sábado, 25 de enero de 2014

Ken - Capitulo 3

-¿Qué haces? –inquirió N ladeando ligeramente la cabeza. Se había posicionado de pie al borde de la celda, apoyado en el marco con los brazos cruzados. Seguía, sin embargo, con una usual expresión serena que no era más que una máscara que contenía toda su ira. Hye Rin lo ignoró. Tendió el futón a los pies de la celda de Ken y colocó las cálidas mantas encima. Los presentes ahí estaban inusualmente tranquilos.

-Estoy preparándome para dormir. ¿No lo ves? –contestó ella. N arqueó una ceja.

-¿Aquí? –Dijo Hyuk-. ¿Con nosotros? ¿No tienes una cama mullida arriba?

Hye Rin torció la boca en una mueca.

-No me gusta. Todo está frío y solitario…

-No creo que más que aquí –murmuró Ken.

-Sí, te lo aseguro. Necesito estar con otras personas para sentirme cómoda.

Otro silencio. N tragó saliva y se agarró de un vidrio sobresaliente.

-¿Qué te hace pensar… -empezó-… que nosotros somos personas?

La pelirroja se incorporo y se acercó al inestable chico. De pronto, todos se tensaron y esperaron lo peor, pero cuando Hye Rin agarró la mano de N éste solo permaneció inmóvil de la sorpresa. Hizo sobresalir uno de sus dedos y le señaló los ojos.

-Tienes dos –ahora posó el dedo en su propia cara-. Yo también tengo dos. Una nariz… -repasó la cara de N y volvió a la suya-. Y yo también tengo. Poseemos lo mismo físicamente. ¿Qué encuentras de diferente? Que estés hechizado es lo único que nos diferencia.

El hombre apartó la mano con rapidez y trastabilló hacia atrás.

-Me acabas de tocar –dijo con un hilo de voz-. Ella nunca nos toca.

-Por que Kyung Hee sabe que la mataríais. Yo sé que no lo haréis.

-Estás tentando tu suerte, humana –espetó N-. Eres rara.

Las comisuras de la chica se curvaron.

-Al contrario que mi familiar, no os quiero hacer ningún daño ni os lo voy a hacer si puedo evitarlo –dijo, orgullosa.

-¿No te gusta el dolor? –Preguntó Hongbin girando la cabeza en posiciones casi imposibles-. ¿Por qué no te gusta?

-¡Y yo que sé! –Se encogió de hombros-. Me considero buena persona.

Hye Rin cruzó nuevamente la estancia hasta su futón, pero se detuvo al reparar en el muñeco que, tétrico y proveedor de tantos males yacía en la mesa. Lo agarró con ambas extremidades y lo alzó para verlo. Era viejo, deslucido y rugoso, los botones de los ojos estaban medio descolgados y la tela que lo recubría se encontraba flácida por el uso.

-Has dicho que no nos torturarías –gimió Hyuk, temeroso. La mujer se lo quedó mirando, horripilada.

-No lo pienso hacer, es una promesa. Solo estoy contemplándolo –se sentó en la cama improvisada. Le elevó un brazo, y todos lo imitaron. Dejó lo dejó caer y al unísono los de los demás hicieron lo mismo. ¿Qué macabra magia envolvía aquel muñeco Voodoo?

-Sentís todo lo que le pasa a éste juguete, ¿verdad?

-Todo –afirmó Ken-. Absolutamente todo.

Entonces tuvo una idea.

-En vez de sufrir con dolor, puedo hacéroslo pasar bien –con el monigote en las rodillas, llevó los dedos a los costados y los sacudió rápidamente. Miles de sonidos se alzaron en el aire, como el ruidoso cacareo de Hongbin, las escandalosas carcajadas de Ken, N y Hyuk e incluso las medias sonrisas de Leo y el irascible Ravi, que se doblaba sobre sí mismo ocultando la cara.

-¡Basta! ¡BASTA! –Reía el de la piel de cuarzo-. ¡Esto es peor que la tortura!

Los que no estaban atados, se contorsionaban en el suelo intentando recuperar el aliento.

-¿Qué ha sido eso…? –musitó N, arrastrándose hasta el sofá y estirándose. El pecho le subía y le bajaba con rapidez.

-Que yo sepa, es lo que se conoce como “Cosquillas” –explicó la muchacha. Hyuk sentía las piernas de mantequilla, y le costó incorporarse de nuevo, por lo que se sujetó a los barrotes.

-Ha sido… genial –dijo, enjuagándose las lágrimas de los ojos-. Menuda risa.

-Lo mejor que nos ha pasado –añadió Ken. Hye Rin sonrió.

-¿Por qué lo has hecho? –habló Leo, acallándolos a todos. No era usual, y desde que la mujer había llegado, Leo no hacía más que hablar. Ella tardó un poco en contestar.

-Quiero que veáis que no soy ningún peligro y confiéis en mí.

-Danos una razón para hacerlo –pidió N, de nuevo serio. La chica suspiró.

-Si lo hacéis, podré tener el valor de exigir a Kyung Hee que os libere –confesó-. No puedo hacerlo sola.

-No podrás convencerla –dijo Ken, con ojos tristes-. Ella es cruel, sádica y fría como un témpano. Tienes que acabar con su vida para liberarnos.

Hye Rin se estremeció.

-N-no puedo hacer eso – reveló, afligida-. No soy capaz…

-Entonces seguiremos condenados a estar aquí abajo para siempre –dijo el menor de todos ellos.

La desolación los envolvió.

-No -se opuso Hye Rin-. No lo permitiré. Todo se arreglará. Os lo prometo.

-Demasiadas promesas para alguien tan joven –canturreó Hongbin-. Haciendo frente a la rubia, no sobrevivirás.

La mujer puso los ojos en blanco y se metió bajo las sábanas con el muñeco al lado.

-Hye Rin –la llamó Ken-. ¿Qué razón hay para dormir cerca de mí?

-Me siento más segura contigo –enrojeció violentamente ante la tímida mirada del otro, dándose cuenta de sus palabras-. Quiero decir… tú no intentas matarme, ¿verdad?

Ken le dirigió una sonrisa cálida, negando.

-No. No podría hacerlo.

Ésta vez fue ella la que introdujo la mano en la celda de cristal, buscando la de Ken y así entrelazar los dedos. La mujer reparó en una herida justo encima de la muñeca, rosada pero con aspecto profundo. Lo extraño es que dada su gravedad, no sangrara.

-¿Cómo te hiciste eso? –le preguntó. Ken bajó la vista hacia la herida y se encogió de hombros.

-Supongo que fue en uno de los juegos de Kyung Hee, pero hace tiempo que no me produce daño. Nos suele sacar de las jaulas, hechizados como ratas sedadas. Luego nos sienta en la silla –la de la mesa central- y nos tortura físicamente con múltiples artilugios que saca de quien sabe dónde. No podemos gritar, y aún así el dolor por dentro es… tan desgarrador… –se estremeció solo de recordarlo. La pelirroja se compadeció-. Por suerte, soy al que menos veces escoge. Suelen divertirle Hongbin, N y Ravi. A veces solo los paraliza de cuello para abajo para poder oír como chillan.

-¡Es espantoso! –Exclamó, abrumada por un sentimiento de misericordia y culpabilidad-. ¡No debe continuar, no debe! Haré lo que sea para sacaros de aquí. ¡Es una pesadilla!

Ken le dio un apretón en la mano.

-Si lo haces, te estaremos agradecidos. Pero no seremos felices a costa de ponerte en peligro.

-Habla por ti. A mi me da igual –espetó N. Hyuk chistó.

-Silencio –lo mandó a callar, sorprendiéndolos a todos-. Si hay una posibilidad… Si la hubiera…

A Hye Rin se le desencajó la mandíbula. ¿Dónde estaba el pesimismo irracional del pequeño?

-Me puse en peligro en el preciso instante en que decidí no torturaros. No creo que cambie demasiado mi futuro.

-Prométeme que tendrás cuidado, Rinnie.

Los ojos de la chica se abrieron de par en par hacia Ken.

-¿Ahora tengo mote?

El muchacho se rascó la cabeza, azorado.

-Es la forma cariñosa de llamarte. Así sabrás que no te odio. No, es absurdo. No podré odiarte nunca.

El pecho de Hye Rin se llenó de una inexplicable felicidad, y su ritmo cardíaco incrementó de forma considerable. Se fijó en que su mano seguía entre las del chico y tragó saliva, nerviosa. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué se sentía de esa manera? Se pendió en sus ojos, esos orbes castaños que la observaban con tibieza y ternura y parecían querer transmitirle todo lo que sentía. Ken acarició con los dedos, despacio, la piel de los nudillos y los largos dedos de ella.

-Hoy tienes las manos frías –comentó. Hye Rin se encogió de hombros.

-Ésta casa está helada. Es normal.

-Si pudiera salir de aquí, yo…

-¡Blah! –Irrumpió Hongbin-. Si seguís hablando en ese tono tan empalagosamente dulce, acabaré vomitando arcoíris y unicornios rosas.

Ken lo fulminó con la mirada, pero a Hye Rin se le escapó la risa. Hongbin cacareó, juguetón. Le hacía gracia la reacción de su compañero de celda.

-Es tarde –dijo entonces-. Deberías dormir ya. Velaré tu sueño ésta noche.

Sin embargo, Hye Rin vaciló al apartarse. Quería seguir en contacto con él, y ese pensamiento la asustó. Sacó lentamente la mano de la jaula y se metió bajo las sabanas, el muñeco a su lado. Acercándolo, lo abrazó con delicadeza y enterró la cara en él. Si bien tenía un olor a polvo y a suciedad bastante notorias, no le importó.

Son ellos. Si esta marioneta contiene sus voluntades, la protegeré pase lo que pase. Aunque me esté jugando la vida

Se sumió en las brumas del sueño, que no duraron demasiado. Unos gemidos la desvelaron y en cuanto se acostumbró a la penumbra que la rodeaban, enfocó torpemente la fuente de quejidos. Más bien, las fuentes.

-¿Ken…? –el sonido ronco de su propia voz le parecía extraño. Por ello, carraspeó-. ¿Qué…?

Señaló el muñeco con un dedo tembloroso.

-¡Oh! ¿He hecho algo mal mientras dormía? ¿Os he hecho daño? –empezó a preguntar la muchacha, temerosa de que algo malo hubiera sucedido. Sentía un nudo en el estómago y acunó el “juguete” entre sus brazos-. No lloréis, por favor. Oh, madre mía. ¿Qué he hecho?

-Es tan… nostálgico… -empezó el de la ropa a jirones-. Me siento tan apenado…

Incluso N, que parecía empeñado en negarse a llorar, finalmente varios regueros cubrieron sus oscuras mejillas.

-Dime, Hye Rin –dijo-. ¿Alguna vez te han abrazado? -La chica, perpleja, asintió sin saber a qué venía la pregunta-. Lo que estás haciendo en este momento es como si lo fuera. Lo sentimos. Sentimos tu calor a través del muñeco.

-Tan cálido como el sol –susurró Hyuk-. Y a la vez tan doloroso como una quemadura… Eso es lo que es.

Hongbin permanecía encogido sobre sí mismo, las piernas en alto y los brazos en cruz rodeándose los hombros. Se mecía de adelante hacia atrás gimoteando y riendo al mismo tiempo. Ravi no emitía ningún sonido, y Leo… Leo evitaba girarse. Ante esa visión, Hye Rin no pudo evitar sentirse compungida. No sabía cómo expresar lo triste que estaba, por lo que se aferró al monigote como si de su propia vida se tratase.

-Lo siento –sollozó-. Lo siento tanto… perdonadme… perdonadme por ser débil… Por favor, perdonadme…

Lloraron, largo y tendido hasta que sus ojos se secaron y el sueño, de nuevo los venció a todos.


Aquella noche soñó con criaturas sobrenaturales, junto con Kyung Hee. Pero a la mañana siguiente, Hye Rin no fue capaz de recordarlo.

***

Sé que es corto, pero ésta historia no será larga como las demás, e intento racionar las ideas por capítulos, y intentar alargarlo un poco más... >< Gracias!!

jueves, 2 de enero de 2014

HongBin - Capitulo 12

Los dos genios seguían de la cocina, hablando. Dejé caer la cabeza entre las manos, intentando borrar las imágenes que se repetían en mi cabeza.

Ken. Ken. Ken. Había sido tan real… me extrañaba que fuera simplemente un sueño pasajero. Oía sus murmullos apagados, y me pregunté en qué momento podían ellos dos estar en un mismo sitio sin acabar a ostias.

-Si no fuera real, no sabría quién es Hyuna –decía el Djinn. Su voz estaba cargada de impaciencia.

-Lo sabe porque le hablé de ella –contestó el Marid-. Le dije lo que le pasó a las gemelas.

No me hizo falta verlo para saber la cara que ponía Hongbin.

-¡¿QUÉ?! ¿CÓMO TE ATREVES…? –gritó, y bajó el tono. Me costó seguir escuchándolo-. ¿Cómo te has atrevido a contarle eso? ¿Con qué derecho le hablas sobre mi pasado?

-Tú perdiste el tuyo cuando empezaste a tratarla con frialdad. Al menos tenía que saber por qué de ese comportamiento, aunque lo veo claramente injustificable.

-Si no estuviéramos en esta situación, te molería a palos –amenazó el genio del aire. Leo abrió la puerta, pero antes dijo:

-Si no estuviéramos en esta situación, estarías muerto –caminó por el salón hasta arrodillarse delante de mí-. Alice, ¿de verdad que viste a Hyuna? No podemos estar seguros de que sea real lo que…

-Vi a Ken –corregí, cortante- a punto de morir. Lo vi torturado, y sangre por todas partes –solo de recordarlo, me entraban náuseas-. También vi a una despampanante rubia amenazar con seguir haciéndolo y luego irse de la celda. Por dios, ¡podrían estar haciéndole daño ahora mismo!

-Calma –ordenó mi amigo. Se volvió hacia Hongbin-. Hyuna no ha cambiado.

-Desde luego que no –gruñó con desdén. Abrió la ventana, caminando al balcón y se quedó ahí, observando la claridad que se vislumbraba en el horizonte. Me levantaba dispuesta a seguirlo cuando una mano agarró la mía.

-Yo…

Me alejé.

-No puedo Taek Woon. No ahora –dije. Leo bajó la cabeza, decaído.

-Prométeme que hablaremos después –asentí, conforme. Cuando abrí la puerta del mirador mi mejor amigo se había ido, convertido en burbujas. Me apoyé en la baranda al lado de Hongbin, tiritando por la brisa matinal.

-Hongbin… -forcé la cabeza a buscar las palabras adecuadas, pero no podía encontrarlas. Mis dedos rozaron su hombro, a lo que el reaccionó apartándose. Me sentí una completa idiota.

-No puedes entender… lo que supuso para mi verlas morir de esa manera –habló, al fin-. Creí que me volvía loco de dolor. Era tan intenso, que no podía ni respirar. Dentro del llamador la rabia me consumía por dentro, la venganza ansiando ser ejecutada. Con el tiempo, comprendí que nunca podría ser libre y llevar a cabo mi propósito. Creí poder utilizar al viejo de la tienda de antigüedades, pero su avaricia superaba cualquier fuerza mental que pudiera ejercer sobre él. Todas mis esperanzas vanas.

-Y aspiraste conseguirlo conmigo –murmuré, consciente de lo que eso significaba-. Todo este tiempo solo querías que confiara en ti, que yo deseara cualquier cosa que hiciera que pudieras lograr tu objetivo.

Asintió. Algo en mi interior se resquebrajó como el cristal, formando miles de punzantes pedazos. Agarré a la barandilla tan fuerte que los nudillos se me pusieron blancos. Me mordí el labio hasta sangrar, evitando llorar.

-Nunca te he importado, ¿no es así? –sollocé-. Todo lo que decías… no eran más que burdas mentiras.

Me miró, confuso.

-¿Qué estás diciendo?

-Pensé que estabas cambiando. Que había una posibilidad de que… -enmudecí, a punto de decir una tontería. No valía la pena declarárselo a alguien que solo me veía como un medio de sus propios fines.

-No, Alice, no –me tomó de los hombros. No me resistí, pero tampoco le devolví la mirada. No lo entiendes. Mi propósito principal era buscar a Hyuna y acabar con ella de la forma más cruel y dolorosa que pueda imaginarse. Al invocarme y dejarme vivir bajo un techo, recordé lo que era dormir en una cama, hablar con alguien y compartir opiniones. Un “buenas noches”, una sonrisa amable… me abrió la herida cubierta por el rencor. Sorprendentemente no odié a nadie. Cuando te miraba, Hyuna desaparecía de mi mente como el humo. A tu lado recordaba aquellos dos años que pasé con Aisha y Âmar, como si estuvieran vivas. Te veía como otra oportunidad de enmendar los errores del pasado.

“Pronto sentí que quería seguir observándote mientras leías un libro, con el pelo derramándose sobre tus hombros y los rosados labios recitando en silencio poesía y versos. O jugando con Argos, cuando la sonrisa te iluminaba el rostro de una forma arrebatadora. El día en que tus amigos avisaron que alguien iba a por ti, me flaquearon las piernas pensando que lo que más temía se cumpliría. Porque tengo miedo, Alice –tenía los ojos vidriosos, húmedos-. Tengo miedo de perderte, de volver a destruir a alguien que realmente me importa. No sé si podría soportar la ausencia del sonido de tu voz. Lo pienso y me duele tanto el corazón… Oh sí, estoy absolutamente enamorado de ti, puedo asegurarlo. Nunca he estado más convencido de algo como de lo que siento en este preciso instante. Solo sueño con encontrar a la Efreet para asegurarte una buena vida. Y cuando pidas los últimos dos deseos y yo me vaya…

-Calla –supliqué, poniendo una mano en su boca. Prometí no llorar. Diablos, no quería. Pero las gotas no cesaban de caer, manchándome la camiseta-. No quiero escuchar nada de lo que pasará en el futuro. Estoy tan… impresionada por lo que has dicho que no sé qué contestar…

Me acercó por la cintura.

-Con esto es suficiente –musitó, acariciándome la cara y recogiendo los regueros de lágrimas con los labios, primero en una mejilla, luego en la otra, hasta lentamente llegar al centro donde los depositó, suaves cuales plumas, contra los míos –. Más que suficiente -Sus manos recorrieron mi espalda estrechándome contra él, sintiendo su cuerpo perfectamente acoplado al mío. No tenía ni idea de cómo besar, y mientras nuestros labios se movían al compás supe que yo era la más inexperta en este campo.

Desplazó la boca por mi clavícula disparándome las alarmas, pues empezábamos a pisar terreno peligroso. Me separé un poco para mirarlo a los febriles ojos cargados de avidez y toqué con los dedos los enrojecidos labios de mi genio. Tenía calor, pero no era la única.

-Adoro el sonido de tus latidos –habló Hongbin con voz ronca, notando nuevamente el cálido aliento de él junto a la cara-. Es excitante.

Enrojecí y terminé de apartarme.

-Eso… es ir demasiado rápido –ni siquiera me había mentalizado lo que acababa de pasar. Todo me daba vueltas. El chico sonrió.

-No tengo prisa –dijo y mi rubor incrementó. Exhalé aire y me introduje en el interior de la casa.

***

El Volkswagen plateado se detuvo en la esquina de una discoteca pública en cuyo letrero se leía “Gidon’s Disco”, nombre extraño y peculiar dado que la mayoría de locales solían tener apodos con otro tipo de connotaciones. Abrí la puerta del copiloto y la cerré mientras intentaba bajarme la estrecha falda negra que se me subía incesante. La tela apenas cubría un cuarto de las pantorrillas y las medias oscuras facilitaban que ascendiera. Una camiseta blanca de tirantes tapada por una chaqueta de lana y unos tacones bajos que me quitaban toda estabilidad completaban la vestimenta más atrevida y sexy que jamás pensé llevar. Hongbin salió del automóvil y se plantó delante de mí, examinándome con detenimiento y haciéndome sentir desnuda.

-Estás preciosa –comentó.

-Es lo más provocativo que me he puesto en mi vida. Me siento una zorra con esto.

-Zorra o no, sigues estando preciosa –repitió, deslizando las manos por mi pelo artificialmente rizado que aun así no había perdido su extensión, colocándolo encima de las clavículas-. Recuerda lo que hemos hablado. Charlar, sobornar y adquirir información.

-Charlar, sobornar y adquirir –palmeé el bolso negro colgado de mi hombro donde se ocultaba el gran fajo de billetes que Hongbin me había entregado antes de llegar-. Entendido.

-Estaremos dentro del local, pero no podrás vernos. Seremos tus salvavidas en el caso de que algo salga mal y las cosas se pongan feas –me besó la frente afectivamente-. Ten cuidado, ¿vale?

Asentí, demasiado alterada para emitir más sonidos. Me puse a la cola de la Discoteca, enseñando el pase falso. Una vez dentro me escabullí hasta un asiento en la barra y disimulé el nerviosismo pidiendo un Malibú con Piña, bebida baja en alcohol. La música electrónica no ayudaba a calmarme en absoluto. Eché un vistazo por toda la sala pretendiendo saber dónde se escondían mis dos amigos, si bien fue en vano.

-Hay que ver lo rápido que se acaba el licor cuando gusta –dijo una voz junto a mí y di un respingo. La miré desconfiada. Ella removió el vaso haciendo repiquetear el hielo en el interior-. La absenta está mejor fría, pero no aguada.

Según tenía entendido, esa bebida poseía una graduación de entre un 65 y un 89. Para simplificarlo, es lo que en la actualidad llamaríamos desinfectante puro y duro.

-Prefiero las cosas suaves –respondí, procurando sonar impasible-. Supongo que eres la proveedora de objetos mágicos de los Nefilim.

Si no hubiera tanto ruido, juraría que  la mujer se estaba riendo.

-Sí. Chica lista –apartó el recipiente-. Recuerdo que el Nefil que me convocó dijo que su agresor había sido un hombre, no una muchacha enclenque.

-No estoy asustada –me apresuré a decir-. No me gustan las discotecas. El otro día envié a mi socio a fin de que hiciera algunas averiguaciones. Él no tiene nada que ver, solo es un seguidor a la causa.

-Un peón en el tablero… Me gusta tu estilo –se tamborileó el mentón y me tendió la mano-. Soy Victoria.

-Sunny –era necesario cambiar de nombre, por seguridad-. Convendría ir al centro del asunto. Pagaré bastante, y en efectivo.

Le mostré disimuladamente el manojo de dinero. No varió la expresión de su rostro, pero advertí que dejaba de parpadear.

-Aquí no es seguro –ronroneó, en pie-. Te daré los instrumentos en algún lugar aislado. Sígueme.

Titubeé. Leo me había exigido expresamente que no saliera de su campo de visión. Sin embargo, si no la perseguía, estaría delatándome. En cuanto tuvieran la oportunidad, los dos genios saltarían encima de la mujer.

A cada paso nos acercábamos más a Ken.

Farfullé un “Lo siento” en el aire y salí de la Disco. Cruzamos varias callejuelas oscuras que no reconocía mientras la inseguridad me invadía. Acariciaba la idea de dar media vuelta y correr.

-¿Sabes? –dijo, rasgando el silencio de la noche. Un momento. ¿Era rubia?-. Al principio casi me tragué lo de la relación de socios. El olor que trajo el Nefil es el mismo que el que llevas encima. Hueles a Djinn por cada poro de tu piel.

Me olvidé de respirar. Mierda. Mierda. Mierda. ¡Mierda!

-No sé a qué te refieres.

-Por supuesto que lo sabes, criatura carnal –Los ojos castaños se le tornaron violetas y un aura resplandeciente la envolvió-. Sabes quién soy y a quien tengo prisionero en estos momentos.

-Ken –pronuncié sin querer. Hyuna sonrió con suficiencia.

-Reconoces que eres amiga del chico mestizo, entonces. Ahora contesta: ¿Dónde está la llave?

-¡Alice! –gritó una voz conocida. Justo cuando me disponía a ir hacia ellos, un círculo de llamas se cerró alrededor y lancé un chillido de pánico.

-¡NO! ¡NO! – aullaba Hongbin, fuera de sí. Cayó de rodillas, paralizado. Hyuna reparó en él.

-Vaya, vaya… Nos volvemos a encontrar. Sigues sin aprender la lección, veo. Creo que la muerte de la cría persa pasto del fuego te trastornó. ¿Qué pasará cuando a tu amiga le ocurra lo mismo?

Las llamas estrecharon el círculo. Descuidé una de las mangas que ardió y emití una grosería apagándomela como pude.

-Deberías cuidarte más, Efreet –indicó Leo. Una tubería reventó y el agua me bañó, pacificando las llamas. Hyuna se frustró.

-Esto es solo la punta del iceberg, Marid –siseó-. Mi furia la pagará el medio-ángel ésta noche. Entre tanto, desenterrad la Llave del Infierno de donde sea. Cuando os decidáis a entregármela, os espero en la vieja prisión del centro de la ciudad. Y os lo advierto: Vuestra magia no funcionará. Hasta pronto, queridos míos.

Un fogonazo de luz nos cegó, engullendo a Hyuna. El callejón quedó en silencio. Sin pensarlo me precipité al suelo junto al Djinn, que continuaba en la misma posición. Posé ambas manos en la cara del chico, frío como un témpano.

-Hongbin –lo llamé, pellizcándole las mejillas. No reaccionó-. Hongbin cariño, por favor reacciona. Ya ha pasado, estoy bien, ¡mírame!

Tras unos segundos que me parecieron horas, sus pupilas extremadamente dilatadas se enfocaron en las mías, como si me viera por primera vez.

-A… -empezó-, A-Alice… Por un momento… el fuego… cuando se prendió… pensé que… yo… pensé…

-Shhh… -dije, atrayéndolo-. No me ha ocurrido nada, y eso es lo que importa.

-Creí que ibas a morir. Como Âmar antes que tú. No puedo ni pensar… -los dedos se cerraron en la espalda de la camisa como hierros, preso de violentos temblores que nada tenían que ver con el frío-. ¿Qué haría si te apartases de mi vida?

Su desesperación era tal que no me costó sumarme a Hongbin en los sollozos que llenaban la gélida noche. 

miércoles, 1 de enero de 2014

Ken - Capitulo 2

Hye Rin se resistía a volver a bajar. Tenía miedo de los seres extraños de diferentes personalidades, poseedores de un único objetivo. Todos salvo Ken, al parecer. El chico se había comportado como cualquier otra persona con ella. Ese hecho le hizo cuestionarse una serie de cosas. ¿Eran todos unos monstruos según Kyung Hee, o solo gente incomprendida? Hyuk y Ken, los más normales, aunque le había sorprendido el pesimismo del primero frente a su situación.

No quería bajar, pero debía hacerlo. Se había saltado la cena de las criaturas junto a la suya propia, y la culpa apenas la dejó dormir. Estarían tan hambrientos… Entonces tomó una decisión. Al abrir la nevera se la encontró repleta de abundante y deliciosa comida. Calentó pan, hallado en el armario y sacó tres tarros, uno de mantequilla, otro de chocolate y uno más de mermelada de frambuesa. En algún lugar encontró vasos de plástico, platos y un cuchillo metálico. Lo cargó todo en una bandeja de plata, y pensó la manera de transportar la botella de agua con asa. Tras meditarlo, logró que pendiera de los dedos y bajó las escaleras temiendo caerse.

El día anterior había dejado la puerta abierta, por lo que no le supuso ningún problema atravesarla y situar la desbordante bandeja en la mesa central.

-Ya está –exclamó, depositando la botella al lado.

-¿Qué es… eso, mujer? –inquirió Hongbin, curioso.

-Son tostadas –contestó ella.

-¿Para… para nosotros? –preguntó Ken, inseguro.

-Claro que no –gruñó N-. Ésta maldita fémina se las comerá delante nuestro y no nos dará nada. Recordad que no es la primera vez que nos dan esperanzas en vano.

Todos parecieron abatidos y Hye Rin deseó pegarle con la botella.

-Yo no soy Kyung Hee –anunció, sentándose-. ¿Se puede saber qué soléis comer?

-Restos –dijo Hyuk-. Solo eso. Lo que a la otra le sobra, que no es demasiado.

La pelirroja abrió la boca, sin acabar de creerlo.

-¿Me estáis tomando el pelo?

-Es cierto – recalcó Ken-. No bromeamos con esto.

¿En tan malas condiciones vivían? Ahora comprendía su delgadez extrema y sus rostros ojerosos. Levantó el cuchillo y abrió los botes.

-¿Mantequilla, chocolate o mermelada? –dio a elegir, pero nadie contestó. Acababan de darse cuenta de que la chica no mentía respecto a darles comida de verdad-. Oh vamos, es una elección fácil. Pensadlo con si fueran colores. Amarillo, marrón o rojo.

-Rojo –rio Hongbin, tétrico-. Como tus trip…

-Ah, por favor –Clamó por un poco de paciencia-. Deja mis tripas en paz.

Untó de mermelada dos tostadas y acercó el plato a una ranura situada abajo del cristal, lo suficiente alta como para que no tocara el suelo y de una medida que solo un brazo hasta el codo podía ser introducido. Por precaución, solo llegó a meter las puntas de los dedos y Hongbin recogió el plato.

-¿Se puede comer? ¿Es real? –dijo el chico sombrío, alzando una de las tostadas y meneándola. La mermelada salpicó el plato y todo su cuerpo-. Parece que sssssíiiii… parece que sssíiii~~ -mordió el pan y la sonrisa burlona le desapareció. Mascó con parsimonia, abriendo desmesuradamente los ojos en cruz, mirando la comida y a Hye Rin sucesivamente. De pronto, empezó a saltar dentro de la jaula, golpeándose contra todos los lados del vidrio-. ¡ES REAL! ¡ES REAL! ¡Y SABE! ¡SABE BIEN!

Varias voces prorrumpieron en demandas suplicantes. Al tenderles la comida, Hyuk y Ken tragaron casi sin masticar.

-Siento que no estén calientes, al hacer tantas… Hyuk, ¿estás llorando? –preguntó la chica, viendo al más joven con la frente en un barrote. Sus hombros se sacudían débilmente mientras sollozaba.

-Se nos dan cosas buenas –alzó la cabeza, dejando ver las brillantes lágrimas cayendo por su rostro-. ¿El final está cerca? ¿Nos darán una bonita muerte, rápida tras esto?

Hye Rin sacó un pañuelo de su bolsillo y enjugó las gotas de agua que manaban de la cara de Hyuk. El chico se quedó estático, anonadado.

-Nadie va a morir aquí –notificó ella-. No lo permitiré.

-Tú lo harás –murmuró Hongbin, inexpresivo. Luego curvó las comisuras hacia arriba y apoyo ambas manos en el cristal, contemplándola-. Puede que más pronto de lo que crees.

La pelirroja lo ignoró. ¿De qué manera podía darle el plato a N sin que reaccionara agresivamente? Con todo, se arriesgó.

-N –lo nombró-. No queda ni mantequilla ni mermelada. ¿Te importa que sea crema de chocolate?

El chico sentado en el sofá se levantó y avanzó con cuidado. Hye Rin pensó que iba a coger la comida, pero con horror fue testigo de cómo éste tiraba de su brazo hasta agarrarla del cuello. Apretó la mano, mientras la joven palidecía. Se quedaba sin respiración. Hongbin comenzó a cantar:

Criaturita, criaturita, ¿a dónde vas?
A la tela de araña directa caerás,
Si tienes miedo, ojitos cerrarás.
Tu cuello pronto de un hilo penderá
¡Y la criaturita, sufrir ya no sufrirá más!

-¡N! ¡NO! –Gimió Ken-. ¡Libérala!

-¿Por qué debería hacerlo? –dijo, sin quitarle la vista de encima-. ¿Por qué no matarla y se acabó el problema?

-¡Porque ella es el menor de nuestros males! ¡No tiene ningún poder, es la bruja rubia la que hechizó el muñeco y nos metió aquí!

Pese a todo, N se resistió a dejarla ir. Un movimiento a la derecha llamó su atención, percatándose de que Leo estaba mirándolos de frente. La estancia quedó muda.

-Suéltala –ordenó con voz grave-. No me hagas repetírtelo.

La presión que los dedos ejercían alrededor de la garganta de Hye Rin se aflojó, desplomándose en el suelo, boqueando. El plato había caído bien y N fue por él, acomodándose en el sofá nuevamente sin mirar un punto fijo. No obstante, todos sabían que estaba disgustado.

La chica se levantó, recobrando el aliento.

-Gracias –dijo a Leo. El hombre solo la ojeó un instante antes de darle la espalda.

-Si yo fuera N, te hubiese matado al instante –explicó-. No te tengo ningún cariño. Solo eres nuestra vía de escape.

¿Vía de escape? ¿Qué clase de vía de escape?

Tras depositar cuatro tostadas en las últimas dos celdas –en la cual Ravi, se mostró belicoso al principio hasta que comió- y repartir agua, se dispuso a irse.

-Espera –la solicitó Ken-. No te vayas.

Hye Rin, extrañada, se plantó delante del cristal.

-Quédate aquí, por favor. Tengo miedo –confesó. Los iris cristalinos la miraban sin malevolencia ni malas intenciones, conmoviendo a la muchacha.

-¿De qué tienes miedo? –preguntó. El chico meneó la cabeza de un lado a otro.

-No lo tengo claro… Puede que de la soledad. Te vas, y me queda un vacío extraño aquí –se señaló el pecho-. Sé que no eres Kyung Hee. Tú eres diferente a ella. Lo veo.

Estiró una mano por la ranura y Hye Rin vaciló. No quería que le pasara como con N, pero algo le decía que podía confiar. Juntó la suya con la de él, suavidad contra aspereza, calidez contra frialdad. La mano de Ken subió hasta medio brazo y descendió siguiendo la línea de las venas de la muñeca hasta finalmente, palpar con delicadeza la palma y las yemas de los dedos. Hye Rin se estremeció, el corazón latiéndole con fuerza. Ken se maravilló del contacto, una sensación que creía tener enterrada y deseó seguir así un rato más. Sus ojos decían lo que no podían expresar con palabras.


-No me iré, Ken –dijo con firmeza-. No me iré a ningún lado.