Parpadeé, sintiendo los
ojos secos. Cogí la taza y me la llevé a los labios, contrayendo el rostro
cuando el sabor amargo del café me arrasó la garganta. Nunca había sido muy
partidaria de las bebidas psicoactivas alcaloides, pero con lo que estaba
haciendo, debía estar despierta. Hacía unos veinte minutos había terminado con
el último libro que contenía información para uno de mis trabajos. Después,
cuando estaba a punto de cerrar el ordenador, el llamador tintineó sobre mi
pecho y recordé que debía buscar cualquier cosa relacionada con aquél genio.
Y casi media hora más
tarde, me encontraba en mi escritorio con una taza de café ya frío y los ojos
pegados a la pantalla luminosa. Mis padres hacía un par de horas que dormían.
Todas las definiciones de
genios eran las mismas: Seres mitológicos que viven en los planos elementales
de aire, fuego, tierra y agua, creados junto a los ángeles, que se negaron a
inclinarse ante los humanos...
“En realidad...”, pensé, “entiendo por qué me tiene tanto odio. Pero no. Si lo obligaron a
rendir respeto a los hombres, yo no tengo ninguna culpa.”
Nada de lo que buscaba
servía para nada. Entonces me asaltó un pensamiento diferente. ¿Y si no debía
buscar lo que era un genio?
-Clases de genios –susurré
mientras tecleaba en Google. Me salieron mas referencias a ello de lo que
esperaba. Tras algunas páginas en las que solo daban una serie de nombres,
encontré las definiciones.
“Djinn, el genio del plano elemental del aire.
Su agilidad en el vuelo les hace ser casi incapturables.
Son de carácter amigable, aunque pueden llegar a ser bastante despectivos con
los seres que, a diferencia de ellos, necesitan alas para volar.
Los Djinn nobles son un tipo de genios que conceden 3
deseos y, una vez concedidos, quedan libres de servir a su invocador.”
-Podría ser él... –dije y
seguí mirando definiciones.
“Efreet, los genios del plano elemental de fuego y están
hechos de basalto, bronce y llamas...”
No había demostrado signos
de poseer ninguna habilidad pirotécnica por el momento. El tercer genio no
tenía nada en común con HongBin, por lo que pasé de los Dao a los últimos. Y cuando leí me quedé bastante convencida.
Marid, son los genios del plano elemental del agua, y son
también los genios más poderosos que existen. Son seres muy soberbios, egoístas
e individualistas. Es muy difícil que un Marid acate órdenes, por lo que estos
genios no suelen ser invocados para servir. Pueden comunicarse con cualquier
ente o criatura de cualquier plano mediante telepatía.
Su control sobre el elemento agua...”
Lo de la telepatía y su
exceso de egocentrismo me hacía cuestionarme la primera teoría. Además, había
demostrado ser más poderoso de lo que había creído en un primer momento.
-Curiosas definiciones
–dijo una voz a mi oído. Tragué el aire de golpe y salté sobre mi silla. Se me
hizo un nudo en la garganta por el miedo momentáneo y me calmé al ver que era
HongBin.
-¡¿Tú no te habías ido?!
–le grité, sin saber que otra cosa decirle. Me costó volver a mi ritmo cardíaco
inicial, pero mientras el genio explotaba a carcajadas lo conseguí. Lo miré mal
y sacudió las manos en el aire.
-Oh vamos, ha sido una
broma...
-Pues no ha tenido ninguna
gracia. Y no has contestado a mi pregunta.
HongBin resopló, volviendo
a su seriedad inicial. Se cruzó de brazos y se estiró en mi cama. Reprimí el
impulso de golpearlo por ser tan atrevido.
-¡Oye…!
-Tienes mi colgante –me
cortó, con la vista pegada en el techo-. Por mucho que quiera, no puedo
alejarme a más de una distancia. Y para quedarme en la calle prefiero estar
aquí.
-Eres como un vagabundo
–no fue una pregunta. HongBin dio un breve asentimiento con la cabeza y se puso
de lado mirando hacia mí.
-Ahora supongo que no.
Parecía aliviado, como si
hubiera estado solo por mucho tiempo. No lo juzgué por ello, incluso lo
compadecí un poco. La soledad era un sentimiento muy cruel.
Me levanté, dirigiéndome a
la puerta. El chico se incorporó.
-¿A dónde vas? –su voz
reflejaba ansiedad. ¿Por qué?
-Tengo hambre –le dije-.
Voy a por algo de comer en la cocina.
HongBin soltó el aire y se
tendió de nuevo.
Cerré tras de mí y de
puntillas atravesé el corredor. A media escalera, una puerta se abrió y mi
madre, con el pelo despeinado y los ojos entrecerrados salió.
-¿Se puede saber qué es
todo ese ruido? ¿Quién hay en tu habitación? –inquirió y yo tragué saliva. Tras
unos segundos en responder, pensando en alguna excusa lógica.
-E-es Ken –tartamudeé-.
Pregunta si se puede venir a dormir la semana que viene, y yo le he dicho que
ahora no podía proponérselo a mis padres. Luego ha empezado a chillar cosas de
que ha aprobado el examen de mates y yo también y…
-De acuerdo, de acuerdo
–interrumpió ella-. Pero baja el tono, que se te oye mucho. Vete a dormir que
son las dos de la mañana. ¡Y no me importa que sea sábado!
-Por supuesto. Ya he
acabado de hablar con él. Voy a comer algo y me voy a la cama. Buenas noches
mamá.
-Que descanses, pequeña
–una vez mi madre hubo desaparecido, seguí bajando y jadeé. Encendí la luz de
la cocina, rebusqué una magdalena del armario y me serví un baso de zumo de
naranja. Masqué lentamente, con la vista desenfocada en algún punto de la estancia.
¿Cómo había llegado a esto? Estaba escondiendo una persona -bueno, algo que se
le parecía- en mi habitación, como si fuera un criminal y un fugitivo. Y todo
eso en menos de 24 horas.
Cuanto más lo pensaba, mis
pensamientos iban siendo más extraños. ¿Y si todo es mi imaginación? ¿Y si
había sido drogada por ese tipo, y creía que lo que veía era real? Descarté eso
último. Alguien que hubiera sido drogado no estaría en la cocina bebiendo zumo
de naranja con un trozo de pan del día anterior y razonando seriamente.
Apuré los últimos sorbos y
deshice el camino hasta arriba con firmeza. Debía obtener más respuestas de su
boca. Abrí la puerta, pero callé cualquier cosa que fuera a decir.
-HongBin… -murmuré,
dirigiéndome al chico de los ojos cerrados. Tenía el cuerpo encogido en
posición fetal, con las manos cerca de la cabeza. Los labios de este se abrían
y cerraban en soplos relajados. Se había quitado los zapatos, pero no los veía
por ningún lado.
Estaba completamente
dormido.
Me acerqué unos pasos más,
procurando no hacer ruido y me incliné. ¿Así que los genios podían dormir?
Pensaba que con ese aire sobrenatural que destilaba, dormir era la menor de sus
preocupaciones. Pero viéndolo ahora tan indefenso, tan… humano… Se me hacía
difícil pensar que tenía delante a un “semi-dios”.
Lentamente se fue girando
hasta quedar boca arriba y soltó un hondo suspiro de relajación. Sin pensarlo,
fui a buscar una manta al armario y la estiré encima de él. Mientras escuchaba
el tic-tac amortiguado de mi reloj de muñeca, una punzada de cariño me invadió
el pecho y sacudí la cabeza abrumada por el sentimiento.
-Y ahora… -susurré, en voz
baja-. ¿Dónde duermo yo?