“Estimado Doctor Lee
Donghae.
Debido a los sucesos
recientemente acontecidos en nuestra ciudad, y conocedores de sus
investigaciones en enfermedades tropicales y de carácter desconocido, acudimos
a usted como experto para que nos dé su opinión y su ayuda en los ya citados
sucesos de Midness Fall.
Por ésta razón le
invitamos a participar en una reunión con las autoridades locales que tendrán
lugar el próximo día martes 13 de Junio de 1789”.
Colocó la carta sobre la mesa con sumo cuidado al tiempo que
dejaba la copa de vino en la bandeja de plata. Tras un segundo sorbo valoró la
posibilidad de acudir a la cita. Prometía ser un asunto interesante, pues había
llegado a sus oídos algunos comentarios sobre el extraño mal que afectaba a los
habitantes de Midness Fall. Desde un punto de vista médico podría servirle para
una nueva publicación en la revista de la facultad de Medicina y, desde otro,
su curiosidad estaba más allá de su profesión. Deseaba saber si era una
dolencia patológica o de otra índole.
Levemente golpearon con los nudillos la puerta caoba de la
estancia y tras permitir el paso, el mango bañado en oro giró sobre sí mismo y
dio paso a una de las sirvientas que portaba su cena. Al principio no hizo
demasiado caso, pero en cuanto notó que el ama de llaves precedía a la criada
cerró los ojos en una mueca.
-¿No es usted un poco mayor ya para seguir haciendo éstas
tonterías? –Habló la señora con voz severa, acercándosele y, después de
titubear unos segundos palpó delicadamente debajo de los ojos del hombre-. Hoy
ha hecho demasiados esfuerzos, joven. Debería cuidarse más y tomar consciencia
de su estado.
Donghae apartó las manos de la ama de llaves de una forma un
poco brusca pero decidida, y ésta aprovechó para correr las rojas cortinas del
dormitorio. Él se sentó en la gran cama que chirrió un segundo y fue quitándose
la chaqueta hasta que se dio cuenta de que se le habían dormido las manos.
Disimuló deteniéndose y prestando atención a lo demás. La sirvienta situó la
bandeja en la mesilla de noche, retirando el metal cóncavo que cubría el plato
de carne con verduras. Al acercar los cubiertos, se dio cuenta de que la comida
no le abría el apetito como pensaba. Era buena carne y sanas verduras, sin
embargo en aquel pueblo no todo el mundo vivía como se merecía y eso le quitaba
el hambre de golpe. El ama de llaves lo miró, compadeciéndose de sus
pensamientos antes de que su amo volviera a hablar.
-Tengo veinte años, Ágatha –apuntó entonces Donghae-. Y mis
trabajos de investigación no son tonterías. Mi padre salvó miles de vidas
gracias a la búsqueda de curas por el mundo. ¿Por qué debería dejar de trabajar
como usted me lleva sugiriendo desde los diecisiete? –no quería sonar grosero,
pero no logró decirlo de otra forma. Se sentía cansado, fatigado y empezaba a
tener un incesante dolor de cabeza. Miró el plato y solo sintió náuseas-. No
tengo hambre.
Para entonces, el ama de llaves se había arrodillado ante el
hombre, que se envaró hasta comprender que solo le desabrochaba los botones de
su prenda. Seguía teniendo las manos dormidas así que se dejó hacer.
-Siento haberlo importunado, joven amo –murmuró la anciana sin
dejar de hacer lo que estaba haciendo-. Pero solo déjeme decirle que la
diferencia entre usted y su antecesor es que su padre estaba sano.
Aquello fue como una jarra de agua fría para Donghae, que
después de librarse de los zapatos se zambulló bajo las colchas, de espaldas a
Agatha. Una tercera sirvienta acudió con una jarra de agua en las manos y
vertió su contenido en el limpio vaso de cristal. La primera criada azuzó el
fuego de la chimenea que ya se estaba apagando y retiró la cena que no había
consumido. Las anaranjadas llamas volvieron a inundar la estancia con su luz y
él se quedó encandilado viéndolas bailar sobre la leña.
-Mañana haga el favor de pedir un billete de barco hacia
occidente para la semana que viene. Ah, y un carro de caballos para después,
junto con un guía para un pueblo. Hoy he recibido una carta de Midness Fall que
solicita mi asistencia –la anciana asintió, aunque se encontraba en
disconformidad con la decisión de su amo. Cuando precedió a marcharse, el
hombre la volvió a llamar-. Agatha. Ordena que empaqueten mis medicinas y los
utensilios quirúrgicos. No sé cuan grave es el asunto al que me enfrentaré.
Tras otro asentimiento, el ama de llaves cerró las puertas
dejando descansar a la persona que yacía allí. Donghae se incorporó con un poco
de dificultad y al ver las pastillas sintió la tentación de abrir la ventana y
tirarlas a la lluvia incesante. Las miró con odio por que no estaba seguro del
todo de que ellas lo ayudaran. Cada día despertaba más cansado, con menos
energía y vitalidad. En un principio creyó solo ser la gripe que atenazaba hoy
en día a muchos jóvenes y ancianos, y él tenía los recursos para tratarse. Pero
después de un año y medio sin cambios, empezaba a sospechar que las píldoras no
funcionaban como deberían. ¿Por qué las seguía tomando? Conservaba un mínimo de
esperanza.
Después de ingerirlas, se recostó y cerró los ojos de nuevo,
abrigado por la cálida luz de las suaves llamas.
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