra y el paso entre dimensiones permaneciera abierto para ella.

***

Kondou y Rin acordaron que él anunciaría quien la acompañaría, a petición de la muchacha. El comandante del Shinsengumi lo aceptó, extrañado, mas no preguntó. Tras reunir al grupo, manifestó su voluntad y los chicos escucharon sin hablar un buen rato.

-...por esa razón, Okita y Yamazaki la escoltarán a la presunta entrada. Además, serán los encargados de confirmar si dice o no la verdad. En caso negativo, tenéis mi permiso para matarla.

Rin se estremeció. No podía evitarlo siempre que se hablaba de su muerte. Le parecía que a cada paso que daba estaba más cerca del seppukku. Yamazaki asintió diligentemente pero Okita entrecerró los ojos y la miró con odio.

-Yo no pienso ir -declaró.

-¡Souji! -lo reprendió Hijikata. El samurái chistó.

-No tengo ninguna necesidad de meterme en una cueva. ¿Y si es una trampa para acabar con nosotros?

-Si así fuera -dijo la joven-. Me bastaría con llevaros a todos o atraer a los líderes, no a un par de miembros del Shinsengumi sin título -se giró hacia Yamazaki, alarmada-. ¡N-no he querido decir que vuestras vidas no tengan valor! ¡Son muy preciadas para mí!

Oh, mierda. Otra vez hablando de más. Las mejillas de Yamazaki se colorearon levemente de rosa.

-Sé de sobras cual es mi posición en ésta misión y el peligro al que me expongo, Tomohisa -carraspeó, incómodo. Kondou estalló en carcajadas estridentes, quitando gravedad al asunto.

-Vamos, vamos. Discutámoslo en diferente ocasión. Souji, ¿estás seguro de que no cambiarás de opinión?

-Tan seguro como que esta no podría ganarme en un duelo.

Rin enarcó una ceja. Se levantó y caminó hasta quedarse delante del samurái.

-Reprochas a los demás que no deben hablar de ti sin conocerte, y no obstante tu haces exactamente lo mismo -le espetó. Okita sonrió. No fue agradable.

-¿Eso significa que te batirás en un duelo a muerte conmigo?

-Si acepto, ¿dejarás que imponga una única condición?

-Me muero por oírla.

-Sin katanas, cuerpo a cuerpo. Y si gano, vendrás.

-Me parece estupendo. No me hace falta una espada para romperte el cuello.

-Souji, te estás pasando un poco -musitó Heisuke, preocupado por el giro que tomaba la conversación. Harada estaba en tensión y Shinpachi fruncía el ceño constantemente. Rin esbozó una sonrisa tranquilizadora.

-Sé defenderme -dijo, orgullosa. Okita se rió entre dientes.

-Ya lo veremos.

El grupo pasó a la sala de entrenamiento, distribuyéndose por la sala. Al pasar delante de Yamazaki, sintió sus mejillas arder. Casi ni lo conocía y su simple presencia la intimidaba.

No es verdad. Sí le conozco, se dijo, en cierto modo.

Ambos, Okita y Tomohisa se quedaron el uno frente a la otra a varios metros de distancia. Rin adoptó una posición ofensiva mientras que Souji se cruzó de brazos, confiado de su victoria.

-Me parece que se lo está tomando a juego -le comentó Kondou a Hijikata, que asintió.

-Su posición es excelente -dijo Saito-. Calibra a la perfección el peso del cuerpo entre las piernas pese ése hinchazón del pie.

Harada hizo una mueca.

-Ésto no está bien. Souji la matará de verdad ahora que tiene la aprobación del jefe.

La habitación se sumió en el más sepulcral silencio. Se diría que incluso el aire podía cortarse con un cuchillo. Y en el momento menos pensado, Rin se movió. Fue tan rápida, tan veloz que Okita la perdió de vista durante unos segundos. Segundos que la chica aprovechó para hacerle perder el equilibrio y estamparlo contra el suelo, en una perfecta llave. El quedo sonido del cuerpo al caer inundó la sala. La estupefacción en los rostros de los presentes -también el de Souji, desde abajo- era algo digno de verse y de ser recordado. Incluso Sannan tenía los ojos abiertos como platos.

-He ganado -le tendió la mano al caído. El joven miró la extremidad que se extendía hacia él, receloso. Entonces optó por el engaño, pues cuando sus dedos le tocaron la palma la lanzó al suelo. La cabeza de Rin rebotó en la madera, provocando que los Shinsengumi soltaran exclamaciones de alarma, algunos incluso, se semi incorporaron. El samurái la asió por el cuello y apretó.

Le faltaba el aire, se estaba ahogando. Sin embargo, no podía darse por vencida aún. Colocó los antebrazos juntos y apartó las manos de Okita en ademán defensivo. Después, le propinó un puñetazo en el esternón y su compañero se dobló, preso de un ataque de tos. Había funcionado. A trompicones se levantó.

En un hábil golpe, él le sacudió una patada en el tobillo y Rin gritó de dolor. Retrocedió, tambaleante, la pierna encogida sin tocar el suelo. Los demás, viendo la gravedad de la situación los separaron.

-¡Ya está bien! -exclamó Kondou-. Shinpachi, Harada, lleváoslo de aquí. Yamazaki, Inoue. Ésta chica precisa tratamiento inmediato en ese pie.

Rin jadeó, procurando contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos. El dolor cada vez era más intenso. Miles de puntos negros se formaban delante de ella y se le revolvió el estómago. Había soportado aquel mal demasiadas horas por no atreverse a pedir ayuda. Yamazaki se la cargó a la espalda y la sacó de la sala de prácticas, seguido de Inoue. Entre los dos, la depositaron en su habitación provisional tan suave como fueron capaces de hacerlo. El mayor salió a buscar medicina y vendas mientras que el ninja optó por examinarle el tobillo.

-Lo has forzado demasiado -informó, palpando el prominente bulto-. Puede que esté roto.

En otras circunstancias, la chica se hubiese ruborizado hasta la punta de las orejas.

-Es... horroroso -dijo con un hilo de voz, refiriéndose a las lacerantes punzadas. El chico arrugó el ceño, malinterpretándolo.

-Souji no es una persona fácil y tú lo has cabreado.

Rin entornó los ojos.

-Él me retó, que se atienda a las consecuencias.

Yamazaki la miró fijamente con aquellos orbes violetas que parecían sinceros y fríos al mismo tiempo y sacudió la cabeza.

-No te beneficia -hizo una pausa. Luego cambió de tema-. Necesitarás un entablillado, pero no te aseguro que puedas volver a mover el pie con normalidad.

Rin se incorporó.

-Pues llévame a mi mundo. Allí me...

-¿Crees realmente en lo que dices?

La muchacha se afligió porque la persona que más deseaba que confiara en ella, no la creía. Las lágrimas retenidas se desbordaron por sus mejillas y cayeron sobre el tatami. Yamazaki, percatándose, se puso nervioso.

-Eh, no, no llores -masculló-. Tomohisa, por favor.

Rin le dirigió una mirada de decepción a fin que el chico se sintiera mal, pero se sintió aún peor por intentarlo. Él desvió la vista al suelo, turbado. La puerta de la habitación se abrió y el viejo samurái penetró en la estancia con un botiquín de madera entre los dedos.

-Yamazaki -lo regañó contemplando la escena-. No está bien hacer llorar a las señoritas.

El muchacho quiso replicar, pero no supo qué decir. Inoue colocó una mano en la cabeza de la joven.

-Ya está, ya está -le dio varios golpecitos-. Hay que ver. Con lo fuerte que eres y la cantidad de lágrimas que eres capaz de derramar.

Algo frío le alivió el escozor del tobillo. En silencio, Yamazaki le había puesto un trapo húmedo en la herida para bajar el hinchazón. Quizá en parte también era una disculpa, se dijo ella.

-Será mejor que te quedes aquí hasta saber la situación de Okita -se levantó para salir-. Inoue, ¿se encarga?

-Descuida.

Rin se quedó algo desilusionada viéndolo irse. Se mordió el labio hasta que la voz del otro samurái la sacó de su ensoñación.

-Yamazaki está preocupado por ti.

-¿Eh?

-Nada, nada. Hablaba conmigo mismo. Sois tan jóvenes... deberíais poder disfrutar de la vida.

Rin jamás creyó que Inoue fuera a decir algo así. Pensaba que el orgullo de los samuráis era la guerra y morir en combate, pero lo que el mayor decía le cambiaba un poco la perspectiva que tenía de él. Creía saber qué pensaban pero... en la realidad, cada uno de ellos era único.

-En mi mundo... -comenzó. Sin embargo, quiso evitar de nuevo que la tacharan de chiflada. El hombre lo notó.

-Por favor, sigue -se sentó a vendarle el pie. Recelosa al principio, conforme hablaba se fue ilusionando y le explicó miles de cosas del lugar del que procedía, desde meras estupideces hasta información importante. Cómo se organizaba la sociedad, las guerras que había habido hasta entonces, cómo era la policía, el tipo de familias que existían...

-...también hay Hospitales gigantescos -abrió los brazos para justificar sus palabras-. Allí se hacen las prácticas de mi carrera. También se ha descubierto la cura para la mayoría de los cánceres, aunque el de cabeza es complicado de sanar aún. Hay métodos anticonceptivos para evitar posibles enfermedades de transmisión y... -Se detuvo al percatarse de que Inoue estaba sorprendido-. ¿Qué... ocurre?

-O posees una imaginación portentosa o... estas diciendo la verdad.

Rin no se molestó en contestar. Se había justificado miles de veces y no volvería a hacerlo. Alzó la cabeza, orgullosa, mostrándole a Inoue que no le importaba si no la creía. El mayor suspiró, sabiendo en parte que llevaba razón y Yamazaki pronto se dejó ver otra vez. Estaba tenso, casi como si le hubiesen dado una noticia desagradable.

-Kondou quiere verte. Ha convocado una reunión.

El ninja dio un par de pasos y girándose, se agachó delante de la mundana.

-Sube.

La joven parpadeó. Miró a Inoue, quien no le dedicó mas que una sonrisa afable e intentó hablar.

-Pero yo...

-No tenemos todo el día y tú no puedes caminar en el estado en que te encuentras. Si eres tan amable -movió las manos en un gesto de impaciencia. Rin notó un nudo en la garganta mientras la sangre se le agolpaba en la cabeza.

-Es que... me da vergüenza.

Yamazaki ladeó la cabeza, perplejo.

-¿Vergüenza?

¿Cuántas veces van ya diciendo lo que no debes?

-Yo... -tragó saliva y se semi incorporó. Vaciló antes de ponerle las manos en los hombros. En ese instante le empezaron a sudar las palmas-. C-con permiso...

Reprimió un grito al quedar suspendida en el aire y se agarró fuertemente al cuello del chico. Si le estaba haciendo daño, no lo comentó. Estaba tan cerca de él que podía perfectamente percibir el suave aroma que desprendía su compañero, un olor almizclado y sutil, muy agradable y atrayente. Volvió a tragar saliva y escondió el rostro en el hueco del hombro del ninja para ocultar el rubor mientras se trasladaban de habitación.

Yamazaki era delgado al fin y al cabo, sin embargo, gozaba de una fuerza ágil y un cuerpo dinámico con el que se movía en el más absoluto sigilo. Rin era consciente de que pesaba el doble que Chizuru, una persona menuda y delicada en comparación a ella misma.

-Perdona -lo llamó. Pese a no girar la cara supo que la escuchaba-. Te dolerán los brazos si sigues llevándome de esta forma.

-No te preocupes por mí.

Rin hinchó las mejillas.

-Demasiado tarde, entonces.

Procuró centrar su atención en cualquier cosa que no fueran las cálidas manos del chico bajo sus rodillas. El calor que le transmitían era casi insoportable.

-Eres bastante... -se abstuvo a terminar la frase-. Nada.

-¿No, qué? ¿Qué soy? ¿Pesada? Ya te he dicho que puedo...

-Iba a decir insólita -respondió-. Vienes a un lugar al que no perteneces a salvar un grupo de gente a los que no debes nada, unos samuráis que no tienen el menor interés en conocerte y para los que eres irrelevante. Y aún así te preocupas de si eres o no una carga para mi desplazamiento.

-Esa es la diferencia -apretó los dedos-. Que yo sí os quiero.

Yamazaki se quedó en silencio. Algo dentro de él se había agitado ante sus palabras. La punta de sus orejas hasta el momento normales, adquirían un tenue color carmesí.

-Hemos llegado -musitó. La depositó en el suelo y la ayudó a sentarse. Luego se acomodó a su lado de rodillas, la espalda recta y una renovada actitud de obediencia hacia Kondou. Rin se negó a levantar la mirada. Después de un rato, se encontró a si misma temblando de miedo.

Kondou sonrió, apenado por la inocente reacción.

-Tomohisa, ¿cómo está tu tobillo?

La muchacha se topó con los ojos del jefe del Shinsengumi.

-Duele -susurró, temerosa. Era como estar en el ojo del huracán-. Quiero volver a mi ciudad y encargarme de él.

-Hablando del tema... -dijo Hijikata-. Souji ha accedido a ir. Luego de calmarse, reconoció tu valor y anunció que te proporcionaría un poco de su confianza.

-Bueno, ayudaron a tomar la decisión unos cuantos gritos de Kondou -se mofó Heisuke. Shinpachi y él chocaron puños, divertidos. Rin exhaló el aire que había estado reteniendo desde el principio.

-¿Y no me vais a castigar?

-¿Eh?

-He derribado a uno de vuestros mejores soldados. Yo, una mujer. Pensaba que...

Kondou y Hijikata intercambiaron una mirada.

-Si es verdad que provienes de otro mundo... -prosiguió el sub-jefe-...entendemos que vuestras reglas sean dispares a las nuestras. Aparentemente somos expertos en esconder mujeres vestidas de hombres -Rin distinguió un tono amargo en su voz-. Bien que tu caso es diferente.

-¿Diferente?

-Sí -afirmó Kondou-. Tomohisa Rin. Somos incapaces de no considerarte una amenaza para nosotros a causa de tus recién exhibidas artes. Por lo tanto, tienes dos opciones: Cometer el seppukku en el acto o, una vez vuelvas a esta Era, unirte a las filas del Shinsengumi en calidad de médico junto a Yamazaki.

El nombrado se puso rígido.

-Con todos mis respetos, señor...

-No repliques -lo cortó-. El avanzado conocimiento en medicina que tiene nos ayudaría en la batalla. Te encargo una tarea más: Aprende. Empápate de conocimientos útiles, tantos como puedas.

Yamazaki asintió, inclinando ligeramente la cabeza. La chica reunió la fuerza de voluntad que le quedaba y cerró la boca abierta. Estando en peligro constante, se habría esperado una advertencia, amenaza, o que la intimidaran. Paseó la vista pero no encontró a Okita. A lo mejor sí iba contra su voluntad.

-¿Y bien? ¿Estás conforme, Rin?

-Eh... Ah... yo... -juntó las manos delante de ella y se encorvó en una reverencia-. Por supuesto.

Era una ocasión única en la historia y pensaba aprovecharla al máximo. De reojo, Yamazaki la contemplaba sereno.