Hacía mucho frío. Delante de mí,
todo era negro. Luché desesperadamente por recobrar la vista, sin embargo ello
no sucedió. Después intenté moverme, en vano también. Gemí con impaciencia,
hasta darme cuenta de que la única que lo escuchaba era yo. Porque solo me
podía escuchar a mí misma dentro de mi cabeza. Para lo demás, estaba sorda.
Tenía ganas de llorar. Tenía miedo. Y seguía teniendo frío.
Hubo, entonces, un pequeño
destello de luz como una linterna borrosa, seguido de un rumor lejano. Cuando
volvió a ocurrir, el pequeño destello se ensanchó, y el rumor se transformó en
una voz entrecortada, simulando interferencias de radio. Aquello despertó
cierta curiosidad y desasosiego en mi interior. Cuanta más atención prestaba,
más clara se hacía la voz, y su presencia me envolvía en un abrazo cálido.
Alguien lloraba. A través del frío que me calaba en los huesos como infinitas
agujas de hielo pude notar la calidez desconsolada de unas lágrimas sobre mi
rostro.
Me ardía el pecho y escupí agua.
El corazón se me oprimía de una tristeza injustificada. Los sollozos de aquella
persona me dolían en lo más hondo. Quería que pararan. Haría cualquier cosa para
que se detuvieran. Ahora quería llorar, pero ésta vez no por miedo, sino de
pena. La angustia me dio fuerzas para abrir los pesados párpados y distinguir
vagamente un rostro surcado de lágrimas. Tan bello y hermoso que se me hizo un
nudo en el estómago.
¿Por qué un ángel estaba llorando?
Si un ángel llora, significa que ha ocurrido una gran catástrofe. Su pelo castaño
oscuro se encontraba húmedo, igual que la ropa que llevaba puesta a juzgar por
los brazos que, temblorosos, me rodeaban los hombros. Creí estar mojada
también, por que las prendas se me pegaban al cuerpo. Un olor a piedra quemada,
sangre y metal inundaba el ambiente, asqueándome. Pero esos olores se
desvanecían por uno en concreto: el del chico de aspecto afligido.
Ahora que podía verlo mejor,
descubrí con horror que la sangre le goteaba de la cabeza, sin saber realmente por
dónde salía. Deseé poder incorporarme, sin embargo su expresión me indicó que
no sería buena idea. El dolor que vi en sus ojos me dejó sin aliento, casi como
si se sintiera culpable de algo.
De pronto, escuché unos pasos
chapoteando en el agua detrás de él. Una imponente figura de mirada azul se inclinó,
sus orbes profesaban cansancio y congoja.
- ¿Has acabado? –musitó. El otro
asintió imperceptiblemente, sin quitarme la vista de encima. Había dejado de
llorar y el único rastro de que lo hubiese hecho era la rojez en sus preciosos
ojos almendrados. Entonces el segundo chico se tapó la cara con una mano, para
luego volver a colocarla en la cintura. De nuevo, habló:
- No debe recordar nada –comentó.
Parecía que cada palabra le quemaba la boca-. Debes hacerlo de nuevo, Hongbin.
El nombrado se encogió y noté que
su agarre se intensificaba. Aspiré su olor nuevamente y me pareció la fragancia
más exquisita del mundo. Pero el chico había empezado a sollozar otra vez,
volviendo a hacerme sentir la persona más infeliz sobre la tierra. Unas
renovadas fuerzas me permitieron alargar el brazo y acariciarle la mejilla,
obteniendo un pronunciado sobresalto de su parte.
- Te quiero –susurré. No supe por
qué lo había dicho, pero sentía que debía decírselo. Al muchacho se le cortó la
respiración de golpe como si no diera crédito a lo que escasos segundos había
escuchado. Apretó mi mano contra su mejilla, grabándose la calidez de mi palma.
Sus ojos entornados dejaron escapar varias lágrimas traviesas que se deslizaron
silenciosas por sus mejillas recorriendo el reguero de las anteriores.
- Yo también –masculló, sonando
más como un lamento que como una contestación-. Te quiero y haré lo que sea
mejor para ti. Incluso obligarte a que lo olvides todo, todo… incluyéndome a
mí.
- Nunca podría olvidar el rostro
de un ángel –dije, invadida por una sensación de extrañez y pánico. En otras
circunstancias, mis palabras hubiesen sonado ridículas, pero tenía la certeza
de que no era así. El chico intentó sonreír, mas no lo logró.
- Lo siento –balbuceó, apenado.
Antes incluso de poder replicar, sus labios empezaban a rozar los míos y un
sopor insoportable se apoderaba de mí. Luché por mantenerme despierta un rato más, sin embargo, mi cabeza tenía otros
planes. Lo llamé desesperada mientras mis sentidos se desactivaban y me sumía
en la inconsciencia.
¡HONGBIN!
Hongbin…
Hong…
…
***
Al día siguiente, era sábado.
Cuando me incorporé en la cama, deseé no haberlo hecho. Sentía todo el cuerpo
entumecido, como si me hubiesen dado una paliza. Me llevé las manos a la cabeza
y descubrí que estaba mojado. Recorrí la poca distancia que me separaba del
baño cojeando, totalmente contracturada y me miré en el espejo. Casi dejé
escapar un grito de sorpresa. Tenía un aspecto deplorable.
- La ducha de anoche no hizo
ningún efecto, por lo visto –susurré, peinándome el cabello rebelde. Mientras
lo hacía, recordé los intensos entrenamientos de gimnasia a los que el profesor
nos había sometido últimamente y lo maldije, pues apenas era capaz de moverme-.
Nunca creí que podría forzarnos tanto…
Bajé las escaleras literalmente
pegada a la pared. En la cocina, papá trasteaba quien sabe qué para preparar el
desayuno mientras mamá servía el café. Cuando me vio, su amplia sonrisa me
recibió con tibieza.
- Buenos días cariño. ¿Has dormido
bien? –me preguntó mientras encendía la televisión. Respondí con una mueca de
disgusto.
- Necesito unas vacaciones, muy
pronto.
- Ya queda poco –irrumpió mi
padre, con un plato de tortitas en las manos y el bote de chocolate para untar
debajo del brazo-. Lo que necesitas es concentrarte en los exámenes finales. Ya
sabes que sacar buenas notas…
Desconecté del sermón matinal y
me concentré en las noticias. Un edificio que al parecer era una cárcel
abandonada era el tema principal.
“Hasta ahora, las causas que han provocado el derrumbamiento de la
vieja prisión son desconocidas. La policía investiga el caso que tuvo lugar
ayer por la noche y que misteriosamente no levantó sospecha de nadie en los
alrededores. Los vecinos aseguran haber oído ningún ruido durante los
acontecimientos, lo que hace dudar de la credibilidad de sus palabras frente a
la obviedad de la situación. El alcalde asegura que…”
Me fijé en el agua que plácidamente
mecía las piedras menos pesantes. Algo me resultaba familiar, algo que me tenía
preocupada y que de un momento a otro se había apropiado de mis ganas de
desayunar. Dejé el tenedor y el cuchillo en el plato con demasiada rapidez,
levantándome pocos segundos después.
- Eh, ¿quién te ha dicho que te
levantes de la mesa, Alice? –inquirió mi padre, tan sorprendido como yo por mi
reacción.
- No me acordaba que había quedado
–mentí y me dirigí escaleras arriba.
- ¿Con quién? –preguntó mi madre,
curiosa. A juzgar por su expresión, le parecía extraño tener gente con quien
quedar.
- Con Ken… -pero me callé de
golpe. ¿Quién era Ken? ¿Y por qué lo había dicho como si fuera la cosa más
normal del mundo? Tuve que pensar rápido, por lo que decidí usar ese nombre de
excusa.
- ¿Quién es Ken? ¿Tu novio? –dijo papá
y lo fulminé con la mirada.
- Es un amigo mío. Nada más.
Habíamos quedado para… eh… hacer unos recados. Su madre no puede ir.
- ¿Y no los puede hacer él solo?
Debes estudiar –mi padre parecía deseoso de que no saliera por nada del mundo.
Puse los ojos en blanco y fui hacia mi habitación para prepararme. Estaba
impaciente por ir a aquel lugar. Tras darles un par de besos a mis padres, salí
corriendo junto a Argos.
Mamá había insistido en llevarlo
también, y no me negué. Una vez en la puerta, saqué el teléfono móvil y con el
GPS localicé la ahora prisión en ruinas. No me costó más de quince minutos
llegar a mi destino. Unos cordones de seguridad impedían que los curiosos se
acercaran demasiado al antiguo edificio. Giré la cabeza de izquierda a derecha,
en busca de policías que me impidiesen hacer lo que estaba a punto de hacer.
Pero por suerte, las calles estaban totalmente desiertas.
Así pues, pasé la cinta por
encima de mi cabeza y me encaminé a las ruinas. El sonido de la sangre pasando
por las venas de mis sienes cubría cualquier otro sonido. Solté la correa de
Argos, que no se movió de su sitio. El golpeteo apresurado de mi corazón me
decía que no era buena idea estar allí.
Escalé sobre las rocas y estuve a
punto de caer varias veces de bruces contra el suelo. De vez en cuando, pateaba
una piedra y apartaba otras tantas con las manos, buscando quién sabe qué. Empezaba
a considerar lo absurdo de mi situación –sobre todo por la suciedad que iba
cubriendo mis manos- cuando vi una línea roja que me hizo detenerme. Quité las
ruinas a su alrededor con impaciencia, mientras un recuerdo se iba formando en
mi cabeza. Un fogonazo en mi mente resaltaba las líneas del pentáculo como si
estuviera aún fresco. Una respiración inconstante surgió, pero no había nadie
conmigo. Me levanté, saqué el móvil y tomé una captura de mi hallazgo. Ya
tendría tiempo de investigarlo más tarde.
Una voz imperativa me sacó de mi
ensoñación.
- ¡Eh! ¡Tú! ¡Niña! –me llamó y al alzar
la vista me topé con un policía con cara de pocos amigos. Avanzaba rápido, con
la nariz arrugada y un frondoso mostacho castaño oscuro que le cubría casi al
completo el labio superior. Portaba una porra en la mano derecha que agitaba
violentamente en mi dirección-. ¡No se permite el vandalismo! ¡Largo de aquí!
Argos ladró amenazadoramente al
policía, que retrocedió sorprendido. Aproveché entonces para salir corriendo de
allí, cuidándome de no tropezar en el intento. Mi perro me siguió de cerca así
que cuando paramos de correr, recogí del suelo la correa. Siempre había estado
bien entrenado. Papá decía que Argos había pertenecido a la policía en otra
vida porque era insólito como él solo.
***
Al cruzar la puerta de casa, me
dejé caer en el sofá, sintiendo como si todo el peso del mundo se me cayera
encima. Coloqué las piernas encima de los muslos de mi madre, que estaba
mirando la televisión.
- ¿Ha ido bien? Has vuelto muy
pronto –preguntó. Asentí sin mirarla.
- No era demasiado –mentí. No me
gustaba, pero debía hacerlo. Volví a incorporarme, caminando hasta mi habitación
donde me lavé las manos a conciencia. Después de estirarme en la cama, saqué el
teléfono móvil para buscar la imagen. Mi corazón volvió a emprender una carrera
desenfrenada al visualizarla y me llevé la mano al pecho, confusa.
Tenía una mala sensación. No me
ocurría con frecuencia, pero cuando presenciaba que algo no iba bien, es que no
iba bien. Entrecerré los ojos y fruncí los labios. Llegaría al fondo del
asunto.
Costase lo que costase.
Vale, vamos a empezar por el principio...
ResponderEliminarComo siempre, ya te he dicho el detalle que he visto, no he pillado nada más que eso. Lo demás todo perfecto ^^
Bueno, ahora lo bueno y mi "serio" análisis lol... me he tenido que leer el anterior para situarme... ¿Hongbin de ángel? aksjhdgfhsgksfgksdj me has hecho mierda ahí xDDD me he imaginado la cara de él cuando ella le ha dicho "te quiero" ohh ohhh ohhhh ;---;
Después ver como volvía a su vida normal y no recordaba nada, ni siquiera que fuera amiga de Leo y Ken :S que mal, cuando ha dicho lo de Ken y que no supiera ni quien era... uff
Desgracias mil, pero eso de jugar con la mente a mí me mata lentamente, tengo cierto trauma con esas cosas. Sí, yo suelo hacerlo en mis fics también jajaja pero desde esta perspectiva me ahogo lol soy tan dramática ><
Bueno, que se me ha resquebrajado un pelín el koroko y que quiero, no, exijo el siguiente capítulo jojojo
Y ya, me dejo de flipar tanto xDDD
Holi~ Ahora sí que sí xd
ResponderEliminarPersonalmente me ha gustado más la primera parte que la segunda. Bueno, gustar puede sonar muy a masoca lol, pero he preferido el drama a lo desconocido.
Hongbin... me mata. El pobre desgraciado no dejará de sufrir? xD Y se nota que a Leo también le dolía el dejar de ser recordado... él y ken llevan la vida con ella. Muy triste todo.
Una línea roja? Una puerta a lo desconocido? Al más allá? xD
Fan del perro :D Y fan de como escribís todos en general, envidia que me dais.