El familiar sonido de la alarma que anunciaba la inminente llegada de
la Caja embargó el Claro por entero. Muchos dejaron de hacer lo que estaban
haciendo para dirigir sus miradas hacia el centro del prado, aun sabiendo que las
provisiones no subirían hasta aproximadamente una media hora. Y no solo
provisiones.
***
No sabía dónde estaba, ni como
había acabado allí de pie, dentro de una prisión oscura con olor a moho. El
aire estaba viciado y polvoriento, y la chica tosió intentando liberar sus
pulmones. La jaula dio un bandazo y cayó de bruces sobre una caja de madera,
clavándose dolorosamente el extremo de ésta en el estómago.
Reprimió un grito de dolor.
Deseaba que parara ya. Que se abriera alguna puerta y que al traspasarla, despertara
de aquella pesadilla claustrofóbica. Con un traqueteo ensordecedor, la jaula se
detuvo por completo. Esperó unos segundos, no atreviéndose a respirar por si
ello provocaba que la “cárcel” volviera a ponerse en marcha. Hasta que de
pronto, las compuertas superiores se abrieron de par en par y el sol la cegó.
Soltó un chillido y se acurrucó
contra una de las esquinas abrazándose a las piernas, incapaz de ver nada.
Varias voces se elevaron en el aire como un murmullo, todas exaltadas por su
llegada. Alzó una mano temblorosa justo a tiempo para ver a alguien saltar al
interior de la jaula. La chica gimió y se apretó más las rodillas al pecho. Se
le llenaron los ojos de lágrimas que no derramó ya que su orgullo –diezmado
pero firme- no se lo permitía. La otra persona levantó los brazos en señal de
buena fe y, medio agachado, se fue acercando.
–Hey, verducha –habló-.
Tranquila, no te haremos daño.
Era fácil decirlo para él.
– ¡Newt! –gritó de improviso,
sobresaltándola-. ¡Baja!
Se escuchó un movimiento de
cuerpos y otra persona descendió al lugar donde se encontraban.
– ¿Qué pingajo han traído ésta
vez…? –Al reparar en la asustada muchacha inhaló el aire de golpe-. ¡Que me
metan la cabeza en una montaña de clonc si no es una chica!
– ¡Shhh! –ordenó el otro-. Para
de gritar y ayúdame ¿quieres? –se volvió hacia ella-. Mira, soy Alby. Y él es
Newt. Puedes estar segura de que no tenemos ningún tipo de mala intención.
¿Cómo te llamas?
La chica los miró, recelosa. Acarició
la idea de golpearles en la cara y salir corriendo. Sin embargo, algo en su
interior le decía que debía ser cauta.
–Yo… me llamo Jane –contestó, insegura-.
Creo.
–Bien, Jane –dijo Newt-.
Bienvenida al Primer Día.
Alby no tenía cara de alegrarse.
– ¿Recuerdas algo? Me refiero a
antes de subirte en la Caja.
Jane entrecerró los ojos,
consciente de lo que sus palabras implicaban. Negó lentamente, anonadada por el
gran vacío que sentía en la mente, como si toda su vida pasada se hubiera esfumado…
o nunca hubiese estado allí. Se forzó a pensar pero cuanto más lo intentaba, más
profundo se hacía el dolor que empezaba a asolar su cabeza, llenando cada uno
de sus esfuerzos.
–No recuerdo nada… yo… ¿qué está
ocurriendo? –preguntó, sincera. Alby obvió la pregunta y se giró hacia su
compañero.
–Convoca una Reunión para ésta
tarde. En el tiempo que llevo aquí, nunca he visto semejante… cambio a la hora
de traernos un nuevo pingajo. Debemos hablarlo.
Newt resopló.
–Primero, saquémosla de aquí –le
tendió una mano. Por alguna razón, el llamado Newt se le hacía más simpático
que su compañero. Vaciló unos segundos antes de estrechársela y levantarse con
su ayuda. Un súbito mareo la desequilibró pero alguien –imaginó que Alby- se
encargó de evitar la fatal caída.
El tiempo trascurrió a cámara
lenta, o eso le pareció a Jane. La cabeza le empezó a dar vueltas, nada tenía
sentido en esos momentos.
– ¡Eh, eh! ¡No te desmayes ahora!
–Gritó Alby.
– ¡Mediqueros! ¡Mediqueros!
–llamó Newt, zarandeando los brazos de un lado a otro en direcciones que Jane
no veía. Otro tercer y cuarto par de manos la agarraron de brazos y piernas y
la subieron hacia los destellos fulgurantes del astro rey. El chico fue dando
indicaciones a diestro y siniestro cuando la colocaron en una camilla hecha a
mano.
Las voces iban incrementando de
tono conforme llegaban a su destino. Cruzaron una arcada de piedra que simulaba
ser una puerta y penetraron en una habitación. Las paredes parecían antiguas y roñosas,
como si nadie se hubiese molestado en repararlas. Grandes grietas aparecían en
el techo, y Jane pensó que estaba a punto de derrumbarse sobre ellos. Para
quitarse la sensación de vértigo cerró los ojos, abrumada. Las cosas no se
movían delante de ella como deberían hacerlo. Todo daba vueltas.
–Vale, ponedla ahí –notó la forma
en que la volvieron a alzar: Tan delicadamente como si se tratara de una muñeca
de porcelana. Al momento, otro chico que no conocía se acercó y le palpó el
rostro, abriéndole los ojos y orientando una luz cegadora contra sus pupilas.
Jane no tenía fuerzas para resistirse. No recordaba nada, tampoco cuánto tiempo
había pasado en el ascensor.
<<Ascensor…>>. Alcanzaba a saber qué era un ascensor, pero no
donde lo había visto ni por qué estaba en su mente.
– ¿Qué es, Clint? –Newt estaba
nervioso, pero intentaba disimularlo sentado, masajeándose una de las piernas.
Jane supuso que no era normal que alguien llegara de pronto en aquellas
condiciones tan deplorables.
–Tiene un déficit de vitaminas,
quizá algo de hierro también –Clint la observó más de cerca antes de volver a
hablar-, a juzgar por su aspecto y el tono de su piel… ésta chica lleva sin
comer ni beber días. Puede que incluso semanas.
Hubo un prolongado silencio.
Entonces la voz de Newt volvió a hacerse oír.
– ¡Chuck! –habló sin girarse. Un
sonido de pasos entrando en el cuarto evidenciaron la llegaba de una quinta
persona-. Dile a Fritanga que encienda los hornos. ¡Y que no pregunte! Se lo
explicaré más tarde.
Jane imaginó el leve asentimiento
del chico, después, los pasos se alejaron. Clint centró la mirada en ella con
una actitud de forzosa amabilidad. El suelo había dejado de dar vueltas, por lo
que la muchacha reparó en la expresión de agotamiento que le embargaba el
rostro. Profundas ojeras marcaban sus ojos y le hacían aparentar más edad de la
que tenía. Porque tendría diecisiete años a lo sumo.
–Deberías descansar un rato –se
puso en pie con un gruñido, casi como si le costara-. Volveré dentro de unas
horas para comprobar las mejoras. Y tú –dijo, apuntó a Newt con el dedo- déjala
hasta que se recupere. El tour del
Primer Día puede esperar.
Newt asintió, conforme.
–Preocúpate más por Alby. Es a él
a quien tienes que sermonearle, cara fuco.
Los labios de Clint se curvaron
en una sonrisa desdeñosa y le golpeó el hombro a su compañero al pasar. La
puerta se cerró tras ambos chirriando espantosamente. Jane profirió un hondo
suspiro y entornó los ojos, fatigada. Tenía la sensación de que en menos de media
hora había experimentado más estrés que en toda una vida.
Divagó por las lagunas de su
mente, aun sin creerse que nada fuera real.
<< Quiero volver… >>, pensó. Las lágrimas amenazaron con
desbordarse de nuevo si no se controlaba. ¿A dónde ansiaba regresar con tanta
fuerza? ¿Era la ausencia de memoria lo que estaba a punto de hacerla llorar o
quizá la añoranza por alguien?
<< ¿Dónde están mis padres? >>. El corazón se le encogió de tristeza
y se llevó las manos al pecho mientras se acostaba de lado, mirando la pared.
Apretó los nudillos contra la boca para acallar los sollozos que acudían a sus
labios sin pausa. Se encorvó, quedándose en posición fetal. Por alguna razón,
estar así hacía que se sintiese más segura.
Al cabo de un rato, unos tímidos
golpes en el exterior la alarmaron. Incorporándose, ahuyentó los últimos
rastros de lágrimas y alzó la barbilla. La puerta se abrió y de ella emergió la
figura de un niño. Portaba una gran hamburguesa con pan en una mano y un vaso
de agua en la otra. En cuanto vio que lo estaba contemplando, se ruborizó hasta
el rizado pelo castaño.
–Newt me dijo que… bueno… aquí
está –le tendió los alimentos sin añadir nada más. Jane se quedó prendada del
olor que emitía la hamburguesa por unos segundos hasta que su estómago rugió
cual locomotora. El chico explotó en carcajadas estridentes y ligeramente
contagiosas. En otras circunstancias, quizá habría reído también pero en
aquellos momentos no. Simplemente, le era imposible. Clavó los dientes en su
hamburguesa y le pareció la comida más deliciosa del mundo pero tras cinco
grandes dentelladas se atragantó. El niño puso el vaso de agua debajo de sus
morros y Jane lo agradeció. Después de acabar se sentía un poco mejor pero
seguía hambrienta. Como si el crío le hubiese leído el pensamiento dijo:
–Si quieres algo más, tendrás que
esperar a la cena. Fritanga casi me tira las sartenes por la cabeza aun cuando
le dije que era una orden de Newt –se frotó las manos, nervioso. El silencio
era un tanto incómodo-. Soy Chuck.
–Jane –Chuck parecía más
accesible que los demás. Al contrario que Alby o Newt, el chico no inspiraba un
aire hosco o intimidante-. ¿Dónde estamos?
El otro bajó la cabeza, determinando
si debía hablar o no.
–A éste lugar lo llamamos el Claro. Es donde vivimos.
– ¿Qué hacéis aquí? ¿Por qué he
acabado aquí también? ¿Cuál es el objetivo de todo esto? –la impaciencia hacía
mella en la muchacha. No le importaba estar preguntando demasiado, solo quería
respuestas.
–Nadie sabe el “por qué”. Todos
nos despertamos como tú un día en la Caja, desorientados, sin recuerdos de vida
pasada. No creas que eres única –se encogió de hombros-. Lo bueno es que ahora
no soy el pingajo novato.
Ignoró el deje de orgullo que
había notado en sus palabras.
– ¿Cuánto hace que estáis aquí?
–Yo hace solo un mes, pero mucha
gente lleva aquí más de un año o dos contados –se encogió de hombros-. Ya vale
de preguntas. Tienes que… ¡eh, espera! ¿Se puede saber qué haces?
Jane se había puesto en pie en contra
de las recomendaciones de Clint. Debía ver el exterior como fuera. No podía
quedarse en la cama sin averiguar qué estaba pasando. Dejando de lado las
protestas de Chuck se encaminó con paso lento, permitiendo que el chico la
sujetara por el codo. No recordaba haber subido unas escaleras y tuvo que
agarrarse a la barandilla firmemente hasta el final. Al cruzar la puerta, el
sol del atardecer la golpeó como una maza. Y cuando empezó a acostumbrarse a la
luz, se quedó boquiabierta.
–Bienvenida –dijo Chuck- a tu
Primer Día en el Claro.
Como se ha tragado mi comentario esto o lo que sea te resumo lo que te puse antes...:
ResponderEliminarMira, te ponía que en un principio me sentía confusa pero que se supone que eso exactamente sentía Jane así que está genial, tendría que leerme el primer libro por lo menos para enterarme un poquito y situarme, porque algunos conceptos creo que sí debería de pillarlos antes de seguirte leyendo :D y bueno, te había puesto alguna paranoia más pero esta mierda se ha comido mi comentario ¬¬
Cuando subas el siguiente espero haber leído lo otro para enterarme mejor :D