martes, 30 de junio de 2015

Capitulo 1

Todo comenzó con algo que no debería existir ni en éste mundo, ni en ningún otro. Algo que hasta ahora, el planeta entero desconocía por completo o ignoraba a propósito, pero que en realidad siempre había estado allí, invariable, latente. Puede que los físicos lo supieran de alguna forma, y que sin embargo, no lograran hallarle una lógica y simplemente lo descartaran como teoría. Quizá, lo que les faltaba era creer que fuese posible, igual que al resto de la humanidad.

9 de marzo

El viento soplaba implacable, dejando escapar chillidos entre los pequeños huecos de los muros cercanos, viento que en absoluto pertenecía al mes en el que se encontraba. Un marzo especialmente frío, gélido más bien. Rin levantó la vista con los ojos entrecerrados a la salvaje brisa nocturna, preguntándose cómo era posible que el tiempo hubiese cambiado tan de pronto cuando hacía escasas horas un mar celeste cubría el cielo en todo su esplendor. Arrebujándose en su abrigo, la joven apretó la mandíbula para que los dientes dejaran de castañetearle sin parar. Empezaba a dolerle la cabeza.

Pronto avistó el piso donde vivía en la lejanía, donde las calles se le hacían familiares al fin, por lo que apretó el paso en parte por el deseo de llegar a un sitio cubierto, en parte porque necesitaba volver a sentir sus piernas, congeladas hasta el tuétano. Tardó algunos minutos en encontrar las llaves y unos cuantos más en encajarlas en las dos ranuras de la puerta. Sus manos apenas respondían ya. Después de girar el pomo y entrar el calor la embargó y disfrutó un rato de la sensación hasta que su cuerpo emprendió un grave latido que le subió hasta las sienes a causa del cambio de clima. Colgó la mochila-bandolera en la percha y, tras cruzar el pasillo hasta el baño, abrió el grifo y sumergió ambas manos en agua tibia.

Un estruendo resonó muy cerca: Rin se estremeció por completo. Cerró los ojos en un intento de mitigar el nudo que se le había formado en el estómago. No recordaba cuándo ni por qué había aparecido ese miedo a los truenos, pero se alegraba de que hubieran empezado al llegar a casa y no ahí fuera a la intemperie. Golpeándose las mejillas, la chica preparó una taza de chocolate caliente que dejó sobre la mesa del comedor mientras se cambiaba de ropa. Seca del todo y con el pijama puesto, se echó una manta por encima y prendió la televisión. Rin pensó que el sofá podría ser la cosa más confortable del planeta en aquellos momentos. 

Otro relámpago. Y otro más. Con cada fragor, subía un poco más el volumen en un intento de sofocar el sonido de la tormenta. Casi había acabado con el chocolate, cuando la luz del televisor titiló varias veces. Creyendo ser un problema de conexión, la muchacha se acercó al electrodoméstico y lo golpeó, sin éxito en la resolución. Probó a desenchufarlo.

Vio, sorprendida, que seguía funcionando.

– ¿Qué está...? -balbuceó. De pronto, el volumen cayó a cero. No había tocado ningún botón y aún así, el televisor, que carecía de fuente de alimentación, continuaba anunciando las noticias de las diez. Volvió al sofá buscando el mando, pero éste había desaparecido. El color huyó de las mejillas de Rin. Se decía que no era nada fuera de lo común, un simple despiste por su parte. No obstante, era todo tan absurdamente extraño que su mente no se dejaba engañar.

Un movimiento a la izquierda llamó su atención, Dos puntos brillantes en la oscuridad la sobresaltaron. Ahogó un grito cuando la figura a la que correspondían los círculos centelleantes avanzó hasta quedar expuesta a la luz de la televisión. Un trueno le iluminó los ojos, desdeñosos y juguetones. Rin no se podía mover del suelo. Estaba tan aterrorizada que su cuerpo se negaba a obedecer. ¿Es que no había cerrado la puerta con llave? ¿Se había olvidado de echar el pestillo a la ventana? ¿Cómo era que alguien había logrado entrar? No recordaba que la cerradura estuviese forzada. El hombre paseó la vista por la estancia y reparó en algo que ella no se atrevía a mirar. No osaba despegar los ojos del... ser.

Él alzó una mano y chasqueó los dedos. Al momento, las lámparas se iluminaron y Rin pudo verlo mejor. Quizá fuese un efecto óptico... no, lo cierto es que el iris del hombre refulgían plateados, casi blancos. Vestía elegante, un traje hecho a medida, y un pelo rubio perfectamente peinado hacia atrás. Sonrió, dejando ver unos dientes perfectamente cuidados. 

– Siento el espectáculo previo -habló. Su voz vibraba, grave. Le era familiar, y a la vez, Rin creyó que no había voz igual en el mundo-. Me refiero a lo de la televisión. Debía... prepararte para mi llegada. De otra forma, te habrías asustado hasta morir.

Al ver la expresión de horror que procesaba, su sonrisa se hizo más amplia. Estaba jugando con ella. Se levantó, trasteó en la cocina y volvió con una taza de humeante café en la mano.

– Bueno, empecemos con las presentaciones, ¿te parece? Contestaré cualquier pregunta que tengas -se relamió. Antes de que Rin tuviera tiempo de abrir la boca, el hombre la interrumpió-. Ya sé. Responderé a lo que tienes en mente. Primero de todo, no. No estás loca, lo que estás experimentando es real aunque no lo aceptes. Debo confesarte también que no he entrado por ninguna puerta, porque no necesito de una. No soy humano, tampoco soy un demonio, un fantasma o lo que quiera que creas que puedo ser.

– ¿E...? -farfulló Rin. Tenía la garganta seca-. ¿E...? ¿E... Entonces...?

Él alcanzó una silla con gracia inhumana y se sentó a varios metros de la joven. Sus ojos relucieron, ansioso de continuar.

– Soy un dios -anunció, como si estuviese diciendo algo normal y obvio-. Soy al que llaman Cronos, el dios del tiempo.

– Cronos -repitió, sintiéndose estúpida. El supuesto dios asintió.

– Es de esperar que me conoces. Si no es el caso, quizá por otros nombres se refresque tu memoria. Para los romanos, fui Saturno. Para los Hindúes fui Kala. No preguntes -sacudió la mano en el aire- Tuve que cambiar a mujer. ¿Sigo? Tefnut, de Egipto, K’inich Ajaw, de los mayas, Vanir, de la mitología nórdica...

– Para -cortó ella. Demasiada información a la vez. Escaló al sofá, menos asustada pero manteniendo una distancia prudencial del intruso-. Esto es... absurdo.

– Oh, sí, querida. Lo es, pero es cierto. Tan cierto como que tu estás viva y yo soy un dios -no había que ser muy inteligente para saber que se jactaba de su condición.

Rin tragó saliva antes de hablar.

– ¿Y qué... se supone que hace alguien como tú ante una humana insignificante?

– ¡Buena pregunta! -reconoció Cronos-. He de admitir que me gusta como piensas. Rápida, sin rodeos. Muy propio de ti, Tomohisa Rin.

La chica pasó por alto la mención de su nombre completo. Si era un dios, no era de extrañar que lo supiera. Cronos prosiguió.

– Verás, te he estado observando toda tu vida. Y ahora que tienes veintidós años mereces una explicación del porqué. Te he elegido personalmente para que ejecutes mi venganza contra Las Tres Parcas.

Rin parpadeó.

– ¿Qué? -emitió.

Cronos resopló en respuesta.

– Ya sabes, las tres que inauguran el nacimiento, la vida y la muerte de las personas como tú. Cloto, Láquesis y Átropos. O Nona, Décima y Morta, como lo prefieras. Tuve un pequeño enfrentamiento con ellas hace algunos milenios y necesito devolverles el favor correspondiente. Por eso, vas a ayudarme.

La muchacha se rindió. Sólo deseaba que la pesadilla terminase de una vez, cuanto antes mejor.

– ¿Cómo puedo hacerlo? -le dijo. Ahora fue el turno de Cronos para sorprenderse.

– Oh, bien. No pensé que lo aceptarías tan rápido -se aclaró la garganta-. Piensa, por un momento, que cualquier cosa que alguien imagine pueda hacerse realidad. Pero no algo banal, algo que imagines al momento y al siguiente hayas olvidado. No, no. Algo con un planteamiento, nudo y desenlace.

– ¿Como un libro?

Cronos chasqueó los dedos, señalándola y sonrió.

– Exacto. Hablando en términos más cercanos a ti, esos dibujos animados que salen por la televisión, esos personajes ficticios que alguna vez has visto... Imagina que fuesen reales -un brillo febril le cruzó los ojos, casi como si ansiara contar más y más-. Bien, lo son. No aquí. No en esta dimensión. Sino en otros universos, en dimensiones y planos diferentes del que tu y el resto de la humanidad os encontráis. Cuanto más imagina la gente, más mundos alternativos hay.

Rin sacudió la cabeza.

– A ver si lo he entendido -reflexionó-. ¿Estás diciendo que, cada vez que alguien escribe un libro o crea un manga... este se vuelve real en un... universo paralelo o algo así?

– ¡BIN-GO! -exclamó Cronos, saltando de la silla-. Sabía que eras perspicaz, pero no tanto.

La manera en que se refería a ella, como si fuese un perro sorprendentemente inteligente, la ponía enferma. 

– Y... tu quieres que te ayude en alguno de esos mundos, ¿verdad?

– En especial, hay uno que conoces bastante bien y con el que las Parcas se ceban a gusto -colocó los pies en alto, sobre la mesa en ademán desenfadado. Rin no lo había notado antes, pero ese hombre ejercía una abrumadora presión en el aire que apenas la dejaba respirar. ¿Era ese el poder de un dios?-. Haga lo que haga, retroceda en el tiempo o no, las Parcas siempre acaban llevándose la vida de esos samuráis del... Shinsengumi -su humor cambió conforme hablaba. Se mordió la uña del dedo pulgar en un arrebato abrupto de rabia-. Y todo por esa maldita apuesta...

– ¿Hakuouki? ¿Me tomas el pelo? -prorrumpió Rin, ignorando las conversaciones internas del dios-. ¡No puede ser!

– Siendo yo, es posible -Cronos se paseó de un lado a otro con las manos detrás de la espalda-. ¿Cuántos de los personajes de esa tira cómica siguen con vida? Perdón, he formulado la pregunta equivocada. ¿Cuántos de los samuráis sobreviven?

Rin experimentó una punzada de angustia en el pecho. Es cierto que, antes de saber que podían ser reales lo había pasado mal viendo la serie, sin embargo, ahora que sabía que existían, que tenían un corazón, una mente pensante y una vida, se le hacía más difícil sobrellevar sus muertes. Y en especial...

– Ninguno -contestó, muy a su pesar. Solo Chizuru, la chica demonio. Amagiri y Shiranui también. Sin contar a Sen y a Kimigiku, claro está.

– Es por eso que deseo que frustres el plan de esas tres momias y salves a cuantos más, mejor.

– ¿Y en qué me beneficia intentarlo?

Cronos la miró fijamente.

– Quien sabe... -dijo al fin-. Lo cierto es que tampoco perjudicará ni a tu mundo ni al otro, por que ambos carecéis de un futuro escrito. Es decir, si te enviara al siglo diecinueve de vuestro pasado y cambiaras algo, ello repercutiría en tu presente. No obstante, ese mundo no tiene un presente equivalente al tuyo, por lo que tus acciones solo servirán para labrar el futuro de allí. Aún así, si aceptas hacer ésto, tendrás unas normas que deberás acatar para hacer la experiencia un poco más... divertida.

Rin se tensó al oírlo. ¿Había condiciones? ¿No decía que no pasaría nada?

– ¿Divertida para quién? -espetó sin contenerse. Cronos prorrumpió en carcajadas.

– No me cansaré de decir que me encantas -contestó. Alzó la mano y al momento una hoja apareció flotando hasta situarse delante de Rin. Ella vaciló antes de agarrarlo-. Es la hoja de normas, con las cosas que podrás hacer y las que se te negarán. Una vez lo leas, firma debajo y el contrato estará establecido.

La muchacha desvió la vista a la hoja, intrigada.

Normas:

No está permitido:

– Intervenir directamente en el destino de un personaje relevante.

– Salvar a alguien por puro y vano egoísmo.

– Desvelar cuántas vidas se perderán en batalla.

– Morir.

Está permitido:

– Mostrar ésta hoja de normas en caso de que la vida de la usuaria esté en peligro.

– Salvar vidas en calidad de médico.

– Que dos personas del otro mundo traspasen la frontera del tiempo. Ni una más.

– Contar el futuro a UNA sola persona.

– La interacción -íntima o amistosa- de personas y el intercambio de información entre ambos mundos.

– Prevenir alguna acción del futuro y enmendarla después de que ocurra. 

– Explicar el destino de alguien si éste lo adivina sin ningún estímulo externo.

*El castigo para cualquier infracción de éstas reglas variará según su gravedad, no obstante sólo habrá dos formas de resolución: La mundana abandonará de inmediato el otro mundo como si nunca hubiese existido o, por otro lado, morirá. No habrá tiempo límite.”

Rin lo miró.

– Hay algo que no entiendo. Si no puedo salvar a alguien, ¿cómo puedo... salvarlo? -valga la redundancia. Era algo que la desconcertaba.

El dios se tamborileó la barbilla con los dedos.

– Imagina que una persona está destinada a morir por una flecha y tu estás a su lado. Lo más lógico sería intentar apartar a dicho individuo de la trayectoria de la flecha. Ello sería una infracción. Pero... si por el contrario, cambias la dirección previa de esa flecha matando al arquero, no te ocurriría nada en absoluto. Si aún así no llegas a evitar la tragedia siempre te queda enmendar y rezar para que el individuo no muera. Aunque mejor prevenir que curar, ¿verdad? Hasta aquí mis explicaciones. ¿Lo has entendido?

– Más o menos. Creo.

– ¡Bien! -se frotó las manos, deseoso de terminar la conversación-. Firma y ya está.

Cronos hizo aparecer un bolígrafo y esperó, con los brazos cruzados. Rin tragó saliva. Puede que lo que el dios dijera no fuese creíble, pero tenía una lógica aplastante. Aún si se trataba de una broma pesada, daba qué pensar. Acercó la punta del bolígrafo a la hoja, y antes de firmar dijo:

– ¿Porqué haces ésto? 

Cronos entrecerró los ojos.

– Me parece que ya he contestado a esa cuestión.

– No me refiero a la venganza. Pregunto el motivo real. No puedo creerme que sea por algo tan ridículo.

El dios sonrió macabramente, y cuando lo hizo, la estancia se volvió más fría.

– La vida de una divinidad es eterna. Nacemos, vivimos y perduramos. Es nuestro privilegio, y también nuestra cruz pues ello comporta ventajas pero también inconvenientes. Uno de los problemas, es el aburrimiento. Los dioses estamos aburridos de vivir y necesitamos algo que haga que nuestra existencia valga la pena. Por eso hay guerras, por eso muchos de nosotros nos mezclamos con los humanos, para encontrar un entretenimiento.

– Y yo soy tu entretenimiento.

– Has dado en el clavo -se miró las manos-. Estoy tan aburrido que mataría por un poco de diversión. Así que reté a las parcas. En fin, eso es lo de menos. En esto nos beneficiaremos ambos, medítalo unos segundos. 

Rin suspiró y firmó el documento. Automáticamente, desapareció sin dejar rastro. Cronos se puso en pie.

– ¡Perfecto! -dio un par de salto en el sitio, para luego caminar hacia atrás-. Tienes dos días hasta que la puerta se abra. La podrás encontrar en la cueva que hay al pie de la montaña, esa gruta que solías visitar de pequeña en el bosque. Prepárate bien para el viaje. Te he dejado una copia de las normas en tu cama. No la pierdas, ¿vale? Nos volveremos a ver pronto.

Casi al instante, Cronos se fundió con la pared y la habitación se sumió en la oscuridad, como si nunca hubiese estado allí. Un trueno hizo vibrar las ventanas, ajeno a lo que había pasado en el interior de la casa. El tic-tac del reloj de mesa anunciaba que todo había vuelto a la normalidad.

Rin se tumbó con el rostro entre las manos, exaltada y desconcertada. No cabía duda de que había sido real. Muy real. Sin embargo, aún, dentro de ella deseaba que, al despertar, no hubiera ninguna hoja en la cama con las normas de Cronos.

***

10 de marzo

Al día siguiente, la chica se levantó de un salto y fue a mirar en su habitación. Allí estaba, enrollada, la hoja del dios. La desplegó, releyendo una y otra vez todos los puntos. Cronos le había dicho que debía prepararse bien, y pronto recordó por qué. Si se presentaba en la sede de los Shinsengumi en pantalones vaqueros y jersey la tomarían por una extranjera, o peor, por una loca en ropa interior. Así que ese día faltó a la universidad. Al ser viernes, tampoco le importó demasiado. Además, era una de las mentes más brillantes de la carrera de medicina; algunas faltas no modificarían sus notas. Llamó a su trabajo, anunciando una gran enfermedad que la mantendría en cama varios días y se dispuso a ir a comprar lo necesario para el viaje. 

Encargó un yukata de hombre y un kimono de mujer, que recogió pasado el mediodía después de hacer varias compras de útiles, medicinas y demás. Dobló meticulosamente la ropa, a fin que cupiera en la espaciosa mochila. Al atardecer se dedicó a redactar con precisión cualquier hecho de relevancia y clasificándolo por fecha y mes. Tras imprimirlo se fue temprano a dormir, si bien no logró conciliar el sueño hasta pasada la medianoche, dándole vueltas al asunto. ¿Y si llegaba allí y Cronos mentía? ¿Y si se quedaba atrapada en la cueva? ¿Estaba su vida llegando a su fin? Desechó los pensamientos escondiendo la cara en la almohada y se obligó a dejar la mente en blanco. Mañana sería un largo día.

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