sábado, 15 de marzo de 2014

Ken - Capitulo 5

-Esto es demasiado aburrido –gimió Hyuk, con la cabeza contra los barrotes. Se había cansado de dar vueltas por su celda y ahora estaba quieto, los brazos colgando por fuera. Una pelota volaba de una punta a otra, de las manos de N a las de Hye Rin. Ambos jugaban para matar el tiempo, que pasaba tan lentamente que exasperaba.

-Hakyeon –lo nombró, después de la revelación de su verdadero nombre unos días antes, la chica aprovechaba cualquier pretexto para hacer uso de él-. ¿Puedo preguntarte algo?

-Hmm… -asintió, con la vista fija en el juguete.

-¿Cómo era tu hermana? –preguntó. Lejos de ofenderse o sentirse herido, N sostuvo la bola entre las palmas y miró a la muchacha.

-Aún la tengo un poco borrosa pero… recuerdo que tenía una larga cabellera negra como el carbón. Sus ojos eran redondos y oscuros cuales pozos, mientras que sus labios, rojos como cerezas. Era preciosa, a mi parecer. No llegaría a los 15 años.

Luego lanzó de vuelta la pelota contra Hye Rin, de una manera tan torpe que ésta salió rodando hasta la celda de Leo. Antes de acercarse, la chica lo miró con recelo, pero desechando cualquier pensamiento negativo caminó hasta allí. Taekwoon recogió la pelota con una mano y se la entregó sin hacer ruido. Pero antes de que se fuera, habló.

-¿Tú no tienes familia?

Se detuvo a medio camino.

-Bueno… sí. Algo así –contestó ella.

-¿Cómo que “algo así”? –Inquirió N-. O la tienes o no la tienes. No hay término intermedio.

-Vale, vale. La tengo. Solo qué… la mitad no lo es –apretó la bola contra el estómago, para intentar deshacer el nudo que tenía-. Mi madre se volvió a casar cuando mi padre murió hace dos años. No quise aceptarlo. No. No quiero aceptarlo. Se casó tan felizmente, mientras yo seguía llorando la perdida de mi figura paterna. Lo peor fueron los niños que él trajo a nuestra casa –puso claro énfasis en las últimas palabras-. Rompían cosas, tiraban de la cola al perro, me insultaban constantemente… es bastante deprimente que chiquillos de 14 años estén tan poco formalizados, ¿verdad? –rio amargamente-. Quería tener cualquier pretexto para salir de aquella jauría de palomas que no hacían más que gritar y gritar y…

-Basta –ordenó Ken, de pronto. Todos se fijaron en él, como si hubiera hecho algo fuera de lo normal-. No quiero escucharte más.

Hye Rin tragó saliva, compungida.

-Siento ser tan desagradable, pero solo…

-¡He dicho que te calles! –exclamó él, y la muchacha dio un salto hacia atrás-. ¿Crees que tienes derecho a quejarte? ¿Crees que eres la que peor ha vivido? ¡Yo era huérfano! Sabes lo que es compartir la comida con otras personas, ¿no? Pues deberías saber cómo me sentía yo cuando solo tenía un mendrugo de pan y tenía que dar la mitad a otras diez personas que pasaban hambre igual que yo. Y cuando crecí, tuve que salir del Orfanato y vivir en las calles. Ahora… ahora creo que prefiero estar aquí.

Hye Rin contuvo las lágrimas que se formaban por inercia. Quería decirle que todo estaba bien, que cuando todo terminara, los dos vivirían juntos en una casa lejos de todo el mundo. No habría frío que calara en sus cuerpos delante de la chimenea envueltos en mantas, muy cerca el uno del otro. Querría añadir que, con el tiempo, ella misma borraría su pasado de la mente y crearían uno nuevo. Pero las palabras no le salían de la boca y alargó el brazo para introducirlo dentro de la jaula y quizás, darle un apretón de apoyo.

Notó que la trampilla que conectaba el exterior con Ken estaba bloqueada, y vio como éste era el causante, porque había colocado la mano de forma que era casi imposible abrirla. La chica lo miró, pero Ken desvió la vista, entristecido. Con la vergüenza sobre sus hombros, enterró la cara entre las manos y salió de la estancia hipando, sabiendo que el abismo que los separaba se iba agrandando por momentos.

***

Cuando se acercó la hora del almuerzo, Hye Rin no tuvo otro remedio que bajar a alimentar a los chicos. No quería mirarlos a la cara después de recapacitar seriamente y darse cuenta de que su estupidez no tenía límites. Ella que conservaba la familia… cuando muchos de ellos ni siquiera tenían todos los miembros de ésta completos. Tan necia…

Entró en la estancia con la bandeja en los brazos, abatida. Después de servir en algunas celdas, se percató de que tanto Ken como Hyuk estaban profundamente dormidos. No se lo reprochó, ya que los pobres chicos no tenían otra cosa que hacer en el reducido espacio. Pasó por la “habitación” de N para darle un plato de tarta, cuando inesperadamente se acercó a la muchacha y señaló su sofá. No sabía qué quería, pero tras evitar el vidrio que se situaba en el suelo, punzante, dando un saltito, llegó hasta el gran sofá y se sentó en un extremo. N llegó a hacer lo mismo, hundiendo el tenedor en el trozo de pastel, llevándoselo a la boca y saboreándolo con parsimonia.

-No te preocupes por mí. No voy a hacerte nada –dijo Hakyeon, en voz baja. Hye Rin se percató de que estaba tensa, y trató de relajarse-. Ya no puedo sentir ese deseo de saltar y matar a nadie.

-¿En serio? –la curiosidad hacía mella en su persona. Antes de contestar, volvió a llevarse un trozo de tarta a la boca.

-No solo yo –explicó-. Hyuk es cada vez menos pesimista, ahora utiliza el término “Y sí…”. Hongbin está menos loco que antes, aunque aún razona sobre cosas extrañas. Leo contesta cuando le hablan. Incluso Ravi ni siquiera se altera cuando le dejas la comida y metes el brazo en su celda. Y bueno, Ken… -miró al adormilado hombre cuya respiración seguía siendo regular-. Ken está de mal humor. Él nunca está de mal humor. Siempre lo he visto con la mirada perdida, y nada más que flores en la cabeza. Vivía, como comúnmente se dice, en el mundo de Yupi.

La mujer resiguió con los ojos la espalda del castaño y reprimió un suspiro. Le dolía el pecho de turbación e inclinó la cabeza.

-No quiero que me odie –confesó con la voz rota-. No soportaría que me mirara con resentimiento.

-¿Tanto lo quieres?

Hye Rin se encogió de hombros.

-Más de lo que crees. Y ni siquiera puedo tocarlo… quiero decir, puedo, pero no tanto como querría –se sonrojó hasta las orejas al decirlo y enterró el rostro en las rodillas. N soltó una carcajada entre dientes.

-Ya he entendido a qué te referías –dijo-. Fue bastante insensato decir aquello cuando Ken había recuperado retazos de su memoria. Aunque no lo sabías, claro.

-Me arrepiento profundamente, Hakyeon. He comprendido lo equivocada que estaba. Hace unas horas, llamé a mi familia para preguntar sobre su salud. Se alegraron de oírme, y tuve la sensación que todo el odio que les tenía se había evaporado. Pero no cambiará nada, no cuando he sido tan idiota de despotricar como una cría delante de él. Bueno, y de vosotros –agregó.

-¿Algo más que añadir en tu disculpa? Si no te disculpas con él, al menos, hazlo delante de mí.

Repentinamente, los ojos de la pelirroja se llenaron de lágrimas que caían por sus mejillas. Le temblaba el labio inferior al pronunciar lo siguiente:

-Nunca había sentido lo que siento por Ken. En lo único que pienso es en sacarlo de ahí y llevármelo lejos, donde no haya Kyung Hees que puedan separarnos. Quiero una casita junto a un arroyo en un pueblo pequeño dejado de la mano de Dios y vivir allí con él. Deseo ser su familia. No podré reemplazar a la que nunca existió, pero sí mitigar el dolor que siente por su ausencia. Quiero borrarle la soledad con una simple caricia o con un abrazo por las mañanas y ahuyentar sus pesadillas en un beso de buenas noches antes de dormir. Pero todo lo veo tan improbable con Kyung Hee… y duele… duele tanto ver que es posible que no se cumpla…

 N, en silencio, contemplaba su plato vacío con expresión inescrutable, dejando que Hye Rin desahogara su tristeza contra su hombro derecho. Cuando terminó, se enderezó en el sofá y los largos dedos desterraron los últimos rastros de lágrimas que le quedaban.

-Vale –murmuró al fin el bipolar chico-. Por mí, todo olvidado. ¡Eh, Ken! Lo has oído, ¿no? ¿La perdonas ya?

Hye Rin se puso rígida como un palo y casi que no quiso ver cómo lentamente, el nombrado se iba levantando del suelo hasta clavar los iris castaños en ella. Ruborizada violentamente, pensó en saltar detrás del sofá y esconderse. Lo oyó soltar el aire y alzó la cabeza.

La miraba, pero era un mirar dulce, lleno de amor, diferente a como normalmente lo hacía. Aun así, no dijo nada, y eso hacía dudar a la muchacha hasta que hizo una señal para que se acercara. Caminando como una autómata, llegó hasta él. Volvió a indicarle que metiera la mano por la trampilla de la celda. Hye Rin meditó unos segundos e hizo lo que le pedía. Las manos de Ken apresaron la de ella y se cerraron entorno. Sintió en el dorso de ésta unas gotas líquidas que iban escurriéndose a los lados, y supo que Ken estaba llorando. Le dio un beso húmedo por las lágrimas en la piel, tan delicado como una pluma.

-A mí también me hubiese gustado compartir mi vida contigo, Hye Rin. Cada día que pasa me doy más cuenta de lo enamorado que estoy de ti. Y comparto ese dolor… Diablos… haría cualquier cosa por un roce de tus labios… o por estrecharte entre mis brazos y no dejarte ir…

La chica no pudo retener su llanto por más tiempo. Desató toda su impotencia, todo su dolor y angustia de golpe. Se retiró, agarró la silla y la elevó por encima de su cabeza. Antes de que ninguno pudiera decir nada por la sorpresa, aporreó repetidamente la prisión de cristal de Ken, sin éxito en romperlo. En cierto momento, la silla rebotó y golpeó la frente de Hye Rin, que, por el aturdimiento, cayó al suelo. Hizo caso omiso a la llamada de los chicos para que no hiciera cosas estúpidas, y acertó tener unas tijeras en el vestido. Redujo la distancia con Leo y se dispuso a partir los cables que mordían su piel. Más de nuevo, las manos le fallaron y se cortó el dedo índice. Ignorando el dolor, siguió intentándolo hasta que la mano que tenía posada en los barrotes fue cubierta por la de Taekwoon.

-Hye Rin –pronunció él-. No. No hay nada que puedas hacer.


Entonces la pelirroja soltó las tijeras, que hicieron un ruido sordo al tocar el suelo y se derrumbó entre amargos sollozos desesperados. Nadie fue capaz de consolarla de su tristeza en todo lo que restaba de día, porque era la misma desolación que albergaban los demás y que exteriorizaban a través de la delicada muchacha.

******

Siento haber hecho éste capitulo tan triste y a la vez tan corto. Deseo que esperéis el próximo capitulo con ilusión, por que ya queda poco para terminar (uno o dos capítulos a los sumo más el epílogo). ¡Gracias por leer, hasta el próximo capítulo!

sábado, 1 de marzo de 2014

Han Sang Hyuk: El Nefilim


"Han Sang Hyuk es un chico nacido Nefilim. Su padre, un hombre coreano corriente que trabajaba en las industrias de carbón de la época de los setenta se enamoró de una joven de cabellos plata, que en ese momento residía como la "sobrina" del duque del país. Cual fue su sorpresa al descubrir, que la bella doncella de la que se había enamorado era nada mas y nada menos que uno de los tres arcángeles que se nombran en los textos bíblicos: Gabriel.

Gabriel tambien quedó hipnotizada por la naturaleza del humano. Había visto muchos a lo largo de los siglos, desde los primeros primates y sus vociferaciones como neandertales hasta ese momento. Descubrió una inteligencia casi semejante en él. Se prometieron, se casaron y tuvieron dos hijos. Cuando Gabriel los vio, recordó que su vida era finita, y la de ella, infinita. Con todo el dolor del mundo, un dia desapareció. Fueron vanas las busquedas de su marido que, compungido, crió a los niños como pudo.


Hyuk y su hermano crecieron, y el primero empezó a manifestar signos de Nefilim a la edad de 16, mientras que su hermano seguía siendo una persona normal. Asustado, también los abandonó. Después de 20 años por las calles, Jae Hwan, en medio-ángel lo encontró. Le explicó qué era, ayudándolo en papeleos, le encontró casa propia y un trabajo de medio tiempo. A cambio, Hyuk  y Ken mostraban una complicidad y compartian unos secretos que ni Leo, ni Hongbin, ni Alice podrían comprender jamás..."