La Caja volvía a subir. No había
pasado un solo mes, y estaban a punto de subir otro novato.
-No es normal. Esto no es normal
–repetía Minho bajando la colina a toda prisa con Jane pisándole los talones.
Al día siguiente de la llegada de Thomas, el estridente sonido había repicado
anunciando lo inminente. Si fueran provisiones, no habría sonado ninguna
alarma.
-Ya lo creo que no lo es
–coincidió ella. Tropezó un par de veces, pero logró mantenerse. Finalmente
llegaron y se abrieron paso entre el gentío hasta situarse al lado de Gally.
Newt bajó a la Caja y tras un breve vistazo, se enderezó, confuso.
-Hostia… -musitó, y Alby, cuando
miró tuvo una reacción similar.
-Dos novatos en dos días
—respondió casi en un suspiro—. Y ahora, esto. En dos años no ha habido nada
diferente, y ahora esto. Y yo creía que sería la única…
-¿Por qué no nos dices qué coño
hay ahí abajo, Alby?—gritó Gally. Fue Newt el que habló.
-Otra chica. –todo el mundo
estalló en conversaciones paralelas, algunos curiosos otros con las intenciones
no muy transparentes-. Eso no es todo —dijo, y señaló hacia la Caja—. Creo que
está muerta.
Jane aspiró el aire de golpe. El
inicial sentimiento de esperanza que la había embargado hacía escasos segundos
se había visto reemplazado por la decepción. Una chica, igual que ella, pero
muerta. Ella estaba viva y la otra muerta. No dejaba de pensar en si había
tenido suerte o por lo contrario, Jane debería haber muerto también.
Sacudió la cabeza ahuyentando
aquellos pensamientos que no le hacían ningún bien. La sacaron de la Caja y la
posaron en el césped, donde el líder llamó a Thomas, a saber para qué. Se fijó
en el cadáver de la muchacha. Era preciosa. Pelo azabache, labios gruesos y
piel de porcelana. Sintió una punzada de algo parecido a los celos, cosa que la
desconcertó. No creía poder sentir algo así. Miró a Minho, que tenía la vista
clavada en ella, como si pudiera leerle la mente.
-¿Qué?
-Conozco esa mirada.
-¿Qué dices? ¿Y tú por qué no te
unes a los demás y murmuras obscenidades como ellos? –pretendía que fuera una
broma, pero el simple hecho de imaginarse a su mejor amigo en ese plan le
dolía.
-No pienso mirar a un cadáver de
esa forma, por muy guapa que sea. Y aunque estuviera viva, tengo otras
prioridades e intereses –sus iris marrones la taladraron significativamente.
Jane tragó saliva en un intento de calmar los violentos latidos de su corazón.
De pronto, la otra muchacha abrió
los ojos azules como mares y murmuró una única frase:
-Todo va a cambiar.
Después, los cerró y dejó de
moverse. Portaba en una mano, asido con fuerza, un trozo de papel que Thomas
recogió, leyó y tiró para que todo el mundo pudiera verlo. Jane retuvo la
respiración, anonadada por lo que había escrito.
Ella es la
última.
No
llegarán más.
***
Clint, Jeff y Jane se llevaron a
la joven a la Hacienda para investigarla. Minho volvió al Laberinto, no sin
antes despedirse. Hablarían más tarde. Clint fue el primero en examinarla.
Aparentemente estaba en coma, su respiración era lenta y pausada. Jane pasó un
trapo por la frente perlada de sudor de ella: era hermosa de verdad.
-Si mañana no despierta,
tendremos que tomar medidas. Comidas blandas y… tendrás que ayudarla a hacer…
ciertas cosas –dijo Jeff.
-Por supuesto.
-¡Cuidado! ¡Abrid paso! –dijo
alguien. Dos muchachos cargaban a un tercero, flácido, casi muerto. Jane
reprimió un grito al ver que se trataba de Ben.
-Roy, ¿qué ha pasado? –Inquirió Clint-.
¿Pero Benny no estaba en la habitación contigua…?
-Por lo visto se escapó –contestó
el que se hacía llamar Roy-. Y no solo eso. Casi destripa al pingajo novato con
uno de los cuchillos de Fritanga en el bosque de los Muertos.
-Espera, ¿a Thomas? ¿Se encuentra
bien? ¿Lo ha herido? ¿Y qué le ha pasado en la cabeza a Ben? –sonaba ansiosa,
pero no podía evitarlo. Roy la miró a los ojos. Era un asiático el doble de
alto que Minho, quizá de nacionalidad japonesa.
-No tenemos ni idea. Puede que un
par de moretones. Por suerte, Alby llegó a tiempo. Intentó avisarlo para que se
detuviera, pero el cara fuco no hizo caso y recibió una flecha en el cabolo. Le
ha ido de poco, pero está vivo.
Jane se inclinó sobre el corredor
y palpó el lado ensangrentado con un algodón. Una herida se abría desde el
extremo de la ceja hasta la punta de la oreja derecha. Estaba convencida de que
si Alby hubiese querido lo habría matado. Su puntería era excepcional.
-Podéis iros, yo me encargo.
***
-Alby, ni lo
toques. Ni se te ocurra.
-Cállate,
verducha. Ben va a ir al Trullo. Si quieres curarle lo haces allí.
-¡Pero no son
las condiciones adecuadas! Por favor, Alby, espera a que le tape eso –imploró
la muchacha.
El líder negó
con la cabeza. Newt se encontraba detrás de él, serio. No le hacía ni pizca de
gracia la decisión de su compañero, pero sabía que no había opción, por mucho
que Jane considerara lo contrario. Y es que habían irrumpido los dos y lo
habían mirado en la cama como si se tratara de un asesino en serie.
-No. Y es mi
última palabra. Llévate cualquier cosa que necesites, aunque no le va a durar
demasiado. Los guardianes hemos tenido una Reunión.
-Atacó a Thomas
–continuó Newt-. Será desterrado en consecuencia.
La sangre huyó
de la cara de Jane. Los pelos de la coronilla se le pusieron tiesos y la boca,
seca, se le abrió y se le cerró sin emitir sonido. Ya había visto antes un
destierro; el de Allen. Y no era un recuerdo agradable que quisiera repetir.
-Pero…
-Nada de
peros, princesa. Una norma es una norma, y si este gilipullo ha sido tan idiota
de romperla, que se atienda a las consecuencias.
Tuvo que
tragarse su orgullo. Observó cómo se lo llevaban medio a rastras, indignada,
saliendo detrás de ellos. Una vez en el Trullo, lo dejaron de cualquier manera
en su interior. Jane entró y salvando las distancias logró hacer que se apoyara
contra la pared para poder taparle la herida con una venda. Sabía que debía cosérsela,
pero no tenía recursos.
-Lo siento
Benny –dijo, sincera. El corredor pareció oírla, porque entreabrió los ojos
para mirarla. Los orbes seguían rojos y profundas ojeras le marcaban la cara.
Al mirarla, suspiró.
-Tú. Tú eres
de las buenas. ¿Pero por qué?
-¿De qué estás
hablando?
-También te he
visto. No te haré nada –dijo cuándo Jane empezó a retirarse-. Eras de ellos,
pero no querías que ocurriera… Nada de esto querías que… Yo te vi…
Solo hacía que
repetir lo mismo una y otra vez.
-Ben…
-No dejes que
me hagan esto, por favor, por favor Jane. No estaba dormido cuando Alby dijo lo
del destierro. Por favor, por favor…
-Yo no puedo
hacer nada.
Las manos del
enfermo salieron disparadas hacia adelante, rodeando las muñecas de la joven y
se apretaron ahí como si le fuera la vida en ello. Jane reprimió una mueca de
dolor.
-Ben, para,
¡para!
-¡Por favor…!
-¡Separadlos!
–gritó un clariano que acababa de entrar junto a otros dos. Tardaron un poco,
pero finalmente lo consiguieron. Se llevaron a un Ben que pataleaba, luchando.
La chica salió también a trompicones, centrando la mirada en todas las personas
arremolinadas cerca de la puerta éste y evitando bajar los ojos a sus muñecas.
Alcanzó la
primera fila de chicos y se fue abriendo paso, buscando a Minho. Avistó a Ben
con un lazo alrededor del cuello; un palo lo unía con otros tantos. Alby habló.
-Ben de los corredores, has sido sentenciado al destierro
por intentar asesinar a Thomas, el novato. Los guardianes han hablado y su
palabra no cambiará. Y tú no vas a volver. Nunca —hubo una larga pausa—.
Guardianes, colocaos en la pértiga de destierro.
La chica miró
a Thomas, a solo cuatro personas de distancia junto a Chuck. Ella leyó una
mezcla de horror y culpabilidad en su rostro pálido. No podía culparlo aunque
Ben le hubiese dicho aquello y Gally reflejara cada día su odio por el novato.
Algo le decía que era inofensivo.
Vio a Minho en
el extremo de la barra de acero y luego a Winston y a Fritanga; todos en
silencio. Uno a uno los guardianes fueron ocupando sus puestos. De improviso,
la puerta del Claro empezó a cerrarse con los característicos chirridos
ensordecedores.
-¡Guardianes, ahora! —gritó Alby.
Ben aulló, berreó, pero cada vez estaba más cerca del límite del laberinto. Al
fin, el último chillido del ex corredor se vio ahogado por las puertas al
cerrarse definitivamente.
Jane frunció
los labios para retener las lágrimas que acudían a sus ojos. No lo logró, y
éstas se derramaron por sus mejillas sin control. Alguien la abrazó y tardó en
reconocer a Minho. Olía un poco a sudor; se había cambiado únicamente la
camiseta y ello mezclado con su esencia corporal le confería un olor almizclado
y a la vez atrayente. Además… sólo él sabía cuándo tenía ganas de desahogarse.
Y allí, encajada contra el hueco de su cuello mientras los demás se
dispersaban, encontró la calidez del chico y se enorgulleció de que solo se
mostrara así de cariñoso con ella.
-Debería dejar
la costumbre de abordarte cada vez que te veo a punto de llorar. Cualquiera
pensaría lo que no es –advirtió.
-Ese es tu
problema, ¿no crees? Si te importa tanto…
-No –la apretó
más contra sí-. No me importa una clonc.
Jane no fue
consciente de lo que hizo a continuación. Alzó la barbilla y le plantó un beso
en la parte inferior de la mandíbula. El tiempo pareció detenerse. Minho abrió
los ojos como platos y la contempló, tan estupefacto como ella misma. Se separó
de inmediato y se alejó varios pasos.
-Perdona, yo…
-farfulló-. Tengo que irme… Alby y yo mañana… el lacerador… bueno, nos vemos.
Se fue. Jane
lo observó irse, desconcertada, con el corazón en un puño y una última lágrima
traviesa resbalándole por la mejilla.
***
Algo malo
estaba pasando. Minho y Alby se habían marchado, y el ocaso se cernía sobre el
Claro cuando Jane se acercó al grupo formado por Newt, Thomas y Chuck.
-…Foder, pero eso no es lo que me
saca de quicio –estaba diciendo al primero.
-¿Y qué es? —preguntó Chuck.
El chico desplazó los ojos a la entrada del laberinto antes de responder.
-Alby y Minho
—farfulló—. Deberían haber vuelto hace horas.
Aquello mandó
una ráfaga de inquietud a la muchacha. El corredor nunca se retrasaba, y menos
en una visita de inspección.
***
Newt y Jane se
pasaron las siguientes horas vigilando la puerta Oeste. El chico no paraba de comerse
las uñas y de ir de un extremo a otro, nervioso. Mientras, la joven se había
sentado delante de la gran obertura, el rostro entre las manos. Se mordía el
labio de tal forma que pequeñas heridas empezaban a aparecer en ellos.
-¿Dónde están?
—preguntó Newt con voz débil y forzada al ver a Thomas y Chuck acercarse.
-Volverán.
Tienen que hacerlo –farfulló Jane, compungida.
Hubo una breve
discusión entre el sublíder y el nuevo. Entonces Chuck saltó, confirmando los
peores temores de todos.
-Newt no lo va
a decir —dijo el niño—, así que lo diré yo: si no vuelven, significa que están
muertos. Minho es demasiado listo para perderse. Es imposible. Están muertos.
La muchacha se
mareó, el mundo pareció darse la vuelta por completo. Era incapaz de imaginar
algo así. No estaban muertos. No podían estarlo.
Lo que empeoró
la situación fue que Newt no lo negó. Se había rendido.
-¡Están vivos,
lo sé! –Exclamó Jane, poniéndose delante de los demás-. Se habrán entretenido,
quizá el lacerador ha cambiado de sitio por culpa del laberinto…
-Jane –puso
las manos en sus hombros-. El pingajo tiene razón. Y ésa es la razón por la que
no podemos salir. No podemos permitirnos empeorar las cosas más de lo que ya
están.
-¡Quítame las
manos de encima! –se las sacudió, furiosa.
-Faltan dos
minutos para que se cierren las puertas —dijo Newt ignorando la reacción de su
compañera. Les dio la espalda y se marchó, encorvado y en silencio.
Puntuales, las
puertas empezaron a moverse. Jane soltó un alarido. Corrió al laberinto,
golpeando las paredes como si ello pudiese detenerlas de algún modo. De pronto,
un movimiento al final del pasillo a la izquierda captó la atención de los
presentes. Era Minho, y arrastraba literalmente a Alby.
-¡Le dieron!
—gritó Minho con voz ahogada y débil por el cansancio.
Thomas había
llamado de nuevo a Newt que estaba de vuelta tan rápido como su cojera le
permitía. La chica salió disparada al Laberinto, haciendo caso omiso a las
protestas de Chuck.
-¡¿QUÉ HACES?!
–le espetó el corredor cuando se cargó a Alby por el otro lado.
Jane le
dirigió una mirada serena al cansado muchacho.
-¡Ayudar! No
pienso dejar que…
-¡Las puertas!
–la interrumpió, al tiempo que corrían desesperados. Minho tropezó y los tres
se precipitaron al suelo. Y sucedió lo que nadie esperaba. Thomas cruzó los
muros en el último minuto y los descomunales muros se cerraron tras él,
sentenciándolos a una muerte inminente.