miércoles, 1 de julio de 2015

Capitulo 2

11 de marzo

El ruido mojado de las hojas al ser pisadas llenaban el bosque de sonidos extraños. Con cada crujido, Rin giraba la cabeza hacia atrás, temiendo que alguien pudiera seguirla. Un pensamiento estúpido, dado que la casa más cercana a aquella frondosa espesura verde era la suya. No demasiado lejos, una carretera llevaba a la ciudad céntrica y entre los árboles podía escucharse el quedo ruido de los coches al pasar. Apresuró el paso. Aún le quedaban cinco minutos hasta llegar al punto de encuentro. Perdió el equilibro en varias ocasiones por el peso de la mochila, pero logró mantenerse erguida.

Cuando avistó la entrada de la cueva, notó que alguien más estaba allí y casi da un salto al comprobar que se trataba de Cronos. Ése día llevaba puesta una camisa blanca, un chaleco a cuadros y unos pantalones oscuros. Rin se estremeció de frío solo de verlo. El dios se volvió al sentir su presencia y le sonrió con esos dientes tan perfectos y la usual mirada juguetona. El pelo rubio le caía, rebelde y desenfadado sobre los hombros: ya no lo tenía echado hacia el lado.

-Sabía que vendrías -declaró. Su voz poseía un matiz emocionado. La miró de arriba abajo antes de silbar-. Vaya, sí que te lo has tomado en serio. Lo único que delata que eres una mujer es la trenza.

Rin vestía el yukata blanco y granate que había encargado el día anterior. Pensó que quizá con una trenza en el lado pasaría por un hombre, pero al parecer estaba equivocada. Al verle el gesto de desilusión a la muchacha, Cronos se apresuró a rectificar.

-No me malentiendas, querida. Estás estupenda. Si no te observan demasiado, supondrán que eres un hombre afeminado.

-Menudo consuelo -gruñó ella por lo bajo. Cambió el peso de la mochila y pasó de largo sin mirarlo, hacia el interior de la gruta. Estar allí se le hacía tan nostálgico...

-La puerta está abierta -anunció el dios-. Y lo seguirá estando para ti y para aquellas dos personas que elijas llevarte. Eso si, si deseas cambiar de mundo, deberás darle la mano a ambos, al menos la primera vez. De lo contrario, se perderán en el espacio entre dimensiones.

-Entendido.

¿Porqué debía hacerlo? ¿Porqué ella? Esos fueron sus pensamientos antes de adentrarse en el oscuro agujero. Experimentó un tirón en el estómago y presintió que el aire había cambiado de alguna manera. Se vio pronto fuera de la cueva en un paraje que no conocía, en un lugar que le era extraño. Un bosque diferente, más exuberante y verde.

-Oh dios mío -exclamó-. Era verdad. Cronos decía la verdad.

Descendió la colina y aterrizó en un camino de tierra. No había ni un alma pero distinguió en la distancia diversos bloques de humo: la ciudad de Kyoto. El corazón de Rin martilleaba fuertemente contra sus costillas. Seguía atónita.

-De acuerdo, pensemos -se sentó en una roca a descansar un rato. Había caminado un buen trecho-. Si entro en la base de los Shinsengumi, me matarán. Si los abordo en sus paseos, también. Necesito encontrar a alguien cooperativo, como Inoue o Harada... Si me topo con Okita, me cortará la cabeza.

Se despeinó, frustrada. El último período del shogunato podía contener un peligro excesivo para una persona inexperta como ella. Levantándose, sacudió las arrugas del yukata y se dispuso a proseguir su camino.

***

Al llegar al centro de la ciudad, quedó maravillada. Ignoraba la belleza antigua y verlo de primera mano la hacía sentirse afortunada. Por doquier, gente con vestidos tradicionales paseaba tranquila, maikos y geishas se promocionaban alegres, y los comerciantes gritaban sus productos a pleno pulmón. Rin olvidó un instante a qué había venido y curioseó aquí y allí, sin darse cuenta de que, pese a sus esfuerzos por no desentonar, destacaba más que nadie.

Al darse cuenta, retuvo una grito y se escondió de la gente. Anduvo, ahora sí, discreta. Preguntó sobre la base de los Shinsengumi en lugares más concretos, menos concurridos. Siguiendo las indicaciones, llegó a una gran casa tradicional japonesa los muros de la cual tapaban el interior. Su única entrada, una puerta de roble maciza se encontraba abierta de par en par y de ella emergió un grupo de hombres que portaba un manto azul con mangas blancas. Se dirigían al corazón de la ciudad.

-¡Son ellos...! -exclamó la muchacha emocionada. Jamás pensó que llegaría a ver de verdad el uniforme de la policía de Kyoto. Decidió grabar por siempre el recuerdo de las telas ondeando con el aire. Luego de su atrevimiento, quien sabe si seguiría con vida para volverlas a ver. Rin decidió que lo mejor sería escabullirse y buscar a Kondou antes de que cualquier samurái la avistara y decidiera poner fin a su existencia. A él se lo contaría todo. Lo había pensado durante el día. Al principio consideró explicárselo a Hijikata, mas no se fiaba del temperamento del vice-comandante.

Alzó la cabeza al muro y sopesó sus posibilidades de trepar. Lanzó la mochila al otro lado y escaló la pared, dando gracias a sus años de artes marciales que le habían otorgado bastante fuerza física. Se irguió en la cima y se dejó caer, aterrizando suavemente sobre la hierba. Incluso poniendo en práctica lo aprendido en el dojo, no alcanzó un descenso limpio y el tobillo sufrió un giro brusco. Gimió, agarrándoselo hasta que el dolor disminuyó. Respiró hondo y se puso en pie. Ahora su trabajo se había vuelto peliagudo, pues no era capaz de sostenerse sobre las dos piernas sin que miles de puntos entraran en su campo de visión.

-Lo que me faltaba... -protestó. Dejó la mochila a un lado y de ella sacó una venda blanca la cual enrolló entorno el hinchado tobillo, inmobilizándoselo.

Cuando guardó el apósito, apreció que alguien la observaba y se volvió en seguida. Dos jóvenes, uno de pelo corto y el otro, más bajito con una coleta alta la contemplaban boquiabiertos. Rin parpadeó, congelada. Dio media vuelta, con la mala suerte de tropezar y caer de boca al suelo. Hizo un esfuerzo, a pesar del dolor, de levantarse. No obstante, los samuráis ya se encontraban a su lado.

¡Me van a matar! ¡Me cortarán el cuello!, le gritaba su mente. Con suerte, sería rápido. Un pequeño dolor y ya está, de cabeza al otro mundo. Por eso, lo que escuchó a continuación la desorientó.

-Eh... ¿estás bien? -preguntó una voz aniñada. Casi parecía la de una... ¿mujer?

Rin levantó la cara para toparse con un rostro que conocía demasiado bien.

-¿Tú eres... Chizuru? -dijo, antes de darse cuenta. En sus ojos brilló una gran exaltación y felicidad-. Madre mía, sí que lo eres.

Chizuru dio un par de pasos hacia atrás. Era obvio que no se esperaba que la reconociese.

-¿Nos... nos conocemos?

La chica se golpeó la frente. Eso había sido muy imprudente.

-No, claro que no. Perdóname. No puedo decir... ¡necesito hablar con Kondou Isami ahora mismo! -exigió, lo mas humildemente de lo que fue capaz. El acompañante de Chizuru, que no había dejado de apretar el mango de su katana, la examinó receloso.

-¿Qué asuntos te traen a la sede de los Shinsengumi? -inquirió. Rin hizo contacto directo con sus ojos y se quedó sin aliento. Era esa persona. Sin duda, era él. Orbes violáceos, pelo corto y una larga y fina coleta castaña.

-Ya... -farfullo-. Yamazaki.

Los dedos del ninja se tensaron entorno a la empuñadura mientras que la otra mano agarraba bruscamente el hombro de la extraña visitante.

-¿De qué nos conoces? -siseó. Rin se encogió.

-¡No puedo decirlo sin Kondou delante! ¡Necesito verlo cuanto antes, por favor!

En ese momento, Shinpachi los vio y decidió acercarse.

-¡Hey! ¡Chizuru, Yamazaki! -los nombró. La joven perdió el color del rostro. Estaba muerta. Ya podía considerarse muerta y enterrada-. ¿Qué pasa? ¿Quién es el crío?

-¿Crío? -repitió Rin-. Soy mayor de... -enmudeció al sentir el agarre del hombro intensificarse.

-Insiste en ver a Kondou y se niega a decirnos qué trama -contestó Yamazaki. Nagakura frunció el ceño.

-¿Un espía? -musitó.

-¡NO! -chilló. Bajó el tono-. ¡No...! ¡No soy ningún espía de Choshu, ni del Shogun, ni de ningún clan raro!

El ceño fruncido de Shinpachi se hizo más notorio. Lo estaba empeorando todo, no paraba de meter la pata cada vez que abría la boca. Vas a morir pronto. No dejaba de repetírselo y empezaba a asumirlo.

-Tú... maldita basura -escupió Nagakura, sin rastro de humor. Parecía un tigre a punto de morder a su víctima-. Pocos saben de nuestros enemigos, y tu pareces saber bastante... ¡Habla! ¡O juro que...!

La asió con fuerza por el cuello del vestido y la levantó del suelo sin esfuerzo. Al momento, sus antebrazos notaron algo bajo el yukata que lo preocuparon. Poco a poco, la dejó en el suelo y palpó aquello. Automáticamente Rin gritó y le propinó un bofetón que retumbó en el lugar.

-¡¡¡Na-Nagakura Shinpachi!!! -vociferó, fuera de sí-. ¿¡C-cómo te atreves a tocarle el pecho a una dama!?
-¿Una dama? ¡¿Éste golpe es de una dama?! -balbuceó, aturdido. Yamazaki se plantó delante de ella y le examinó la cara. Rin enrojeció al ser tocada por sus manos y se escondió detrás de Chizuru.

-Por favor, no me matéis -suplicó desde el hueco del hombro de la chica-. No he venido a causar problemas ni a hacer daño a nadie. Pido ayuda a Kondou por que considero que es el único que entenderá lo que le digo.

-¿Nos estás llamando idiotas? -refunfuñó Shinpachi-. ¿A todo ésto, cómo sabes mi nombre?

-No es cuestión de intelecto o no, sino de jerarquía. Es el alto cargo de los Shinsengumi y necesito... necesito que él entienda...

-¿El qué? -Preguntó Yamazaki. Rin lo miró.

-Que no soy de este mundo.

***

-Vamos a ver -susurró Kondou-. Te llamas Tomohisa Rin, ¿no? ¿Y dices que vienes de otra dimensión por orden de un dios llamado... Cronos?

-Sí. Vengo a salvaros. O a intentarlo, mejor dicho.

-¿A salvarnos? -repitió Heisuke-. Sano, Shinpatsu. La mujer ha perdido la cabeza.

Al final, respondiendo a las quejas de Rin, aquella tarde se convocó una reunión general que abarcó a los miembros más significantes de los Shinsengumi, incluidos Yamada, Yamazaki y Chizuru. Los chicos murmuraron cosas entre ellos y la joven se sintió cada vez más patética. Shinpachi les había puesto al corriente y claramente se reían de ella.

-¡No he perdido la maldita cabeza! -le soltó-. ¡Digo la verdad! Puedo... ¡Puedo decir cualquier cosa sobre vosotros! ¡Y tengo pruebas en mi mochila!

-Heisuke, llamar loca a una loca incrementa su locura. ¿No lo sabes? -se mofó Okita. Rin enrojeció con violencia y se mordió el labio inferior para no soltar alguna grosería.

-Si es verdad que sabes acerca de nosotros -habló Sannan, en su usual calma-. Demuéstralo.

La chica respiró hondo y asintió. Observó a Sannan y reparó en que su brazo estaba ileso.

-Sannan, ¿su brazo está... bien?

El secretario del Shinsengumi se la quedó mirando interrogante.

-¿A qué te refieres?

-Dígame, ¿en qué mes estamos?

-Febrero, de 1864 por si te es relevante.

Rin se atragantó.

He llegado justo a tiempo, pensó.

-De acuerdo. Sannan, su verdadero nombre es Yamanami Keisuke y usted es el secretario general del grupo.

Si estaba sorprendido, no lo demostró.

-Interesante -susurró-. Pero insuficiente.

Ella se desanimó un poco, pero decidió proseguir.

-Hijikata Toshizo no proviene de una familia de samuráis. Kondou Isami, usted tenía un dojo en Edo. Todos los aquí presentes eran sus alumnos, ¿me equivoco?

-En absoluto -el jefe estaba encantado-. Fascinante, muy fascinante.

-Eh, Kondou. ¿No me diga que la cree? -dijo Harada, incrédulo. El hombre lo miró.

-Hay cosas que no hemos explicado y otras que difícilmente puede suponer. No digo que su historia sea cierta, pero no podemos ignorarla.

-A la mierda con la historia -Okita se levantó, aburrido-. ¿Podemos matarla ya?

-Oye, Souji... -intentó calmarlo Kondou. Rin sintió crecer una rabia en su interior que nunca creyó poseer. Clavó sus orbes azules en el chico, descargando en él el odio que profesaba.

-Me gustaría verte intentándolo sin una katana -protestó.

Okita esbozó una sonrisa desdeñosa.

-Oh, ¿eso quiere decir que puedo golpearte hasta la muerte? No me contendré aunque seas una mujer.

-Estarás en el suelo antes de lograr tocarme un pelo. Por respeto a tu pasado pretendía pasarlo por alto, pero ya que insistes no me importará hacerte tragar tierra.

La expresión del samurái cambió.

-No me conoces, así que no hables de lo que no sabes.

Percibiendo el peligro y viendo que los Shinsengumi no tenían intención de separarlos, Saito decidió intervenir. Colocó la bolsa en el centro de la sala, abierta.

-He revisado sus pertenencias una a una. Salvo algunos alimentos, no reconozco nada más. Ropajes extraños y un kimono floral.

-Tomohisa Rin -la nombró Kondou-. ¿Qué es lo que llevas en esta bolsa?

-Medicamentos, comida y ropa. En mi época estamos muy avanzados en medicina. Sabemos curar desde pequeños refriados hasta ataques al corazón. No siempre, pero lo intentamos.

Ello despertó un nuevo murmullo en los presentes. Antes de que dijeran algo, sacó la hoja de normas.

-Cronos me dio estas reglas que debo acatar -se la tendió a Kondou-. Si cometo una infracción seré expulsada de éste mundo, o moriré en el acto. Pero lo que sí puedo decir es que he venido a ayudar y salvar futuras vidas. Si no me creéis, me llevaré a dos personas conmigo que corroborarán lo que digo.

Se fueron pasando la hoja uno a uno hasta volver a manos del comandante.

-¿Has decidido a quién le confiarás la información? -la interrogó Hijikata. Rin asintió.

-Kondou es mi mejor opción ahora. Sé que es un líder comprensivo, cordial y amigable y que me entenderá.

El hombre desvió la vista, avergonzado de la mirada de adoración que le lanzó la muchacha. Se rascó la nuca torpemente y sonrió a medias.

-No es para tanto...

-Si lo es, señor -le sostuvo una mano, apretándosela-. Por favor, dedíqueme unos minutos a solas para que le cuente. Se lo suplico, por lo que mas quiera. La vida de sus hombres depende de ello.

Kondou reconoció la verdad en las pupilas de la joven. De algún modo supo que era sincera y hablaba con el corazón en un puño... y se conmovió. Rin le había dado todas las evidencias de las que disponía en ademán desesperado, no solo para salvarse, sino para ayudar al Shinsengumi. Le costaba creer lo de los mundos y dimensiones, pero estaba dispuesto a escucharla.

-Muy bien. Vosotros, fuera de aquí. Voy a conversar con ésta chica.

-Tienes que estar bromeando, Kondou -dijo Okita-. No hablas en serio.

-Hablo MUY en serio, Souji. ¡Venga, venga! No tenemos toda la noche. ¡Largaos!

La sala fue desalojándose poco a poco. El último en irse fue Inoue que les ofreció una taza de té. Kondou lo despachó, mas decidió que tras la charla sería conveniente beber algo. Cuando la habitación quedó vacía, el comandante se puso serio.

-Por favor, di lo que tengas que decir -sacudió la hoja-. Es un material extraño y no se parece a la tinta que utilizamos. Pero lo que más me preocupa es el punto en el que habla de las vidas que se pierden en la batalla. ¿Habrán muchas bajas?

Rin casi se echó a llorar. El hombre empezaba a tomarse el asunto con gravedad.

-Sí, señor. Muchísimas. De toda la gente que hoy ha asistido a ésta reunión, sobrevivirá Chizuru exclusivamente por que ella no forma parte del Shinsengumi. Inoue caerá primero. Yamazaki será el segundo -tragó saliva. Era insólito que la muerte de una sola persona le doliera más que la de nadie-. Usted, Kondou, será el tercero. El último será Hijikata. Varios tomarán el Agua de la Vida.

-¿Podrías contarme las razones?

Rin se lo explicó todo. Como Sannan, Heisuke, Okita y Hijikata se toman ese horrible brebaje. Cómo Okita, pese a ser un Furia, sigue teniendo tuberculosis avanzada y cómo cada uno de ellos muere de distintas formas. Al acabar, Kondou estaba blanco como el papel.

-Kodo está vivo, pero no de la forma que esperábamos -concluyó, horrorizado-. Eso aclara muchas cosas. Voy a darte un voto de confianza, por ahora. Has dicho que Sannan es el primero en ser sometido al Ochimizu. ¿Sabes cuándo ocurrirá?

-El febrero del año que viene, señor. Antes de eso, éste mismo mes, Sannan irá a luchar. No sé exactamente el día, pero sí sé que perderá la capacidad de empuñar una katana.

-Y entonces...

-Se obsesionará con el Agua de la Vida y acabará en condición de Rasetsu.

Kondou reflexionó unos instantes. Rin hurgó entre sus pertenencias y sacó una especie de brazales metálicos que depositó delante del Comandante del Shinsengumi.

-Si Sannan se pone ésto, puede que esté fuera de peligro. A mi no me escuchará, pero a usted sí. Hágaselo llegar en el momento oportuno.

El hombre no se movió. Contempló los brazales, ensimismado. Finalmente alargó un brazo y se guardó los objetos.

-Se los daré ésta misma noche. Mañana tiene una incursión a fin de atrapar a unos samuráis corruptos que pueden tener contacto directo con el Choshu. Lo consideraré una prueba. Si ocurre lo que predices, te creeré sin cuestionarte jamás. A ello le sumaré la supuesta expedición al “otro mundo” que realizarás con dos de mis hombres a primera hora. ¿Has pensado quienes serán?

Rin afirmó.

-Okita Souji y Yamazaki Susumu.

-Ah -Kondou no esperó que contestara enseguida-. Comprendo lo de Souji. Al fin y al cabo, en tu mundo la tuberculosis debe curarse como un catarro normal. Pero... ¿Yamazaki?

La chica rezó para que su rojez no delatara lo que pensaba.

-Es uno de los mejores mensajeros que tenéis. Eficaz, rápido y seguro. Su pérdida será lamentada en el Shinsengumi y creo que puede ser la clave del futuro. Además... yo...

-¿Tú...?

Rin alzó sus orbes buscando los de Kondou. El comandante se vio reflejado en ellos, en una fuerte determinación y... algo más.


-No puedo volver a verlo morir de nuevo.

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