martes, 31 de diciembre de 2013

Ken - Capitulo 1


Desde que tengo conocimiento, siempre he sido un monstruo en una jaula de cristal. Quizás alguna vez fui humano. Quizás sentí algo más que dolor en el pecho, nada en comparación a lo que aquel muñeco podía provocarme. Era un dolor distinto, como si me faltara algo. Estaba incompleto. Tiempo hacía desde que mis ojos se habían secado de lágrimas, y me sorprendí al comprobar que no me volvía loco. Al menos, no tan loco como los demás seres con los que compartía estancia, pero no prisión. Aún… aún recordaba mi nombre. Ken. Un nombre simple, aunque con el paso del tiempo no estaba seguro si ese apodo era mi nombre real o una etiqueta dada por la mujer rubia.

Una cosa sí tenía clara. En mi interior había un amor tan grande que me sentía irremediablemente atraído hacia ella. Pero sabía que estaba mal, y me odiaba por ello. ¿La vida realmente tenía sentido?

***

El timbre sonó débilmente. Al cabo de un rato y viendo que nadie contestaba, Hye Rin se vio tentada de volver a llamar. Cuando alzó la mano, la puerta se abrió con un quejido y pasó al interior. Unos brazos la envolvieron, viendo únicamente el pelo rubio de una mujer menuda.

-Hye Rin, pensé que nunca vendrías –dijo, mirándola. Algo en sus ojos era peligroso, y no le gustaba-. Estaba a punto de irme ya. Alguien tiene que ocuparse de mis mascotas…

Mascotas. Más bien seres extraños que no podían ser liberados. La rubia, Kyung Hee, los tenía en el sótano como viles animales de laboratorio. Las dos muchachas eran familia muy lejana, y pocas veces se habían tratado ya que ni siquiera la familia de la más bajita la tenían en consideración.

-Recuerda que no es una visita familiar –dijo la pelirroja Hye Rin, apartándose un poco-. Querías contratar a alguien y por eso he venido.

-Lo sé, querida –sonrió. No fue agradable-. Como te dije, te pagaré. Y muy bien –se giró dándole la espalda. Fue pegando saltitos hasta la cocina, y de un tarro sacó una llave-. Ésta abre la puertecita del sótano. Sígueme para que te enseñe mis animalillos.

Hye Rin estaba empezando a odiar los diminutivos que su familiar expresaba cada dos por tres. Bajaron las escaleras hasta una puerta de hierro puro. Kyung Hee colocó la llave en la cerradura y empujó con fuerza. El interior, hexagonal, era sombrío y olía a incienso. Seis celdas llenaban la estancia, junto a seis cuerpos dentro de éstas. Llegamos a la mesita situada en el centro, donde un muñeco permanecía inerte. Kyung Hee se sentó en la silla y agarró el juguete con ambas manos.

-Dales de comer tres veces al día. Si se portan mal, simplemente no lo hagas. O puedes… torturarlos –alzó un brazo del monigote y casi a la vez, los seis seres lo imitaron. Hye Rin no se lo podía creer. Sabía que el voodoo existía, sabía que aquellos individuos eran reales, y aun así, era todo tan… irreal…

-¿Torturarlos? –musitó la pelirroja con un hilo de voz. Tenía la garganta seca. La rubia recogió un clavo largo del suelo y golpeó con él el hombro y el estómago del muñeco. Casi al instante, la habitación se llenó de gritos y aullidos de dolor.

Horrorizada, Hye Rin interpuso la mano cuando Kyung Hee volvía a la carga.

-Es suficiente. Lo he entendido perfectamente –comentó. La rubia bajó la mano con una risa maliciosa.

-A veces, cuando son malos hago las dos cosas –reveló-. Los dejo sin comer y los torturo. ¡Es divertido!

La otra chica se la quedó mirando, espeluznada. ¿Cómo podía eso ser divertido? Kyung Hee fue hasta la puerta.

-Me voy ya. Mi tía-abuela me estará esperando ansiosa –por como lo dijo, se intuía que debía ser todo lo contrario-. Te doy un voto de confianza. Puedes tratar de hablarles, pero la mayoría no contestarán. Los más peligrosos tienen en los ojos unas marcas blancas y negras. Y, Hye Rin –se volvió-. Haz el favor de no encariñarte con ellos. Me… decepcionarías mucho y tendría que tomar medidas.

Se fue en silencio, dejándola allí plantada, de pie. Al principio no se movió, paralizada por la tensión respirable en el lugar. Dada su curiosidad extrema, decidió observar el interior de las celdas. Empezó por la primera a la derecha, donde la figura casi humana de un chico yacía, semi-estirada. Estaba rodeado por una caja de cristal sobre un podio alto. Le observó las uñas, largas y níveas como su propia piel, perlada de cristales de cuarzo. Llevaba el pelo negro, liso y le cubría un ojo. Cuando Hye Rin se apoyó en el cristal, la criatura abrió los párpados y la miró. Reprimió una exclamación de sorpresa al distinguir un iris en cruz negra sobre fondo blanco y se retiró un tanto.

-¿Quién eres? –habló con voz ronca-. ¿Nueva ama?

Tragó saliva antes de responder.

-Solo soy una substituta temporal. Me llamo Hye Rin. ¿Y tú?

El chico siguió escudriñándola como si no le importase lo que decía. Soltó una risita macabra y se inclinó de rodillas.

-¿Sabes leer? Mira la chapa.

Desconcertada, bajó la vista siguiendo las indicaciones hasta descubrir un letrero con el nombre de “Lee Hongbin” en él.

-¿Te llamas Hongbin?

-Ssssssí –siseó-. Casi lo tenía olvidado… Ella suele llamarme mascotita… ¿lo soy? ¿No lo soy? ¿A quién le importa? ¡HAHAHAHA! -La criatura se rio histéricamente durante un rato, y Hye Rin comprendió que estaba medio ido-. ¿Te gusta torturar? A mí me gusta que lo hagan… ¿O no? ¡HAHAHAHAHA!

-No te molestes en intentar sacarle algo –dijo alguien de la celda contigua-. Hace tiempo que perdió el juicio. Sus sentimientos fueron reprimidos.

<<Supresión, la locura>>

-Te llamas… ¿Hyuk? –leyó, incrustado en uno de los barrotes. No había cristales. El chico asintió; su cuerpo estaba cubierto por algo parecido a la corteza de un árbol, justo como el que se encontraba tras él. Unas cuerdas le pellizcaban la piel de los hombros, levantándosela. La chica procuró no mirar-. ¿Cómo habéis acabado aquí?

-No lo sé. Nadie lo sabe. Ninguno de nosotros lo sabe –fue subiendo la voz conforme lo decía. Estaba atemorizado-. Pero seguro que un día, la mujer de negro se cansará de nosotros. Nos matará. O nos hará sufrir hasta que muramos por dentro. Sea como sea, esto no tendrá un buen final para nosotros. Puedo sentirlo.

<<Hombre Árbol, la desesperanza>>

-Cállate –murmuró otro, de forma neutra-. No puedes saberlo.

Hye Rin se acercó al habitáculo. Arriba y abajo podían verse rastros de cristales en punta, que quizás en un pasado había estado completo. Sentado en un sofá, N permanecía con la mirada perdida, que poco a poco centró en la muchacha.

-Puede que acabemos saliendo de aquí. Solo lo conseguiremos en un despiste por parte de Kyung Hee. ¡O ahora, en tu caso! –Se puso en pie, corriendo con las manos por delante hacia la pelirroja, que soltó un chillido y se desplazó fuera de su alcance cuando se disponía a cogerla. Sin embargo, las cuerdas lo frenaron y lanzó una maldición-. Nunca te despistes, o podría partirte ese bonito cuello que tienes.

<<Sutura, la inestabilidad>>

Con el corazón latiéndole con fuerza se alejó de allí. La siguiente celda era contenía una verja metálica, y Leo, de espaldas, no hizo ningún movimiento. Al igual que Hyuk, las cuerdas mordían su piel, aprisionándolo. Casi por obligación, giró la cabeza. A Hye Rin le pareció tanto hermoso como peligroso, y se le hizo un nudo en la garganta al ver cómo sus ojos destilaban un rencor y un tormento inigualables.

-No suele hablar –dijo el de al lado-. Está sumido en el sufrimiento.

<<Piercing, odio y dolor>>

-¿Tú eres…?

-Ken. Creo que mi nombre es Ken.

-¿Tú también estás igual que los demás? –preguntó la pelirroja, desconfiada a través del cristal. El castaño se encogió de hombros.

-No tengo ni idea. Puede aunque… no me siento así. No sé muy bien qué siento realmente, pero no equivale al odio.

-No lo entiendo –confesó ella. Ken esbozó una sonrisa apenada.

-Si te sirve de algo, yo tampoco. Solo quiero salir de aquí y vivir mi vida… si es que alguna vez he tenido alguna.

-Lo siento pero no… no puedo hacerlo. No sé si… qué pasaría si…

-No te preocupes. Sé que no puedes fiarte. Además –puso la mano en el cristal, dejando ver los hilos alrededor de sus muñecas-. Un monstruo no sería bien recibido por nadie.

<<Vago, el corazón no serenado>>

-¡No vayas! –Prorrumpió Ken cuando Hye Rin se alejó hasta la última celda-. ¡No!

El cristal estaba lleno de marcas matemáticas, ecuaciones, raíces cuadradas… Una locura de símbolos. La criatura de dentro no se preocupaba por ocultar su enojo y mostraba los dientes cual animal recluido que aparentaba. Tenía el cuerpo lleno de tatuajes extraños y ambos ojos en cruz. El segundo más peligroso, y pronto descubrió por qué.

Apenas leyó “Ravi”, éste se lanzó contra el vidrio que rechinó por los continuos golpes. Hye Rin cayó al suelo de la sorpresa, y retrocedió hasta la silla, acobardada.

-¡Deja que se calme! ¡No lo mires y aléjate! –decía Ken. ¿Por qué la ayudaba? ¿No era de suponer que todos allí querían lo mismo? ¿Salir y acabar con su carcelera?

<<Lo material, la rabia>>

-¡La matará! ¡La matará si logra salir!~~~ –canturreaba Hongbin zarandeando la cabeza, divertido-. ¡Esparcirá sus tripas por doquier! ¡Pintarán la habitación de roooooosaaaaa!

-En todo caso, de carmesí. La sangre es roja, no rosa –apuntó Hyuk. N asintió, ensimismado.

-¡Cerrad la boca todos! –exigió Ken. Hye Rin no pudo aguantarlo más. Se hizo con la llave y corrió escaleras arriba, dejando atrás el portón abierto y una jauría de seres gritando al mismo tiempo.

domingo, 29 de diciembre de 2013

HongBin - Capitulo 11


Cuando Hongbin regresó, no tenía buen aspecto. Profundas ojeras marcaban sus ojos, el pelo mustio y desordenado se le pegaba a la cara y tenía los hombros hundidos. Aunque al aparecer seguía siendo tan silencioso como siempre, por lo que casi dejé caer el vaso de zumo de naranja que asía de la sorpresa.

-Se te ve cansado –comenté-. Deberías dormir.

-¿Con ese idiota en mi cama? Como que no –espetó, de mala leche.

-El idiota está despierto –dijo Leo, apoyándose en el marco de la puerta de la habitación. Hongbin se tensó, estupefacto.

-Tú… pensaba que no despertarías hasta por lo menos una semana –balbuceó. El marid arqueó las cejas con los brazos cruzados.

-Siento decepcionarte, entonces.

-Bueno, si dejarais de comportaros como críos de cinco años, podríamos tener una conversación adulta –resoplé, con impaciencia. El Djinn clavó los ojos en los míos.

-¿Ya le has contado el plan? –Negué con la cabeza.

-¿Qué plan? –inquirió y al explicárselo, gradualmente la cara de mi mejor amigo se tornó sombría. Los labios formaban una fina línea, que anunciaba una desaprobación por su parte-. ¿No pensarás de verdad en ponerla en un peligro semejante, verdad? Porque no lo permitiré.

-Oh por favor. Si te gusta actuar de caballero andante, por mí bien, pero ella ya ha aceptado y no hay más que hablar –retó el genio del aire. Lentamente, Leo giró su cabeza hacia mí.

-¿Es eso cierto?

-Sí. Quiero encontrar a Jae Hwan cueste lo que cueste.

-Alice… ¿Te das cuenta de que si te llegara a pasar algo, Ken se sentiría culpable para toda la eternidad? Cada vez que te mire, recordará cualquier daño que te haya causado por supuestas terceras personas. El desearía morir antes de que te ocurriera algo.

Cerré los ojos, triste. No sabía qué sucedería en el futuro, pero ante todo, quería que mi amigo viviese. Era un pensamiento egoísta, pues si yo fuera Jae probablemente me pasaría la vida lamentándome por la pérdida.

-Lo sé. Pero si queremos recuperarlo, debo asumir las consecuencias. Taek Woon, no cambiaré de opinión.

Él me miró largamente y cortó el contacto visual.

-Luego no digas que no te lo advertí –murmuró por lo bajo. Volví a centrarme en Hongbin.

-Vete a dormir. Si sigues así, colapsarás por muy genio que seas.

-Estoy bien –gruñó-. Déjame en paz.

La frialdad con que lo dijo caló en mi interior dolorosamente. No había en él rastro de la amabilidad o el cariño que últimamente mostraba. Me tragué la añoranza que sentía y recogí las cosas.

-Me voy a casa a buscar cosas. Ni se os ocurra prohibírmelo –alcé un dedo amenazante cuando los dos chicos empezaron a farfullar cosas a la vez-. Tomaré una ducha, recogeré ropa y volveré aquí en cuanto acabe. Entre tanto, intentad no mataros ¿vale?

***

Cuando volví a entrar por la puerta, todo estaba en silencio. Las luces apagadas daban un toque lúgubre a la acogedora casa, y veía los destellos de los faros de los coches en la pared. Solo me hizo falta una breve ojeada al sofá para saber que Hongbin se había quedado dormido en él. Al contrario que la otra vez, no estaba relajado. Rebusqué en los cajones alguna manta y se la estiré por encima. Ese acto me hizo recordar una escena similar del segundo día en que se presentó. En menos de un mes había cambiado tanto… y sin embargo, los desaires que a veces asestaba me provocaban unas ganas irremediables de estamparle la cabeza contra la pared.

-¿Por qué eres así? ¿Por qué no puedes tener un humor soportable? –alargué la mano para quitarle un cabello de la mejilla e imperceptiblemente se removió.

-Porque le duele hacerlo –dijo una voz en las sombras. Solo entonces distinguí la figura de Leo entre las cortinas, en la oscuridad.

-¿Qué?  –esa palabra me parecía demasiado familiar. Recientemente parecía lo único que salía de mi boca. Me indicó que lo acompañara a la cocina.

-Tu genio nunca ha sido como lo has conocido –continuó-, solía ser fuerte pero justo. Se negó a servir a las personas, sin embargo el enfado por el destierro solo le duró un par de siglos –pensé en ello como si fueran dos meses, para comprenderlo mejor- y despertó en él una gran curiosidad por la especie humana. Se aferró a diferentes criaturas a lo largo de su vida, pasando desde reyes nórdicos hasta artesanos árabes. La penúltima vez que se manifestó, fue ante dos hermanas gemelas de diez años. Vivían en condiciones muy precarias y solían dormir en una barraca abandonada a las afueras de la ciudad de Persia. Se llamaban Aisha y Âmar. Cuando Hongbin apareció, pensaron que se trataba de un ángel salido del llamador. Éste lo habían robado para poder cambiarlo por un pedazo de pan. Les explicó quién era y tras mirarse pidieron su primer deseo: Comida. Fue la primera noche que no pasaron hambre.

“-¿Qué más deseáis? –preguntó el genio, neutral. Las gemelas se miraron.

-No deseamos –dijo Aisha-. Te suplicamos que te quedes, por favor. Juega con nosotras como no lo hacen los demás niños por ser pobres.

-Eres la primera persona que nos pregunta qué queremos. Solo pedimos tu compañía –añadió la pequeña Âmar, con lágrimas en los ojos.

El Djinn se conmovió por sus nobles palabras y se quedó junto a ellas veinticuatro meses más. Les habilitó una casa en el centro de la ciudad, proporcionándoles comida y agua. Posiblemente fueron los mejores años para los tres. Hongbin aprendió de la sociedad con rapidez al igual que de las dos chiquillas, a las que quería como si fueran sus hermanas menores. Observó el lado noble y bondadoso de las personas… pero también el lado malo de ellas, y de su propia raza. Una guerra oprimió la ciudad, y el fuego cubrió los edificios con una velocidad inhumana. El ejército contrario era encabezado por un sádico general y su esposa, una genio Efreet del fuego.

Sabiendo lo que estaba por venir, una de las gemelas fue a buscar el Llamador dentro de una cajita alargada. La Efreet penetró en la casa, al tanto de la presencia del Djinn. Aisha se encontró en manos de la mujer, que le partió el cuello delante de Hongbin. Quiso proteger a la otra, pero pronto Âmar reemplazaba el lugar de su hermana. Antes de morir, la pequeña miró a su amigo y le dijo:

-Gracias. Gracias por hacernos felices estos años. Deseo que vuelvas al llamador y vivas. Vive por nosotras.”

Mientras Âmar era consumida por las llamas, los gritos angustiantes del genio del aire se convirtieron en gemidos de dolor por la pérdida de lo que había sido lo más parecido a una familia para él. Pero no hubo tiempo para lamentarse más, en ese plano. Su cuerpo fue desplazado al interior del objeto, no sin antes divisar los violáceos ojos y la sonrisa maliciosa de la genio.

-Varios siglos después, un viejo lo invocó para los típicos tres deseos, que concedió sin emoción alguna. Tú lo has visto. El dueño de la tienda de antigüedades.

Me giré para que no me viera llorar. Lo había malinterpretado todo respecto a Hongbin. Todo. El momento en que decidió dormir en mi cama y no dormir fuera, los insultos hacia mi raza o la vez que sus ojos transmitieron sufrimiento por las palabras de Leo.

Siempre has estado solo.

Aun así, ¿Por qué mentía al decir que no sabía qué era la amistad o el querer a alguien? ¿Me había mentido al decirme que yo era importante para él? Si así era, ¿qué motivo tenía para hacerlo?

-¿Entonces sabías perfectamente quien era el viejo? –musité, rogando por que la voz no se me rompiera.

-No. Ni cuando me dijiste que te había regalado un llamador. Empecé a sospechar al percibirlo en el camino a tu casa –y agregó-. No deberías llorar. Los ángeles no lloran por los estúpidos.

-No soy un ángel –hipé-. Y no es un estúpido. Es Hongbin.

-¿Qué pasa conmigo? –dijo el nombrado, abriendo la puerta de la cocina y bostezando. Brinqué de sorpresa.

-N-nada.

Leo se apoyó en la repisa de mármol, fatigado. Hongbin lo notó.

-Mala hierba nunca muere, ¿eh? –apuntó. Las comisuras de Leo se curvaron en una sonrisa ladina.

-Siento decepcionarte.

Se miraron. El aire podía cortarse con un cuchillo. Decidí intervenir.

-Es tarde. Son más de las doce. Deberíamos descansar.

***

Aquella noche soñé algo que me perseguiría por el resto de mi vida. Mi consciencia se trasladó hasta un lugar tenebroso. Al principio no vi nada, pero pronto el paisaje delante de mí se aclaró y advertí que se trataba de un pasillo con varias celdas de negros barrotes sólidos como rocas. Me desplazaba con un fantasma mirando a ambos lados el interior. Olía a quemado y a metal, y pronto descubrí de donde venía. El corazón me dio un vuelco cuando un grito atravesó el lugar… y mis oídos. Imploraba por que no fuera la voz de quien yo creía. Me acerqué sigilosamente como temiendo que pudieran descubrirme a una de las celdas.

-¡KEN! –chillé, al distinguirle la cabeza. No me oía.

-Volveré mañana, y si no me contestas dónde está la llave marcaré de nuevo tu hermosa y pálida piel –la voz de una mujer prorrumpió haciendo eco. Salió de la celda, cerrándola con un golpe seco. No me hizo falta volver a abrir la puerta para meterme dentro, mi consciencia podía hacerlo todo en ese momento. Todo menos quitarle las manos de las cadenas que lo sujetaban a la pared.

-Jae Hwan… -sollocé, desolada-. Jae Hwan, dime que no estás así realmente…  ¡Jae Hwan!

Mi amigo levantó la cabeza y miró hacia todos los lados, asustado. Tenía la piel sucia por el paso de los días, y varias heridas en la cara, junto a un labio partido. El cuerpo, era otra historia, peor de lo que me imaginaba. La ropa estaba rasgada, hecha girones y pegada al cuerpo ensangrentado por culpa de unas profundas marcas negruzcas no cicatrizadas y húmedas que le atravesaban el pecho en diferentes direcciones.

-¿A… Alice? –masculló-. ¿Alice, estás ahí?

-¡Jae Hwan! ¡Aquí! –Lo llamé y solo clavó los ojos en algún punto detrás de donde me encontraba, siguiendo el sonido de la voz-. Por Dios, cariño, ¿qué te han hecho?

-¿Eres un fantasma? Alice, ¿estás… muerta?

-¿Qué…? ¡No!  ¡Me he dormido en casa de Hongbin! No sé cómo he…

-No deberías estar aquí –cortó-. Vete. Ni siquiera deberías verme ahora.

Se dobló preso de un ataque de tos que acabó en sangre. Solté un grito ahogado.

-¿Por qué dices eso? ¿Dónde estás? ¡Dímelo para que podamos rescatarte!

-Es mejor así, Alice. Mientras me tengan, hay una posibilidad de que no te cojan. Les doy pistas falsas para que se cansen. Y en cuanto lo hagan, me matarán. Tu situación y el secreto de la llave se irán a la tumba conmigo.

-¡Cállate! ¿Qué voy a hacer si no estás conmigo? Eres como mi hermano, ¡no puedes acabar así! Te necesito en mi vida igual que a Leo.

Ken bajó la cabeza frunciendo los labios, al borde de las lágrimas.

-No se puede hacer nada. Recuérdame y será suficiente. Te quiero mucho Alice, has sido una maravillosa amiga para mí. Ahora vete antes de que Hyuna vuelva, o sabrá donde te escondes a través de tu consciencia.

-¡No pienso irme! –el mestizo me dedicó una sonrisa extenuada. Algo tiró de mí hacia atrás mientras vociferaba el nombre de Jae con todas mis fuerzas. Los ojos de Hongbin reemplazaron los de mi mejor amigo, agitados.

-Alice, has empezado a gritar en sueños. Pensábamos que…

-¡Ken! ¡Está muy mal! ¡Una tal… Hyuna lo tiene en una prisión abandonada! ¡Tenemos que ir a por él antes de que lo maten! –gimoteé, aferrada a loa hombros del genio.

-¿Hyuna? –inquirió el castaño.


-Sí, Hyuna. La Efreet del fuego –explicó Taek Woon-. La causante de la muerte de las gemelas.

lunes, 23 de diciembre de 2013

Hongbin Capitulo 10

Recogí el cubo lleno de agua tibia y la vertí en el baño por cuarta vez. Miré el reloj del salón, que mecía la aguja segundera con suavidad. Eran las cuatro de la mañana. Me quité un mechón de la frente y rellené por quinta vez de agua el recipiente de plástico. Al volver a la habitación, Hongbin seguía apoyado en el marco de la puerta, con la mirada perdida. Se apartó ligeramente para dejarme pasar y me arrodillé frente a la cama, que era ocupada por el cuerpo inerte y ardiente de mi mejor amigo.

Con paciencia y algo de cansancio, evité que las heridas sangraran más, pero no conseguí bajar la alta temperatura en la que mi mejor amigo se encontraba. Ni tampoco que, por consiguiente, despertara. Leo parecía sumido en un sueño doloroso. Su pálido rostro bañado por el sudor a veces se contraía, y todos los músculos se le tensaban como si los hubieran acercado a la corriente. Me partía el alma verlo así. Quería que volviera a estar sano, fuerte como una roca, con la mirada seria y calculadora que tanto carisma le daba.

-Hongbin –lo nombré, con voz fatigada. Escurrí un trapo en el agua y de forma cuidadosa la extendí sobre la frente de Leo-. ¿No puedes hacer nada?

No me hizo falta girarme para saber que negaba con la cabeza.

-Ha sido herido con armas especiales, capaces de matarnos. También son armas cuyas acciones son imposibles de corregir por otros seres sobrenaturales. Tienen que sanar solas, como si fuera humano. Puede que un poco más rápido pero…

-¿Cuánto tiempo? –apremié. Giré el trapo, que empezaba a calentarse, por el otro lado. No me contestó en seguida.

-Bien del todo, pueden pasar semanas. Quizá en unos cuantos días, despierte. Tú, mientras tanto, deberías descansar.

Sacudí la cabeza.

-No. No me moveré de aquí.

El Djinn se pasó una mano por el cabello, revolviendo los castaños rizos y confiriéndole un aspecto aún más rebelde. Señaló el lado de la cama que estaba vacío.

-Al menos, estírate ahí. Podrás seguir vigilándolo y no tendrás que irte –sugirió.

Vacilé. ¿Por qué dudaba? ¿No era normal cuidar a un enfermo? ¿Por qué ahora, observando a Hongbin, me sentía tan culpable? Alejé los pensamientos negativos y me subí al colchón. Chirrió bajo mi peso hasta que permanecí quieta. Leo emitió un breve gemido, apretando las manos. Entrelacé los dedos con él, susurrándole que estaba ahí y que no me iría.

Hongbin, incómodo y alterado se enderezó.

-Si necesitas algo… Tienes mi móvil. Voy a ver a algunos contactos que me proporcionarán información sobre la Dao. Voy a acabar con esto.

-Hongbin. ¿Por qué? –pregunté. Me observó con un destello verde.

<<Por ti>>, murmuró en mi mente, antes de esfumarse como humo.

***

Al despertar, me acució un hambre atroz. Me incorporé, pero vi las estrellas. Notaba como miles de agujas por todo el cuerpo, haciendo mis extremidades pesadas y doloridas. Como siempre, miré la hora que marcaba el reloj y casi me da un infarto. Eran más de las seis y media… ¡de la tarde! Observé a través de la ventana el sol del crepúsculo, lleno de destellos anaranjados y violáceos y me pregunté como podía haber dormido tanto.

Me percaté de que no estaba sola y con inquietud me acerqué a Leo, que dormía plácidamente… más o menos. Le tomé la temperatura con la palma, descubriendo aliviada, que la fiebre casi era un recuerdo.

-Menos mal… -dije para mí misma. Una compresa fue situada en la frente de mi mejor amigo. Advertí entonces cómo unos ojos me seguían pegados a la nuca.

-No creí que despertaras hasta mañana por la mañana –indicó Hongbin, sorprendido.

-¿Me has hecho dormir dieciséis horas seguidas con tus trucos mentales? Hongbin, ¿en qué pensabas? Taek Woon está mal. ¡¿Y si le hubiese pasado algo?!

-En realidad, deberías haber dormido un día antero. Creo que estoy perdiendo facultades psíquicas… -se llevó una mano al mentón, serio-. A tu amigo no le hubiera pasado, ni le pasará nada. Es un genio, no morirá por eso.

-Los humanos solo necesitamos dormir unas cuantas horas. ¡Estoy hecha una mierda! –fui a avanzar, pero tenía las piernas dormidas. Me sujeté al Djinn, que me sostuvo por la cintura firmemente. Su contacto me provocaba emociones que jamás había sentido, y recé por que no se notara mi nerviosismo. Acercándonos al sofá, me depositó en él mientras el genio hacia lo mismo al lado.

-Escucha –empezó-, he obtenido cierta información valiosa. Ayer de madrugada fui a ver a un nefilim. La cosa llegó a mayores, por lo que tuve que ajustarle las cuentas un poco.

-¿Le pegaste? –exclamé, horrorizada. Hongbin se encogió de hombros y asintió.

-Lo obligué a concertar una cita con otra persona. Le dije que estábamos interesados en ciertos objetos nefilim que nos servirían contra otros seres como nosotros. Dijo que quien encantaba esos objetos, no me los vendería baratos. Comenté que no me importaba el precio, pero siguió poniendo excusas y le dejé ver qué pasa cuando haces perder la paciencia a un genio del Aire.

No quería ni imaginarme la escena.

-De acuerdo –dije-. ¿Y qué lograste haciendo eso?

-La tan esperada cita. Para el miércoles que viene. Ahí es cuando tú entras en acción –lo miré, incrédula-. No puedo ser yo el que se acerque, y más si quien está esperando es otro ser sobrenatural. Sabría en seguida quien soy. Necesito que tú vayas, obtengas la información que necesitamos y vuelvas. No estarás sola, te vigilaré desde un extremo del bar.

Asentí, pero estaba asustada.

-Si así podemos saber donde está Jae Hwan, lo haré –notifiqué, con la garganta seca. El genio me miró fijamente.

-Pensé que te resistirías a ir. Eres… increíble. Más de lo que yo pensaba.

Me ruboricé. No estaba acostumbrada a sus halagos. Antes de que pudiera decir algo, se levantó.

-Volveré mañana de madrugada. Me quedan cosas por hacer, personas a las que interrogar. Alice… -se acercó de nuevo, me cogió la mano y depositó un suave beso en el dorso-. Quiero que sepas que no me arrepiento de nada de lo que te dije. Sigues siendo importante para mí.

Una sonrisa asomó en sus comisuras y por un momento, dejé de respirar. Era la primera sonrisa real y sincera que veía en él, sin carcajadas arrogantes ni segundas. Mi pecho se infló de emoción, pero mi conmoción se evaporó cuando el viento lo hizo desvanecerse. Volví a quedar sola en una casa desconocida, cuidando de un enfermo.

***

Esa noche dormí poco. Extremadamente poco. Un par de horas, a lo sumo. El reloj de pie de los vecinos de arriba dio las doce y frustrada volví a cerrar los párpados, ansiando conciliar el sueño. Sin embargo, unos dedos me acariciaron la mejilla y abrí los ojos de golpe.

-¡Taek Woon…! ¡Estas despierto! –solté, exaltada. Coloqué una de mis manos en su frente. Había recuperado su usual frialdad física, pero aún se le veía algo débil.

-¿Dónde estoy? –refunfuñó, roncamente-. Me siento fatal.

Solté una risilla nerviosa.

-No me extraña. Ha costado curarte, pero lo he conseguido. Estás en la cama de Hongbin y… no, espera, ¡aún no estás bien! –le grité cuando empezó a alzarse. Agarrándolo por los hombros, lo tumbé de nuevo y lo obligué a quedarse quieto. Procuré no ejercer demasiada presión porque no quería herirlo.

-Suéltame. No quiero estar en la cama del idiota de tu genio –profirió, con desdén.

-Es una cama, sea de quien sea. Te quedarás aquí hasta que te recuperes del todo. No irás a ninguna parte.

Se quedó en silencio. Los orbes castaños le relucían en la oscuridad.

-¿Te has hecho cargo de mí? –afirmé en respuesta.

-Hongbin me dio la opción de dormir a tu lado por si tenías algún problema. Pero tu fiebre ha descendido drásticamente, los cortes dejaron de sangrar hace unos días y… -no pude seguir hablando. Con un movimiento me encontré tumbada, un brazo rodeándome la cintura y la cabeza de Leo en el hueco de la clavícula. Su nariz me rozaba y me provocaba cosquillas-. Taek Woon, ¿qué haces?

Él murmuró algo por lo bajo que no logré entender.

-¿Qué…?

-Shh… -protestó-. Haces demasiado ruido –me apretó aún más-. Hueles al Djinn.

Tragué saliva.

-Es su casa. No podría oler de otra manera… -sus labios se detuvieron en mi cuello, sin hacer ningún movimiento. Sentía el cálido aliento de Leo contra mi piel y temblé como nunca antes. ¿Qué me ocurría? No era la primera vez que nosotros dos –junto a Ken- dormíamos abrazados en la misma cama. ¿Por qué estaba tan nerviosa que solo pensaba en salir corriendo?

-Taekwoon, yo… yo no puedo…

-Ojalá las cosas fueran diferentes –habló de nuevo-. Ojalá fuera humano. Así podría vivir los mismos años que tú –se separó, mirándome. Sus ojos estaban tristes y cansados-. De ese modo podría confesar cuanto te quiero sin necesitar hacerlo en este preciso instante, siendo un ser moribundo que se muere de amor por dentro.

No estaba preparada para oírlo. En mi fuero interno lo percibía, pero no quería admitirlo. Y justamente por eso, también sabía lo que yo sentía. Me limpié la cara mojada por las lágrimas e hipé. El rostro del Marid era de confusión mezclada con desencanto.

-Alice, no llores… -dijo, inquieto-. Lamento habértelo dicho. Lo he estropeado  todo y…

-No –lo interrumpí-. La que lo ha arruinado todo he sido yo. Te quiero, Taek Woon y no como amigo, pero… pero también quiero a Hongbin. No recuerdo desde cuándo, y aun así… hay algo en él que me atrae. Lo siento. Lo siento Leo… no sé qué hacer.

Me levanté apresurada hasta la cocina. No me seguía, y lo agradecí. Necesitábamos pensar sobre lo que acababa de pasar.


Oh, Ken… ¿Dónde estás cuando más te necesito?

domingo, 8 de diciembre de 2013

HongBin - Capítulo 9

Cuando terminé el último trozo de pizza el timbre sonó. Hongbin hizo ademán de ir, pero fui más rápida y abrí la puerta. Al momento, unos brazos se cerraron entorno al cuerpo con tanta fuerza que me hicieron crujir toda la espalda. No era Ken, sino Leo el que me estrechaba enérgicamente para luego separarse tan solo unos centímetros.

-¿Estás bien? –inquirió, escudriñándome el rostro. Pasó la mano por la mejilla allí donde el hombre se había entretenido dándome bofetadas.  Me estremecí-. ¿Te ha herido en algún otro lugar?

Negué con la cabeza.

-Alguna rozadura en las rodillas, pero eso es todo. Hongbin me encontró a tiempo.

El Marid clavó sus oscuros ojos castaños en el genio.

-Te mataré por dejarla sola.

Para mi gran sorpresa, Hongbin se removió, inquieto, y desvió la vista con cierta culpa pintada en la cara. Todo en estos días era desconcertante para mi persona. Un Hongbin más dócil, un Leo más cariñoso, un Ken más serio…

-¿Dónde está Jae Hwan? –pregunté, mirando por encima de mi amigo. Debería estar con Leo, él mismo había dicho que…

-Me llamó y me dio la dirección. Dijo que si no llegaba a tiempo de encontrarnos, fuera a buscarte. Y he cumplido mi promesa.

Tenía un mal presentimiento. Marqué en mi móvil su teléfono. Uno… dos… tres… Hasta siete pitidos antes de que la contestadora automática y la voz jovial del medio-ángel anunciaran que podía dejar un mensaje de voz.

-Jae, soy Alice. Por favor, en cuanto escuches esto llámame. Estoy… estamos preocupados. Hazlo, ¿Vale?

Bloqueé el móvil y lo guardé. Tenía un nudo en la garganta y el miedo se alojó en la boca del estómago. ¿Y si le había pasado algo? Leo me leyó el pensamiento.

-Jae Hwan es fuerte. Seguro que no le ha pasado nada –todos los intentos de Taek Woon por tranquilizarme fueron vanos. Estaba segura de que en el fondo, el Marid opinaba lo mismo que yo en ese momento. No era normal que Ken dijera un lugar de encuentro y no apareciera. No era normal que tras siete toques, fuera el contestador y no su voz real la que surgiera al otro lado de la línea.

-Eh –intervino Hongbin-. El mestizo iba a explicarle las cosas a Alice. Haz un favor y termina lo que empezó.

Leo se separó y atravesó la habitación. Echó las cortinas de color caqui, volviéndose.

-Hace tiempo que seguimos la pista de un genio Dao. Ahora se la conoce como Jessica. Su intención es apropiarse de la llave del infierno para liberar a los demonios y que el caos reine en el mundo humano. Al igual que la mayoría de los genios, detesta las personas por que fueron obligados –y se negaron- a arrodillarse ante ellos. Cree que la única manera de devolverles la jugada a los ángeles y a Dios, es sembrar la destrucción en éste planeta. Ha estado esperando durante siglos, tal vez milenios hasta que apareciera la única llave que puede conseguir que todos sus planes se pongan en marcha.

-Entonces… si yo desapareciera no habría un infierno que abrir, ¿Verdad?

Ambos se tensaron.

-No hará falta llegar a ese extremo –explicó Leo-. No te encontrará, porque antes acabaré con ella.

-Sí, puede que lo consigas. Pero detrás de ella, habrá otros seres que querrán seguir con lo que ella dejó a medias. No podrás protegerme para siempre, Taek Woon. Y lo sabes.

-Entonces, ¿pretendes morir? ¿Eso es lo que quieres? ¿Dejar a tu familia desconsolada para que mueran de pena? –señaló el Djinn. Mis ojos se anegaron de lágrimas por las duras palabras que me dirigió. ¿Qué más podía hacer?

-¡Al menos será mejor que ser torturados por demonios salidos del infierno! ¡No habrá un futuro para nadie si eso ocurre! –vociferé, deshecha. Me temblaba el labio inferior y alguien posó sus manos sobre las mías. Se trataba de Leo, dirigiéndome al sofá.

-Alice. Alice, escúchame. Podemos arreglarlo. No tienes por qué dejar de existir, hay… maneras de que nunca suceda. No puedes rendirte ahora, ¿no lo entiendes? Hemos estado a tu lado desde que naciste, protegiéndote. Eso no cambiará.

-Desde luego, lo habéis hecho de maravilla –dijo Hongbin, con voz extraña. Alice lo miró, pero este no la correspondió. Los ojos del genio se habían clavado en el suelo.

-La intención no era esconderla, si no velar por ella –informó-. Somos sus amigos, no sus carceleros.

El Djinn resopló. Taek Woon le dedicó una mueca sobre su rostro inexpresivo.

-Alguien como tú nunca podrá entenderlo. Siempre has estado solo –espetó. Un ramalazo de dolor cruzó los hermosos ojos de mi genio, que se mordió el labio inferior con tanta fuerza que temí que se hiciera sangre.

-No sabes nada de mí –susurró, con un hilo de voz. El otro se cruzó de brazos.

-Sé lo suficiente.

Tuve el impulso de levantarme y correr junto a Hongbin. Tal como estaba ahora mismo, los hombros hundidos, la cabeza gacha y la mirada perdida me revelaron que Leo había hurgado en una herida que aún no sanaba.

-Deberíamos buscar a Ken.

-Tú no –sentenció el Marid-. Iré a su casa a ver si algo nos revela su paradero. Quédate aquí, será lo mejor. No podemos revelar tu posición. Volveré si sé algo.

Desapareció. No por la puerta, si no en un remolino de agua. Leo siempre había sido de pocas palabras, por ello me sentía confusa del cambio que había dado. Tras varios segundos, me percaté de que Hongbin estaba de cuclillas ante mí.

-No me habías dicho lo de tus rodillas –subió el pantalón, que era bastante ancho y se quedó observando las magulladuras cuya sangre seca les daban un aspecto muy sucio. Avergonzada quise ocultarme, pero sus palmas cálidas se posaron sobre las heridas que de un momento  a empezaron a sanar. Contuve el aliento para evitar una exclamación de sorpresa. Debería acostumbrarme…

-Ya está –avisó el Djinn, en pie.

-Espera –dije-. No te entiendo, Hongbin. No te entiendo en absoluto. Antes… tu forma de actuar era egoísta, egocéntrica y odiosa. Me odiabas con tanta fuerza que temí que podrías matarme con la mirada. Ahora pareces otra persona… otro genio –corregí-. ¿Qué ocurre?

Lentamente, se encaró conmigo. Sus orbes bailaban de un lado a otro, nerviosos. Respiró hondo, acercándose.

-¿Sabías que los genios no pueden tener sentimientos? –murmuró-. Nunca los han tenido. Un genio debe servir obligatoriamente a su amo hasta que éste pide los tres deseos. Al menos eso ocurre con los de mi especie. Luego están los Marid, que no pueden ser invocados para servir por su indomabilidad. Los únicos sentimientos permitidos son los de aborrecer y detestar, ninguno más. Es lo que creía hasta que me liberaste del Llamador de Ángeles. Quise quedarme al margen de tu vida, quise simplemente observar con imparcialidad. Pero cada día que pasaba, preguntas y más preguntas me acuciaban la cabeza, preguntas absurdas que no me dejaban dormir.

“¿Qué sentirán los humanos al cortarse con el papel? ¿Qué se sentirá al sacar un ocho en un examen? ¿Qué significa la amistad? ¿Qué se siente al querer a alguien? –Me dirigió una mirada tan penetrante que me costó detener un suspiro-. ¿Qué supondría perder a una persona a la que quieres proteger? Si te soy sincero, en un principio deseché cualquier pensamiento así. Luego llegaron tus mejores amigos y el muro que había construido se derrumbó. Estaba completamente desconcertado por la forma de tratarte. La amabilidad y el cariño que profesaban por ti eran extraños a mi parecer. Supe, por fin, que los genios podíamos albergar sentimientos –quitó un mechón de pelo situándolo detrás de la oreja. Al hacerlo, me rozó el cuello y sus dedos se quedaron ahí. Mi corazón palpitó desbocado, golpeándome las costillas sin parar-. El descubrimiento se vio reforzado cuando, en un intento de detener la lucha entre Leo y yo, me abrazaste por detrás. ¿Te lo creerías si te dijera que eres la primera persona en toda mi vida que me ha importado tanto? No, ¿verdad? Pues créelo.

Me rodeó y me apretó contra sí. El aire se escapó de mi boca, como si lo hubiera estado reteniendo. El cuerpo, encendido, no me respondía. Apenas fui consciente de que instalaba las manos en los costados del Djinn.

-Quise negarlo todo, pero el torrente de sentimientos me ponía cada vez más enfermo. Angustia, celos, cariño, anhelo… Todos ellos se materializaban estando contigo. Lo último, fue miedo, cuando vi al hombre encima tuyo. Y aún sigo teniendo ese dolor en el pecho diciéndome que podrías esfumarte en cuanto aparte la vista de ti –me recorrió el mentón con la otra mano. El pulgar se quedó en mis labios. Parecía no querer perderse detalle-. ¿Puedes sentirlo? Pon atención. Esto es lo que provocas en mí.

Se instauró el silencio y pude notar como el corazón del genio latía con rapidez. Solté una exclamación de sorpresa y lo miré.

-Hongbin… -tartamudeé. ¿Qué debía hacer? Tenía la mente en blanco, absorta en los iris castaños que me atraían irremediablemente hacia él. En el fondo, una vocecilla gritaba.

<<Bésame, bésame>>

El chico se alejó tan bruscamente que casi tropecé. Miraba otro punto de la sala con ojos impávidos, e hice lo mismo. Allí estaba Leo, pero no como imaginaba que estaría. Tenía el brazo izquierdo ensangrentado, las gotas cayendo y ensuciando la alfombra. Se lo sujetaba con el derecho que tenía más o menos el mismo aspecto. Profundos cortes marcaban los muslos y una de las mejillas, que no cesaban en su goteo. Nos dirigió un vistazo febril antes de caer de rodillas.

-¡¡Taek Woon!! –chillé, aterrada. Lo agarré de los hombros cuando se inclinó hacia adelante, sin fuerzas-. ¡Dios mío! ¡Dios mío Leo! ¿Qué ha pasado?

Respiraba entrecortadamente, pero contestó.

-La casa de Ken… Está destrozada… sangre por todas partes –buscó mis ojos, unos ojos demasiado cansados que me revolvieron el estómago-. Me esperaban… sabían que vendría… eran cinco… maté a tres… pero… pero llevan armas capaces de asesinarnos…

-¿Quiénes? –Habló Hongbin que se había acercado-. ¿Quiénes te esperaban?

Tardó unos segundos en decir algo.

-Nefilim –gimió, con dolor. Puso los ojos en blanco y se desmayó.

viernes, 6 de diciembre de 2013

HongBin - Capítulo 8

Hongbin no me llevó a casa. Nos alejábamos –volando- del camino a mi hogar. Yo estaba demasiado débil para resistirme. Solo podía confiar en que me transportaba a un lugar seguro, donde la cabeza dejase de darme vueltas y no tuviera un miedo irrefrenable a caerme al vacío. Pese a todos mis miedos, sentía el brazo firme del genio rodearme la cintura, impidiéndome cualquier movimiento brusco mientras el aire se filtraba por cada hueco de mi ropa y hacían que mi cuerpo se estremeciera.

El Djinn no dijo palabra en todo el trayecto, pensativo y serio como nunca lo había visto. Llegamos a un barrio apartado y sombrío y por fin me depositó en el suelo, pero no me soltó. Tras abrir el portal y subir las escaleras, atravesamos una puerta con un número en placa reluciente. Cerró tras él, conduciéndome hasta el sofá delante de una chimenea de leña, que estaba apagándose. Hongbin se la quedó mirando; alzó la mano. La madera crujió sobre sí misma y el fuego encontró vía para seguir creciendo. El chico me observó en silencio y me pareció que fruncía el ceño.

-Estás helada –comentó. Tenía razón, temblaba como una hoja cogiéndome los brazos con las manos. Hongbin desapareció en una de las habitaciones y volvió con una manta que colocó sobre mis hombros. Me arrebujé en ella, esperando entrar rápidamente en calor y que los dientes dejaran de castañetearme.

-Gracias –balbucí. Quería preguntarle tantas cosas… pero solo se me ocurrió una-. ¿Qué haces aquí, en este piso?

Hongbin se encogió de hombros.

-¿No es obvio? Aprovecho mi libertad condicional –se dio cuenta de que no lo seguía y puso los ojos en blanco-. No creerías que iba a vivir contigo en esa habitación minúscula toda la vida, ¿verdad? Soy un genio, pero tengo mis principios de intimidad.

Enrojecí. No había pensado en ello.

-Y ya que fuiste tan amable de permitirme ir y venir cuando quisiera y desde donde quisiera –continuó-, lo mejor que podía hacer era habilitarme un lugar temporal para pasar los días.

-Pero... ¿cómo lo has conseguido? Es decir… ¿Has chasqueado los dedos y de pronto esto era tuyo?

Hongbin arqueó las cejas, sorprendido por mi extraña suposición.

-No. He decidido hacerlo lo más humanamente posible –puso las manos en vertical para que no lo interrumpiera-. Lo he hecho por placer. Podría haber actuado como has dicho y ahorrarme el trabajo. Pero a todos nos gusta jugar a los Sims alguna vez, ¿verdad?

-¿Cuando…?

-Cada día que pasabas en el instituto, aclaraba el papeleo del piso. Bueno, en realidad tuve que falsificar algunos.

-¿QUÉ? ¿Falsificaste documentación? –exclamé, horrorizada.

Se encogió de hombros.

-No creo que fuera muy conveniente decirle a un simple abuelo que la persona con la que estaba tratando es en realidad un ser celestial al que le gustaría comprar un piso.

Me imaginé la cara del anciano por la confesión. Primero le preguntaría si estaba bajo los efectos de las drogas, y segundo, le patearía el trasero por decir “tonterías”. Se me escapó la risa ante la mirada desconcertada del genio.

Se instauró un silencio en el que traté de recuperar el aliento. Teníamos que pasar a cosas más serias.

-¿Cómo me encontraste? –dije, bajando la voz. No hizo falta aclarar a qué me refería. Acercó una mano a mi cuello; me retiré, atenta a cualquier movimiento infrecuente. Pero los dedos solo me rozaron un poco la piel antes de cernirse sobre el llamador.

-Esto está conectado a mí. Siento su presencia por muy lejos que estés. Estaba volviendo después de pasar por aquí, quería decirte lo de mi piso, suponiendo que tus amigos se habrían ido –pronunció “amigos” con cierto desdén que pasé por alto- y me las arreglé para interceptarte. Entonces vi al hombre sobre ti. En cuanto me vio, salió corriendo en la dirección contraria. No me dio tiempo a utilizar mis dones. ¿Qué quería…?

La expresión que me ensombrecía el rostro lo calló.

-La llave. Una llave –lo miré-. No sabía que la llave era yo. Si no, me hubiera secuestrado.

-No lo hubiera dejado –cortó. Agradecí su consideración.

-Hongbin –lo nombré-. ¿Por qué soy la llave del infierno? Solo quiero ser normal… llevar una vida corriente… Graduarme, tener una carrera y esas cosas. ¿Por qué yo?

Por vez primera, el Djinn era incapaz de contestarme.

-No lo sé –confesó-. Conozco a una persona que sí podría saberlo. Llama a tu amigo alado.

-¿Mi amigo…? –Tardé en caer que se refería a Ken-. Ah… ¿Crees que es buena idea?

-Te han estado vigilando desde que naciste. Por algo será, ellos mismos lo dijeron –tamborileó los dedos sobre el mentón y me forcé a desviar los ojos de sus carnosos labios-. Como sea, deberías quedarte aquí hasta que sepamos lo que está pasando.

Saqué el teléfono móvil, que por suerte no se había roto con la agresión de hacía unas horas. Marqué el número de mi mejor amigo y tras solo dos toques su risueña voz contestó al otro lado.

-¿Alice? –preguntó, extrañado-. ¿Ya me echas tanto de menos que no puedes esperar al lunes para verme en clase?

Mis comisuras se curvaron ligeramente hacia arriba.

-Es importante, Jae –y añadí-. Me han atacado en la calle.

Separé el auricular de mi oreja cuando Ken empezó a chillar.

-¡¿Que qué?! –se oyó un jadeo-. ¿Estás bien? ¿Estás herida?

-No del todo. Estoy bien. Hongbin me encontró a tiempo –suspiré, consciente del alivio que suponía recordarlo-. Pero el hombre no cesaba de repetir que le diera La Llave.

Al otro lado de la línea no se oía otra cosa que la rápida respiración del medio-ángel.

-¿Ken? –susurré, insegura.

-Ya empiezan –gimió él. Su tono, la manera en que lo dijo me desconcertó.
-¿Qué es lo que empiezan? Jae Hwan, me estás asustando.

-Alice, estás en un peligro más grave y más prematuro de lo que imaginaba –dijo finalmente-. No deben saber que la llave eres tú. Si lo hacen, pueden obligarte a que abras las puertas del infierno. Si esto sucediera… sería el fin del mundo.

Un escalofrío me recorrió la espalda y miré a Hongbin, que lo había escuchado todo y paseaba de un lado a otro como en mi casa la otra noche. No flotaba, y no sé si podía considerarlo buena o mala señal.

-Jae Hwan… -empecé.

-¿Dónde estás? –me preguntó-. En casa sueles llamarme con el teléfono fijo.

-Estoy en casa de Hongbin. No creo que mi hogar sea un lugar seguro por ahora. Me quedaré aquí y le diré a mis padres que estoy en tu casa y que tenemos que hacer un trabajo que cuenta el 40% de la nota final del curso. Así tengo excusa para toda la semana ¿Te importa?

-No, claro que no. Pero sé de alguien que no va a estar demasiado contento de que estés con ese genio –automáticamente pensé en Leo, y con rapidez deseché esa idea. Su amigo odiaba al Djinn, pero no se opondría si se trataba de mi seguridad-. La línea no es segura. Pásame la dirección de Hongbin. Me reuniré con Leo y te explicaremos las cosas mejor.

Dirigí un breve asentimiento y tras darle la información, colgué. De nuevo introduje un número, el de mis padres. Éstos no estaban demasiado contentos con el planning de la semana, pero me revelaron que su trabajo –y las vacaciones- les exigía diez días más de ausencia aproximadamente, por lo que acabaron accediendo a que no me quedara sola en un piso tan grande.

-Listo –anuncié, guardándome el móvil en el pantalón-. ¿Y ahora qué?

-Toca esperar. Pero tú no puedes hacerlo con el estómago vacío –sacó de no sé dónde una caja cuadrada con las letras “Pizza Quattro Stagioni” y me la plantó delante.

Mis cejas se levantaron, estaba pasmada.

-¿Comida basura? –pregunté. Hongbin esbozó una breve sonrisa.

-Comida basura.