martes, 29 de julio de 2014

Hongbin - Capitulo 18

Me pregunté seriamente si habría algo después de la muerte. Nunca había estado tan cerca de ella como ahora y quería pensarlo de verdad. La muerte sin nada después sonaba demasiado horrible. Pero si tenía que morir por proteger todo aquello que quería… ¿por qué no? El corazón se me encogió cuando recordé a mi madre y a mi padre. ¿Qué iban a hacer ellos a partir de ahora? ¿Ken… o quizás Leo, les borrarían la memoria? Me gustaría que así fuera. Todo sería menos doloroso para ellos. También tendrían que suprimirles los recuerdos a la escuela entera. Menudo problema les he dejado. Yo me moría como si nada y ellos cargaban con todo el marrón consecuente. Egoísta pero… necesario.

Aún tenía a Hongbin. Él estaba conmigo y aunque sabía que no podría protegerme más, todo estaba bien. Pero todos mis sueños, mis ilusiones de poder verlo sonreír otra vez con alegría, de compartir miles de experiencias… se habían acabado.

-          Apártala –ordenó Hyuna a Abel. Éste no se movió al principio por la sorpresa, pero después de un momento sentí que alguien tiraba del cuello de mi camisa con fuerza. Pese a todo, me aferré con más fuerza a mi genio. Los trozos de tela que envolvían sus muñecas y evitaban el roce de las cadenas, cayeron y Hongbin se estremeció de dolor pero no dijo nada.

-          Pequeña niña torpe –espetó el hombre, con un tono de voz molesto-. No tengo nada contra ti ni contra tu gente, solo obedezco órdenes. Y si esta mujer me lo ordena, te partiré en dos con el látigo a ti también.

Rodeé al Djinn tanto como pude.
-          Tendrás que matarme antes de tocarlo un pelo –dije.

“Si, porque soy egoísta y no puedo verte sufrir más. Prefiero esto, mi mente no aguantará tus gritos.”

-          Alice no lo hagas… -suplicó Hongbin contra mi cuello-. Por favor… prefiero sufrir hasta el final a verte morir por mi culpa.

-          No es tu culpa, ni nunca lo será.


-          Yo te he metido en todo esto. Si no te hubiese conocido, seguramente estarías a salvo.

-          Si yo no te hubiese conocido, haría tiempo esta gente me habría localizado y utilizado. Además… sin ti mi vida no tendría sentido.

Sollozó sonoramente, partiéndome el corazón en mil pedazos.

-          Lo tienes todo en esta vida…

-          Me faltas tú.

-          ¿Es que no piensas en mis sentimientos? ¿Cómo crees que podré vivir después de…?

-          Ya está bien –cortó Hyuna, con desdén-. Me ponéis enferma. No os preocupéis por saber quién va a morir y quién no, porque lo haréis los dos –miró al anciano, que estaba impasible-, acaba con esto ya.

-          ¿Por qué no lo hacéis vos? Tengo la sensación de que usted, señorita, desea más que cualquier otra persona acabar con sus vidas –sugirió Abel.

-          ¡No me repliques! ¿Qué pasa si es así? Hoy no estoy de humor. Y no quiero mancharme las manos.

El mayor Nefilim se encogió de hombros. Era aparente que no le importaba nada lo más mínimo.

-          Siento lo que voy a hacer, pequeña humana. Sabes que no te odio. Solo cumplo órdenes por un buen fondo monetario en el banco, y ella puede proporcionármelo. Te aconsejaría que te pusieras algo en la boca. Mis latigazos suelen doler bastante, pero intentaré no romperte los huesos en el primer golpe.

No me moví. Estaba aterrada, pero no dejé de abrazar a mi compañero. Antes de que el primer impacto llegara, la voz de Hongbin me taladró los oídos con mi nombre. Ni siquiera fui consciente en un primer momento de que sangraba abundantemente, con una herida monstruosa en las costillas. No encontraba la voz para gritar, estaba en shock.

El segundo latigazo sí me hizo aullar. Lloré de dolor y tuve la tentación de soltarme y acurrucarme en el suelo. La risa histérica de Hyuna llenaba el lugar. Disfrutaba horriblemente de lo que me estaba pasando, lo disfrutaba con ganas.

No recuerdo cuantos latigazos fueron. Tantos que pensé que me dividirían por la mitad, puesto que ya no sentía las piernas. Hongbin había dejado de chillar y me susurraba que todo estaría bien, que pronto acabaría todo. Entendía a qué se refería. Pronto dejaría de sufrir y moriría.

Que alguien… nos ayude…

Los latigazos cesaron. Una sombra a mi espalda delató la presencia de otra persona. La genio Efreet soltó una exclamación ahogada, que se vio interrumpida por alguien. Algo me dijo que no volverían a golpearme, así que, sin fuerzas me solté rápidamente. No me importaba caer al suelo, porque estaba al tanto de lo que me ocurría. Sin embargo quien fuera me cogió, con una fuerza sobrehumana, entre sus brazos, evitando la caída.

-          Creo que hemos llegado un poco tarde, ¿no crees? –dijo la persona más cercana. Un gruñido proveniente de otro lugar de la celda reveló que no eran uno, sino dos individuos. El ambiente estaba cargado, como si aquellos seres fueran extremadamente poderosos… y peligrosos.

-          Me conformo con haber llegado antes que tú, Ravi –el otro habló con desdén.

-          Eh, calma, Hakyeon. Esto es una tregua, ¿recuerdas?

-          Lo que tú digas –contestó el nombrado-. Deberías hacer algo con esos dos. No puedes encargarte de uno mientras la otra se te muere en las manos.

-          Me ofende que dudes del Gran Duque del Infierno. Pero lo dejaré pasar por hoy.

Las cadenas de Hongbin saltaron y tras dar un par de traspiés pudo mantenerse estable. Luego se acercó a mí y me tomó, alejándome del demonio. Me estaba constando cada vez más trabajo respirar.

-          Alice… hagas lo que hagas, mantente consciente.
-          No me responden… las piernas… -notaba la garganta seca y dolorida-. Lo siento, Hongbin… perdóname…

-          Shhh… no hables y guárdate las fuerzas –observó a los recién llegados.

El que me había sostenido, era un chico en apariencia joven, alto y esbelto, con el pelo blanco. Vestía ropa totalmente oscura, y un par de sombras extrañas, homogéneas y casi translúcidas le surgían de la espalda. ¿Estaba soñando?

El Duque del Infierno aguantaba con una sola mano en el aire a un despavorido Abel, que se revolvía como una anguila fuera del agua tratando de zafarse. Por otra parte, el segundo en llegar, Hakyeon, presentaba un aspecto puro en todos los sentidos posibles. Pese a tener el pelo rojo fuego, su atuendo elegante y níveo le otorgaba un aire profesional. La piel, ligeramente bronceada contrastaba con la ropa. Un aura divina estaba presente alrededor de todo su cuerpo, que brillaba con luz propia. Sería hermoso como una estatua griega, si no fuera por la expresión feroz ante la persona que “aplastaba” contra el suelo. Y esa persona era Hyuna, privada de movimiento.
Hongbin los observaba en silencio, receloso como un gato acorralado y abrazándome cálidamente en ademán protector.

-          ¡Lo sabía! –exclamó Hyuk, rompiendo el silencio-. ¡Sabía que Jae Hwan tramaba algo!

¿Ken? ¿Qué pintaba él en todo esto?

-          Os veo algo confundidos, ¿me equivoco? –el demonio se rió-. Supongo que, tal como están, merecen una explicación. Pero antes… Hakyeon, la chica está a punto de morir.

Mi genio se tensó. Sus ojos se desplazaron hacia los míos y su rostro se desfiguró. No sé qué pinta tenía ni qué estaba viendo en mí, pero por su cara, no era nada bueno.

-          Dejemos que muera –propuso el ángel-.Así la llave estará a salvo.

-          Sabes que ésta no es la manera –dijo Ravi, muy serio. Se me cerraban los ojos, estaba demasiado cansada-. Vamos, Miguel… luego podremos discutirlo y decidir su suerte.

Silencio absoluto. En mi opinión, era como si ya me hubiese muerto, pero aún podía distinguir respiraciones.

-          Odio profundamente que me llamen así. Y más aún que lo haga alguien como tú –gruñó Hakyeon.

En el momento en que inhalé una gran bocanada de aire, las fuerzas volvieron a entrar en mi cuerpo. Noté la piel y la carne de la espalda cicatrizar con suma rapidez y no supe si me resultaba desagradable o reconfortante. Fui capaz de abandonar los brazos de Hongbin y de ponerme en pie, casi recuperada. Las heridas más graves habían sanado, pese a que las más superficiales seguían abiertas. Como si el haberme curado tuviera contraindicaciones, fui presa de una gran debilidad y me apoyé en el Djinn, intentando que todo a mí alrededor dejara de dar vueltas.

-          Esto no es posible… -mascullé-. Yo estaba… yo estaba…

-          No te hagas muchas ilusiones –cortó Hakyeon-. Hay mucho de qué hablar, y poco tiempo.

-          ¿Cómo lograsteis venir? –inquirió Hongbin, sarcástico-. ¿No se os priva a ángeles y demonios superiores el pisar suelo terrenal? Que yo recuerde, ese fue el acuerdo cuando seres etéreos como nosotros fuimos divididos en tres grupos. Luzbel y el Todopoderoso se enfadarán mucho si os ven por aquí.

Ravi apretó los labios.

-          Mi señor Lucifer dejó atrás ese nombre hace mucho tiempo. Te agradecería que no lo nombraras de esa manera. Vamos a la cuestión que se nos presenta. Ángeles, serafines, querubines, diablos y demonios menores pueden viajar a la tierra siempre que quieran. Ambos bandos se encargan de la protección de los humanos, unos los corrompen, otros los salvan. Cuando Demonios y Genios fuimos desterrados, se nos dio la opción a los primeros, de poder llegar a la Tierra siempre y cuando se nos llamara mediante magia negra. Ello es igual para los ángeles, pero utilizando la magia contraria. Pero la peor parte fue para los Genios, que entraron en un bucle en el que tras ser convocados y solicitados tres deseos, debían volver al objeto al que estuvieran ligados. Pero en realidad –miró a Hongbin y a Hyuna-, vosotros no pintáis nada aquí.

-          De momento –interfirió Hakyeon.

-          De momento –repitió- solo sois meros instrumentos, títeres de la voluntad de Dios. Y en el momento en que apareció La Llave, no servisteis para nada más. Desde arriba, San Miguel el arcángel y desde abajo yo, Astaroth, Duque del infierno y máximo representante, hemos estado observándoos, buscando. Lo que nunca imaginábamos es que aquella llave tan importante estuviera escondida en una persona –me taladró con la vista-. En una estúpida humana.

Alguien farfulló algo. Hyuna estaba blanca como el papel.

-          Sí, querida –dijo el ángel-. Has estado a punto de matar al objeto necesario para tu venganza.

-          Hace muchísimos años, mataste a dos niñas inocentes porque percibías que la llave estaba cerca. En el momento en que las asesinaste, la llave desapareció y se reencarnó en ésta chica humana. La última vez que sucedería. Nosotros, los seres sobrenaturales somos eternos, pero la llave no. Una vez que mueras, se acabará ésta lucha.

Algo me decía que debía salir corriendo, pero me quedé petrificada. Quería llorar. Era demasiado para mí.

-          No obstante… -continuó el Duque-. No voy a matarte.

-          ¿Qué estás diciendo, Ravi? –bramó Hakyeon-. ¡Sabía que no podía fiarme de un demonio!

-          Nunca te he pedido que te fiaras de mí. Pero cuando lo explique, ni tú mismo querrás matarla. Pero antes… -apretó el cuello de Abel y el anciano se vio sumido en llamas infernales, gritando de dolor. Al momento, desapareció.

-          ¡Lo has matado! –exclamé, horripilada.

-          Error. He quemado su cuerpo físico. Su alma está pendiente de juicio en el purgatorio –hizo aparecer de la nada un sillón de piel negro y se sentó tranquilamente, como si estuviera en su propia casa. Se cruzó de piernas y colocó las manos en los respaldos-. Bueno, aquí va la verdad. La llave del infierno es en realidad La Llave Celestial. Guarda la puerta de ambos planos, tanto angelical como demoníaca y además, tiene voluntad de Juicio. Si se destruye, se privará la entrada y salida no sólo a nosotros, sino a las almas que deban ser juzgadas en uno u otro plano.

-          Si eso llegara a suceder… -pensó Hyuk.

-          Las almas quedarían flotando en la nada, sufriendo más horriblemente de lo que lo podrían hacer en el Infierno o el Limbo. Con el tiempo, serían almas en pena que se dedicarían a hacer daño a los humanos en forma de… fantasmas o poltergeist, como los llamáis vosotros. Y se desataría un caos total que poco a poco acabaría aniquilándoos a todos.

Hakyeon tragó sonoramente.

-          Estás… mintiendo –tartamudeó-. No puede ser posible…

-          ¿Te enfrentarás a un futuro que no sabes si puede cumplirse? ¿Te arriesgarás? Vaya, Hakyeon, ya no eres el ángel justo y bondadoso que eras antes.

-          Y tú te has vuelto más inteligente.

-          Algunos vamos por el buen camino.

-          ¿Por qué estáis aquí? –pregunté, era necesario recordárselo. Fácilmente se iban de tema.

Ravi me atravesó con la mirada, y cuando quiso contestar, el arcángel se le adelantó.

-          Para poder invocar a los de nuestras especies, hace falta mucha energía física y un sacrificio. Para ángeles y demonios menores, el sacrificio se reduce a cortarse la mano y ofrecer sangre. Pero si deseas invocar a un arcángel…

-          O a un Duque como yo…

-          Debes hacer un sacrificio aún mayor. Y sin contar la voluntad de invocar a ambos. El precio es altísimo, porque no vale con la de una persona normal. Tienes que ser alguien con poderes sobrenaturales o con una mezcla de sangre única. ¿Veis el pentáculo de sangre?

Ladeé la cabeza hacia donde señalaba y se me pusieron los pelos de punta al ver que en el lugar donde anteriormente yacía Ken, había aparecido un brillante pentáculo rojo.

-          ¿Jae Hwan ha hecho todo esto? –pregunté, atónita-. ¿Jae Hwan se dejó capturar para poder invocaros? ¿Sabía que íbamos a venir?

-          Alice, no lo sabía –comentó Hyuk-. Yo debía llevarle un relicario que tenía en su casa. Por eso estaba en ella en el momento en que Leo me descubrió. Me hice con él, os intenté engañar pero… no me habríais dejado marchar sin pruebas, y yo no podía deciros qué tramaba… ¡Por eso te traje! Tenía la intención de persuadirte para que nos fuéramos y yo dar media vuelta, o si me descubrías, noquearte, pero todo pasó tan rápido…

-          ¿Para qué necesitaba Ken un relicario? –creí estar haciendo demasiadas preguntas ya.

-          Ahí concentraba toda su fuerza divina. Fue almacenándola durante años hasta que llegara el momento de liberarla. Supongo que utilizó la fuerza que le quedaba en el cuerpo para crear un pentáculo sólido y lo selló con la energía del relicario –se lo sacó del bolsillo. Era un collar de cuerda negra con un portafotos en el centro. No sentía que despidiera nada especial, aunque no esperaba que, siendo una humana corriente, pudiera sentir cualquier cosa-. Extrajo lo que tuviese dentro a distancia, ya que no me era físicamente posible dárselo en mano. Alice, no pongas esa cara…

Un golpe en el exterior lo interrumpió. De la ventanilla embarrotada brotó una gran cantidad de agua que nos empapó a todos.

-          ¡Vaya! ¡Creí que tardarían menos en llegar! –se carcajeó Ravi-. Vuestros amigos os intentan ayudar sin pensar que así os enterrarán vivos.

-          Me llevaré a la Efreet al cielo. Allí juzgaremos si dejarla en el Limbo o enviarla al purgatorio –anunció Hakyeon, y desapareció en una explosión de luz. De nuevo, otra gran ola golpeó la pared, y los barrotes chirriaron doloridos.

-          También debería irme de aquí. No me hace gracia la idea de mojarme. Tengo una chimenea que atender –dijo el Duque, burlón, y antes de girarse añadió-. A partir de ahora vuestras vidas dará muchas vueltas. Hemos dado la alarma de que nadie en el infierno debe hacerte daño, “querida” Alice. Pero no todos los demonios son tan elegantes y comprensivos como yo. Habrá quien anhele saltarse las normas, y eso engloba también a los ángeles. Ellos buscarán tomarse la justicia por su mano. No te fíes de nadie con un par de alas o buenas palabras. Ésta quizás sea la última vez que nos veamos, pero si no es el caso, la próxima vez atentaré contra ti.


Dicho eso, se esfumó en la oscuridad. Un tercer torrente empujó las paredes y las venció. Me vi envuelta en un mar de agua dando vueltas sin parar. No sabía nadar. La corriente me había separado de Hongbin y atemorizada me dejé llevar hasta que mi cabeza colisionó contra algo muy duro, desmayándome en el acto.


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¡Espero que haya sido de vuestro gusto!

lunes, 14 de julio de 2014

Hongbin - Capitulo 17

Recosté a mi mejor amigo contra la pared, para poder moverme con soltura. Quise levantarme, fallando en el intento. Las piernas me temblaban como hojas por la tensión y maldije para mis adentros por mi debilidad. En el exterior, el sonido de los truenos embargó el silencioso lugar, sobresaltándome.

Alice –me nombró Leo. ¿Qué te han hecho?

Negué con la cabeza, incapaz de hablar aún. Era demasiado doloroso para recordar, y presentía que nada había acabado. Hyuna había dicho que volvería cuando el sol se pusiera de nuevo y que para entonces, me tendría una sorpresa preparada. No confiaba en que fuera una “buena” sorpresa.

Infligió… dolor dije al fin. Aquí me señalé el pecho. Luego fui con Hongbin, que aparentemente estaba desmayado por el continuo dolor sobre sus muñecas. Me quité la chaqueta fina y con toda la fuerza de la que fui capaz la partí en numerosos girones. Cuidadosamente, envolví las muñecas de mi genio con ellas. En el proceso, otras partes no dañadas entraron en contacto con los grilletes, y mi genio gimió con los labios cerrados. Una vez terminada mi tarea, pasé la palma de mi mano por sus mejillas, dándome cuenta de que su temperatura había aumentado. Casi como si… se hubiese vuelto más humano.

Alice…

Estoy aquí.

Si salimos de ésta… tú y yo tendremos una larga charla.

Asentí, conforme.

Si salimos de ésta recalqué. Pero no lo pagues con Hyuk. Yo le pedí que me llevara.

¡Lo siento, lo siento! irrumpió el más joven de todos, agachado. ¡No debí traerla conmigo, debería haber venido solo!

Ahora todas tus disculpas nos dan igual, es muy tarde para eso dijo Leo, levantándose. ¿Por qué somos los únicos que no estamos sujetos a la pared?

Supongo que Hyuna tendrá que saldar cuentas con Hongbin Hyuk se encogió de hombros.

En todo caso, yo soy el que tendría que saldar cuentas con ella, ¿no crees? señaló Hongbin. Estaba recuperando el color en el rostro de forma gradual, gracias a las tiras de tela que evitaban el contacto de las muñecas con los grilletes. Ken suspiró.

Hemos fallado en nuestro deber como guardianes…  dijo, con voz abatida. Nos merecemos todo el dolor que pueda causarnos…

Jae Hwan… -empecé, pero no me miraba.

Por nuestra culpa… no. Por culpa de nuestros superiores, Alice morirá de una forma más horrible de la que nos podamos imaginar. Claro está, antes de que eso ocurra Hyuna nos habrá aniquilado a los demás.

No reconocía a mi mejor amigo. Sencillamente, me era imposible. Mi Ken solía ser un chico alegre y despreocupado, siempre con esa sonrisa tan suya en la cara… Pero ahora… ahora no era él.

Sus palabras me atravesaron como flechas. ¿Qué quería decir con que yo moriría horriblemente? ¿Qué era lo que me depararía el futuro? Yo no quería morir… pero preferiría morir antes, y ahorrarme el sufrimiento de ver morir a los demás ante mis ojos.

Qué egoísta puedes llegar a ser…

No. Nadie moriría. No lo permitiría.

Un ruido me sacó de mis pensamientos y dirigí mi mirada a Leo, que intentaba forzar los barrotes de la celda sin tocarla. Y cuando lo hizo, contuvo un grito en los labios mientras se aferraba la mano.

Esto también está fabricado contra genios.

Leo, por favor, no intentes nada… Puedes hacerte daño pedí, aunque fuera algo obvio.

Unos tacones volvieron a hacerse notar en el silencio, sobresaltándolos a todos.

Eso mismo, Leo dijo la voz femenina de Hyuna, burlona. No te esfuerces demasiado… podrías romperte.

Taekwoon apretó los dientes, pero no dijo nada. La genio paseó la mirada de Ken a mí, entrecerrándolos, y luego miró a Hongbin. Abrió la boca como si quisiera decir algo y la cerró en seguida. Su cara había tomado un tono carmesí y temimos cualquier cosa.

Cuando te puse los grilletes… no esperaba que hubiese alguien tan necio como para privarme del sufrimiento que te provocaban… sus encendidos ojos se posaron en mí con toda su fuerza. Se acercó, rápida como el rayo y me tomó del cuello, levantándome como si mi peso fuera equivalente al de una pluma. No podía respirar.

Ah…h…a articulé a duras penas.

¿Cómo te has atrevido, pequeña insolente? Quiero que te quede claro. Hongbin es mío, y por ello morirá en mis manos. Tu solo podrás verlo morir. Y tú también morirás cuando me hayas entregado la llave.

Me quedé en silencio, en parte para intentar recobrar la consciencia que poco a poco se desvanecía y en parte porque no podía decirle “Nunca tendrás la llave”, cuando la estaba cogiendo con sus propias manos.

Vaya… ¿ya te has resignado? Pensaba que serías más entretenida… los humanos sois bastante aburridos.

¡Si convivieras con ellos…! empecé, pero me golpeó la cabeza contra la pared y vi las estrellas.

No tengo, ningún interés en convivir con vosotros siseó.

Suéltala, ¡bruja! soltó Hongbin y al momento, se retorció de dolor bajo la mirada de la Efreet. Gimoteé, impotente. Los gritos de mi genio se clavaban en mi como puñales.

Abel –llamó Hyuna. Tras unos segundos, un hombre mayor con gafas Nefilim apareció por la puerta de la cárcel. Era un tipo extraño, pues a pesar de su condición vestía una bata gris de piel y unos pantalones negros. Portaba, en su mano izquierda, un maletín del mismo color.

¡NO…! chilló Ken, visiblemente espantado por la llegada de aquel individuo.

Veo que me recuerdas… pensé que después de haber sido torturado por mis juguetes, habrías perdido el juicio. Qué valor… comentó el hombre. Era una voz rugosa, y arrastraba las palabras de una forma repugnante.

Ya sabes lo que debes hacer, Abel ordenó la rubia. El Djinn tiene que hablar.

¿Y qué pasa con la jovencita?

De eso me encargo yo dijo, soltándome. Tosí un par de veces y di gracias a no estar más tiempo en suspensión en el aire.

Abel titubeó.

¿Vas a intentar eso? El anciano se acomodó las gafas y miró a Hyuna con el ceño fruncido-. Si estás demasiado tiempo usando ese poder, puede que la cría no lo aguante. La mente es algo delicado para un humano…

Preocúpate sólo de hacer tu trabajo cortó la genio. Estaré el tiempo que sea necesario hasta que me diga dónde está la llave.

El anciano se encogió de hombros. Abrió su maletín y de él sacó un látigo de oro puro –o al menos lo parecía- que relucía como un sol. Me atrevería a decir que incluso de él salían pequeñas chispas. Entré en pánico.

¿Qué va a hacer…? musité con un hilo de voz. Sacudió el látigo contra el suelo. La piedra saltó como si fuera corcho, dejando una gran marca recta.

Pienso sacarle la verdad a tu amigo contestó. Oh, no pongas esa cara. Una piedra no es lo mismo que el cuerpo de un genio. Resistirá… más o menos.

Y dicho eso, sacudió el látigo contra Hongbin. Cuando la flexible vara azotó el pecho del Djinn, la sangre brotó como un grifo abierto y el chico aulló de dolor. Se me revolvió el estómago y estuve a punto de vomitar. ¡Basta, basta! Era demasiado para mí ver todo esto…

No, tú no te mueves de aquí dictaminó Hyuna, sujetándome del hombro. No me había percatado de que estaba semi-incorporada, posiblemente para ir en ayuda de mi genio. Tengo otros planes para ti.

La abofeteé. Si, la golpeé con todo lo que tenía. Pero no sirvió de nada. Me observó, enloquecida, como si hubiese cometido el peor error de mi vida, cosa que no se alejaba de la realidad.

Ahora sí que morirás tomándome de la cara, me obligó a mirarla y pronto me vi absorbida por aquellos ojos incandescentes que rezumaban un odio sin igual.

***

Un molesto sonido familiar me despertó. Tanteé el despertador con la mano y lo apagué en seguida. Al incorporarme, un agudo dolor de cabeza me atenazó e intenté calmarlo poniendo los dedos sobre las sienes. Cuando pasó, salí de la cama, me vestí y bajé a desayunar.

Dónde…

¡Alice! ¡Vas a llegar tarde a clase! ¡¿En qué estabas pensando?! mi madre se enfadó. No la culpé. El despertador seguramente llevaba sonando mucho tiempo. Me pregunté seriamente qué había hecho el día anterior para estar tan cansada… ¿Alcohol? No, nunca me ha gustado, pero eso explicaría el dolor de cabeza.

Estoy…

El camino a la escuela se me hizo eterno. No pensaba con claridad, no sé por qué. Mi taquilla, vacía, me decía que había recogido los libros y los tenía prácticamente todos en casa, salvo los de la mochila. No obstante, aún conservaba un libro y cuando lo tomé reconocí el tercer tomo de la novela de Agatha Christie.

Ah sí. Debo devolvérselo a…

¿A quién?

El dolor de cabeza se hizo más grande e automáticamente solté la novela, que se abrió por una página. Un papel pequeño se desprendió y en el momento en que todo dejó de dar vueltas, lo recogí. Era una cita de la autora: “La maldad no es algo sobrehumano, es algo menos que humano.”

Sobre…humano…

¿Qué extraño… qué me pasa? me pregunté, confusa. Una compañera de clase me anunció que el profesor estaba a punto de llegar, así que me apresuré a cerrar la taquilla y a entrar en mi clase.

Pero no podía concentrarme. Incluso estando aquí, con los ojos pegados a las cálculos de algebra, no distinguía número alguno.

Quizás me drogaron pensé, pero no estaba segura.

¿Me dejas la llave? preguntó un compañero. Parpadeé, aturdida.

¿La qué?

La goma de borrar, la necesito.

Ah. –Juraría que había dicho otra cosa-. Si, por supuesto, toma.

Se la di, y volví a –intentar- concentrarme en clase.

Las horas pasaron excesivamente rápido. No sé cómo, pero me encontraba saliendo de clase con la mochila colgada a la espalda y mirando el reloj que, con su timbretazo, anunciaba el final de nuestra jornada escolar.

¡No entiendo nada! exclamé, y luego me arrepentí en seguida. ¿Por qué estaba tan alterada? Todo era normal, todo estaba bien…

Demasiado normal…

Mi cabeza parecía querer estallar de un momento a otro. Me agaché sobre las rodillas, con la cabeza entre las piernas.

Me encuentro mal…

Hey, Alice me llamó una voz familiar. Era mi compañero de clase. ¡Casi se me olvida devolverte la llave!

¿Qué llave? ¿De qué hablas?

¡…!

No te hagas la tonta, la que siempre ocultas.

Yo no tengo ninguna llave –negué, aunque en mi fuero interno una voz me decía que era mentira.

¡…Alice…!

Alguien me estaba llamando mentalmente. La cara del chico se deformó horriblemente por el disgusto que le producía mi continua negación.

Eres una mentirosa…

¡No es verdad!

¡Alice corre!

Sin pensarlo ni un segundo más, me moví fuera del alcance de mi compañero tan rápido como mis piernas me permitían. No sé por qué le hacía caso a aquella voz, pero algo me decía que la conocía. Es más, cada vez que la escuchaba, el pecho se me llenaba de una mezcla de emoción y de angustia.

¡Seas quien seas, sigue hablando!

¡Despierta…!

¡¿Cómo?! sollocé. El camino se había vuelto perpetuo. Fuera donde fuese, siempre me encontraba los mismos árboles, las mismas casas, las mismas personas… Pero eran personas sin rostro, no podía identificarlas. ¡¡Tengo miedo!! ¡¡Ayúdame!!

¡Llámame!

¡No sé quién eres!

¡Claro que lo sabes! ¡No dejes que la Efreet te gane!

…Efreet…

Y de pronto, recobré el sentido.

¡HONGBIN! –chillé, levantándome del suelo. Hyuna dio un traspié hacia atrás y su cabeza fue a dar contra los barrotes. Ello no pareció afectarle, y se encogió como un gato arrinconado listo para saltar.

¿Cómo…? ¿Cómo has podido contrarrestar mi ilusión mental? ¡Estaba a punto de arrancarte la situación de la llave…!

No respondí. Aún veía círculos negros que me dificultaban la visión. Miré a Hongbin, y deseé no haberlo hecho. Estaba dejado caer hacia adelante, sin camisa y todo el cuerpo horriblemente ensangrentado. Me observó brevemente con una sonrisa arrogante y supe que había empleado su poder mental para ayudarme contra la Efreet. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

Deja que se vayan pedí. Hyuna enarcó una de sus perfectas cejas.

¿Perdón?

Por favor me arrodillé ante ella. Por favor repetí. Deja que se vayan. Si lo haces, te llevaré hasta la llave.

La genio abrió la boca pero la volvió a cerrar, pensativa. Se paseó por la celda, con los dedos tamborileándole la barbilla. Después de unos segundos de meditar, sonrió socarronamente.

Solo dos personas notificó. Y será a través de tu querido amante Djinn.

Tragué saliva y suspiré. Era más de lo que me imaginaba.

Ya he decidido.

Hyuna parpadeó, sorprendida por mi rapidez.

Quien lo diría que son tus amigos, pudiendo seleccionarlos antes incluso de que te diera margen de tiempo.

No me sentí peor por sus palabras. Aguantándome en la pared me agaché junto a Ken, que había empezado a llorar silenciosamente.

Después de haber intentado protegerte… sollozó él. No me puedes hacer esto… Sabes que no podré vivir en paz…

Siento ser tan egoísta, Jae Hwan me mordí el labio. Pero no voy a dejarte morir aquí.

Después de darle un cálido apretón de manos y un beso en la mejilla, atravesé la cárcel y me detuve delante de mi genio. Me abracé a él, de tal manera que su mentón descansó en el hueco de mi hombro.

¿Te duele mucho? pregunté.

Creo que es la primera vez que tomas la iniciativa en abrazarme suspiró, esquivando la pregunta. Lo contemplé, triste.

Quizás sea la última vez que lo haga. No tuve que mirarlo para saber que abría los ojos como platos. Voy a pedir los dos deseos que quedan.

Hongbin tembló.

Deseo… —empecé—. Que Ken y Leo salgan de aquí y aparezcan en tu casa.

Me giré, justo a tiempo de ver como mis dos mejores amigos se veían teletransportados al lugar que había indicado. Sonreí, pero la sonrisa se esfumó al ver a Hyuk.

Lo siento… —murmuré. El Nefil negó, comprensivo. Volví a centrarme en mi genio.

Y mi tercer y último deseo es éste: Sé libre. Libre de todos y todo. Libre de volver al llamador o no volver nunca jamás. Libre de deambular por el mundo sin depender de nada o de nadie. Ya has sufrido bastante como para seguir siendo esclavo de tu propia condición.

El pecho de Hongbin se infló con dificultad, y supe que el poder de pedir tres deseos había llegado a su fin. Y el período de esclavitud del Djinn, también. El chico me contempló, con el rostro surcado de lágrimas. Le había dado la libertad que tanto anhelaba en una situación poco adecuada. No obstante, se veía aliviado. Le quité un mechón de pelo de la frente y lo besé.

Te quiero —declaré—. Muchísimo.

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¡¡¡Siento haber tardado tanto!!! Como recompensa, este capitulo es el más largo de todos -y espero que no el último-, como siempre me encantaría poder disfrutar de vuestros largos comentarios *^*

Un beso, y muchas gracias por leer!