domingo, 8 de junio de 2014

Hongbin - Capitulo 16

Su mano se paseó suavemente por las blancas sabanas. La colcha, echada a un lado, caía como si la dueña de estas fuera a volver en cualquier momento. Pero él sabía perfectamente que no volvería. Los dedos llegaron hasta la almohada y se metieron debajo, sacando con un tintineo el brillante llamador de ángeles. Sus yemas acariciaron delicadamente el colgante, y seguidamente lo aprisionó en la palma, temblando de rabia.

-Maldito bastardo Nefilim… -masculló-. Sabía que no debíamos fiarnos de ti. ¿Dónde te la has llevado?

Hongbin no fue consciente de la desaparición de Alice hasta la mañana siguiente. Había pasado la noche como siempre, en vela delante de su casa, vigilándola por su seguridad. Y eso creía estar haciendo hasta que subió a la habitación por la ventana para despertarla. Las dos personas que se suponía que debían seguir durmiendo allí, se habían esfumado.

Leo, presintiendo que algo no iba bien, se volatilizó en un abrir y cerrar de ojos en el mismo lugar que el Djinn. Vio como el poder del genio del aire se desataba por la ira y no hizo nada para contenerlo. Tan solo se dedicó a recoger el estropicio montado cuando el otro chico se calmó. Todo en completo silencio. Ello no significaba que el Marid no estuviera furioso, por supuesto que no. Pero su ira crecía por dentro, como una semilla amarga que diera sus frutos como espinas.

-Hongbin –musitó en voz baja. Pese a que antes que su compañero hubiese destruido la habitación había instalado una capa insonorizada en ella. Los padres de Alice despertarían en cualquier momento, y debían estar preparados para… modificarles la memoria-. En vez de quedarte aquí desesperándote como un idiota, deberías empezar a buscarla.

-¿Cómo esperas que…?

-Piensa, Djinn –lo cortó-. ¿Cuantas prisiones hay en el centro? Una funciona perfectamente, pero hay tres más abandonadas que envuelven el corazón de la ciudad. Hay que buscar en ellas.

-No –negó-. Hay que arrasarlas.

-Estás pensando de forma impulsiva. Recuerda que los chicos están dentro de una de ellas.

Hongbin lo miró, sus ojos se habían tornado verdes como esmeraldas. Se colgó el llamador al cuello, metiéndolo bajo la vaporosa camisa a cuadros.

***

-Deberías descansar.

-Cierra el pico, Marid.

-Si te mueres, no pienso enterrar tu cadáver.

-Eres un exagerado –espetó el Djinn quitándose el sudor de la frente. Escaló por las ruinas de la segunda prisión abandonada. Hongbin lo había reducido todo a un montón de escombros cuando el sol ya se iba escondiendo de nuevo. Eso inquietaba a los dos genios, pues estaban un paso más lejos de encontrar a los chicos con… vida. El genio del aire alejó esos pensamientos de su mente. Solo quedaba una prisión y no cabía la menor duda de que allí se encontraban. Pero debía descansar un momento, aunque solo fueran unos minutos. Estar metamorfoseado en humano tanto tiempo había acabado por debilitarlo hasta límites insospechados. Aunque no podía arriesgarse a cambiar de forma porque podría arrasar la ciudad entera sin querer.

-Hongbin…

-Cállate de una vez –gruñó el otro, respirando pesadamente-. Descansaré, pero solo un momento.

Leo se cruzó de brazos.

-No la matarán.

Hongbin parpadeó.

-¿Qué?

-He dicho que no acabarán con su vida. Ella es la llave. La necesitan –explicó, leyendo los pensamientos de su compañero.

-Sí, pero a los demás no.

-¿Ahora te interesan los demás? Increíble –soltó Leo, burlón. Hongbin hizo una mueca.

-No soy de piedra, ¿sabes? Me importa lo que a Alice le importe. Nada más –se levantó rápidamente y empezó a flotar en el are-. Vamos. Estoy otra vez en forma.

El cielo se había cubierto por nubes negras que amenazaban con desatar una gran tormenta. Fueron deprisa hasta su destino y volvieron a poner los pies sobre la tierra cuando distinguieron el edificio. Los dos muchachos otearon el paisaje que se les presentaba, en busca de Nefilim que tuvieran la intención de detenerlos. Pero no había nadie. Ni un alma.

-Esto tiene muy mala pinta –comentó Leo. Hongbin no podía estar más de acuerdo. Levantó el brazo derecho para disparar un gran torrente de aire contra los muros pero desgraciadamente, una especie de barrera le devolvió el ataque, que no le afectó en absoluto.

-Quieren que entremos –anunció el Djinn, peinándose el pelo hacia atrás- Peor para ellos. Destruiremos desde dentro.

Abrió la puerta sin cuidado y se lanzó al interior seguido muy de cerca por el otro genio. Como con el anterior grupo de asustadizos chicos, la puerta se cerró. Ambos avanzaron por el estrecho pasadizo, atentos a cualquier movimiento en falso.

-Eh –lo llamó Hongbin-. Necesitamos luz aquí. No veo nada.

-¿Y a mí que me cuentas? Soy un genio del agua, no un poste de luz.

-No me encuentro bien –dijo el Djinn, sin hacer caso a la respuesta del otro. Se miró las manos-. Me siento extraño.

Leo también sentía que su cuerpo iba acumulando más calor. Intentó invocar un poco de agua, sin resultado alguno.

-Mierda –exclamó. Las palabras de Hyuna resonaron en sus mentes.

“Y os lo advierto: Vuestra magia no funcionará.”

-¡No puede ser…! –masculló Hongbin, haciendo acopio de todas sus fuerzas para que sus poderes funcionasen, sin éxito.

-Estamos al descubierto –declaró Leo, en tensión.

-Pues solo nos queda hacer una cosa, ¿verdad? Avanzar y arremeter contra todo –sonrieron peligrosamente y se pusieron en camino de nuevo.

***

Unos tacones familiares se oyeron sobre el cemento y la rubia cabeza de Hyuna junto a todo su despampanante cuerpo hizo acto de presencia. Lo peor es que no parecía sorprendida. Incluso era como si… ya se lo hubiera estado esperando. Tenía una pose relajada, la cadera ladeada y los brazos cruzados sobre el pecho. Una expresión desdeñosa le ensombrecía el espectacular y bello rostro de la Efreet, que parecía no ser afectado por la verdosa luz de la prisión.

-¿Por qué no me asombra vuestra estupidez? –Me miró, y seguidamente miró a Hyuk-. A ti, te reservo para el final. Mereces una muerte cruel y dolorosa, pequeño traidor.

Para mi sorpresa, Hyuk no había mudado su expresión. Ni siquiera temblaba.

-Vigila con lo que dices, Efreet –contestó, insolentemente-. La que muera dolorosamente podrías ser tú.

Hyuna entrecerró los ojos, con rabia y de pronto Hyuk empezó a gritar, sacudido por violentos espasmos de dolor que calaron en mí como miles de agujas.

-¡Quema! ¡Quema! ¡Apágalo! ¡PARA! –gritaba el pobre chico dando vueltas sobre sí mismo con las manos sobre el pecho.

-¡¿Qué le haces?! –Bramé, incapaz de seguir mirando cómo le hacían daño-. ¡Detente! ¡Déjalo!

La genio se giró, con una ceja levantada.

-Sólo estoy jugando con su mente… ¡Oh vamos, es divertido! Le he infundido calor… me daba la impresión de que tenía un poco de frío… ¿Quieres un poco también? ¿O prefieres que sea tu amigo mestizo el que lo experimente un rato? Seguro que la sensación le resulta familiar…

No. Jae Hwan no. Pero no pude hacer nada para evitarlo. Ken, pese a su mal estado, sacó fuerzas de su magullada garganta para gritar lastimosamente. Aún con toda esa cantidad de sangre, distinguí las lágrimas resbalar de las mejillas. Tenía que hacer algo para detener aquella tortura, así que le cubrí la cabeza -que descansaba sobre mis rodillas- con mi cuerpo en un intento por acallar sus lamentos.

Y entonces lo sentí.

Era tan intenso y tan agudo que al principio las palabras no eran capaces de salir de mi boca. Pero luego chillé, chillé con desesperación por que me estaba abrasando por dentro. Comenzó por el estómago y se extendió por cada rincón de mi ser como un veneno. El fuego recorría mis venas sin descanso y me inflamaba la carne. Por un momento, pensé que moriría allí mismo. Estaba convencidísima que de un momento a otro, acabaría por desmayarme y luego… nada. Pero no sucedía lo que esperaba, pese a que en ese momento era lo que más quería. Quería morir para no tener que sufrir de aquella manera tan inhumana. Y de golpe, cesó el dolor.

Tragué una gran cantidad de aire. Tenía la boca seca, y un gusto a metal en ella que me hizo darme cuenta de que me había mordido. La debilidad se hizo presa de mí. Me apoyé en la pared, tiritando.

-¿Qué quieres, bruja? –tartamudeé. La tensión había provocado que mis músculos se contrajeran y no podía controlarlos.

-Creo que eso ya lo sabes. Dame la llave del infierno y me pensaré si dejaros marchar o podriros aquí abajo. Cuando los demonios se hayan apoderado de este mundo tan lleno de seres inferiores, el Infierno habrá triunfado.

-¿Por qué haces esto? –pregunté. Era lo único que se me ocurría para ganar un poco de tiempo-. ¿Qué ganas si pasa lo que dices que tiene que pasar?

-Mi venganza cumplida. Eso es lo que realmente me importa. Venganza contra los ángeles y contra Dios, que tan injustamente nos desterraron por no querer adorar a los humanos. No sois dignos de nosotros, ni jamás lo seréis. Seres terrenales, vivís ignorantemente una vida corta y efímera con la que nunca estáis contentos. Malgastáis, derrocháis, maltratáis, matáis, destruís… todo por vuestro egoísmo de demostrar que sois la especie superior. Algo que, obviamente, no sois. Os odio a todos… no merecéis existir. ¡Tú la primera de vuestra estúpida raza!

Las llamas volvieron a abrasarme las entrañas, no dejándome otra opción que seguir gritando y gritando hasta perder la voz.

***

Alice estaba sufriendo. Sus alaridos eran perfectamente escuchados por los dos genios, a los que el corazón les dio un vuelco angustiado. Corrieron como alma que lleva el diablo hacia el sonido de los gritos, temerosos de que fuera demasiado tarde para socorrer a sus compañeros.

Vislumbraron un poco de claridad tras los oscuros pasillos y tan pronto como la luz los iluminó, ambos fueron proyectados contra los barrotes de las celdas, dejándolos sin aliento. Intentaron levantarse, mas la fuerza de la Efreet los superaba en aquellas condiciones. Arrastrándolos, la genio los condujo a las celdas de sus compañeros, Leo con Hyuk y Hongbin con los restantes.

-¡¿Tú?! –exclamó Leo, receloso. El Nefil, totalmente fuera de combate no tuvo fuerzas para contestarle. Simplemente lo miró largamente, pidiendo perdón en silencio.

-¡Alice!

Hongbin abrazó a la ahora frágil muchacha, y esta se dejó caer en su hombro.

-Ya tardabas en aparecer –le reprochó ella-. Sácanos de aquí…

-No puedo –gimió el Djinn-. Aquí hay algo que nos impide hacer cualquier cosa que queramos.

-Entonces… estamos acabados –suspiró Alice, triste. “Al menos… moriré con él”, se consoló.

-Bien, ya me he cansado de respirar el maloliente olor del amor –interrumpió Hyuna. Haciendo otro movimiento con las manos, separó a Hongbin de la chica. Unos grilletes lo ataron a la pared. En cuanto se percató de lo que rozaba su piel, un aullido salió de sus labios. Por mucho que se moviera, esos grilletes seguían tocándolo, provocando que el genio sufriera.

-¡¿Qué le has hecho?! –exigió saber Alice.

-Oh, lo siento –se disculpó la Efreet falsamente-. Olvidaba que los Djinn son vulnerables a la plata manchada de sangre de animal. Me he tomado la libertad de buscar la mejor sangre en tu honor.


Hongbin no contestó. Su cara no expresaba otra cosa que el sufrimiento que esas cadenas le provocaban. Alice estaba derrotada. ¿Qué sería de ellos a partir de ahora?