11
de marzo
El
ruido mojado de las hojas al ser pisadas llenaban el bosque de
sonidos extraños. Con cada crujido, Rin giraba la cabeza hacia
atrás, temiendo que alguien pudiera seguirla. Un pensamiento
estúpido, dado que la casa más cercana a aquella frondosa espesura
verde era la suya. No demasiado lejos, una carretera llevaba a la
ciudad céntrica y entre los árboles podía escucharse el quedo
ruido de los coches al pasar. Apresuró el paso. Aún le quedaban
cinco minutos hasta llegar al punto de encuentro. Perdió el
equilibro en varias ocasiones por el peso de la mochila, pero logró
mantenerse erguida.
Cuando
avistó la entrada de la cueva, notó que alguien más estaba allí y
casi da un salto al comprobar que se trataba de Cronos. Ése día
llevaba puesta una camisa blanca, un chaleco a cuadros y unos
pantalones oscuros. Rin se estremeció de frío solo de verlo. El
dios se volvió al sentir su presencia y le sonrió con esos dientes
tan perfectos y la usual mirada juguetona. El pelo rubio le caía,
rebelde y desenfadado sobre los hombros: ya no lo tenía echado hacia
el lado.
-Sabía
que vendrías -declaró. Su voz poseía un matiz emocionado. La miró
de arriba abajo antes de silbar-. Vaya, sí que te lo has tomado en
serio. Lo único que delata que eres una mujer es la trenza.
Rin
vestía el yukata blanco y granate que había encargado el día
anterior. Pensó que quizá con una trenza en el lado pasaría por un
hombre, pero al parecer estaba equivocada. Al verle el gesto de
desilusión a la muchacha, Cronos se apresuró a rectificar.
-No
me malentiendas, querida. Estás estupenda. Si no te observan
demasiado, supondrán que eres un hombre afeminado.
-Menudo
consuelo -gruñó ella por lo bajo. Cambió el peso de la mochila y
pasó de largo sin mirarlo, hacia el interior de la gruta. Estar allí
se le hacía tan nostálgico...
-La
puerta está abierta -anunció el dios-. Y lo seguirá estando para
ti y para aquellas dos personas que elijas llevarte. Eso si, si
deseas cambiar de mundo, deberás darle la mano a ambos, al menos la
primera vez. De lo contrario, se perderán en el espacio entre
dimensiones.
-Entendido.
¿Porqué
debía hacerlo? ¿Porqué ella? Esos fueron sus pensamientos antes de
adentrarse en el oscuro agujero. Experimentó un tirón en el
estómago y presintió que el aire había cambiado de alguna manera.
Se vio pronto fuera de la cueva en un paraje que no conocía, en un
lugar que le era extraño. Un bosque diferente, más exuberante y
verde.
-Oh
dios mío -exclamó-. Era verdad. Cronos decía la verdad.
Descendió
la colina y aterrizó en un camino de tierra. No había ni un alma
pero distinguió en la distancia diversos bloques de humo: la ciudad
de Kyoto. El corazón de Rin martilleaba fuertemente contra sus
costillas. Seguía atónita.
-De
acuerdo, pensemos -se sentó en una roca a descansar un rato. Había
caminado un buen trecho-. Si entro en la base de los Shinsengumi, me
matarán. Si los abordo en sus paseos, también. Necesito encontrar a
alguien cooperativo, como Inoue o Harada... Si me topo con Okita, me
cortará la cabeza.
Se
despeinó, frustrada. El último período del shogunato podía
contener un peligro excesivo para una persona inexperta como ella.
Levantándose, sacudió las arrugas del yukata y se dispuso a
proseguir su camino.
***
Al
llegar al centro de la ciudad, quedó maravillada. Ignoraba la
belleza antigua y verlo de primera mano la hacía sentirse
afortunada. Por doquier, gente con vestidos tradicionales paseaba
tranquila, maikos y geishas se promocionaban alegres, y los
comerciantes gritaban sus productos a pleno pulmón. Rin olvidó un
instante a qué había venido y curioseó aquí y allí, sin darse
cuenta de que, pese a sus esfuerzos por no desentonar, destacaba más
que nadie.
Al
darse cuenta, retuvo una grito y se escondió de la gente. Anduvo,
ahora sí, discreta. Preguntó sobre la base de los Shinsengumi en
lugares más concretos, menos concurridos. Siguiendo las
indicaciones, llegó a una gran casa tradicional japonesa los muros
de la cual tapaban el interior. Su única entrada, una puerta de
roble maciza se encontraba abierta de par en par y de ella emergió
un grupo de hombres que portaba un manto azul con mangas blancas. Se
dirigían al corazón de la ciudad.
-¡Son
ellos...! -exclamó la muchacha emocionada. Jamás pensó que
llegaría a ver de verdad el uniforme de la policía de Kyoto.
Decidió grabar por siempre el recuerdo de las telas ondeando con el
aire. Luego de su atrevimiento, quien sabe si seguiría con vida para
volverlas a ver. Rin decidió que lo mejor sería escabullirse y
buscar a Kondou antes de que cualquier samurái la avistara y
decidiera poner fin a su existencia. A él se lo contaría todo. Lo
había pensado durante el día. Al principio consideró explicárselo
a Hijikata, mas no se fiaba del temperamento del vice-comandante.
Alzó
la cabeza al muro y sopesó sus posibilidades de trepar. Lanzó la
mochila al otro lado y escaló la pared, dando gracias a sus años de
artes marciales que le habían otorgado bastante fuerza física. Se
irguió en la cima y se dejó caer, aterrizando suavemente sobre la
hierba. Incluso poniendo en práctica lo aprendido en el dojo, no
alcanzó un descenso limpio y el tobillo sufrió un giro brusco.
Gimió, agarrándoselo hasta que el dolor disminuyó. Respiró hondo
y se puso en pie. Ahora su trabajo se había vuelto peliagudo, pues
no era capaz de sostenerse sobre las dos piernas sin que miles de
puntos entraran en su campo de visión.
-Lo
que me faltaba... -protestó. Dejó la mochila a un lado y de ella
sacó una venda blanca la cual enrolló entorno el hinchado tobillo,
inmobilizándoselo.
Cuando
guardó el apósito, apreció que alguien la observaba y se volvió
en seguida. Dos jóvenes, uno de pelo corto y el otro, más bajito
con una coleta alta la contemplaban boquiabiertos. Rin parpadeó,
congelada. Dio media vuelta, con la mala suerte de tropezar y caer de
boca al suelo. Hizo un esfuerzo, a pesar del dolor, de levantarse. No
obstante, los samuráis ya se encontraban a su lado.
¡Me
van a matar! ¡Me cortarán el cuello!, le
gritaba su mente. Con suerte, sería rápido. Un pequeño dolor y ya
está, de cabeza al otro mundo. Por eso, lo que escuchó a
continuación la desorientó.
-Eh...
¿estás bien? -preguntó una voz aniñada. Casi parecía la de
una... ¿mujer?
Rin
levantó la cara para toparse con un rostro que conocía demasiado
bien.
-¿Tú
eres... Chizuru? -dijo, antes de darse cuenta. En sus ojos brilló
una gran exaltación y felicidad-. Madre mía, sí que lo eres.
Chizuru
dio un par de pasos hacia atrás. Era obvio que no se esperaba que la
reconociese.
-¿Nos...
nos conocemos?
La
chica se golpeó la frente. Eso había sido muy imprudente.
-No,
claro que no. Perdóname. No puedo decir... ¡necesito hablar con
Kondou Isami ahora mismo! -exigió, lo mas humildemente de lo que fue
capaz. El acompañante de Chizuru, que no había dejado de apretar el
mango de su katana, la examinó receloso.
-¿Qué
asuntos te traen a la sede de los Shinsengumi? -inquirió. Rin hizo
contacto directo con sus ojos y se quedó sin aliento. Era esa
persona. Sin duda, era él.
Orbes violáceos, pelo corto y una larga y fina coleta castaña.
-Ya...
-farfullo-. Yamazaki.
Los
dedos del ninja se tensaron entorno a la empuñadura mientras que la
otra mano agarraba bruscamente el hombro de la extraña visitante.
-¿De
qué nos conoces? -siseó. Rin se encogió.
-¡No
puedo decirlo sin Kondou delante! ¡Necesito verlo cuanto antes, por
favor!
En
ese momento, Shinpachi los vio y decidió acercarse.
-¡Hey!
¡Chizuru, Yamazaki! -los nombró. La joven perdió el color del
rostro. Estaba muerta. Ya podía considerarse muerta y enterrada-.
¿Qué pasa? ¿Quién es el crío?
-¿Crío?
-repitió Rin-. Soy mayor de... -enmudeció al sentir el agarre del
hombro intensificarse.
-Insiste
en ver a Kondou y se niega a decirnos qué trama -contestó Yamazaki.
Nagakura frunció el ceño.
-¿Un
espía? -musitó.
-¡NO!
-chilló. Bajó el tono-. ¡No...! ¡No soy ningún espía de Choshu,
ni del Shogun, ni de ningún clan raro!
El
ceño fruncido de Shinpachi se hizo más notorio. Lo estaba
empeorando todo, no paraba de meter la pata cada vez que abría la
boca. Vas a morir
pronto.
No dejaba de repetírselo y empezaba a asumirlo.
-Tú...
maldita basura -escupió Nagakura, sin rastro de humor. Parecía un
tigre a punto de morder a su víctima-. Pocos saben de nuestros
enemigos, y tu pareces saber bastante... ¡Habla! ¡O juro que...!
La
asió con fuerza por el cuello del vestido y la levantó del suelo
sin esfuerzo. Al momento, sus antebrazos notaron algo bajo el yukata
que lo preocuparon. Poco a poco, la dejó en el suelo y palpó
aquello.
Automáticamente Rin gritó y le propinó un bofetón que retumbó en
el lugar.
-¡¡¡Na-Nagakura
Shinpachi!!! -vociferó, fuera de sí-. ¿¡C-cómo te atreves a
tocarle el pecho a una dama!?
-¿Una
dama? ¡¿Éste golpe es de una dama?! -balbuceó, aturdido. Yamazaki
se plantó delante de ella y le examinó la cara. Rin enrojeció al
ser tocada por sus manos y se escondió detrás de Chizuru.
-Por
favor, no me matéis -suplicó desde el hueco del hombro de la
chica-. No he venido a causar problemas ni a hacer daño a nadie.
Pido ayuda a Kondou por que considero que es el único que entenderá
lo que le digo.
-¿Nos
estás llamando idiotas? -refunfuñó Shinpachi-. ¿A todo ésto,
cómo sabes mi nombre?
-No
es cuestión de intelecto o no, sino de jerarquía. Es el alto cargo
de los Shinsengumi y necesito... necesito que él entienda...
-¿El
qué? -Preguntó Yamazaki. Rin lo miró.
-Que
no soy de este mundo.
***
-Vamos
a ver -susurró Kondou-. Te llamas Tomohisa Rin, ¿no? ¿Y dices que
vienes de otra dimensión por orden de un dios llamado... Cronos?
-Sí.
Vengo a salvaros. O a intentarlo, mejor dicho.
-¿A
salvarnos? -repitió Heisuke-. Sano, Shinpatsu. La mujer ha perdido
la cabeza.
Al
final, respondiendo a las quejas de Rin, aquella tarde se convocó
una reunión general que abarcó a los miembros más significantes de
los Shinsengumi, incluidos Yamada, Yamazaki y Chizuru. Los chicos
murmuraron cosas entre ellos y la joven se sintió cada vez más
patética. Shinpachi les había puesto al corriente y claramente se
reían de ella.
-¡No
he perdido la maldita cabeza! -le soltó-. ¡Digo la verdad! Puedo...
¡Puedo decir cualquier cosa sobre vosotros! ¡Y tengo pruebas en mi
mochila!
-Heisuke,
llamar loca a una loca incrementa su locura. ¿No lo sabes? -se mofó
Okita. Rin enrojeció con violencia y se mordió el labio inferior
para no soltar alguna grosería.
-Si
es verdad que sabes acerca de nosotros -habló Sannan, en su usual
calma-. Demuéstralo.
La
chica respiró hondo y asintió. Observó a Sannan y reparó en que
su brazo estaba ileso.
-Sannan,
¿su brazo está... bien?
El
secretario del Shinsengumi se la quedó mirando interrogante.
-¿A
qué te refieres?
-Dígame,
¿en qué mes estamos?
-Febrero,
de 1864 por si te es relevante.
Rin
se atragantó.
He
llegado justo a tiempo,
pensó.
-De
acuerdo. Sannan, su verdadero nombre es Yamanami Keisuke y usted
es el secretario general del grupo.
Si
estaba sorprendido, no lo demostró.
-Interesante
-susurró-. Pero insuficiente.
Ella
se desanimó un poco, pero decidió proseguir.
-Hijikata
Toshizo no proviene de una familia de samuráis. Kondou Isami, usted
tenía un dojo en Edo. Todos los aquí presentes eran sus alumnos,
¿me equivoco?
-En
absoluto -el jefe estaba encantado-. Fascinante, muy fascinante.
-Eh,
Kondou. ¿No me diga que la cree? -dijo Harada, incrédulo. El hombre
lo miró.
-Hay
cosas que no hemos explicado y otras que difícilmente puede suponer.
No digo que su historia sea cierta, pero no podemos ignorarla.
-A
la mierda con la historia -Okita se levantó, aburrido-. ¿Podemos
matarla ya?
-Oye,
Souji... -intentó calmarlo Kondou. Rin sintió crecer una rabia en
su interior que nunca creyó poseer. Clavó sus orbes azules en el
chico, descargando en él el odio que profesaba.
-Me
gustaría verte intentándolo sin una katana -protestó.
Okita
esbozó una sonrisa desdeñosa.
-Oh,
¿eso quiere decir que puedo golpearte hasta la muerte? No me
contendré aunque seas una mujer.
-Estarás
en el suelo antes de lograr tocarme un pelo. Por respeto a tu pasado
pretendía pasarlo por alto, pero ya que insistes no me importará
hacerte tragar tierra.
La
expresión del samurái cambió.
-No
me conoces, así que no hables de lo que no sabes.
Percibiendo
el peligro y viendo que los Shinsengumi no tenían intención de
separarlos, Saito decidió intervenir. Colocó la bolsa en el centro
de la sala, abierta.
-He
revisado sus pertenencias una a una. Salvo algunos alimentos, no
reconozco nada más. Ropajes extraños y un kimono floral.
-Tomohisa
Rin -la nombró Kondou-. ¿Qué es lo que llevas en esta bolsa?
-Medicamentos,
comida y ropa. En mi época estamos muy avanzados en medicina.
Sabemos curar desde pequeños refriados hasta ataques al corazón. No
siempre, pero lo intentamos.
Ello
despertó un nuevo murmullo en los presentes. Antes de que dijeran
algo, sacó la hoja de normas.
-Cronos
me dio estas reglas que debo acatar -se la tendió a Kondou-. Si
cometo una infracción seré expulsada de éste mundo, o moriré en
el acto. Pero lo que sí puedo decir es que he venido a ayudar y
salvar futuras vidas. Si no me creéis, me llevaré a dos personas
conmigo que corroborarán lo que digo.
Se
fueron pasando la hoja uno a uno hasta volver a manos del comandante.
-¿Has
decidido a quién le confiarás la información? -la interrogó
Hijikata. Rin asintió.
-Kondou
es mi mejor opción ahora. Sé que es un líder comprensivo, cordial
y amigable y que me entenderá.
El
hombre desvió la vista, avergonzado de la mirada de adoración que
le lanzó la muchacha. Se rascó la nuca torpemente y sonrió a
medias.
-No
es para tanto...
-Si
lo es, señor -le sostuvo una mano, apretándosela-. Por favor,
dedíqueme unos minutos a solas para que le cuente. Se lo suplico,
por lo que mas quiera. La vida de sus hombres depende de ello.
Kondou
reconoció la verdad en las pupilas de la joven. De algún modo supo
que era sincera y hablaba con el corazón en un puño... y se
conmovió. Rin le había dado todas las evidencias de las que
disponía en ademán desesperado, no solo para salvarse, sino para
ayudar al Shinsengumi. Le costaba creer lo de los mundos y
dimensiones, pero estaba dispuesto a escucharla.
-Muy
bien. Vosotros, fuera de aquí. Voy a conversar con ésta chica.
-Tienes
que estar bromeando, Kondou -dijo Okita-. No hablas en serio.
-Hablo
MUY en serio, Souji. ¡Venga, venga! No tenemos toda la noche.
¡Largaos!
La
sala fue desalojándose poco a poco. El último en irse fue Inoue que
les ofreció una taza de té. Kondou lo despachó, mas decidió que
tras la charla sería conveniente beber algo. Cuando la habitación
quedó vacía, el comandante se puso serio.
-Por
favor, di lo que tengas que decir -sacudió la hoja-. Es un material
extraño y no se parece a la tinta que utilizamos. Pero lo que más
me preocupa es el punto en el que habla de las vidas que se pierden
en la batalla. ¿Habrán muchas bajas?
Rin
casi se echó a llorar. El hombre empezaba a tomarse el asunto con
gravedad.
-Sí,
señor. Muchísimas. De toda la gente que hoy ha asistido a ésta
reunión, sobrevivirá Chizuru exclusivamente por que ella no forma
parte del Shinsengumi. Inoue caerá primero. Yamazaki será el
segundo -tragó saliva. Era insólito que la muerte de una sola
persona le doliera más que la de nadie-. Usted, Kondou, será el
tercero. El último será Hijikata. Varios tomarán el Agua de la
Vida.
-¿Podrías
contarme las razones?
Rin
se lo explicó todo. Como Sannan, Heisuke, Okita y Hijikata se toman
ese horrible brebaje. Cómo Okita, pese a ser un Furia, sigue
teniendo tuberculosis avanzada y cómo cada uno de ellos muere de
distintas formas. Al acabar, Kondou estaba blanco como el papel.
-Kodo
está vivo, pero no de la forma que esperábamos -concluyó,
horrorizado-. Eso aclara muchas cosas. Voy a darte un voto de
confianza, por ahora. Has dicho que Sannan es el primero en ser
sometido al Ochimizu.
¿Sabes cuándo ocurrirá?
-El
febrero del año que viene, señor. Antes de eso, éste mismo mes,
Sannan irá a luchar. No sé exactamente el día, pero sí sé que
perderá la capacidad de empuñar una katana.
-Y
entonces...
-Se
obsesionará con el Agua de la Vida y acabará en condición de
Rasetsu.
Kondou
reflexionó unos instantes. Rin hurgó entre sus pertenencias y sacó
una especie de brazales metálicos que depositó delante del
Comandante del Shinsengumi.
-Si
Sannan se pone ésto, puede que esté fuera de peligro. A mi no me
escuchará, pero a usted sí. Hágaselo llegar en el momento
oportuno.
El
hombre no se movió. Contempló los brazales, ensimismado. Finalmente
alargó un brazo y se guardó los objetos.
-Se
los daré ésta misma noche. Mañana tiene una incursión a fin de
atrapar a unos samuráis corruptos que pueden tener contacto directo
con el Choshu. Lo consideraré una prueba. Si ocurre lo que predices,
te creeré sin cuestionarte jamás. A ello le sumaré la supuesta
expedición al “otro mundo” que realizarás con dos de mis
hombres a primera hora. ¿Has pensado quienes serán?
Rin
afirmó.
-Okita
Souji y Yamazaki Susumu.
-Ah
-Kondou no esperó que contestara enseguida-. Comprendo lo de Souji.
Al fin y al cabo, en tu mundo la tuberculosis debe curarse como un
catarro normal. Pero... ¿Yamazaki?
La
chica rezó para que su rojez no delatara lo que pensaba.
-Es
uno de los mejores mensajeros que tenéis. Eficaz, rápido y seguro.
Su pérdida será lamentada en el Shinsengumi y creo que puede ser la
clave del futuro. Además... yo...
-¿Tú...?
Rin
alzó sus orbes buscando los de Kondou. El comandante se vio
reflejado en ellos, en una fuerte determinación y... algo más.
-No
puedo volver a verlo morir de nuevo.
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