No
quería despertar. En realidad, me rehusaba a levantarme de la cama o
a moverme de posición. Pero a través de mis párpados entreveía la
luz directa de la persiana, el suave canto de los pájaros y un
extraño reloj que anunciaba las once de la mañana. ¿Había un
reloj así en el piso de Hongbin? Me di la vuelta, huyendo de la
espantosa iluminación que me apremiaba a abrir los ojos con un
ligero quejido de molestia. Una mano suave se deslizó por mi hombro
desnudo, formando círculos sobre la piel. Se había dado cuenta de
que me había espabilado.
-Buenos
días -dijo mi genio, adelantándose a mí-. ¿Cómo te encuentras?
-Bien
-y añadí, abriendo los ojos-. Creo.
-¿Bien,
creo? -hizo una mueca-. Tengo más años que un Dearcmhara,
he pulido mi técnica minuciosamente durante siglos y siglos, ¿y
solo se te ocurre decir, “bien, creo”?
Me
removí, inquieta.
-Vale,
ha sido... maravilloso -enrojecí-. Estoy agotada pero me siento...
Eh, espera. ¿Qué es un Dearcm... lo que sea?
Hongbin
alzó una ceja, como si mi pregunta tuviera una respuesta que debería
haber sabido.
-Un
Dearcmhara es una especie de animal del período Jurásico. Solían
vivir en el agua y eran unos depredadores excelentes. El tiburón
blanco no puede considerarse rival.
Me
encogí de la sorpresa. Un dinosaurio. Hongbin era más viejo que un
animal primitivo. Había visto de todo, y aún le quedaba toda la
eternidad por delante. Él leyó mi angustia igual que en un libro
abierto. Se acercó un poco hasta envolverme cálidamente entre sus
brazos.
-No
pongas esa cara, Alice -suplicó-. Lo que importa es el tiempo que
pasemos juntos.
-Es
fácil de decir para ti cuando vivirás para siempre.
-No
es verdad. Recuerda que puedo destruirme.
Un
escalofrío me recorrió la columna. Me separé de él y le observé
la marca negra que le cubría parte del cuerpo. Alargué mis dedos,
trazando el dibujo que seguía presente, allí donde lo había visto
por primera vez. Tenía una textura extraña: ni liso, ni rugoso.
Tampoco abultaba ni se hundía. Mucho menos lo notaba como un
tatuaje. Era algo... extraño de describir y una frialdad sin igual
me calaba los dedos. Presioné, deseando borrarla. Hongbin se
estremeció y me agarró la mano.
-Por
mucho que lo intentes, ésto no se irá de un día para otro.
Requiere tiempo.
No
lo miré.
-Nunca
digas que puedes morir con tanta facilidad. No te lo permito.
-¿Por
qué? No tengo a nadie mas que a ti. Si la única razón de tu
libertad y lealtad se extingue por siempre, ¿qué sentido tiene una
vida eterna?
-Puedes
volver a amar -dije, sabiendo lo mucho que me afectaban mis propias
palabras-. Puedes enamorarte otra vez.
-¿Para
qué? Alice, te lo he dicho. Un ser como yo escoge una aguja entre un
millón. Y me gustaría pensar que yo también soy la tuya.
Las
comparaciones, tenía que reconocer, eran bastante extrañas. Era de
esperar que Hongbin quisiera aportar un toque de humor a un asunto
que no nos estaba haciendo felices.
-Si
decides pasar a mejor vida antes que yo, dejaré de ser tu aguja.
-¿De
verdad? -se relamió-. Ayer no me pareció que pudieses dejar de ser
mía.
Es más, me da que fue todo lo contrario.
El
tono de mi piel se tornó carmesí intenso, mucho más de lo que creí
que podría. Hundí el rostro en la almohada, avergonzada.
-No
te burles de mí -protesté-. No tergiverses mis palabras.
La
risa de mi genio, lejos de aumentar mi turbación sonaba como música
en mis oídos.
-Perdona
-se disculpó-. Me encanta verte así, indefensa, tímida. Eres una
chica tan fuerte y capaz que me moría de ganas de hacerte rabiar.
-No
tienes remedio -logré acurrucarme contra él y me apartó un mechón
de pelo pegado a la sien.
-Creo
que es la primera vez que disfruto de verdad -lo vi sonreír para sí.
Un brillo de emoción contenida cubría sus ojos, que miraban al
techo. No me atreví a ponerlo en duda y esperé a que continuara-.
Cuando te has pasado más años de los que puedes recordar en una
lámpara, el amor es lo último en lo que piensas.
-Lo
sé -intervine al fin-. Recuerdo la primera vez que me miraste. Era
como si carecieses de piedad, como si nadie pudiese ayudarte.
-Resultaste
ser mi salvación, después de todo.
Acercó
sus labios a los míos y al darme cuenta, retrocedí.
-Tengo
que lavarme los dientes.
El
Djinn parpadeó sin comprender.
-¿Y
qué relación tiene eso con que haya intentado besarte y me hayas
hecho la “cobra”?
-Que
la boca después de dormir suele llenarse de bacterias que producen
un desagradable...
No
me dejó terminar. Me sostuvo de la cabeza a fin de evitar otro
retroceso automático y me besó sin contemplaciones, muy lentamente,
desprovisto de prisas. Gemí, por una parte sorprendida y por otra
embelesada de la ternura que me transmitía con un solo beso. El
calor incendió mis mejillas y coloreó las puntas de mis orejas.
Al
separarnos, una mueca pícara le curvó los labios.
-Quiero
que te mentalices -sugirió-. Nada tuyo me producirá rechazo jamás.
-Pero...
-Nada
de peros.
Resoplé,
contrariada.
-Cada
vez que me contestas de esa manera me dan ganas de saltar de la cama.
-Pero
no lo harás, ¿verdad? -me contempló con cara de no haber roto un
plato en su vida y me derretí por dentro. De ninguna manera debía
mostrar lo que era obvio. Me incorporé un poco, decidida a
contradecirlo y noté una mano cernirse sobre mi muñeca y al mismo
tiempo me vi atrapada bajo el cuerpo de Hongbin, totalmente desnudo.
Carne sobre carne. La cabeza empezó a darme vueltas.
-¿Qué
haces...? -el calor amenazaba con abrasarme-. No tiene gracia.
-Por
supuesto que no la tiene -sonrió-. No pretendo que la tenga. Voy en
serio. Considéralo un “Buenos días” repetido.
Me
rendí al fin. Era imposible contradecirlo, y yo no estaba dispuesta
a perderme un segundo asalto. Sin embargo, cuando se inclinó a
besarme, se tensó. Alzó la cabeza sin perder la sonrisa y miró por
encima del hombro.
-¿Vosotros
tres también queréis un “buenos días”? -dijo.
-Me
veo en la obligación de declinar tu oferta -se disculpó Ken
teatralmente-. Puede que ellos sí quieran mimitos mañaneros.
-Paso
-cortó Leo. Tenía los ojos entrecerrados y yo abrí la boca de la
sorpresa. La cabeza de Hyuk apareció por el marco de la puerta,
poniendo cara de asco.
-Ugh,
no, gracias -espetó-. Si lo pidiera Alice, me lo pensaría, pero no
me va el rollo gay.
El
Marid le asestó un puñetazo en la cabeza que lo hizo trastabillar
hacia adelante y caer. Se levantó, lanzando una mirada envenenada al
genio.
-¿Era
necesario?
-Silencio
-contestó Leo. Ken se encogió de hombros e ignoró mis intentos de
moverme fuera del alcance de Hongbin, que me tenía bien sujeta.
-Su-suéltame
-balbuceé, muerta de vergüenza-. Por favor.
-Si
me separo ahora, nadie asegura que me lleve las mantas conmigo
-desafió el Djinn. Resoplé, exasperada.
-Ali
-dijo Ken-. En nuestro caso no hay problema. Recuerda quien te traía
ropa interior de repuesto en preescolar y quien te ayudaba a
cambiarte en primaria.
-¿Es
que os habéis propuesto humillarme todos hoy? ¿Qué os pasa? -ya
estaba cansada. Abracé a Hongbin como un koala y juntando las pocas
fuerzas que tenía nos obligué a rotar. Rápidamente me quité de
encima y me envolví en las mantas. Sabía a la perfección que mi
genio estaría vestido antes de quedar expuesto y no me equivocaba.
-Bien
-dijo, de pie. Había optado por una camisa roja y blanca de cuadros
y unos vaqueros estrechos. Me hubiese gustado arrancarle las gafas
falsas de la cara pero lo cierto es que cualquier cosa le quedaba
bien-. No habéis venido solo a espiar nuestra romántica velada,
¿verdad? Explicaos.
-Tiempo
al tiempo. Primero, Alice debe cambiarse. Necesitamos que escuche lo
que tenemos que decir.
-Si
salís de aquí, puede que consiga hacerlo -gruñí, empujando a
Hongbin fuera de la habitación. Apenas opuso resistencia.
-Ayer
no guerreabas tanto -soltó en el aire. Le abofeteé la espalda hasta
quedarme a gusto.
-¡No
lo digas en voz alta! ¡Y Fuera de aquí ahora mismo! -cerré la
puerta con un golpe sonoro y me deslicé por la puerta, turbada. ¿Es
que mi primera vez iba a ser un objeto de burla constante?
Me
cambié en menos de un minuto. Intenté apelmazarme el cabello, que
se resistía a comportarse como era debido. Al final lo anudé en una
coleta alta, incapaz de lidiar con él en ese momento. Salí de allí
para encontrarme con una escena bastante poco usual. Leo y Hongbin
conversaban junto a la ventana casi en un susurro, enfrascados en un
diálogo propio en el que nadie se atrevía a intervenir.
Ken
flotaba. Sí, lo hacía, y no sólo eso. Fingía ser un surfista en
la tabla moviendo los brazos y en consecuencia, levantándose y dando
vueltas por el salón. No sabía si alegrarme porque el Ken que
conocía había vuelto o llevarme las manos a la cabeza temiendo que
rompiera algo. Hyuk por su parte, hacía algo más útil y me
restauraba la lámpara central, subido a la mesa. Carraspeé a fin de
llamar su atención.
-Ya
estoy lista -anuncié. Jae Hwan dejó de flotar y me indicó que me
sentara. En mi ausencia había llenado cuatro vasos de agua. Siempre
era precavido, aunque lo menos que teníamos era sed.
-Perfecto
-el medio ángel se volvió hacia el nefil-. Deja la bombilla. Puedes
arreglarla después.
Hyuk
se encogió de hombros y se sentó en el suelo en gran agilidad.
-¿De
qué hablabais? -pregunté a Hongbin. Él sacudió la cabeza.
-Me
hacía un adelanto. Y me advertía -murmuró, bajito.
-¿Advertir?
¿De qué?
-Doy
por iniciada la Reunión
Sobrenatural
-declaró Ken alzando los brazos, eufórico. Me resultaba tan
nostálgico su comportamiento... Casi olvidaba su cara y su cuerpo en
la celda. Sólo de pensarlo se me hacía un nudo en la garganta que
no me dejaba ni respirar.
-Si
ignorara la importancia del tema, me largaría de aquí junto a Alice
por poner un nombre tan ridículo.
-Siento
ser así en un momento tan crítico -colocó las manos detrás de la
espalda-. Pero soy el único que sabe los detalles, y Leo siempre
tiene un calcetín en la boca así que... -se detuvo cuando el vaso
más cercano a él estalló, mojándolo-. Por el amor de Dios, Taek
woon, ¡era una maldita broma!
-Di
lo que debas decir y evitarás problemas -contraatacó el Marid. Ken
miró a Hongbin.
-Si
eres tan amable...
-Por
supuesto -el Djinn alzó un simple dedo y al instante la ropa de mi
amigo se secó por completo.
-Gracias.
Ahora sí vamos a ir al quid de la cuestión -la expresión del
mestizo cambió-. Seré directo: Jessica ha dejado de moverse y ha
hecho una llamada.
-¿Una
llamada? -pregunté, incrédula-. ¿Telefónica?
-Exacto.
Supongo que, al poder notar su desplazamiento, habrá preferido
seguir en anonimato de su posición. Llamando por teléfono no sólo
evita que sepamos con exactitud su paradero, sino que de esta forma
logra decidir un sitio de encuentro.
-Me
huele a trampa -dije.
-Por
supuesto que lo es -contestó Hongbin, poniéndose en pie-. Y supongo
que la condición es que “la llave” haga acto de presencia, ¿me
equivoco?
-Sí
-Ken sonrió-. Jessica sabe que ella es la llave, pero lo que no sabe
es que ya no lo es.
Los
cuatro lo miramos, confundidos.
-Repite
eso, por favor -exigí. La sonrisa de mi mejor amigo se hizo más
amplia.
-Cuando
nos decidimos a hurgar entre los recuerdos sellados de Alice, fui
capaz de extraer la llave de su interior. No es una llave física,
sino espiritual -alzó la mano y en la palma apareció un resplandor
grisáceo. Luego la cerró y desapareció-. Alice está fuera de
peligro.
Noté
como todos, incluida yo, soltábamos un suspiro de alivio.
-Entonces
-habló Hyuk-. ¿Qué vamos a hacer? Si se entera de que la tiene uno
de nosotros...
-No
se enterará. Sin la llave, Alice ha perdido un poco de su
resistencia sobrenatural y su aura ha disminuido. Solo tenemos que
meter en su cabeza a uno de nosotros y su presencia servirá de
substituto.
-Espera,
¿meter a alguien en mi cabeza? ¿Es posible? -parpadeé.
-Somos
genios -intervino Leo-. Todo es posible con nosotros. Yo seré quien
te acompañe.
-Ah
no, ni lo sueñes -gruñó Hongbin-. Voy a ser yo.
-Estás
muy débil, Djinn. Te matará de un golpe.
-Olvidas
que hay que rellenar el hueco que ha dejado la llave, y tu poder es
demasiado grande. En cambio, si voy yo, apenas notará una pequeña
fluctuación en su aura -miró a Ken-. Sabes que tengo razón.
Jae
Hwan resopló.
-Sí,
por una vez estoy de acuerdo. No tiene porqué pasar nada. Los demás
le tenderemos una emboscada cuando veamos la oportunidad.
-¿Y
ya está? -Hyuk parecía nervioso-. Esa genio no parece chuparse el
dedo. Sabrá que tramamos algo. ¡Lo sabrá!
-Somos
más que ella. Podremos. Además, no me costará llamar a Hakyeon
para que la castigue ahora que poseo la llave.
Me
miré las manos. Tenía la horrible sensación de que no iba a
resultar. Temía por mis amigos, más que por mi propia vida y la
mirada que compartimos Hyuk y yo me dio a entender que no era la
única.