Kondou
decidió que, a pesar de a la renovada confianza, Rin dormiría en
una habitación distinta a la de Chizuru por precaución. El
comandante llamó a Hijikata y a Sannan para discutir su decisión
que pese a las protestas de ambos, finalmente fue aceptada. Kondou
cumplió la promesa hecha a la muchacha y ordenó al Consejero del
Shinsengumi llevar consigo los brazales. Sannan no preguntó al
respecto, sino que los aceptó y se retiró a su dormitorio. Al día
siguiente, partió temprano junto a su división.
Rin
no pudo pegar ojo en toda la noche. Las preocupaciones, el miedo y un
tobillo mal curado le imposibilitaron un buen descanso. A ello había
que sumarle que se encontraba en un futón desconocido en una
habitación que no era la suya. Inoue había hecho lo imposible a fin
que se sintiera cómoda, cosa que la joven agradeció. En vez de té,
le había traído un vaso de leche caliente y ella se lo había
bebido con avidez. Se sorprendió de lo sedienta que estaba.
-Disculpa
a los chicos -dijo el hombre-. Son toscos y tienen mal carácter,
pero en el fondo son buenas personas.
-Lo
sé, muchas gracias Inoue -contestó Rin-. Supongo que la llegada de
alguien que dice ser de otro mundo no está muy visto.
-En
absoluto -corroboró-. Acerca de eso... ¿Estás completamente segura
de lo que dices, pequeña? El castigo por engañar al Shinsengumi es
la pena de muerte.
Rin
sintió un nudo formársele en la boca del estómago, aun así no se
amedrentó. Si iban a castigarla, primero debían ver el otro lado
con sus propios ojos.
-No
he mentido.
Inoue
suspiró.
-Está
bien -se acercó a la puerta-. Buenas noches.
Salió,
dejándola sola. Esperaba que Cronos cumpliera su palabra y el paso
entre dimensiones permaneciera abierto para ella.
***
Kondou
y Rin acordaron que él anunciaría quien la acompañaría, a
petición de la muchacha. El comandante del Shinsengumi lo aceptó,
extrañado, mas no preguntó. Tras reunir al grupo, manifestó su
voluntad y los chicos escucharon sin hablar un buen rato.
-...por
esa razón, Okita y Yamazaki la escoltarán a la presunta entrada.
Además, serán los encargados de confirmar si dice o no la verdad.
En caso negativo, tenéis mi permiso para matarla.
Rin
se estremeció. No podía evitarlo siempre que se hablaba de su
muerte. Le parecía que a cada paso que daba estaba más cerca del
seppukku. Yamazaki asintió diligentemente pero Okita entrecerró los
ojos y la miró con odio.
-Yo
no pienso ir -declaró.
-¡Souji!
-lo reprendió Hijikata. El samurái chistó.
-No
tengo ninguna necesidad de meterme en una cueva. ¿Y si es una trampa
para acabar con nosotros?
-Si
así fuera -dijo la joven-. Me bastaría con llevaros a todos o
atraer a los líderes, no a un par de miembros del Shinsengumi sin
título -se giró hacia Yamazaki, alarmada-. ¡N-no he querido decir
que vuestras vidas no tengan valor! ¡Son muy preciadas para mí!
Oh,
mierda. Otra vez hablando de más. Las mejillas de Yamazaki se
colorearon levemente de rosa.
-Sé
de sobras cual es mi posición en ésta misión y el peligro al que
me expongo, Tomohisa -carraspeó, incómodo. Kondou estalló en
carcajadas estridentes, quitando gravedad al asunto.
-Vamos,
vamos. Discutámoslo en diferente ocasión. Souji, ¿estás seguro de
que no cambiarás de opinión?
-Tan
seguro como que esta
no podría ganarme en un duelo.
Rin
enarcó una ceja. Se levantó y caminó hasta quedarse delante del
samurái.
-Reprochas
a los demás que no deben hablar de ti sin conocerte, y no obstante
tu haces exactamente lo mismo -le espetó. Okita sonrió. No fue
agradable.
-¿Eso
significa que te batirás en un duelo a muerte conmigo?
-Si
acepto, ¿dejarás que imponga una única condición?
-Me
muero por
oírla.
-Sin
katanas, cuerpo a cuerpo. Y si gano, vendrás.
-Me
parece estupendo. No me hace falta una espada para romperte el
cuello.
-Souji,
te estás pasando un poco -musitó Heisuke, preocupado por el giro
que tomaba la conversación. Harada estaba en tensión y Shinpachi
fruncía el ceño constantemente. Rin esbozó una sonrisa
tranquilizadora.
-Sé
defenderme -dijo, orgullosa. Okita se rió entre dientes.
-Ya
lo veremos.
El
grupo pasó a la sala de entrenamiento, distribuyéndose por la sala.
Al pasar delante de Yamazaki, sintió sus mejillas arder. Casi ni lo
conocía y su simple presencia la intimidaba.
No
es verdad. Sí le conozco, se
dijo, en cierto
modo.
Ambos,
Okita y Tomohisa se quedaron el uno frente a la otra a varios metros
de distancia. Rin adoptó una posición ofensiva mientras que Souji
se cruzó de brazos, confiado de su victoria.
-Me
parece que se lo está tomando a juego -le comentó Kondou a
Hijikata, que asintió.
-Su
posición es excelente -dijo Saito-. Calibra a la perfección el peso
del cuerpo entre las piernas pese ése hinchazón del pie.
Harada
hizo una mueca.
-Ésto
no está bien. Souji la matará de verdad ahora que tiene la
aprobación del jefe.
La
habitación se sumió en el más sepulcral silencio. Se diría que
incluso el aire podía cortarse con un cuchillo. Y en el momento
menos pensado, Rin se movió. Fue tan rápida, tan veloz que Okita la
perdió de vista durante unos segundos. Segundos que la chica
aprovechó para hacerle perder el equilibrio y estamparlo contra el
suelo, en una perfecta llave. El quedo sonido del cuerpo al caer
inundó la sala. La estupefacción en los rostros de los presentes
-también el de Souji, desde abajo- era algo digno de verse y de ser
recordado. Incluso Sannan tenía los ojos abiertos como platos.
-He
ganado -le tendió la mano al caído. El joven miró la extremidad
que se extendía hacia él, receloso. Entonces optó por el engaño,
pues cuando sus dedos le tocaron la palma la lanzó al suelo. La
cabeza de Rin rebotó en la madera, provocando que los Shinsengumi
soltaran exclamaciones de alarma, algunos incluso, se semi
incorporaron. El samurái la asió por el cuello y apretó.
Le
faltaba el aire, se estaba ahogando. Sin embargo, no podía darse por
vencida aún. Colocó los antebrazos juntos y apartó las manos de
Okita en ademán defensivo. Después, le propinó un puñetazo en el
esternón y su compañero se dobló, preso de un ataque de tos. Había
funcionado. A trompicones se levantó.
En
un hábil golpe, él le sacudió una patada en el tobillo y Rin gritó
de dolor. Retrocedió, tambaleante, la pierna encogida sin tocar el
suelo. Los demás, viendo la gravedad de la situación los separaron.
-¡Ya
está bien! -exclamó Kondou-. Shinpachi, Harada, lleváoslo de aquí.
Yamazaki, Inoue. Ésta chica precisa tratamiento inmediato en ese
pie.
Rin
jadeó, procurando contener las lágrimas que se agolpaban en sus
ojos. El dolor cada vez era más intenso. Miles de puntos negros se
formaban delante de ella y se le revolvió el estómago. Había
soportado aquel mal demasiadas horas por no atreverse a pedir ayuda.
Yamazaki se la cargó a la espalda y la sacó de la sala de
prácticas, seguido de Inoue. Entre los dos, la depositaron en su
habitación provisional tan suave como fueron capaces de hacerlo. El
mayor salió a buscar medicina y vendas mientras que el ninja optó
por examinarle el tobillo.
-Lo
has forzado demasiado -informó, palpando el prominente bulto-. Puede
que esté roto.
En
otras circunstancias, la chica se hubiese ruborizado hasta la punta
de las orejas.
-Es...
horroroso -dijo con un hilo de voz, refiriéndose a las lacerantes
punzadas. El chico arrugó el ceño, malinterpretándolo.
-Souji
no es una persona fácil y tú lo has cabreado.
Rin
entornó los ojos.
-Él
me retó, que se atienda a las consecuencias.
Yamazaki
la miró fijamente con aquellos orbes violetas que parecían sinceros
y fríos al mismo tiempo y sacudió la cabeza.
-No
te beneficia -hizo una pausa. Luego cambió de tema-. Necesitarás un
entablillado, pero no te aseguro que puedas volver a mover el pie con
normalidad.
Rin
se incorporó.
-Pues
llévame a mi mundo. Allí me...
-¿Crees
realmente en lo que dices?
La
muchacha se afligió porque la persona que más deseaba que confiara
en ella, no la creía. Las lágrimas retenidas se desbordaron por sus
mejillas y cayeron sobre el tatami. Yamazaki, percatándose, se puso
nervioso.
-Eh,
no, no llores -masculló-. Tomohisa, por favor.
Rin
le dirigió una mirada de decepción a fin que el chico se sintiera
mal, pero se sintió aún peor por intentarlo. Él desvió la vista
al suelo, turbado. La puerta de la habitación se abrió y el viejo
samurái penetró en la estancia con un botiquín de madera entre los
dedos.
-Yamazaki
-lo regañó contemplando la escena-. No está bien hacer llorar a
las señoritas.
El
muchacho quiso replicar, pero no supo qué decir. Inoue colocó una
mano en la cabeza de la joven.
-Ya
está, ya está -le dio varios golpecitos-. Hay que ver. Con lo
fuerte que eres y la cantidad de lágrimas que eres capaz de
derramar.
Algo
frío le alivió el escozor del tobillo. En silencio, Yamazaki le
había puesto un trapo húmedo en la herida para bajar el hinchazón.
Quizá en parte también era una disculpa, se dijo ella.
-Será
mejor que te quedes aquí hasta saber la situación de Okita -se
levantó para salir-. Inoue, ¿se encarga?
-Descuida.
Rin
se quedó algo desilusionada viéndolo irse. Se mordió el labio
hasta que la voz del otro samurái la sacó de su ensoñación.
-Yamazaki
está preocupado por ti.
-¿Eh?
-Nada,
nada. Hablaba conmigo mismo. Sois tan jóvenes... deberíais poder
disfrutar de la vida.
Rin
jamás creyó que Inoue fuera a decir algo así. Pensaba que el
orgullo de los samuráis era la guerra y morir en combate, pero lo
que el mayor decía le cambiaba un poco la perspectiva que tenía de
él. Creía saber qué pensaban pero... en la realidad, cada uno de
ellos era único.
-En
mi mundo... -comenzó. Sin embargo, quiso evitar de nuevo que la
tacharan de chiflada. El hombre lo notó.
-Por
favor, sigue -se sentó a vendarle el pie. Recelosa al principio,
conforme hablaba se fue ilusionando y le explicó miles de cosas del
lugar del que procedía, desde meras estupideces hasta información
importante. Cómo se organizaba la sociedad, las guerras que había
habido hasta entonces, cómo era la policía, el tipo de familias que
existían...
-...también
hay Hospitales gigantescos -abrió los brazos para justificar sus
palabras-. Allí se hacen las prácticas de mi carrera. También se
ha descubierto la cura para la mayoría de los cánceres, aunque el
de cabeza es complicado de sanar aún. Hay métodos anticonceptivos
para evitar posibles enfermedades de transmisión y... -Se detuvo al
percatarse de que Inoue estaba sorprendido-. ¿Qué... ocurre?
-O
posees una imaginación portentosa o... estas diciendo la verdad.
Rin
no se molestó en contestar. Se había justificado miles de veces y
no volvería a hacerlo. Alzó la cabeza, orgullosa, mostrándole a
Inoue que no le importaba si no la creía. El mayor suspiró,
sabiendo en parte que llevaba razón y Yamazaki pronto se dejó ver
otra vez. Estaba tenso, casi como si le hubiesen dado una noticia
desagradable.
-Kondou
quiere verte. Ha convocado una reunión.
El
ninja dio un par de pasos y girándose, se agachó delante de la
mundana.
-Sube.
La
joven parpadeó. Miró a Inoue, quien no le dedicó mas que una
sonrisa afable e intentó hablar.
-Pero
yo...
-No
tenemos todo el día y tú no puedes caminar en el estado en que te
encuentras. Si eres tan amable -movió las manos en un gesto de
impaciencia. Rin notó un nudo en la garganta mientras la sangre se
le agolpaba en la cabeza.
-Es
que... me da vergüenza.
Yamazaki
ladeó la cabeza, perplejo.
-¿Vergüenza?
¿Cuántas
veces van ya diciendo lo que no debes?
-Yo...
-tragó saliva y se semi incorporó. Vaciló antes de ponerle las
manos en los hombros. En ese instante le empezaron a sudar las
palmas-. C-con permiso...
Reprimió
un grito al quedar suspendida en el aire y se agarró fuertemente al
cuello del chico. Si le estaba haciendo daño, no lo comentó. Estaba
tan cerca de él que podía perfectamente percibir el suave aroma que
desprendía su compañero, un olor almizclado y sutil, muy agradable
y atrayente. Volvió a tragar saliva y escondió el rostro en el
hueco del hombro del ninja para ocultar el rubor mientras se
trasladaban de habitación.
Yamazaki
era delgado al fin y al cabo, sin embargo, gozaba de una fuerza ágil
y un cuerpo dinámico con el que se movía en el más absoluto
sigilo. Rin era consciente de que pesaba el doble que Chizuru, una
persona menuda y delicada en comparación a ella misma.
-Perdona
-lo llamó. Pese a no girar la cara supo que la escuchaba-. Te
dolerán los brazos si sigues llevándome de esta forma.
-No
te preocupes por mí.
Rin
hinchó las mejillas.
-Demasiado
tarde, entonces.
Procuró
centrar su atención en cualquier cosa que no fueran las cálidas
manos del chico bajo sus rodillas. El calor que le transmitían era
casi insoportable.
-Eres
bastante... -se abstuvo a terminar la frase-. Nada.
-¿No,
qué? ¿Qué soy? ¿Pesada? Ya te he dicho que puedo...
-Iba
a decir insólita -respondió-. Vienes a un lugar al que no
perteneces a salvar
un
grupo de gente a los que no debes nada, unos samuráis que no tienen
el menor interés en conocerte y para los que eres irrelevante. Y aún
así te preocupas de si eres o no una carga para mi desplazamiento.
-Esa
es la diferencia -apretó los dedos-. Que yo sí os quiero.
Yamazaki
se quedó en silencio. Algo dentro de él se había agitado ante sus
palabras. La punta de sus orejas hasta el momento normales, adquirían
un tenue color carmesí.
-Hemos
llegado -musitó. La depositó en el suelo y la ayudó a sentarse.
Luego se acomodó a su lado de rodillas, la espalda recta y una
renovada actitud de obediencia hacia Kondou. Rin se negó a levantar
la mirada. Después de un rato, se encontró a si misma temblando de
miedo.
Kondou
sonrió, apenado por la inocente reacción.
-Tomohisa,
¿cómo está tu tobillo?
La
muchacha se topó con los ojos del jefe del Shinsengumi.
-Duele
-susurró, temerosa. Era como estar en el ojo del huracán-. Quiero
volver a mi ciudad y encargarme de él.
-Hablando
del tema... -dijo Hijikata-. Souji ha accedido a ir. Luego de
calmarse, reconoció tu valor y anunció que te proporcionaría un
poco de su confianza.
-Bueno,
ayudaron a tomar la decisión unos cuantos gritos de Kondou -se mofó
Heisuke. Shinpachi y él chocaron puños, divertidos. Rin exhaló el
aire que había estado reteniendo desde el principio.
-¿Y
no me vais a castigar?
-¿Eh?
-He
derribado a uno de vuestros mejores soldados. Yo, una mujer. Pensaba
que...
Kondou
y Hijikata intercambiaron una mirada.
-Si
es verdad que provienes de otro mundo... -prosiguió el
sub-jefe-...entendemos que vuestras reglas sean dispares a las
nuestras. Aparentemente somos expertos en esconder mujeres vestidas
de hombres -Rin distinguió un tono amargo en su voz-. Bien que tu
caso es diferente.
-¿Diferente?
-Sí
-afirmó Kondou-. Tomohisa Rin. Somos incapaces de no considerarte
una amenaza para nosotros a causa de tus recién exhibidas artes. Por
lo tanto, tienes dos opciones: Cometer el seppukku en el acto o, una
vez vuelvas a esta Era, unirte a las filas del Shinsengumi en calidad
de médico junto a Yamazaki.
El
nombrado se puso rígido.
-Con
todos mis respetos, señor...
-No
repliques -lo cortó-. El avanzado conocimiento en medicina que tiene
nos ayudaría en la batalla. Te encargo una tarea más: Aprende.
Empápate de conocimientos útiles, tantos como puedas.
Yamazaki
asintió, inclinando ligeramente la cabeza. La chica reunió la
fuerza de voluntad que le quedaba y cerró la boca abierta. Estando
en peligro constante, se habría esperado una advertencia, amenaza, o
que la intimidaran. Paseó la vista pero no encontró a Okita. A lo
mejor sí iba contra su voluntad.
-¿Y
bien? ¿Estás conforme, Rin?
-Eh...
Ah... yo... -juntó las manos delante de ella y se encorvó en una
reverencia-. Por supuesto.
Era
una ocasión única en la historia y pensaba aprovecharla al máximo.
De reojo, Yamazaki la contemplaba sereno.
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