martes, 8 de septiembre de 2015

Hongbin - Capitulo 23

-Entonces -dije-. ¿Solo tengo que estar con vosotros? ¿Nada más?

-Exacto -contestó Ken-. Hongbin estará a tu lado, pero a la vez dentro de tu cabeza. No es tan difícil como parece, así que no pongas esa cara de preocupación. Mala hierba nunca muere.

-Lo dirás por ti, ¿no? -sonrió el Djinn. El otro de devolvió la sonrisa.

-¿Yo? Si soy un angelito -dijo mi mejor amigo a modo de doble sentido. Hongbin me miró, serio de pronto-. Jae Hwan, ¿podéis dejarme a solas con ella? Será un momento.

El mestizo y los demás asintieron, desplazándose a la tienda de ropa más cercana. Mi genio me arrinconó contra la pared de ladrillos que tenía detrás de una forma distinta a la habitual. Pese a que seguía viendo la calidez en sus pupilas, su expresión invitaba a la precaución.

-Alice -me nombró-. Sé que odias las órdenes, pero estas son distintas. Una vez esté dentro de tu mente, quizá sientas que no puedes acceder a ciertos recuerdos o pensar con claridad. No te asustes y no te fuerces, estarías luchando contra mi dominio y ambos saldríamos perjudicados. También cabe la posibilidad de que Jessica intente establecer un contacto directo contigo, haciendo lo mismo que voy a hacer yo. Puedo crear una barrera contra ella y lo interpretará como que la llave evita que te posean. Pero ahora mismo soy como una hoja. Si ejerce demasiada presión es posible que se rompa el escudo, por eso necesito que no la dejes entrar.

-¿Cómo? ¿Cómo lo hago?

-Al principio te dolerá la cabeza. Cierra los ojos y respirar hondo. Sabrás cortar los cables de la conexión si te concentras, no te preocupes.

No lo veía claro, pero decidí que confiaría en él una vez más.

-De acuerdo. Estoy preparada.

-Una última cosa -me alzó la barbilla y me dio uno de esos besos que quitan el aliento-. En el hipotético caso de que atravesase la barrera, dale con todo lo que tengas.

Aquello me desconcertó. ¿De qué manera podía iniciar una pelea en mi propia mente? Noté su mano en mi cabeza, al tiempo que una ligera molestia me surcaba la mente. Tras eso, una sensación refrescante se paseó por todas mis neuronas, aliviándome.

Perdona por haber sido tan brusco al entrar, se disculpó sin palabras, mirándome.

-Está bien. No ha sido tan malo.

No hace falta que hables. Todo lo que pienses lo oiré y veré.

Alcé una ceja. Me había inspirado de golpe. Le transmití una imagen que tenía guardada celosamente en los confines de mis recuerdos.

Ayer tú también parecías estar disfrutándolo, comenté, divertida.

Hongbin retrocedió un paso y no volví a escuchar nada en mi mente. Su cara era un poema: los ojos de par en par, incrédulos, los labios se abrían y se cerraban lentamente. Era como si buscase las palabras adecuadas para decirme y no las encontrase. Cuando habló otra vez, su voz sonaba avergonzada.

¿Esa era mi cara cuando...? ¿Cuando tu y yo...?

Sí. Ha sido un golpe bajo, pero te lo mereces.

La cara de mi genio volvió a tener la mueca burlona de siempre.

Cuando todo esto acabe, me aseguraré de que te arrepientas de habérmelo enseñado. No voy a darte descanso alguno.

Un extraño calor me llenó el cuerpo hasta más allá del estómago. No, no era yo. Me lo estaba provocando él. Estaba anulando mi racionalidad y obligando a una de las mas básicas necesidades humanas a surgir de mi interior. Si continuaba así, no respondería de mis actos y estábamos en plena calle, a pleno día. Pero tan rápido como había llegado se fue. Tragué una gran bocanada de aire, sintiéndome el rostro al rojo vivo. Hongbin me sujetó de los hombros para darme algo de estabilidad.

No juegues con fuego. Hasta las grandes llamas se apagan con el viento, dijo.

-Eso ya lo veremos -repliqué en voz alta. Nos separamos al ver que nuestros amigos volvían. Hyuk me pasó el brazo por los hombros en ademán amigable.

-Te veo pálida. ¿Estás bien? -preguntó. Asentí y sacudí la mano, restándole importancia. Quise decirle que no se preocupase de todas formas, pero no podía. No lograba decirlo. Miré al Djinn, que se encogió de hombros e hizo un gesto de culpabilidad. Era el bloqueo de mente del que me había hablado.

-Estoy lista -anuncié en su lugar. Tragué saliva-. Vamos a ver qué pretende conseguir en este encuentro.

***

El lugar designado no era otro que un solar rodeado de viejas fábricas recubiertas de latón. En un extremo del lugar podía leerse un cartel que ponía “En construcción, centro comercial”. No había nada en especial en el lugar, a excepción de cuatro flores que a penas podían crecer en el yermo terreno. Una figura aguardaba paciente en el centro, un cuerpo menudo vestido con una única pieza atigrada y altos tacones negros. Tenía el rostro sereno, casi burlón. No era alguien que tuviese algo que temer.

Entrelacé los dedos con los de Hongbin y sentí la necesidad de esconderme un poco más. Éste me dio un ligero apretón en señal de tranquilidad.

Sabe que estamos aquí, juega a la ignorancia, comentó, no tiene prisa.

Me obligué a mantenerme erguida. Nos detuvimos delante de ella a una distancia prudencial. Ken y Leo avanzaron un poco, lo suficiente como para cubrirnos en caso de peligro mientras que Hyuk se mantenía detrás, dispuesto a cogerme si las cosas se ponían feas. Un ligero tic se apoderó de mi labio inferior, el único signo de nerviosismo que lograba exteriorizar. Y es que estaba asustada, terriblemente asustada. Jessica dejó de mirar el cielo y centró su atención en nosotros. Una media sonrisa le curvó la sonrosada boca. La suficiencia que denotaba no era otra que la de alguien que ya había ganado.

-Buenos días a todos -dijo-. Me ahorraré las presentaciones. Ya me conocéis y no soy de hablar demasiado.

-¿Qué quieres? -inquirió Leo. La genio Dao resopló, su humor había cambiado de golpe.

-Reforma la pregunta, querido. ¿Qué “no” quiero? Es muy simple: Exijo vuestra vida. No quiero que viváis nunca más en este mundo.

Aquello nos pilló a todos desprevenidos.

-¿Y la Llave? ¿No querías algo tan poderoso en tus manos? -preguntó Hyuk, desconcertado.

Jessica estalló en carcajadas.

-Yo no soy Hyuna. Ella ansiaba el poder por encima de todo y eso la corrompió. La utilicé para encontraros. Que la llave estuviese presente era solo una excusa.

-¿Para qué? -di un paso adelante-. ¿Para qué nos haces esto?

-Es mi venganza, estúpida cría. Uno de vosotros cometió un error fatal en el pasado, y pagaréis todos las consecuencias. Es lo justo.

La genio mantenía las pupilas clavadas en alguien a mi izquierda. Al girar la cabeza fruncí el ceño.

-¿Hongbin?

Él estaba tan desconcertado como los demás.

-Nunca he sido un santo. He matado a mucha gente que se lo merecía, pero jamás he acabado con la vida de alguien por puro placer, puedo jurarlo.

-Mientes -espetó Jessica-. Mientes. Mientes. Mientes. ¡Mientes! No recuerdas al rey Alhakén II, ¿verdad?

Hongbin se tensó. Su aura se hizo más oscura.

-Se merecía la muerte por encima de cualquier otro. De todas formas, iba a morir de hemiplejía...

-¡Cállate! ¡Lo mataste sin vacilar un instante!

-¡Destruyó el futuro de mis dos protegidas! -gritó mi genio, montando en cólera-. ¡Tu rey dejó entrar a Hyuna y a su ejército en nuestra ciudad y la arrasó! ¿Qué le había prometido? ¿Oro? ¿Joyas? Cualquier cosa que su codiciosa persona pudiese desear, sin duda. Así son los reyes árabes.

Las mejillas de ella se colorearon de rojo escarlata. Fue a decir algo, sin embargo, optó por el voto de silencio. Chasqueó los dedos y al instante dos figuras se materializaron a su lado.

-Son genios Dao -explicó Ken con un hilo de voz-. Jessica está dispuesta a librar una guerra de verdad.

Reprimí un chillido. Eran tres genios contra mis amigos, uno del agua, un semi-demonio y un genio que a duras penas podía mantenerse en pie. Hyuk no era rival para ellos y mucho menos yo. Jessica palmeó en el aire.

-Que comience la carnicería.

Hyuk me sostuvo de un brazo mientras Hongbin tiraba de mi hacia atrás. Una barrera cristalina envolvió a los presentes, protegiéndonos de las avalanchas de arena que los recién aparecidos genios nos enviaban. Leo nos echó un vistazo, tal vez para comprobar que todo iba bien, sus ojos azules resplandeciendo como gotas en el mar.

-Olvidáis -comentó a los otros-, que soy el genio más poderoso sobre la tierra.

-Oh, lo sabemos -contestó Jessica-. Pero hasta alguien tan poderoso tiene sus limitaciones. Y tres contra uno es limitación suficiente.

Los Dao centraron sus ataques hacia mi mejor amigo, que puso una mueca. Sus pies resbalaban, dejando surcos en el suelo. En un momento dado, la fuerza menguó.

-¿Tres contra uno? Me temo que son tres contra dos -la voz de Ken en las alturas llamó la atención. Un ser dejó caer todo su peso sobre uno de los genios, al que aplastó en una marea de plumas blancas. El Dao afectado se convirtió en polvo al instante-. Perdón. Dos contra dos. Las matemáticas nunca fueron mi fuerte.

Jessica no se inmutó. En cambio, me miró fijamente a los ojos.

-¿Aún creéis que podéis ganar? -sus pupilas parecían tragarse las mías-. Yo no lo creo.

Alice, ¡mantente alerta!

Intenté desviar la vista al suelo, pero me tenía atrapada. El mundo empezó a enloquecer en miles de colores, algunos reconocibles, otros, no los había visto en mi vida. Una sombra grisácea enteló mi mirada, que fue oscureciendo gradualmente.

Alice, por lo que mas quieras, ¡expúlsala!

No puedo...

Alice... ven. Sucumbe a las sombras de tu mente.

Aquella voz no era de Hongbin. Sin embargo, no pude hacer nada. Sentí mi cuerpo chocar contra el suelo y mi consciencia se elevó a los niveles más recónditos de mi mente.

***

Parpadeé varias veces para acostumbrarme a la negrura. Ya había estado aquí antes, cuando Jae Hwan me devolvió los recuerdos. Un lugar cálido aunque vacío.

-Alice.

Me di la vuelta, Hongbin se aproximaba. Una expresión de miedo se dibujó en su cara al mismo tiempo que me abrazaba fuerte contra él.

-No pasa nada. Todo saldrá bien. No dejaré que te haga daño.

No era un abrazo físico. Era como si mi mente fuese embargada por la calidez de la de mi genio en aquellas figuras ficticias. Me di la vuelta. A lo lejos contemplé una especie de reflejo flotando en ese mar de negrura. Sentí la necesidad de separarme de Hongbin y de descubrir por qué había un espejo en mi cabeza. Noté unos dedos entrelazarse con los míos.

-Voy detrás de ti -murmuró. Tardé algunos minutos en descubrir por qué actuaba así. Estábamos dentro de mi mente, y el solo era un huésped. Quizás si se alejaba, Jessica acabaría jugando con él. Fuimos caminando -flotando- hasta el gran cristal que nos devolvió cada parpadeo, cada respiración y cada movimiento de nuestra parte. Tragué saliva e intenté no gritar cuando la genio Dao se materializó al otro lado de la superficie, como una ilusión.

-Bravo -exclamó-. Has conseguido encerrarme en los niveles inferiores de tu cabeza. Brillante, lo reconozco. Creí que el poder se debía a la posesión de la Llave, pero me equivocaba -miró al Djinn-. Tenías un inquilino dentro. Dime, ¿qué se siente al notar cada pensamiento dirigido a ti? ¿Sientes... amor? ¿Puede que vergüenza?

-¿De qué habla, Hongbin? -tartamudeé. Mi genio frunció los labios.

-Hay cosas que no se pueden esconder, Ali. Puede que no perciba o no quiera percibir tus pensamientos, pero los sentimientos llenan todos los niveles. Es imposible evitarlo.

-Notarás cómo se le acelera el pulso cada vez que te ve, ¿verdad? Esos ojos que te miraban sinceros y llenos de cariño cuando se entregaba a ti hace dos noches...

-Cállate -ordené, pero hizo caso omiso.

-Pobre humana. Los genios no sienten de la misma forma que vosotros. Cuando seas una anciana y te observe, ¿qué crees que verá? ¿Seguirá viendo a su pequeña adolescente valiente de la que se enamoró locamente? ¿De veras supones que querrá amarte cuando hayas alcanzado la tercera edad y apenas puedas moverte? No, niña. Se irá.

-No sabes nada -Hongbin parecía cada vez más enfadado.

-Se lo suficiente.

-Entonces la muerte del rey árabe no significó demasiado para ti -contraataqué. Jessica sonrió.

-Continúa intentándolo. Cuanto más tiempo pasa, más rápido llego a las profundidades de tu mente. Pronto te destruiré.

-No, no lo harás -levanté el puño y lo descargué en el espejo. Los cristales saltaron por doquier, quedando suspendidos en la nada-. Se acabó.

-Sí. Se acabó -repitió la genio.

Un gran punto de luz emergió del centro de lo que quedaba de espejo. Era tan brillante que quedé cegada. Solo sé que sentí un empujón a un lado y que alguien soltaba un grito ahogado. Mis ojos pronto volvieron a la normalidad, y lo que vi me obligó a soltar un chillido de dolor. El pecho de Hongbin fue perforado por la luz. Temblando, sus pupilas hicieron contacto con las mías; sus labios formularon unas palabras que eran solo para mí. Y mi genio se desvaneció en una explosión de hojas verde y caobas.

-¡¡¡NO!!! -vociferé. Corrí al lugar donde había desaparecido, pero no había nada. Me llevé las manos a la cabeza. No podía estar pasando. Era una pesadilla, seguro.

-Tan predecible... -se jactó la genio Dao. Ahora se encontraba delante mío en todo su esplendor-. Era taaan predecible...

-¡Malnacida! -espeté-. ¡¿Qué le has hecho?!

-Devolverlo a donde debería estar. En una tumba.

Con un alarido me abalancé sobre ella, ofuscada por la rabia. La agarré del cuelo y la zarandeé. La genio gritó, sorprendida. Trató de apartarme las manos, pero me las ingenié para golpearla una y otra vez.

-¡Es mi mente, zorra! -proferí-. En mi mente se hace lo que YO quiero. ¡Y YO quiero que MUERAS!

Sin pensarlo le tapé los ojos y apreté: Un brillo blanquinoso surgió de mis palmas. La voz de Jessica quedó sofocada y sin más, desapareció, aunque no lo hizo como lo había hecho Hongbin. Se formó un gran tornado de arena que fue calmándose segundo a segundo hasta lograr ser un montón de tierra. Me quedé allí, muy quieta, intentando convencerme de que nadie había resultado herido hasta que un espiral de color me trajo de vuelta a la vida real.

Y la realidad me golpeó como una maza. Leo me sacudía enérgicamente, forzándome a volver en mí. Lo que no sabía era que yo ya había regresado. Pero mis ojos no eran capaces de despegarse de la figura de mi genio, inmóvil sobre el suelo. Hyuk lo sostenía de la cabeza. Al parecer lo había recogido antes de que cayese. Ken le tomó el pulso: casi al momento, negó repetidas veces.

-Lo siento Ali... -agachó la cara, afligido-. Lo siento tanto...

No. No era cierto. Nadie podía sentirlo más que yo. Me acerqué a gatas, aún conmocionada por lo que veía. Acaricié su mejilla, ahora más fría que de costumbre. Su piel había tomado un color blanco ceniza, y su cuerpo estaba totalmente lleno de negras grietas intrínsecas. Tenía los párpados cerrados. Casi... casi parecía estar durmiendo.

No lloré. Era incapaz de hacerlo. Mis lagrimales estaban secos y mi iris había perdido su brillo natural. Parpadeé a la espera de que Hongbin se alzase y sonriese diciendo que había sido una broma.

Cuando dije “el mas leve roce” no me refería a un roce físico. Lo que puede matarme es un roce elemental, el poder mágico de otro genio.”

Sus palabras cobraban sentido. Estaba muerto. Hongbin había muerto por protegerme de Jessica. Él sabía de su debilidad frente a los ataques sobrenaturales, y aún así...

Levanté la cabeza en busca de la Dao. La vi allí tendida como una muñeca de porcelana. Sus cuencas, negruzcas, radiaban un espeso humo oscuro. Había acabado con ella, sin embargo no me importaba. Nada importaba ya. Los otros genios tampoco se encontraban allí.

-El otro ha escapado. Muerto el contratista, roto el contrato -susurró Taekwoon, leyéndome los pensamientos. Mi interés era nulo. El mundo podía irse al infierno en ese momento, y mi indiferencia hubiese sido la misma. Le toqué los labios al Djinn con la yema de mi dedo indice, luego lo desplacé a la frente, donde aparté algunos mechones pegados.

-Ali... -gimió Jae Hwan. Me había visto triste innumerables ocasiones, no obstante, “tristeza” no era el termino adecuado y mi mejor amigo no lograba hallar las palabras adientes-. Alice, escúchame. Hongbin... Hongbin estará bien. No ha ido al infierno, lo que es algo bueno. Hakyeon velará por él, estoy seguro. Únicamente... Alice, por favor -sollozó, oprimiéndome el alma más aún-, no soporto verte así.

-¿Esperas risas y saltos de júbilo? -intervino Hyuk, abatido-. Hongbin no era santo de mi devoción, pero me perdonó pese a haber puesto en peligro a Alice... me dio un techo donde vivir y me alimentó.

Cayendo en lo tópico, una tormenta descargó sobre la ciudad litros y litros de agua por metro cuadrado. Las calles fueron inundadas en cuestión de minutos, los coches circulaban a marchas forzadas. Tal era la magnitud del poder de Leo, quien lloraba sin llorar.

El silencio reinó sobre nosotros, vacío y frío igual que las gotas que nos mojaban. Me quité la chaqueta y la tendí sobre mi genio. Después me levanté.

-Ken. Necesito que abras la puerta del cielo.

Mi amigo me miró fijamente.

-¿Perdón?

-Abre la puerta del cielo.

-Alice, es inútil. No se puede ir reviviendo a la gente por puro egoísmo. Para abrirla debería utilizar mucho poder, sin contar que no podrías pasar viva. Además, ¿qué harías una vez allí? ¿Buscar a N y suplicarle? Te desconectará la mente de tu cuerpo en menos de lo que dura un suspiro y no volverías a... ¡por los ángeles! -clamó horrorizado, examinándome-. ¿Estarías dispuesta a no volver?

-Tengo que hacerlo o morir en el intento -le contesté-. El me salvó de la muerte. Por mínimas que sean las posibilidades...

-No -se opuso Leo-. No lo harás.

Alcé la barbilla.

-Sí. ¿Vas a impedírmelo, Taek woon? ¿Me borrarás la memoria otra vez? Pensé que serías más inteligente que eso.

-Yo también te creía inteligente -sus ojos gélidos no mostraban compasión alguna, pero en algún rincón de ellos divisé una sombra de temor y angustia-. No quiero perderte, Al.

-Lo lamento, Leo -me giré hacia el semi-demonio-. Jae Hwan. Te lo imploro.

-No sé...

-¿Sabes lo que me dijo, antes de morir? Dijo “Te quiero. Estarás bien”. Podría haber dicho muchas cosas pero dijo esas palabras. No puedo dejarle ir, por que no voy a estar bien.

Mi mejor amigo se frotó las manos, nervioso. Lo estaba pensando, calculaba las probabilidades de éxito.

-No hay garantía de que vuelvas, Ali... -repitió. Respiré hondo.

-Aceptaré mi castigo si así fuese.

Ken resopló, consternado.


-De acuerdo. Voy a arrepentirme de ésto.