viernes, 2 de agosto de 2013

Capítulo 2 - Entre la ilusión y la locura

Me desperté en el mismo lugar que me había desmayado, cuando los primeros rayos de luz se colaron por entre las hojas de los árboles. Quise incorporarme en seguida, pero no lo conseguí. Tenía el cuerpo entumecido por el frío de la noche e hice una mueca de dolor por las ramas que se me habían clavado en la espalda. Cuando logré sentarme miré a mi alrededor con agitación, intentando buscar a las pers… las criaturas de hacía escasas horas. Parpadeé varias veces. En mi fuero interno, creía estar loca. Que en realidad, todo había sido producto de mi imaginación, y que nada era real. Posiblemente sin acordarme había ido hacia el bosque y…

A quien quiero engañar. Sé que no había sido un delirio ni una alucinación. Los ojos de aquél chico que me encontré aquí… definitivamente, era extranjero. Y los seres… donde estaban todos? Con mucho pesar, me levanté completamente y repasé con ojos nerviosos el lugar. Nadie. Hice que mis piernas caminaran pese a casi no sentirlas y me apoyé en un árbol cercano. No era así como recordaba las acampadas. Pero claro, esa noche había sido sin fuego. Ni cama. Ni tienda de campaña. Gruñí contrariada y me deslicé fuera del bosque.

Si dijera que no estaba traumatizada, mentiría. Esas criaturas eran espeluznantes. A la luz de la linterna –que por cierto, ignoraba donde estaba- había podido observar que tenían los ojos blancos, grandes y saltones como pelotas de ping-pong, sin nariz y una horrible fila de dientes como los de un tiburón, salivantes y asquerosas. Kiseop había dicho que eran arpías… ¿Pero acaso eso existía?

Aún seguía totalmente enfrascada en mis pensamientos cuando vi que estaba en frente de la parada del autobús. El sol estaba alto ya, y disimuladamente miré el reloj de muñeca de una persona que esperaba también. Reprimí un grito. Las clases empezaban en 30 minutos. Palpé mi ropa, descubriendo que estaba arrugada y suspiré. Hoy me lo tomaría con calma. En cuanto el autobús llegó me subí, y una vez en casa me estiré en mi cama cuan larga era.

Quería llorar. De verdad que lo quería. Los sucesos ocurridos me horrorizaban. Cuando cerraba los ojos, veía de nuevo la hilera de dientes o la metamorfosis… y las tripas se me revolvían de incontables maneras. Tras un angustioso silencio tomé una decisión. Me puse de lado y cogí el móvil de encima de la mesilla de la luz para después marcar. Tras breves segundos una voz conocida articuló un tímido “¿Diga?”.

-¿Ariel? Sí, soy Claire. Escucha, ¿tienes algo que hacer ésta tarde? Sé qué hace mucho que no hablamos pero me gustaría saber si aún sigues en la ciudad… vale, perfecto. ¿Quieres que quedemos ésta noche? Necesito salir. Si, a las 9 en la Gran Plaza. No, no sé done está, pero ya me las apañaré. Hasta luego.

Debía olvidarme de todo y seguir como si nada hubiera pasado. Era algo que no podía denunciar a la policía pues me meterían en un manicomio de cabeza.

***

Eran ya las 9:20pm cuando Ariel apareció. Ella había sido una de mis mejores amigas en el pasado, pese a pertenecer a otro pueblo. Ahora las dos estábamos en el mismo lugar y habíamos perdido contacto, por eso al principio fue un poco incómodo. No pasamos de los saludos por cortesía y de las palabras amables. Ella recomendó una discoteca que solía frecuentar, pero dado que yo no era muy de salir no me sonaba.

-Siempre hay un montón de chicos guapísimos –comentaba, más para sí misma que para informarme a mí-. Además, las bebidas son especialmente deliciosas. Los baños son mixtos, así que si decides ir, te sugiero que salgas al bar de al lado. Nunca sabes qué sorpresa te puedes encontrar –pretendía ser graciosa para levantar el ánimo y la incomodidad, pero yo estaba demasiado absorta pensando en lo sucedido así que lo dejó correr.

Entramos sin necesidad de sacar el DNI. En un primero momento, el ruido, el calor y el movimiento de la gente me desorientaron. Estaba muy poco acostumbrada. Ariel me dijo algo al oído y luego se fue, seguramente a saludar a alguien conocido. Entretanto, yo me acerqué a la barra, un lugar menos asfixiante a mi parecer.

-Una Coca-Cola –pedí, y el barman pareció reírse. Vale, era extraño que alguien pidiera algo “inofensivo” en un lugar donde el alcohol y el sexo era el primer plato.

-¿Te lo mezclo con algo? Wiski? Ron? –sugirió y yo negué con la cabeza. Me di la vuelta, apoyando los codos en la barra, alzando un pie y doblándolo. Suspiré. No debería haber salido de casa. Me llevé la botella de Coca-Cola a la boca, dándole un largo trago mientras escrutaba a la gente a mí alrededor. Casi me da algo cuando vi a Ariel liándose con un tio, que seguramente acababa de conocer en ese preciso instante. Puse los ojos en blanco y seguí prestando atención a todo.

Hasta que de pronto lo vi. Los mismos ojos negros. El mismo pelo liso. La misma cara angulosa. Dejé la botella en la barra y empecé a aproximarme hacia él. Parecía observar también el lugar, con gesto serio y nada relajado. Era como si acechara a alguien… hasta que me vio. Colocó ambos brazos a cada lado de su cuerpo y se tensó. Sus oblicuos ojos se abrieron mirándome avanzar. Algo en él me daba miedo, pero también sentía curiosidad, y quería saber qué era lo que había sucedido el día anterior. Ahora sí me lo creía todo, sabía que no estaba loca o esquizofrénica.

Iba apartando las personas que se ponían en medio con brusquedad, a pesar de que ellas me devolvían el golpe poniendo el pie a modo de zancadilla. De todas formas, seguí avanzando y con desespero vi como Kiseop se daba la vuelta y tranquilamente salía por la puerta. Tras breves segundos me lancé hacia el exterior y miré a ambos lados de la calle. No había nadie. Me retiré el pelo de la cara soltando un bufido de frustración. ¿Por qué huía de mí? ¿Por qué no quería hablar conmigo? 

Caminé hasta la esquina y solté un grito de terror cuando una mano se cernió sobre mi brazo izquierdo y me arrastró hacia la pared. Me revolví en una crisis de pánico hasta que levanté la vista. Era Kiseop. Sus ojos relucían en la oscuridad y tuve miedo. Mucho miedo por un momento. Intenté controlar mi pavor para hablar, pero su voz rompió el silencio, profunda y seria antes de que yo pudiera abrir boca, sobresaltándome.

-Que haces aquí –no era una pregunta. Al menos no había sonado como tal. La otra mano descansaba en la pared, y él estaba peligrosamente cerca-. Tu no debías venir ésta noche.

Las palabras pronunciadas se me hicieron extrañas. Estaba confusa. Sin embargo dejé de mirarlo y de perderme en sus orbes oscuros y recuperé algo de mi confianza disipada. Golpeé su mano que aún seguía apretándome el brazo, sacudiéndomelo de encima.

-No eres quién para decirme donde y cuando debo estar. Además…

-¿Me estabas siguiendo? –cortó de pronto. Su pregunta era seca y dura. Tuve que recurrir a todo mi autocontrol para no soltarle una grosería. O un bofetón, según lo que se me antojara. Me crucé de brazos para calmar mi nerviosismo y lo miré simulando aburrimiento.

-No. ¿Y tú? Ya van dos veces que nos encontramos –recordé-. Quiero saber qué pasó en el bosque. Quiero saber qué eran esos seres y por qué los buscabas. Y quiero saber también si… -me estremecí- los mataste.

Kiseop ladeó la cabeza.

-Haces preguntas que no pueden ser contestadas –susurró, tajante. 

Iba a replicarle que era un mal nacido, un asesino y un embustero. Sin embargo, su expresión cambió. Alzó la cabeza fijando la vista en un punto específico a su derecha y luego volvió a dirigirse hacia mí.

-Escúchame –me habló de nuevo-. Debes irte a casa. Ahora mismo. No hagas preguntas, ¿de acuerdo? Sé que no tienes motivos para confiar en mí, pero hazlo. Algo muy malo va a pasar ahora, y no quiero que estés aquí cuando suceda –sus ojos se dulcificaron a medida que me informaba-. No quieres morir, ¿verdad? –negué, desconcertada-. Pues por lo que más quieras, lárgate y no mires atrás.

Me dejó espacio para que me fuera y me separé de la pared.

-Pero, mi amiga… Ariel…

-No le pasará nada mientras no salga del local. Mañana le dirás que te encontrabas mal y que no pudiste avisarla. O déjale un mensaje en el móvil. Cualquier cosa, pero vete ya –volvió a poner un semblante duro y sin pensármelo dos veces eché a correr. ¿Qué estaba sucediendo? Mi vida, de un día para otro había cambiado drásticamente. Ahora parecía que estuviera en peligro las 24 horas, ¿y por qué? Por haber provocado a un tío imbécil de instituto que… en realidad no era un tío.

El trayecto de vuelta a mi casa me resultó más corto de lo que pensaba. Me agarré a la puerta cuando la abrí y una vez dentro caí en la cuenta –por mi pulso extremadamente acelerado y los intensos jadeos- de que había estado corriendo sin parar.

“Ojalá todo fuera un sueño y volviera a mi aburrida vida de siempre sin tener el peligro de palmar en cualquier momento”, pensé gimiendo. Me puse en pie y fui al salón. Me pasé dando vueltas parte de la noche intentando ordenar mis pensamientos. Pero no encontraba la lógica del asunto así que resoplé y fui a mi habitación. Estaba cansada y necesitaba dormir cuanto antes. Después de ponerme el pijama y de cobijarme bajo las cálidas sabanas cerré mis ojos. Al principio me costó dormirme, pero a medida que el tic tac de mi reloj sonaba, me fui sumiendo en el sueño de Morfeo.

***

Un ruido me despertó a las tres y media de la mañana. En un principio le resté importancia, atribuyéndolo a la lluvia que había empezado a caer. Pero un estruendo –que no era un rayo- irrumpió en alguna parte de mi casa, obligándome a levantarme como movida por un resorte. ¿Un ladrón? ¿Alguien había entrado a robar? Me quedé muy quieta, pero no escuché nada. Lentamente, como si temiera que quien fuera me pudiera escuchar, abrí uno de los cajones, saqué un abrecartas en forma de espada para luego abrir la puerta de mi habitación. Ésta chirrió y me erizó el bello de la nuca. Conforme avanzaba, me sentía más nerviosa, y temblaba como una hoja. Quería volver atrás, meterme en mi cama y no hacer caso a nada. A lo mejor el ladrón robaría lo poco que tenía en la casa y se iría…

Lo que nunca imaginé fue lo que me encontré a continuación. La ventana del salón estaba abierta de par en par y podía adivinarse el viento zarandeando los enclenques árboles. Un rayo cruzó justo en ese momento e iluminó la estancia. En un rincón no muy lejos de todo eso, una figura se encontraba sentada, encogida en si misma con la cabeza enterrada en las rodillas. Pude notar que se agarraba el brazo con fuerza y con espanto vi el suelo anegado en una substancia oscura, que dios quiera que no fuera lo que pensaba que era.

Pero lo peor era que, sin necesidad de que se descubriera, sabía quién era. Encendí la luz de la pared y el salón se iluminó de color ambarino. Kiseop presentaba un aspecto deplorable y me compadecí del chico cuando levantó la vista desenfocada mirándome casi sin verme. Estaba sangrando, y no solo por el brazo como pronto descubrí.

-Dios mío –exclamé, acercándome a él. Me agaché situándome a su altura. Su pelo estaba mojado y el agua se mezclaba con todo lo demás. Su ropa estaba sucia y el olor metálico me producía náuseas. Yo era de las personas que se desmayaba al ver su propia sangre y en ese momento luchaba por no perder la consciencia-. Déjame ver todo eso.

En el momento en que le toqué el hombro, solo un roce inocente a través de la camiseta, Kiseop reaccionó. Me apartó de un empujón siseando como un gato y huyó hacia un rincón de la sala más alejado. Entonces, mi paciencia se agotó. Con pasos decididos aunque temblorosos fui hacia donde se encontraba y me senté delante de él.

-Mírame –le ordené. No solo estaba enfadada. Estaba preocupada por tener a alguien desangrándose en mi casa-. MIRAME! –le grité-. Basta ya. Me abandonas en un bosque, me obligas a irme a casa cuando se supone que me lo tenía que estar pasando bien, me despiertas de madrugada así –lo señalé- y cuando intento ayudarte para que no te mueras me tratas de esta manera como si fuera a contagiarte algo –respiré hondo. Le estaba gritando a un herido, y pese a todo, me sentía mal por el-. Así que ya estas bajando la guardia por que no pienso hacerte daño.

Finalmente me miró y todo enfado se evaporó. Diantres, esto no podía continuar así. Me levanté y fui al baño a por toallas, gasas y otros instrumentos de cura. Una vez de vuelta me dejó rasgarle la camiseta, porque no quiso quitársela como debía. Al ver las heridas y los hematomas, un escalofrío me recorrió.

-Más que ayudarte yo… creo que debería llevarte al hospital –dije creyendo lo mejor. No obstante, cuando estuve a punto de volver a levantarme para buscar el teléfono, una mano fría se cernió sobre mi muñeca.

-No –negó con la cabeza, lentamente como si le costara-. Hospitales no.

-Pero… pero mírate…

-No –repitió. Se le veía abatido-. Por favor.

No lo había visto tan indefenso como ahora. Las últimas veces parecía seguro de sí mismo, con los ojos fríos y el rostro severo. Pero en ese momento… Me volví a sentar y me soltó. Kiseop cerró los ojos con fuerza. Le dolía, de eso estaba segura.

-De acuerdo –dije finalmente tras un silencio incómodo-. Déjame ver.

Mojé una toallita en agua y empecé a limpiarle la sangre con cuidado. Ésta cubría gran parte de su cuerpo y para mi sorpresa, no toda era suya. En seguida noté algo diferente en él. No sabía qué exactamente, pero lo percibía como si fuese electricidad. Y aquellos ojos castaño oscuro, no negros, me resultaban inquietantes. Eran como imanes que controlaban cada uno de mis movimientos. Tragué saliva con disimulo, tratando de ignorar el claqué que sentía en mi estómago revuelto cuando le limpié la boca también. Había algo en él que no era normal. Algo que no era… seguro.

Tras cubrirle las heridas cerré el botiquín y lo devolví al baño. Intenté no perderlo de vista pero no figuraba tener intención de irse a ninguna parte. Empezó a jadear débilmente y con delicadeza coloqué una mano en su frente. Ahogué una exclamación porque estaba ardiendo.

-Sácame de aquí –dijo con un hilo de voz-. Déjame fuera.

-¿Estás loco? No tengo por costumbre abandonar en la puerta de mi casa a gente herida, no sé si lo sabes.

-No soy… una persona –gimió, haciendo chirriar la mandíbula-. Y he perdido demasiada sangre. Olvídame y sal de aquí.

-A mí no me das órdenes. En todo caso te las doy yo por estar en mi casa –rodeé su brazo en torno a mi cuello y lo levanté. Bufé porque apenas ponía un poco de su parte, y era como levantar un peso muerto. ¿Y cómo que no era una… persona?-. Vamos Kiseop –supliqué-. Así te llamas, ¿no? Hay una habitación individual al lado de la mía. Estarás ahí hasta que te recuperes –luego me atreví a preguntar-. ¿No te transformarás en arpía… verdad? –lo senté en la cama lo más suavemente que pude y busqué algo para que se cambiara en el armario. Luego humedecería otra toallita y se la colocaría en la frente para…

-Por favor –irrumpió mis pensamientos-. No quiero hacerte daño.
Aquello me paralizó y giré en redondo en el momento en que el chico se tapaba la boca. Pero yo ya lo había visto. Dos pequeños caninos más largos de lo normal, color perla y afilados como cuchillas. Los colmillos de una bestia nocturna. De un vampiro. Mi cara estaba pálida, podía notarlo. Sabía que mi sangre había huido de mis mejillas y miré nerviosamente la puerta. Sin embargo, algo en él… su forma de jadear, de agarrarse el pecho como si le ardiera y sus palabras de ruego hacia mí evitaron que saliera por patas.

Ahora entendía todo. Las palabras de aquellos tres en el bosque “Kiseop, el vampiro que no lo es” Lo había olvidado. Y él ahora necesitaba sangre, pero me daba miedo que fuera la mía, tenía miedo de morir por sus manos y temblé solo de pensarlo. Otro quejido de su parte me hizo decidirme a intentarlo. Si todo era un sueño, no me ocurriría nada. Siempre que soñamos nuestra muerte, despertamos ¿no? Mi corazón latía con tanta fuerza contra mis costillas que me producía daño. 

No me estaba mirando a mí, pero cuando me incliné con la manga del pijama remangada supo lo que me proponía. Me lo estuvo mirando durante lo que me parecieron minutos, con los ojos muy abiertos y la boca entornada y no logré reprimir un grito cuando sus labios tocaron mi piel y sus finos dientes la desgarraron. La sangre empezó a brotar mientras Kiseop succionaba con fuerza. El dolor era considerable, y las lágrimas brotaron de mis ojos sin que yo pudiera detenerlas.

Socorro”, pensé, tomando conciencia por fin de lo que estaba pasando, “¡Ayuda! ¡No quiero morir!

Kiseop sostenía mi brazo con tanta fuerza que parecía que me lo iba a romper. Y al cabo de unos minutos, aflojó. Aproveché entonces para deslizarme fuera de su alcance, chocando contra el armario. Sus dientes rasgaron un poco más mi piel a causa de mi brusco alejamiento, pero estaba demasiado sobrecogida para prestarle atención. Me palpé el brazo para asegurarme que seguía entero y cortar la hemorragia. Pero la sangre seguía saliendo y me sentía mareada…

Entonces, vi movimiento por su parte y alcé la cabeza. Se relamió los labios rojos y se colocó una mano en la boca, como antes de saciarse. Parecía alterado por haber hecho lo que me había hecho. Pero me miró con horror, un horror que pasó a un gesto de comprensión. Se levantó como si nada, como si no hubiera estado a punto de palmarla hacía escasos minutos y se acercó a mí. Por acto reflejo quise salir de ahí, algo me gritaba que debía irme y no mirar atrás, incluso me golpeé la cabeza con el armario… Pero su expresión me decía que no me pasaría nada, que estaba a salvo.
Se arrodilló delante de mí y con los ojos me pidió permiso para cogerme el brazo. No sé cómo lo supuse pero asentí, temblando.

Cuando lo alzó, se inclinó y con la lengua retiró los rastros de sangre goteantes de mi herida, cortando la hemorragia casi al instante. La manera en que lo hacía podría haber resultado erótica si no estuviera atemorizada a más no poder. Sin embargo, un cosquilleo me recorrió la columna vertebral y el estómago y supe que me había ruborizado.

Cuando acabó, me miró un momento a los ojos y los bajó con pesar. Su mirada era triste, como si no hubiera querido hacer lo que hizo.  Colocó una mano en mi cabeza y cuando se incorporó, me tendió la mano para levantarme. Y en cuanto lo hice, deseé no haberlo hecho. Mi cabeza empezó a dar vueltas, todo dio vueltas y me desmayé en sus brazos sin que yo nada pudiera hacer.

***

A la mañana siguiente, cuando abrí los ojos tenía todo el cuerpo contracturado. No era como cuando me había despertado en el bosque. Esto era... diferente. Automáticamente me miré el brazo, y vi que estaba vendado perfectamente. Pero nada había sido producto de mi imaginación. Estaba en mi habitación y salté de la cama rápidamente ignorando el breve vahído que experimentaba. Solo tenía cabeza para una cosa.

-¿Kiseop? –lo nombré, una vez en el pasillo. Entré en la habitación donde horas antes estaba- ¿Kiseop…? –fui hasta el salón y con una exclamación comprobé que todo estaba en su sitio. No había manchas rojas, ni había ventanas abiertas ni nada que delatase su presencia en mi casa.

Por unos instantes, no confié en mi propia cordura. ¿Estaba loca? ¿Kiseop había sido real?

-Sí que lo es –murmuré, arrancándome el vendaje y mirando las dos cicatrices blanquinosas de incisivos que marcaban mi pálida piel. ¿Cómo habían sanado con tanta rapidez? Tenía algo que mirar en el ordenador acerca de los vampiros, pero cuando encendí el portátil y me fijé en el día toda la sangre que me quedaba huyó.

-¡¿Lunes?! ¡¿Es una jodida broma?! –y además, iba tarde a la escuela. En el autobús me puse a calcular. ¡Había dormido casi dos días!

1 comentario:

  1. NO. NO. NO. Y MÁS NO. ESPERO QUE ESTO NO SEA EL FINAL. Asdfghjk no me suelen gustar las historias sobrenaturales pero en serio esto esta escrito de maravilla y en serio engancha desde el primer momento. Oh dios hasta me acordado de la historia hoy en la expotakual ver merchan de UKISS xDD Por favir dime que no es el final porque no has actualizado desde agosto y esto es demasiado bueno como para dejarlo así! !!! Asdfghjk ♥♥

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